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Artomaña (de visita)

Artomaña (de visita)

16866856Es Orduña un valle tipo «sartén». Bordeado totalmente por cumbres superiores a los seiscientos metros excepto por el estrecho corredor del norte. Por esta brecha discurren la carretera, el rí­o Nervión y el ferrocarril. Los tres con destino a Bilbao. Salir en otra dirección supone ascender los puertos de la Barrerilla (Vitoria), Orduña (Burgos) o Lendoño (Valmaseda). El valle está ocupado por la Ciudad y varias aldeas correspondiendo polí­ticamente a Bizkaia tanto la Ciudad como las aldeas de Lendoño Arriba, Lendoño Abajo, Mendeica y Cedélica. A ílava pertenecen Tertanga, Délica, Artómaña y Aloria que configuran la llamada Junta de Arrastaria.

La aldea de Artómaña se ubica a unos tres kilómetros dirección Vitoria. Se accede a ella desde la propia carretera general. Una carretera enmarcada por robustos castaños de indias que dan una refrescante sombra en los meses del estí­o. Sin embargo, no he accedido a ella por este vial sino por una de las pistas asfaltadas que tiene su origen en el Convento de Santa Clara. Una larga recta que me deja junto a la Iglesia. Aunque pueda extrañar es un paisaje agrario ocupado progresivamente por extensas viñas que llegan hasta la misma aldea. De su uva se produce un cada dí­a más apreciado txakolí­. Incluso en sus aledaños se está construyendo una moderna bodega.

Presenta la aldea dos pequeños y próximos núcleos poblacionales. Uno en torno a la Iglesia y un segundo con la vieja casa-torre como elemento más significativo. En total unas veinte casas habitadas que se han arreglado recientemente y de muy buen aspecto. La Iglesia, bajo la advocación de San Jorge, es de porte sencillo aunque debido al desnivel tiene unos gruesos muros en uno de sus laterales y una cripta totalmente colmatada aunque se aprecia en su ábside una ventanita que darí­a luz a la misma. Un sencillo pórtico sustenta la que fue casa-cural hoy abandonada. La torre (de los Ayala) se alza orgullosa en la parte más alta de la aldea. Está habitada y no ha sufrido excesivos cambios exteriores de su original sentido defensivo. Su altura, algunas ventanas rasgadas y un portón ojival muestran aún hoy dí­a un cierto sabor medieval. Un caserí­o-palacete, cuasi adosado a la propia torre, destaca por encima del resto, con algunos restos estructurales del siglo XV.

He recorrido la aldea con detenimiento. Las ciruelas aparecen por doquier esparcidas por el camino. Los perros detectan mi presencia de inmediato y sus ladridos rompen el silencio. Todos, cosa extraña en estas aldeas, están debidamente atados. Antes de abandonar la aldea me refresco convenientemente en la fuente-bebedero existente junto a la Iglesia. Recuerdo a mi «prima» Mundita, nacida en este lugar. También a su esposo, Manolo. Ambos fallecidos no hace muchos años. En la última de las casas descubro dos niños que me miran un tanto asombrados. Están enredando con unas gallinas y un burrito.

Vuelvo a Orduña por una pista paralela a la que he traí­do. Me deja directamente en el Convento de Santa Clara. Es este uno de los más antiguos edificios de la Ciudad. Construido extramuros de la misma (camino de Vitoria) tiene su origen en la Ermita de Santa Marina (considera «vieja» a finales del siglo XV) y cedida en 1469 a los franciscanos que levantan allí­ su convento hasta su posterior traslado el portal de Castilla ligeramente más cercano a la ciudad. Este convento franciscano estuvo activo hasta la funesta desamortización de Mendizábal en 1835. A finales del siglo XIX fue reconvertido en «Asilo y Escuelas» llegando a la Ciudad para regentarlo las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. En él permanecieron más de cien años. La Iglesia conventual desapareció pero no el sencillo Claustro. Hoy dí­a es una Residencia de ancianos. Mucho tiene que agradecer la población orduñesa tanto a los franciscanos como a las Hijas de la Caridad. Entre ellos….yo mismo que aprendí­ mis primeras letras con ellas y que, gracias a ellas, estuve desde niño en la órbita vicenciana. ¡Gracias sor Natividad, sor Julia, sor Milagros…!

El «viejo convento franciscano» fue ocupado por una «comunidad» de «beatas», existentes ya dentro de las murallas, que asumirán la Regla de Santa Clara (Clarisas) y que han permanecido en él hasta hace tres o cuatro años. El edificio presenta una sólida estructura siendo lo más significativo su Iglesia de una sola nave con dos capillas en su lateral derecho. Una hermosa cubierta de crucerí­a nos revela su origen medieval aunque o es original. En una de las capillas se conserva una hermosa talla en madera de Cristo Crucificado de gran devoción para todos los orduñeses. Quizá esta capilla sea el único resto de la primitiva Ermita de Santa Marina.

Siendo niño solí­a acercarme, e incluso entrar, a este Convento ya que mi padre era un fijo a la hora de arreglar la electricidad y otras «chapuzas». Me consta el recuerdo agradecido que siempre mantuvieron hacia él. Hoy dí­a, mi casa está más cercana al Convento y, mientras estuvo abierta su Iglesia, me sirvió de descanso y de reflexión. Un espacio extremadamente limpio, con un cierto misterio inspirado por el contraste de luz y oscuridad, un silencio inspirador… Hoy, el Convento abandonado, su Iglesia cerrada… Sólo queda la fuente de la entrada con un agua excelente. Rezo el «angelus», me echo un largo trago y vuelvo a casa. Me espera la comida.

1 comentario

  1. Gontzal

    Muy interesante todo lo que dices y escribes. Sigue así­ que todas y todos te lo agradecemos.

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