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Origen y evolución del monasterio de San Clemente de Arbileta (II)

Origen y evolución del monasterio de San Clemente de Arbileta (II)

RECONSTRUCCIÓN ESPACIAL DEL EDIFICIO (Parte II)

El primitivo aspecto de esta iglesia no debí­a diferir mucho del que se puede apreciar en la actualidad, con la salvedad de que aún no se habí­an levantado las estancias asociadas al posterior hospital. Un sencillo templo rural que podrí­amos calificar de estilo gótico, aunque poco o nada tenga que ver con la gran arquitectura gótica del mundo urbano, ambiciosa y cara, de amplios vanos apuntados, bóvedas de crucerí­a y arbotantes. Así­, los únicos elementos que denotan este estilo, que en cualquier caso no destacan tampoco por su cuidada técnica, son las dos portadas apuntadas y los restos de una ventana geminada, perteneciente muy posiblemente al edificio anexo por el oeste. Su cubierta también respiraba de este aire rústico y sobrio, levantándose una viguerí­a descubierta, sin que se aprecien restos de bóvedas pétreas o lí­gneas.

Quizás, la construcción peor conocida y que más alteración ha sufrido, hasta el punto de perder su volumetrí­a original, se corresponde con el denominado edificio anexo, identificado con la primitiva sacristí­a. Consistí­a también en un sencillo edificio de planta rectangular y cubierta a dos aguas, donde destacaba la ventana geminada.

Protegí­a este conjunto un sencillo pórtico levantado en la fachada sur del templo, a una sola vertiente y apeado posiblemente en pies derechos.

SU CRONOLOGíA

La cronologí­a de esta iglesia viene determinada por el análisis de los rasgos arquitectónicos y estilí­sticos existentes fundamentalmente en sus vanos, así­ como por la relación estratigráfica de anterioridad respecto a las reformas efectuadas en los siglos XV ó XVI que convirtieron a San Clemente en un conjunto hospitalario.

Por otro lado, tanto la ventana geminada como las puertas existentes en el templo pueden llevarse a los siglos XIV y XV, perdurando incluso hasta el siglo XVI (PORTILLA, 1978; GONZíLEZ, 2004: 24). De hecho, a escasos kilómetros de Arbileta, en Lendoño de Abajo, se construyó un acceso apuntado en 1579 que serví­a de unión entre la iglesia de San Esteban y la casa-torre emplazada junto a ella (PLATA, 2004: 645). Apoyando la cronologí­a anterior existe otro rasgo que también debe ser tenido en cuenta. Nos referimos a la labra a picón y/o puntero empleada en los sillares de los esquinales y el recerco de vanos, utilizada mayoritariamente en la construcción de fábricas bajomedievales, caso de la obra perteneciente a la segunda fase de la casatorre antes mencionada de Lendoño, levantada entre los siglos XIV y XV (Ibí­dem: 641).

En definitiva, todos los indicios apuntan a que el primitivo templo de Arbileta fue sustituido por el edificio que podemos apreciar en la actualidad en un momento cronológico que oscila entre los siglos XIV y XV.

SU INTERPRETACIí“N HISTí“RICA

Mil ciento noventa y dos. Esta fecha, cien o doscientos años anterior a la reconstrucción de la iglesia de San Clemente, supone un punto de inflexión en la existencia de este templo y, por ende, de la comunidad campesina a la que serví­a.

Y es que el 18 de marzo de 1192 Alfonso VIII de Castilla dona a la iglesia catedralicia de

Calahorra el monasterio de San Clemente de Arbileta con todas sus pertenencias. O lo que es lo mismo, la primitiva aldea de San Clemente, recordemos de realengo, pasa a manos de la Iglesia, en esta ocasión del obispado de Calahorra. Un claro sí­ntoma del proceso de reestructuración del poblamiento rural acontecido en Orduña y, por extensión, en Bizkaia, perfectamente estudiado por I. GARCíA CAMINO (2002).

Para este investigador, a partir del siglo XI surgen nuevas formas de dominio señorial plasmadas en la progresiva apropiación por parte de las clases dirigentes del derecho sobre las iglesias.

Dirigida por los grupos nobiliarios como medio de exacción del trabajo de las comunidades campesinas, el mecanismo empleado radicó en concentrar las rentas que recogí­an los pequeños templos de las comunidades en unas pocas iglesias, generalmente aquellas de las que los propios señores eran copropietarios. En el caso de Orduña, será el clero secular, muy posiblemente alentado por la monarquí­a castellana, quien consiga apropiarse de las iglesias propias a través de donaciones como la de Arbileta. En concreto, el obispado de Calahorra, que cien años antes lo habí­a intentado en Ayala con la consagración de la iglesia de San Pedro de Llodio. Todo ello se tradujo en una reorganización de la red eclesiástica, desde mediados del siglo XI a fines del XII, sustentada en la fundación o refundación de determinados templos que adquirieron la función de centros económicos y de culto. Las iglesias menos favorecidas quedaron fosilizadas pasando a convertirse en simples ermitas y su población en barriadas o despoblados alrededor de los nuevos centros parroquiales.

Este es el contexto en que situábamos recientemente la conversión a simple ermita de la iglesia de San Román de Zedelika, en Orduña, «y muy posiblemente de Santiago de

Nanclériz -monasterio donado por D. Lope Sánchez a San Millán de la Cogolla en 1075- o San Clemente de Arbileta» (SOLAUN, e.p.). La no inclusión de San Clemente en la relación de parroquias del arciprestazgo de Orduña efectuada por el obispo Aznar en 1257 hací­a pensar que habí­a perdido su rango de iglesia parroquial y se habí­a convertido en ermita. Sin embargo, tras la intervención arqueológica efectuada en San Clemente surgen nuevos datos que permiten replantear esta hipótesis, pudiendo sospechar que San Clemente no sólo siguió manteniendo su estatus parroquial, sino que pudo apropiarse de las rentas de otras iglesias, convirtiéndose en una de las cabezas receptoras.

De hecho, a Arbileta acudí­an a recibir los sacramentos los vecinos de San Clemente, pero también, que sepamos, los del barrio de Aquesolo, situado a más de 2 km. de distancia. En este sentido, la intervención arqueológica permitió documentar el mantenimiento de la pila bautismal en el templo gótico, en la misma ubicación que poseí­a en el edificio altomedieval.

Incluso su presencia parece que condicionó la posición de la puerta occidental que comunicaba con la sacristí­a. Y es que San Clemente nunca perdió del todo su estatus parroquial, manteniendo la pila bautismal en uso hasta el siglo XIX.

Los documentos de fines del siglo XVI muestran como, a causa probablemente de la disminución de los vecinos de San Clemente y a la lejaní­a de Aquesolo, Arbileta perdió la facultad para administrar algunos de los sacramentos, pero no las rentas que percibí­a por ellos. Como ha recogido M. PORTILLA (1988: 742), el 25 de abril de 1599 se poní­a por escrito una costumbre, norma y uso antiguo entre el cabildo de Orduña y los vecinos de Aquesolo. En concreto, se suscribí­a un convenio por el que las casas de

Aquesolo tení­an que pagar sus diezmos a las iglesias de Orduña y a San Clemente, aneja a las mismas; el cabildo de Orduña se comprometí­a, por su parte, a celebrar misa en la ermita ciertos dí­as, a administrar los sacramentos a los feligreses de Aquesolo y a acompañar a los difuntos de este barrio hasta sus sepulturas en Lendoño de Abajo o en Mendeica, porque en San Clemente no tení­a en uso por entonces su cementerio. No obstante, cuando se producí­a una muerte, los familiares tení­an que entregar al templo de Arbileta «la mitad del pan añal». Estas viejas costumbres parroquiales seguí­an estando en uso en el siglo XIX. Por entonces, los niños varones de Aquesolo continuaban bautizándose en San Clemente y las niñas en la iglesia de Lendoño de Abajo.

En definitiva, la iglesia de San Clemente mantuvo el derecho a impartir ciertos sacramentos y, cuando perdió algunos, a seguir cobrando sus rentas y el patrimonio suficiente como para convertirse con el tiempo en uno de los hospitales con mayor poder económico de Orduña.

FASE 3. El hospital de San Clemente

LOS RESTOS CONSERVADOS

Para el cumplimiento de las tareas hospitalarias fue necesaria la construcción de diversas edificaciones que, lógicamente, se emplazaron en las cercaní­as de la antigua iglesia. En concreto, se levantaron tres edificios, dos de ellos adosados al oeste del templo (CF. 2A y CF. 4) y otro exento, escasos metros al sureste (CF. 5).

Las relaciones estratigráficas documentadas durante la intervención arqueológica han puesto de manifiesto la secuencia constructiva de las diferentes estructuras que integran esta fase.

– CF. 4. Hospital. La primera obra acometida fue el edificio que hemos identificado como hospital, adosado por el oeste al primitivo edificio anexo (CF. 2). Pese a tener la posibilidad de aprovechar uno de los muros de este edificio como cierre oriental, el hospital se construyó disponiendo de sus cuatro alzados perimetrales (Ue. 207).

Completamente arruinado en la actualidad, sólo se ha podido documentar su planta cuadrangular, de 15 m. de lado, y algunos restos de muros en mamposterí­a caliza dispuesta irregularmente.

– CF. 2A. Vivienda. La siguiente obra realizada corresponde a la edificación que hemos registrado como CF. 2A, al tratarse realmente de una reconstrucción del CF. 2. De hecho, sus artí­fices no demolieron este antiguo edificio anexo, sino que lo modificaron para adaptarse a las nuevas necesidades domésticas. Las obras consistieron en elevar su altura hasta la cumbrera del templo, muy posiblemente con la finalidad de añadirle un segundo piso superior, y en ampliar su planta hacia el sur, dotándole de una planta rectangular (22 m de longitud x 8 m de lado largo) y una nueva estancia. Además, adosado al extremo noreste de la iglesia se levantó un horno (Ues. 213 y 214) que con el tiempo fue integrado en el edificio mediante un muro de cierre al norte (Ue. 206), formando una nueva estancia por este costado

– CF. 5. Almacén. Al sureste del conjunto hospitalario se erige una nueva construcción, esta vez exenta y de planta rectangular, de 10 m. de longitud por 8,6 m. de anchura. Las técnicas constructivas empleadas en su edificación son prácticamente idénticas al hospital (CF. 4), si bien sus muros son de menor grosor.

A pesar del deplorable estado de conservación que presenta se han podido registrar dos puertas en los laterales norte y sur, con sus respectivas rampas de acceso. La anchura de estos vanos, cegados en el siglo XX, ronda los 2,60 m., por lo que debí­an estar preparados para facilitar el acceso a carros o elementos de carga, quizá relacionados con el abastecimiento de las instalaciones. En cuanto a la estructura del templo propiamente dicha, durante esta fase también se efectuaron una serie de obras para adaptarlo al nuevo contexto funcional en el que se enmarcaba.

En primer lugar, se construyó un coro alto de madera a los pies de la iglesia, del que únicamente nos ha quedado la roza (Ue. 1024) que serví­a de apoyo a los elementos lí­gneos.

Además, como indicamos en páginas anteriores, en la zona superior de la fachada sur se abrió una pequeña ventana para dar luz al coro (Ue. 1023), que reutilizaba como alfeizar el dintel de un antiguo vano geminado.

RECONSTRUCCIí“N ESPACIAL DEL EDIFICIO

El edificio hospitalario, concretamente «la casa que está pegada a la dicha iglesia con su horno y caballerizas», aparece parcialmente descrita en un inventario con asiento del 5 de septiembre de 1607. Sin duda, se trata del edificio registrado en este trabajo como CF. 2A, identificado con una vivienda. Así­ se desprende de la descripción que hace de su contenido y distribución interna: «más la sala de la dicha casa dos arcas viejas de roble con dos bancos ´también viejos de roble», «más otra arca pequeña de roble vieja», «mas la sala de la dicha casa una armera de madera para poner platos y

escudillas», «mas cuatro camas de roble armadas, una en la sala y otra en la cocina, y otra en la cajera y otra en el aposento de atrás», «más la cocina de la dicha casa unos lares de yerro buenos, la cual dicha cocina esta arrodiada de asientos de madera».

Resumiendo, la casa disponí­a de cuatro camas distribuidas entre la sala, la cajera, el aposento de la parte trasera y la cocina. Este número tan bajo de lechos induce a pensar que este edificio no era el hospital donde se acogí­a a los enfermos y peregrinos, sino la vivienda habitada por el personal que se encargaba de su cuidado.

Del hospital, situado inmediatamente al oeste de esta casa, carecemos de más información que la ofrecida por la intervención arqueológica, la cual sólo permite apuntar que se trataba de una sencilla edificación de planta cuadrangular.

SU CRONOLOGíA

Aunque desconocemos la fecha concreta de construcción de este establecimiento, la propia secuencia estratigráfica del conjunto edilicio -recordemos cómo el hospital es posterior al templo gótico, al que se adosa- y la existencia de la primera noticia escrita del hospital en el año 1555, inducen a pensar en un momento tardí­o del siglo XV o la primera mitad del siglo XVI.

SU INTERPRETACIí“N HISTí“RICA

La importancia del conjunto de San Clemente está directamente relacionada con su ubicación en una de las ví­as de comunicación más transitadas de la zona a partir de mediados del siglo XV, cuando desde la Corona se impulsaron diversos decretos que hicieron obligatorio el paso de mercancí­as por Orduña, convirtiéndola en un importante enclave para la comunicación del comercio de la lana castellana con el mar (DíAZ DE DURANA, 1986: 250).

Seguramente en relación con este contexto de incremento del tránsito y la conversión de la ciudad de Orduña en un enclave comercial estratégico, Arbileta se transformó en un conjunto hospitalario, muy posiblemente por iniciativa municipal.

De hecho, la primera noticia que tenemos de su existencia es de 1555, año en el que se menciona que tanto este hospital como el de San Lázaro estaban bajo el patronazgo de la ciudad de Orduña (LAMBARRI, 2006: 6). Para esta fecha, San Clemente ya habí­a perdido su condición de parroquia, mencionándose como ermita dependiente de las iglesias de Orduña, si bien mantení­a algunos sacramentos y prerrogativas según indicábamos páginas atrás. Así­, en 1599 los vecinos de Aquesolo seguí­an pagando sus diezmos a las iglesias de Orduña y a «la ermita de San Clemente de Arbileta», aneja y sufragánea de aquellas. Por ello se decí­a misa en la ermita para el casero que viví­a en la casa aneja y para los vecinos del barrio de Aquesolo que, aunque se enterraban en Lendoño de Abajo, cuando morí­an, sus familiares tení­an que entregar al templo de Arbileta «la mitad del pan añal».

Como indica M. PORTILLA (1988: 743) el casero que viví­a en la casa de Arbileta «era el rentero de la casa hospital que, aparte de acoger a los enfermos que recorrí­an el camino de Angulo a Vizcaya, cada vez menos transitado al quedar suplantado por el Camino del Señorí­o, pagaba, como arrendatario de la casa, diez fanegas de trigo en 1717 y once en 1722″.

FASE 4. Reparaciones en el hospital

Las obras que se realizaban en Arbileta eran sufragadas con los fondos propios del templo, provenientes fundamentalmente de la renta que pagaba el rentero del hospital, de los ingresos que aportaban los vecinos de Aquesolo y de los diezmos que producí­an las propiedades del templo, arrendadas desde 1608 (LAMBARRI, 2006: 6). La historiadora M. PORTILLA (1988: 743-744) recoge algunas de las referencias escritas que, a partir del siglo XVIII, hacen alusión a las obras que se efectuaron en el conjunto, varias de las cuales han sido documentadas también durante el estudio arqueológico. Veamos cuales son.

– En 1722, los carpinteros Antonio y Prudencio de Berrio y Andrés de Mugirá efectuaron importantes trabajos. La iglesia contaba en ese momento con una campana y tres altares frontales.

– José de la Encina, albañil y cantero, arregló en 1739 las puertas de la iglesia y el hospital, su escalera, la caballeriza y la tarima del altar mayor.

– En 1750, Miguel de Iruegas, también albañil y cantero, y un tal Francisco de Berrio, hicieron reparaciones en el hospital y en la «torrecilla de la Iglesia», de la que no hemos hallado rastro fí­sico alguno en su fábrica actual.

– Otras obras de las que no hemos documentado restos son la efectuada en 1753 por el albañil Francisco de Aguirre, que abovedó la sala del hospital, y la de 1778, año en el que se fundió una campaña para la torre.

– En 1753 se procedió a pavimentar con losas de piedra el templo. Las obras corrieron a cargo de Francisco de Aguirre y Venancio de Villar, quienes también abrieron una ventana en la iglesia. Su encuadre de madera fue ejecutado por Tomás de la Peña, la vidriera la ejecutó el latonero Juan Duque y los herrajes los hizo Miguel de Antoñano. Dicha obra se corresponde con el óculo emplazado actualmente en la parte alta de la cabecera del templo (Ues. 1002 y 1003).

El enlosado efectuado en 1753 fue ejecutado con losas de caliza local bien escuadradas y con el piso labrado con puntero (Ue. 111). Entre ellas destacaban algunas piezas con marcos labrados a cincel. No obstante, la principal obra realizada durante esta etapa consistió en abovedar la cabecera de la iglesia con una estructura lí­gnea apoyada sobre ménsulas, como podemos apreciar en una fotografí­a de principios del siglo XX (Ues. 1026-1027 y 1014-1015).

Se trata de una bóveda ojival organizada en cuatro franjas delimitadas por una moldura sogueada. En la rosca frontal hay pintados una sucesión de arcos semicirculares entrecruzados y en el intradós se aprecian, sobre lo que parece un fondo blanco, una serie de lí­neas que representan motivos vegetales.

 

FASE 5. La decadencia del hospital y su ermita

La agrupación en 1783 de los antiguos hospitales de Orduña (San Juan, San Lázaro y San Clemente) en la Casa de la Misericordia, así­ como la lejaní­a de Arbileta respecto al núcleo urbano, fueron algunas de las razones que motivaron la progresiva decadencia del conjunto hospitalario y su iglesia. Prueba de ello son las palabras que recogen la visita pastoral al templo efectuada por el obispo en 1818, en la que afirma que «es indecente para celebrar en ella los oficios divinos y el bautismo de los fieles» (LAMBARRI, 2006: 8).

La situación del conjunto empeoró aún más tras las actividades de desamortización efectuadas en 1834 por Mendizábal. En concreto, todas las propiedades de San Clemente, tanto las tierras como los edificios que conformaban el hospital, fueron vendidos a particulares, quedando únicamente el templo en manos del cabildo orduñés.

Como fue usual durante el proceso desamortización de bienes eclesiásticos, los compradores que participaron en las subastas de la Corona los vendieron al poco tiempo o efectuaron las modificaciones que consideraron necesarias para su nuevo uso. En nuestro caso, según T. LAMBARRI (2006: 8) el «segundo comprador» construyó con piedra del hospital una cabaña próxima a la ermita para utilizarla como redil y almacén de piensos, lo que parece indicar que parte del hospital estaba ya arruinado para mediados del siglo XIX y que los restos que se conservaban en pie fueron reutilizados para un uso ganadero. Estas obras, paradójicamente, devolvieron grosso modo el aspecto que tení­a el conjunto en los siglos bajomedievales, al desmantelarse buena parte de los edificios asociados a la obra del hospital, fundamentalmente el CF. 2A.

No obstante, el abandono de las actividades religiosas en el templo durante las primeras décadas del siglo pasado y la pérdida de recursos económicos tras la desamortización, comportaron la ruina del templo y la expoliación de aquellos elementos más destacados (ventana del muro oeste, pila bautismal, etc.).

 

FASE 6. La recuperación de la ermita

Esta última fase de la evolución constructiva de San Clemente integra las obras llevadas a cabo a mediados el siglo XX por la Diputación Foral de Vizcaya, con las que pretendí­an recuperar parte del conjunto y rendir homenaje a Fray Pedro de Bardeci.

Las autoridades dejaron constancia de las labores efectuadas en una placa conmemorativa situada en la fachada principal, en la que se dice: «EN ESTA ERMITA DE SAN CLEMENTE FUE BAUTIZADO FRAY PEDRO DE BARDECI Y AGUINACO EL DíA 6 DE ABRIL DEL Aí‘O 1641″ – «LA EXMA. DIPUTACIí“N DE VIZCAYA Y SU JUNTA DE CULTURA RINDE HOMENAJE A LA MEMORIA DEL VENERABLE VIZCAINO 12 DE SEPTIEMBRE 1948″.

Las actividades llevadas a cabo se dirigieron, por un lado, a la recuperación y consolidación de la ermita y por otro, al acondicionamiento del entorno.

 

4.- CONCLUSIONES

El estudio efectuado en San Clemente de Arbileta destaca fundamentalmente por el procedimiento metodológico empleado. Una metodologí­a que engloba el estudio integral del conjunto arqueológico, articulado en las tres etapas descritas al inicio de este trabajo (valoración, documentación y estudio), y que considera el edificio como un yacimiento arqueológico único donde aplicar las mismas herramientas estratigráficas, tanto sobre como bajo cota cero. Todo ello ha permitido obtener una dilatada secuencia histórico-constructiva que supone una nueva e importante aportacional conocimiento de la génesis y evolución del hábitat en el valle de Orduña.

Desde su aparición en torno al año mil, el conjunto de Arbileta se caracteriza por su adaptación a las circunstancias de los diferentes contextos polí­ticos, sociales y económicos.

De este modo, la pequeña comunidad aldeana de San Clemente surge en un emplazamiento elevado, a media ladera, protegido por Sierra Salvada, en una zona desde la que se controlaba visualmente gran parte del valle. Junto a ella, en posición excéntrica, se ubicaba la iglesia de la comunidad, de patronato real, conformada por una sencilla edificación de fábrica.

En este centro se impartí­an los sacramentos a los habitantes de esta aldea: casar, enterrar o bautizar. Los dos últimos han quedado confirmados durante la excavación arqueológica al documentarse la pila bautismal y la necrópolis, donde debí­an destacar enterramientos privilegiados dispuestos en sarcófagos exentos.

El fenómeno de la reestructuración del poblamiento documentado en Bizkaia entre mediados del siglo XI y finales del XII (GARCíA CAMINO, 2002) afectó tanto a Arbileta como al resto de las comunidades del valle. En el caso de San Clemente sabemos que en 1192, por donación real, pasó a formar parte del obispado de Calahorra lo que, lejos de significar su decadencia, parece que acrecentó su importancia al apropiarse quizás de las rentas de otras iglesias, convirtiéndose en una de las cabezas receptoras. Una de las consecuencias de este contexto fue la sustitución de la antigua iglesia altomedieval por una nueva edificación acorde a los nuevos tiempos, cuyos restos se corresponden en gran parte con el templo que podemos ver en la actualidad.

Los importantes cambios que sufrió el territorio de Orduña a partir del siglo XV, con la conversión de la zona en un enclave geoestratégico del tránsito del comercio castellano, hicieron que Arbileta se transformara nuevamente. En este caso, el lugar fue convertido en conjunto hospitalario, para lo que fue necesario la adaptación de las estructuras preexistentes y la construcción de nuevos recintos (casa del rentero, almacén, caballerizas, hospital y horno).

No obstante, y a pesar de ser citada en la documentación como simple «ermita», el templo de San Clemente siguió manteniendo su importancia, debido principalmente a que todaví­a era receptor de rentas. Rentas relacionadas con la impartición de algunos sacramentos, de las actividades propias del hospital y, sobre todo, de los diezmos que producí­an sus bienes territoriales.

Sin embargo, debido a diversas razones, como pueden ser la agrupación en el año 1783 de los distintos hospitales del territorio en la Casa de la Misericordia, su alejamiento de las nuevas ví­as de comunicación y de la propia ciudad de Orduña, así­ como el proceso desamortizador llevado a cabo por Mendizábal, provocaron el rápido deterioro del conjunto, hasta el punto de desaparecer todos los vestigios que indicaban que en este lugar se enclavaba uno de los centros religiosos más importantes del territorio.

 

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