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Orduña y los Celtas

Orduña y los Celtas

A fines del segundo milenio antes de Cristo se habí­a manifestado en Europa una cierta agitación, motivada por la introducción del hierro que los arqueólogos nos reve­lan y que iba a constituir el poder determinante de los pueblos.

La nueva Edad del Hierro se caracteriza por la entrada de los Celtas en la Historia, con la expansión de su cultura por toda Europa, y con ella el nuevo estilo de enterra­mientos en túmulos. Esta llamada época de los túmulos será conocida por la época de Hallstatt, nombre tomado de la necrópolis de esta denominación cerca de Salzburgo en Austria.

El primer movimiento de expansión de los Celtas se inició a mediados de esta í‰poca de Hallstatt, a partir del tercer perí­odo de la Edad de Bronce.

Avanzaron por caminos que son los más antiguos, siguiendo rutas de alturas. Y fue en las alturas donde al parecer se instalaron preferentemente los celtas hallstátti­cos en Francia y, en general, donde hoy existen los bosques y malezas.

El primer movimiento de expansión fue de Oeste a Este, al Rhin y al Danubio. En estas zonas se encuentran abundantemente sus túmulos no lejos de los burgos forti­ficados donde viví­an. Los restos del muerto, para el cual el túmulo habí­a sido erigi­do, estaban dispuestos sobre el suelo o dentro de un pozo.

El área de extensión de sus túmulos por el sudoeste de Francia no alcanzaba el Garona. Fue al final de la época de Hallstatt cuando se produjo una irrupción brusca, independiente con toda seguridad de las incursiones anteriores, rebasando amplia­mente los Pirineos.

De los tres grupos principales de esta expansión, el principal y más denso atrave­só los Pirineos por los departamentos del Ariége, del Alto Garona, de los Pirineos, de la Gironda y las Landas, para llegar enseguida al Paí­s Vasco.

De los poblados en que viví­an estas gentes han quedado vestigios en las Peñas de Oro, junto a Murguí­a. El castro estaba formado por cabañas de planta circular. Se ha descubierto en el utillaje de cerámica fabricada en el mismo poblado, molinos de piedra, pesas de hilar, proyectiles de honda y objetos de adorno y cuchillos de bron­ce, aunque los hay también de hueso, y no faltan algunos, en pequeña cantidad, de sí­lex, como cuchillos y raspadores. Se hallaron también en este castro dos hornos, utilizados probablemente para refundir chatarra de bronce y quizás fundir algunas piezas de hierro a base de piritas, calcopiritas y blenda, con los que fabricar hachas, puntas de flecha, agujas, etc. La estación parece fijarse entre los años 900 y 800 a. C. De esta época puede ser el castro encontrado en el alto de Malmasí­n, entre Arrigorriaga y Bilbao (mal, raí­z celta). La fortificación de este castro celta consistí­a en un amu­rallamiento con cuatro cercas de piedra y madera que defendí­a las cabañas de sus moradores.

También en la Tierra de Ayala hubo dos poblados fortificados de estas mismas fechas del final del Bronce o comienzo del Hierro, uno en la cumbre del monte Peregaña y otro en el Babio.

Estos dos yacimientos son muy similares, situados en espolón. Desde la misma cumbre se abren en ángulo hacia abajo, para cerrar el triángulo con dos fuertes tena­zas o zonas de defensa bien perceptibles hoy, observándose zonas de extracción de piedra para la construcción.

La primera defensa del espolón de Peregaña tiene una anchura de 220 metros, a una distancia de la cumbre (cota 625 m) de un promedio de 150 m, y la segunda, de 440 metros de ancho, a unos 300-310 m más abajo de la cima.

La situación del Peregaña es de longitud 003613 y latitud 424832. Félix Murga descubrió este lugar de habitación en 1979, pasando el mismo año a su prospección. Los materiales que encontró son: lí­ticos, sí­lex, una lasca o lámina, una flecha de pedún­culo bifacial con dos aletas; cerámicos, 335 fragmentos moldeados a mano y torne­ados, bordes con incisiones; varios, un fragmento de escoria de hierro y 6 objetos metálicos de hierro; paleontológicos, 45 restos óseos de fauna, caballo, herbí­voro en dentición. Se enmarcan en la secuencia cultural del hierro.

Los restos del poblado del Babio fueron descubiertos por Murga en el año 1982, en cuya primavera fue también inspeccionado por Armando Llanos. Las medidas de las tenazas que cortan el monte de lado a lado son en la primera, la de más arriba, de 234 m y la de más abajo, de 560 m. En la terraza inferior se observa cantidad de res­tos de pared que hubo. La distancia de la cumbre (528 m. de altitud) son, por la lade­ra Este, 120 metros hasta la primera defensa, y 160 m desde ésta a la de más abajo; y por el Oeste, 100 metros y 134 m respectivamente.

El material que recogió Murga en el Babio consta de un fragmento de arenisca pulimentada de la que no se puede definir el instrumento, y un único resto de talla sobre sí­lex.

Un poco más abajo de la última tenaza existe una pequeña cueva, llamada Cueva de los Franceses. Se apreciaron en ella restos óseos humanos. Fue corriente por aque­llos tiempos, o inmediatamente anteriores, arrojar los cadáveres sobre el suelo de las cuevas, muchas veces sin enterrarlos. En el mismo sitio, Félix Murga encontró una vasija esmaltada de color verde, atribuida al eneolí­tico-bronce. Cerca y al 0-NO de la cueva hay un túmulo de que le di yo una fotografí­a a Murga.

También en Peregaña existe una cueva que ha estado cubierta por tierra y piedra hasta en el momento del hallazgo del poblado. Junto a ella se descubrió cerámica pre­histórica y asimismo apareció una aguja de cobre sin cabeza. Posteriormente, se loca­lizó en esta zona el vertedero del yacimiento, y abundante cantidad de cerámica, bor­des de cerámica con incisiones, y fragmentos de un molino de piedra de mano. Se encontró también una punta de sí­lex.

Parece que las cabañas estaban situadas entre terraza y terraza, a juzgar por los diversos amontonamientos de piedra que aquí­ existen.

Los pobladores de estos castros eran pastores principalmente de cabras, animales poco exigentes a efectos de pastos. Por este tiempo su alimentación comenzaba a ser predominantemente de animales domésticos, ovicaprinos y ganado bovino, gallinas y aumento de consumo del cerdo.

Otros poblados de la Edad del Hierro son los que encontramos incluidos en la Carta Arqueológica de ílava 1, hasta 1984.

Uno de ellos es el de Santa Cristina en Orduña, sobre la carretera N-625, entre la jurisdicción orduñesa y el pueblo de Saracho, aproximadamente encima del kilóme­tro 115, en la margen izquierda del Nervión, dominando una zona angosta sobre este rí­o. El poblado, de la Edad del Hierro, debió desarrollarse en la ladera Sur que pre­senta unos aterrazamientos en toda su superficie. La zona Norte está acantilada, sien­do de fácil defensa. Su situación es: longitud 004030, latitud 430050 y 400 metros de altitud. El descubrimiento lo realizó en 1962 Armando Llanos, recogiendo peque­ños fragmentos muy rodados de cerámica a mano.

Otro poblado de la Edad del Hierro, de forma elí­ptica y según parece recinto for­tificado, es el situado en Délica, concretamente en el sitio denominado Santa ígueda, en las siguientes coordenadas: longitud 004155, latitud 425735 y altitud de 583 metros. Se halla en un pequeño espolón al Sur del pueblo. El espacio está bien delimitado por un pequeño talud y foso excavado hacia el interior. En la zona sur se ven pequeñas terrazas. La conservación es buena. Sin embargo, no ha aparecido ningún material. El descubrimiento realizado en 1982 es debido a Marí­a José Yárritu y a J. Gorrotxategi.

Las tribus de los nervii, los nervios, recién llegados a nuestras tierras, se asenta­ron al Sur de la Peña de Santiago de Orduña hacia Valdegobí­a y hasta Puentelarrá, entre los caristios alaveses y los autrigones. Debieron venir hacia el siglo tercero antes de nuestra era en la misma oleada que los suesiones que se instalaron en el espacio comprendido entre Cuartango y Armentia y Trespuentes, cuyas principales ciudades fueron Suessasium (13° 40′ – 44°), Tullica (13° 40′ – 43° 55′) y Velia o Veleia (13° 55′ – 43° 20′), que Ptolomeo sitúa al oriente de los autrigones, en zona caristia.

Tanto los suesiones como los nervios eran habitantes de la Bélgica, que comprendí­a una serie de pueblos extendidos desde la Germania inferior o bajo Rin hasta las már­genes del Sena y del Mame en territorio galo, todos ellos procedentes de una pobla­ción hallstáttica que viví­a a ambos lados del Rin ya desde el Neolí­tico. Los suesio­nes fueron de los primeros pueblos que se instalaron cerca de los dos últimos rí­os citados, constituyendo destacados establecimientos autónomos en el Mame y el Aisne al comienzo de la í‰poca de la Téne.

Pero los celtas eran conocidos como los «hombres del hierro», y como tales, tam­bién nuestros Nervios se lanzaron a la búsqueda y explotación de los yacimientos de este material en lo que serí­an las Encartaciones. Es una hipótesis mí­a, con muchos visos de probabilidad, que estos Nervios establecieron con este fin un asentamiento en Arrastaria, abajo de la Peña. Para mí­ no ofrece duda que los nombres de Délica, Artómaña, Aloria y Lecámaña son nombres celtas. Llama la atención que, frente a tantos y tantos nombres de términos y pueblos terminados en -aNa, Artómaña y Lecámaña son los únicos, creo yo, que terminan en -aí‘a-, sin que los confundamos con los acabados en -gaña, «cumbre» en vasco.

Délica recuerda nombres celtas como Vélica en Cataluña, como variante de Bélgica, o Túlica, en lo que conocemos como Tuyo, cerca de Arganzón en ílava. Para Artómaña tenemos también muchos pueblos y ciudades como Artóbriga y írtabros en la Pení­nsula, sin citar otros muchos dentro de Europa con la misma raí­z Arto-. Hay tam­bién Alauria, y otros que empiezan por Leca.

En mi opinión, el mismo nombre de Orduña es céltico y significa «ciudad fortifi­cada de la peña», de or, palabra indoeuropea muy extendida que significa «altura, montaña, peña», y dunia, «fortificación», «ciudad fortificada».

En vasco mismo tenemos esta raí­z or utilizada ampliamente con distinas varian­tes, por ejemplo en topónimos como Orbea y Gorbea, y, cerca de nosotros, las peñas de Oro, en Zuya, el pico de Aro en Salvada, y en esta sierra también la fuente del Orno, que significa claramente «peña pequeña». Entra esta raí­z asimismo en «garai», (alto), «gárate» (portillo por el alto), y topónimos como Garmendia, Garro, etc. La voz dunia, variante de dunum nos lleva hacia el Norte y Este de Francia y hasta el Centro de Europa.

El valle de Arrastaria era el lugar ideal para establecer una base permanente de residencia y punto de partida de toda expedición. La vega constituirí­a el agro, el campo de cultivo de autoproducción, y la ciudad, serí­a residencia de las familias no agri­cultoras y la de los militares. La vega cae dentro de un anfiteatro geográfico que cubre sus espaldas con el farallón de la peña, con prácticamente una salida única por el boquete de Saracho, fácilmente defendible por sus dos flancos de Cedélica (Cis-Délica, «Délica de la parte de acá») y de Lecámaña (obsérvese que su terminación es idénti­ca a la de Artómaña).

Desde esta base de Arrastaria los Nervios irí­an en busca del hierro a través de nues­tra Tierra y Valle de Ayala. Se hicieron conocer por toda la cuenca del rí­o, desde su nacimiento en Nervina en la Peña de Santiago hasta su desembocadura, tanto que ésta recibió el nombre de puerto del rí­o Nerva. «Nerva fluvii ostia» lo llamó Claudio Ptolomeo en el siglo II.

Seguramente estos celtas nervios abrieron la ruta que lleva a las minas de hierro de Somorrostro, la misma que frecuentaban los arrieros hasta el siglo pasado y que podemos recorrer siguiendo los hitos de las posadas y mesones que la jalonaban.

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