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El Monumento del Txarlazo

El Monumento del Txarlazo

Txarlazo 1El 16 de octubre de 1903 se inauguró sobre el alto de la peña de Orduña un monumento conmemorativo de la proclamación del dogma de la Inmaculada.

Hallase la peña cerca de la ciudad de Orduña (Vizcaya), en la meseta llamada «Del Charlazo», a una altura de 1.100 metros sobre el nivel del mar.

Constituye el monumento un árbol simbólico de 25 metros de elevación, sobre cuya copa, aparece esculpida una imagen de la virgen, reproducción de la que se venera en el santuario del mismo nombre.

En el interior del tronco del árbol hay una escalera de dos metros y medio de ancho, que da acceso a una espaciosa sala abierta en el hueco de la copa, cuyo diámetro es de diez metros; esta amplia escalera se prolonga hasta los mismos pies de la imagen, donde se abre una rotonda con un balcón capaz para 30 personas, desde el cual abarca la vista un magní­fico panorama en el que quedan comprendidos 42 pueblos de cinco provincias, con la Cruz del Gorbea frente por frente del espectador. La sala del interior de la copa recibe la luz por seis ventanales. En ella se instalará una capilla para el culto, y la imagen que corona el monumento estará iluminado por una potente luz de arco voltaico y de 12 focos eléctricos, formando la corona de estrellas.

Ha sido proyectado el gigantesco árbol por el arquitecto barcelonés don Claudio Durán y Ventosa. Las obras son de cemento armado, construida por la casa Claudio Durán, S. en C., de Barcelona, que ha empleado en ella 14 obreros catalanes, con el auxilio de peones del paí­s. Se han consumido en la construcción del monumento unas diez toneladas de hierro y 50 de cemento protland, procedente de Bélgica, y gran cantidad de cal hidráulica de Zumaya. El coste total asciende a 150.000 pesetas, reunidas por suscripción popular que iniciaron hace pocos meses los ex alumnos del colegio de Padres Jesuitas de Orduña.

RESTAURACIí“N DE LA IMAGEN DE NUESTRA SEí‘ORA DE ORDUÑA LA ANTIGUA

Don José de Larrea Echániz, escultor; don Isidro Cuco, decorador, y don Daniel de Lecanda Goicoechea, promotor de la restauración de la imagen de Nuestra Señora de Orduña la Antigua, queremos hacer constar cómo se verificó la restauración a partir del mes de mayo de 1956.

Nuestra primera medida fue desmontar cuidadosamente los grandes brazos postizos articulados, de un travesaño que pasaba de hombro a hombro y para retirar el cual hubo que arrancar dos clavijas de madera bajo la región clavicular que, perforando la imagen, sujetaba el travesaño.

A continuación, se desmontó el tarugo que habí­a colocado sobre la cabeza, para colocar coronas metálicas, quedando la cabeza hueca tal como fue tallada en principio. Se sacaron, asimismo, con todo cuidado, dos grandes clavos toscos de sección cuadrada que habí­a metidos para fijar dicho tarugo y que estaban clavados por el interior de la propia cabeza de la imagen, expuesta a haber sido perforada.

Limpia de todo postizo, se trató el interior de la imagen con una serie de sustancias conservadoras para destruir la polilla que anidaba en la corteza del tronco del árbol, pues el corazón de la talla estaba sano.

Antes de poner mano a la restauración, se analizaron detenidamente los detalles más mí­nimos de la primera talla, estudiando una a una las mejores piezas de la época que existí­an en España de principio del siglo XIV.

La cabeza conservaba un trozo de arco de la primitiva corona que ayudó mucho a reconstruirla. Limpiando suavemente los restos del cabello, del velo, que aún conservaba y que cubrió la cabeza, se definieron perfectamente uno y otro, observándose que el cabello era dorado y el velo crema claro, ambos, cabello y velo, habí­an sido rotos para acoplar la peluca y los habí­an embadurnado todos con pintura oscura que se desprendí­a fácilmente. Lo mismo nos ocurrió con la cara, pues las primitivas cejas situadas perfectamente sobre los arcos frontales, se veí­an sin esfuerzo bajo las toscas y mal pintadas en época anterior.

Fue entonces cuando los ojos de cristal colocados sin duda en el siglo XVII y sujetados con cera, se vio que estaban salidos de las órbitas y como no tení­amos autorización para restaurarlos con otros de madera, como habí­an sido los primitivos, nos limitamos a colocarlos cuidadosamente en su sitio, con lo que el rostro de la imagen adquirió una singular belleza.

El arreglo de los hombros rotos por el travesaño de los brazos articulados fue sencillo, así­ como los bordes del manto, pues bastaba seguir la lí­nea y planos de los primeros y razonados pliegues y completarlos, ya que se trataba de pequeños rotos producidos por el golpe de hacha, al desgajar la cabeza y tronco del Niño y la mano de la Virgen.
Como la mano izquierda estaba intacta pero desconchada, fuimos limpiándola suavemente hasta que apareció el primitivo apresto con lo cual se consiguió descubrir la delicada mano izquierda en su primitivo valor. Con ello fue claro el estudio de la mano derecha, que, por otra parte, sabí­amos que sostení­a una manzana, según el inventario del siglo XVII.

El Niño se conserva de cintura para abajo en bastante buen estado, pudiéndose estudiar bien la postura del tronco, pues, por otra parte, al ser despojado del pecho de la Virgen dejó marcado el sitio, forma y postura de la espalda del Niño. Como el pie derecho está firme en la rodilla de la Madre y la pierna y rodilla derechas se alzan como haciendo fuerte presión y en cambio la piernecita izquierda quedaba como colgada, se deduce lógicamente la postura del Niño, que tiende a incorporarse y volver al pecho y cabeza hacia delante; postura muy de los Niños en tallas de su época. Para colocar el trozo de manto que le faltaba, bastó seguir hacia arriba los pliegues existentes, lo cual compuso sin esfuerzo el volumen y actitud del Niño, y para complemento se estudiaron los más análogos y artí­sticos de su tiempo.

El estofado no hubo necesidad de tocarlo, pues se conservaba perfecto en casi la totalidad de la imagen, mostrando la buena calidad del oro.

Para darle mayor gracia, se talló un plinto supletorio y a la imagen se le colocó una tabla en la parte posterior para cerrar el hueco y dejarla mejor presentada.

La cabeza se cerró en su parte superior con una superficie plana conservando en su parte posterior el trozo de arco de la corona primitiva.

Se talló una pequeña corona de madera, para poder quitar y poner, similar a la que seguramente tuvo, y se embutieron unas piezas de bronce para sujetar las grandes coronas de metal sin que con el uso puedan perder la sujeción de la imagen.

Al comenzar las restauraciones y durante ella, dieron su opinión varios miembros de las Juntas de Monumentos y Cultura de Vizcaya, señores don Manuel Smith, don Gregorio de Ibarra, don Fernando Echegaray, don Javier de Ibarra, don Juan de Irigoyen, así­ como el notable escultor y restaurador catalán C. Federico Mares, creador del museo de su nombre, y profesor don Juan Subia, la mayorí­a de ellos académicos de la Real de San Fernando, quienes nos ayudaron, animaron y se expresaron en términos sumamente elogiosos por lo cual queremos hacer constar aquí­ nuestra gratitud.

Y para terminar, queremos consignar el pláceme del reverendo señor obispo de Vitoria, don Fernando Peralta, y la reiterada felicitación de S. E. Rvdmo. monseñor Ildebrando Antoniuti, nuncio de Su Santidad Pí­o XII en España, que nos honró aceptando nuestra invitación para que por sus manos fuese repuesta la Virgen en su camerino y con su elocuente palabra y gran sentido del arte, expuso al pueblo de Orduña la necesidad y acierto en la restauración.

El delicado trabajo fue realizado con paciente cariño, tardándose en él cinco meses sin abandonar el estudio ni un dí­a.

El reverendo señor obispo de Bilbao, don Pablo Gúrpide, y la Corporación Provincial de Vizcaya, presidida por don José Marí­a Ruiz Salas, con la eficaz colaboración del secretario C. Antonio Martí­nez y del señor Zufia, hicieron posible que nuestra imagen recién restaurada fuese admirada en el Salón del Trono de nuestra Diputación Provincial por todo el pueblo vizcaí­no, que tributó sus alabanzas, celebrando ante ella una misa el señor obispo de Bilbao.

La talla es firme y segura, realizada, sin duda, por mano maestra, cosa lógica si se recuerda que Orduña ya en el siglo XIII era la más importante población del Señorí­o.

Es majestuosa la postura de la Señora sentada en su escabel, erguida y digna como quien ocupa un trono.

Vista de costado presenta destacados rasgos bizantinos que se completan con su aspecto hierático y con los dibujos de grecas y zapatos.

Su presencia gótica no quiere abandonar de todo el gusto románico de sus últimos tiempos.
Parece como si la Señora nos quisiera dar una lección de buen gusto, tan necesario en esta época de modernismos, cubismos y sinformiamos.

Ruega a tu Hijo por nosotros.

Texto tomado de la revista «Hojas Selectas» (con fecha de 1904)

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