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Iglesia de los Josefinos (antes Jesuitas)

Iglesia de los Josefinos (antes Jesuitas)

Iglesia de San Juan (8)

El conjunto se construye en mampuesto de baja calidad, enlucido al interior, y en piedra de sillerí­a en la fachada, muy gastadiza, en mal estado de con­servación en el molduraje. En planta es un rectán­gulo distribuido en tres naves con crucero alinea­do y cabecera recta que tiene a los lados sendas sa­cristí­as. Prolongando la iglesia hay una capilla transversal al eje principal, constituida actualmen­te por tres tramos, mientras lo demás es almacén.

El cuerpo se formula en cuatro tramos. El úl­timo sólo afecta al centro y es más corto, para coro, sobre el pórtico. Están señalados por pilares de sección cuadrangular frenteados por pilastras toscanas del orden gigante. Este sistema aparece por todo el templo, en la definición del crucero y en los ángulos y en la separación entre las capi­llas bajas, enlazándose todas por una gran cornisa compleja recta y cóncavo-convexa sobre un re­gistro friso.

Las embocaduras a las naves bajas y las comu­nicaciones entre éstas son en medios puntos so­bre placa-capitel. El fuerte escalonamiento entre las naves hace posible grandes paneles remarcados por los anagramas de Jesús y de Marí­a envueltos en plásticos marcos botánicos. El nivel de bóve­das se genera desde potentes arcos fajones de me­dio punto que apean en resuelta cornisa recta. El sistema es uniforme en la nave mayor, lunetos con motivos geométricos (malla de cí­rculos que inscriben diamante triédricos y diamantes con li­gazones, y en la cumbre sucesión de «Jesuses» como los descritos pero con complicación de ho­jarasca en los brazos del crucero). En la capilla mayor se repite la decoración, así­ como en las pechinas, ahora en marco ovalado con ráfagas de rayos rectos y curvos con coronas y jugosa fronda. El tramo central del crucero está cubierto por cúpula hemiesférica rebajada y ciega sobre cornisa de dados que al exterior se trasdosa en forma de prisma bajo, cúbico. En ella se vuelve a repetir el sistema decorativo de geometrí­as, pun­tas de diamante, el IHS y tarjetas de hojarasca Las naves bajas se cubren también con bóvedas de al­bañilerí­a, lunetos que siguen el eje mayor de la nave, con campo central de florón de yeso, sim­plificación de la bóveda principal.

El nivel de luces está constituido por vanos re­bajados, algunos impracticables, que en los tra­mos de la nave se alojan bajo los lunetos y en el crucero en los formeros. Una ventana más hay a los pies -muy eficaz-, a levante, sobre el coro, como las de todas las iglesias de regulares.

Ocupa el coro el último tramo, disponiendo de una amplia tribuna volada de circuito ovalado sobre el tramo precedente. Dispone de antepechos de ba­rrotes de hierro abalaustrados con nudos cónicos.

La fachada, con evidente tendencia al recuadro, se distribuye en tres calles marcadas por recias pilastras de frente rebajado. Presenta un cuerpo y un nivel superior para sendas espadañas y escudo, separados por una cornisa tan volada como la del interior, que enlaza con la moldura cóncavo-con­vexa que rodea el edificio. La parte inferior del cuerpo se abre al pórtico, nártex-sotocoro de tres tramos cubiertos con lunetos. Sus embocaduras son de medio punto fileteadas con moldura exte­rior abocelada y tiene paso hacia la calle Urdane­gui, o de Burgos, y hacia un cuerpo adosado, que cobija la porterí­a. El paso a la iglesia es un dintel remarcado por molduras rectas en orejeta. El nivel más alto es para la lucera de sobre el coro y para tres anagramas de Jesús dispuestos a tresbolillo. Las espadañas afectan a las calles extremas y son de dos cuerpos de dos y un vano respectivamente, éstos de medio punto enmarcados por pilastras cajeadas, que se rematan en frontón triangular que inscribe óvalo manierista y se enriquecen con pi­náculos piramidales recuadrados. El eje mayor se potencia con un espectacular escudo de armas con plástica guarnición de leones, hojarasca, etc.

Bastante ajena al cliché de iglesia de Jesuitas, porque tiene tres naves, carece de tribunas, dis­pone de zaguán de mucho protagonismo, etc., la iglesia del colegio de Orduña es una de las de más personalidad del barroco en Bizkaia, ejemplar sin apenas consecuencias (La Antigua) en el territo­rio.

La experiencia de Orduña puede ilustrarnos so­bre algo en lo que a veces no se repara, que la voluntad de los comitentes está muy relacionada con los fondos disponibles, y que si éstos son abundantes la riqueza y complejidad de los edifi­cios entran dentro de lo más probable, pero no a la inversa. Es decir, muchas veces se es austero a la fuerza, y si lo de los Jesuitas de Orduña tiene un comportamiento barroco ornamental genuino es porque el legado resulta más que suficiente, lo que no veremos en Lekeitio, por ejemplo, donde se depende de limosnas que van llegando con cuentagotas, y aún menos en las parroquias rura­les, donde los feligreses están siempre en guerra con los patronatos mercenarios que las detentan hasta el siglo XIX.

El barroco del colegio de Orduña es una pro­puesta prácticamente singular en Bizkaia durante el siglo XVII y casi también en la centuria si­guiente. Es un barroco por acumulación de ornato a base de marcos de fronda para letreros con los anagramas de Jesús y de Marí­a, claves botánicas muy relevadas, y motivos geométricos encadena­dos de estirpe manierista-clasicista pero de mucho resalte. Sin esos aditamentos ejecutados en yeso -caso excepcional en muchos kilómetros a la re­donda- sobre una bóveda de albañilerí­a, el templo aparecerí­a muy frí­o y rí­gido, con la solemnidad propia del orden toscano. Pero la potencia estruc­tural de pilares, pilastras, y arcos generatrices de la bóveda queda borrada por la insistencia en un panelado en recerco de gruesos vegetales quebra­dos en orejeta.

Los Raón, a cuya familia pertenece Santiago, su tracista (año 1680), son artí­fices barrocos factores del cambio, gentes de vanguardia dentro de una am­plia zona del valle medio del Ebro. Aquí­ tienen una de sus más maduras obras por lo que se refiere a la versión ornamental del barroco del Seiscientos, que no se atreve aún con las superficies sinuosas, recortamientos ni rupturas, es decir con el movi­miento, porque su formación es clasicista.

Pero no hay que cargar las tintas sobre la timi­dez de la propuesta barroca porque su espí­ritu aflora con claridad en la dimensión urbana que el edificio posee. A simple vista parece que la fa­chada propende al tradicional recuadro a base de pilastras del orden gigante con el frente rebajado, es decir al mismo espí­ritu clasicista que se palpa en los palacios que los Raón trazan. Pero esto entra en contradicción con la dimensión de teatrali­dad subliminal de la misma, que se desmarca, lite­ralmente, de la iglesia, ya que no se encuadra con los muros perimetrales, sino que los desborda, no traduciendo, pues, sus tres calles la organización interna de la iglesia. Estamos, sin ningún género de dudas, ante una formulación puramente barro­ca, una pantalla teatral abierta al punto más emblemático de la vieja ciudad de Orduña, su plaza del mercado, evidentemente urbana.

Siendo plaza porticada la de Orduña, con edifi­cios preexistentes a la iglesia de los jesuitas, el pór­tico-nártex corrido de ésta es uno de sus más rele­vantes valores, superando a los compases que ha­bí­an formulado antes Fray Miguel de Aramburu o Juan de Ansola en Tolosa y Durango.

Otros valores de la fachada estriban en lo recorta­do de su silueta, con dos espadañas muy altas y un escudo de armas, y la propia concepción monumen­tal del conjunto, otra dimensión barroca destacable.

La idea de fundar un colegio en su lugar de ori­gen la vení­a gestando Francisco de Urdanegui desde 1666. Dos años antes de su fallecimiento (Lima, 1682) ya estaban la Compañí­a ocupada en ejecutar las obras pertinentes para establecer una sede digna, capaz para diez o doce Padres, que sirviese de co­legio, dotado de su correspondiente iglesia. San­tiago de Raón, de nación flamenco, uno de los maestros más capaces que pudiera haberse encon­trado en los alrededores, serí­a el encargado de levan­tar la traza y proyecto, que se cumplieron con ce­leridad, pudiéndose iniciar los trámites de amue­blamiento dentro de la propia década de 1680.

José íngel Barrio Loza/Iñaki Madariaga Varela

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