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La ciudad de Orduña en el siglo XVI

La ciudad de Orduña en el siglo XVI
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Es a partir de esta época, siglo XVI, cuando la antigua y humilde Puebla de Orduña, transformada sucesivamente en Villa y Ciudad merced a Privilegios Reales otorgados en premio a los servicios prestados por sus habitantes a la empresa de la Reconquista, adquiere caracteres de gran población llegando a su perfecta madurez, conservada en este siglo y el siguiente mediante la fundación de instituciones religiosas y culturales. Aparejada a esta prosperidad religiosa y cultural, irá unido un resurgimien­to económico mediante el aumento de mercaderes y compradores que acudí­an a sus ferias y mercados, siendo Orduña el lugar en el que se lle­van a cabo las transacciones más importantes para el abastecimiento del Señorí­o principalmente en trigo, aceite y vino procedentes de Castilla.

Expulsados definitivamente los musulmanes y creada una unidad polí­tica, desaparecen las guerras banderizas entre Señores y las fortifica­ciones sobrarán, ya que hasta entonces habí­an sido objeto de ambición por parte de éstos sirviéndoles de apoyo y defensa en sus múltiples corre­rí­as. La Ciudad de Orduña que en el curso de los siglos anteriores habí­a tenido que mantener sus defensas y su muralla, y en el XV enfrentarse a los Señores de Ayala por la posesión del Castillo, en los primeros años del XVI liquida el pleito y destruye la fortaleza que ya no era útil a una pobla­ción que disfrutaba de la paz y prosperidad económica.

Los astiales

Esta tranquilidad de la que disfrutaba la Ciudad y la fama de sus mercados y ferias, dará lugar a que aumente el número de mercaderes que acuden a ellas en los meses de mayo y octubre, creando a principios de este siglo el llamado Pleito de los Astiales entr5e la ciudad y vecinos de la misma.

Para el mejor conocimiento de este pleito será conveniente dar unos detalles sobre la situación y configuración de la ciudad en esta época y los motivos que lo crearon. Además de la muralla exterior que rodeaba a la población con su célebre Castillo en el ángulo S. E., la fortaleza de la Igle­sia parroquial en el N. O. y el castillete de Guecha en el N. O. Existí­a una muralla interior que rodeaba y protegí­a la plaza y ciudadela con su esbelta torre en el edificio actual del Ayuntamiento.

El prestigio e importancia de ferias y mercados con el consiguiente aumento de mercaderes, fue causa de especulación por parte de los veci­nos que tení­an adosadas sus casas a este muro interior. Unos con consen­timiento del Ayuntamiento y otros sin él, construyeron edificaciones vola­dizas apoyadas en el muro y columnas, internándose en el recinto de la Plaza dejando, de momento, como de uso común su parte inferior consti­tuyendo un adorno a la plaza y beneficio para los vecinos en época de llu­vias.

El aumento de mercaderes que acuden a estas ferias y mercados, fue motivo de especulación por parte de los propietarios de los voladizos que formaban los llamados Astiales, llegando a cobrar a los mercaderes el alquiler correspondiente por su instalación debajo de sus respectivas edifi­caciones, llegando incluso a sacarlas a pública subasta para adjudicarlas al mejor postor, tasando situación, extensión superficial y lugar más co­mercial y protegido de vientos y lluvias.

Este abuso por parte de los vecinos de la población, que convirtie­ron los primeros Astiales o Arcos de la plaza en motivo de lucha y especu­laciones comerciales, obligó al Ayuntamiento a entablar pleito con los ve­cinos que tras haber construido sobre terreno municipal, explotaban dicha propiedad en beneficio propio, llegando en su avaricia a alquilar el terreno en su totalidad, impidiendo la circulación por los mismos.

El llamado «Pleito de los Astiales» fue momentáneamente resuelto mediante dos sentencias arbitrales dictadas en fecha de 19 de setiembre de 1508 y 16 de marzo de 1526 en las que el Ayuntamiento reclama el uso o común de dichos astiales. Parece que con la segunda de las senten­cias se resolvió de momento este pleito, y los voladizos y saledizos sobre la Plaza sirvieron de ornato a la misma, prestando un servicio a los vecinos después de regulada debidamente su adecuada explotación.

El Ayuntamiento autorizó la prolongación de estos voladizos sobre la Plaza en la extensión de seis metros a partir del muro defensivo interior. Con discusiones y pleitos, consintió que fuese alquilado por él y en algún caso por los propietarios del edificio superior, a los diversos mercaderes en una extensión de tres metros paralela a la muralla, reservándose los tres restantes para su uso y tránsito de público en época de ferias y mer­cados, pero siempre conservando la propiedad absoluta y única del municipio sobre la totalidad.

Circunstancias posteriores de agobios económicos, principalmente por causa de la Guerra de la Independencia y Guerras Carlistas, obligaron al Ayuntamiento a vender a particulares, para cubrir gastos de emprésti­tos obligatorios, los tres metros adosados, a la muralla, respetando siem­pre los otros tres restantes para uso común del vecindario. Esto dio lugar a los hoy llamados soportales que rodean la Plaza.

No obstante este problema creado a posteriori con separación de si­glos, del conflicto inicial del XVI, es una muestra del desarrollo económico de la Ciudad de Orduña, ya que sus habitantes sentirán un espí­ritu espe­culativo apoyado en el creciente desarrollo de las ferias y mercados que se celebraban en la Ciudad y que cada año aumentaban el número de co­merciantes de Castilla y Vizcaya que acudí­an a las mismas.

Paralelamente a este desarrollo económico, se advierte la completa madurez de la Ciudad de Orduña en su formación cultural y social.

En el año 1535 una gran desgracia paralizó esta prosperidad de la Ciudad orduñesa. En dicho año, habí­an tenido lugar las Ferias y Mercados celebrados en el mes de mayo, con gran asistencia de mercaderes, cele­brándose numerosas transacciones. La Feria de octubre, después de la re­colección y en preparación del abastecimiento de ví­veres para el invierno, prometí­a ser muy concurrida, reportando así­ saneados beneficios al vecin­dario y el erario municipal.

Arreglada la cuestión del alquiler de puestos en los Astiales, desde mucho tiempo antes del comienzo de la Feria, el Ayuntamiento y propie­tarios tení­an alquilados los mismos a buenos precios y trataba el Munici­pio de habilitar otros puestos supletorios en el centro de la Plaza. Las po­sadas y casas particulares, tení­an pedidas con anticipación la reserva de habitaciones y cuadras para el ganado. Los almacenistas, habí­an provisto sus almacenes de viandas y bastimentos.

Incendio

Todo auguraba un porvenir halagí¼eño a esta Feria. El comienzo de la misma, tuvo lugar con los mejores auspicios, y todo se desarrollaba con normalidad, pero un desgraciado accidente dio lugar a un importante in­cendio en algún almacén, el cual se propagó a las casas cercanas forman­do en reducido tiempo una inmensa hoguera alimentada con las materias almacenadas. El incendio abrasó en su totalidad las calles Vieja (hoy Viz­caya), Francos (hoy Gregorio San José), Orruño y San Juan. El Archivo Municipal, situado en el ángulo de la calle Vizcaya con la Plaza, en el lugar en que hoy se encuentra la Casa Consistorial, fue pasto de las llamas.

Cuando las autoridades lograron calmar el pánico y organizar grupos de vecinos que cortasen el fuego y evitasen su propagación al resto de la ciudad, ya se habí­an quemado numerosos edificios y así­ no se pudo evitar la destrucción total de las cuatro calles que constituí­an la mitad de la po­blación. Esta desgracia fortuita, dio al traste con la prosperidad económica de Orduña y a la disminución y pérdida de importancia de sus Ferias y Mercados que no lograron ya en otras épocas posteriores alcanzar el pres­tigio que gozaban en este siglo. La destrucción provocada por el incendio, tuvo como consecuencia –aparte de las pérdidas materiales– el que la parte de la población arrui­nada y sin domicilio, tuviese que buscar refugio y asilo en las Caserí­as y Poblados cercanos. En tal necesidad, las autoridades acudieron al Rey en petición de ayuda, quien a través de Cédulas Reales, concedió privilegios, exección de tributos, medios de adquisición de materiales, etc.

A finales de este siglo XVI, en 1586, la Ciudad de Orduña en Memorial dirigido a la Santa Sede, solicita la fundación de un Convento de la Orden de San Francisco próximo a la Ciudad, ofreciendo los terrenos necesarios para llevar a cabo dicha fundación, expo­niendo como razón o motivo necesario para esta concesión la lejaní­a del existente, y como consecuencia la falta de asistencia espiritual necesaria para la población. Motivo futil y sin base fundamental, pese a lo cual, en diciembre de este mismo año, Su Santidad Sixto V, accedí­a gustoso a lo solicitado como se desprende de una carta enviada por el Cardenal Rasticuci al Ayuntamiento de la Ciudad, por orden de Su Santidad escrita en lenguaje Tos- cano. En marzo de 1587, Sixto V firma la Bula de fundación del Convento de San Francis­co de la Ciudad de Orduña.

Establecida la Comunidad Franciscana de nueva fundación en las casas donadas por la Ciudad y haciéndose cargo de los terrenos designados para la erección de la Iglesia, co­menzó activamente su labor` espiritual de asistencia a la población y la obra material de arreglo del Convento y construcción del Templo. Serán los frailes franciscanos los directo­res y asesores espirituales en la nueva fundación de Monjas Clarisas y los activos predica­dores y organizadores del culto, no sólo en la Ciudad, sino en los pueblos cercanos del Va­lle y en los más alejados del Señorí­o.

Juan Ramón Madaria

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