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Origen y evolución del monasterio de San Clemente de Arbileta (I)

Origen y evolución del monasterio de San Clemente de Arbileta (I)

1. EL CONTEXTO DEL ESTUDIO

El conjunto arqueológico de San Clemente de Arbileta (Zona de Presunción Arqueológica nº 21 del municipio de Orduña, BOPV. 05-06- 1997) se localiza al noroeste de la villa de Orduña, en un rellano de la ladera oriental de Sierra Salvada, junto a una importante ví­a de comunicación que uní­a la Meseta con la cornisa cantábrica a través de la sierra de Angulo.

El estudio histórico-constructivo del Conjunto ha sido efectuado de forma conjunta por el Grupo de Investigación en Arqueologí­a de la Arquitectura de la UPV-EHU y la empresa QARK S. Coop., a petición del Centro del Patrimonio Cultural del Gobierno Vasco. Con su ejecución se pretendí­a determinar y ampliar la información de los elementos que componí­an el conjunto y el desarrollo espacial de los mismos, para, en definitiva, poder dotar a este elemento patrimonial del régimen de protección más adecuado a su entidad y categorí­a.

Estos objetivos, encaminados a la gestión del patrimonio arqueológico, fueron conjugados con otros de marcado carácter cientí­fico, orientados a un mejor conocimiento del poblamiento altomedieval en el valle de Orduña. Un estudio en el que la arqueologí­a -junto a otras fuentes como las documentales, toponí­micas, etc.- muestran una gran potencialidad, en tanto que las iglesias, y con ellas sus necrópolis, son una de las manifestaciones más fáciles de identificar y de mayor valor informativo a la hora de reconocer otras realidades más complejas, como es el caso de la génesis de las aldeas medievales, la fijación del poblamiento y sus relaciones con las estructuras feudales.

Por último, aunque no menos importante, este trabajo también pretendí­a responder, en la medida de lo posible, a una serie de necesidades derivadas de la ciudadaní­a, cada vez más concienciada del valor social de su patrimonio.

A este respecto, creemos que San Clemente de Arbileta posee un gran potencial como paisaje cultural, pudiendo convertirse tras su restauración y puesta en valor en un punto de interés turí­stico en el valle Orduña que colabore en el desarrollo y la revitalización de esta área rural.

 

2. LA METODOLOGíA DE ESTUDIO

Teniendo en cuenta los objetivos mencionados, planteamos un estudio integral del conjunto arqueológico articulado en tres etapas: valoración, documentación gráfica y estudio.

A) Valoración. En esta primera fase llevamos a cabo una revisión de las fuentes bibliográficas y documentales que hací­an referencia a Arbileta, acometiendo una primera aproximación a su realidad fí­sica. De este modo logramos, por un lado, valorar su potencialidad arqueológica y, por otro, plantear el procedimiento y las herramientas a seguir durante las siguientes etapas de la investigación.

B) Documentación. Para la segunda fase fue necesario realizar una limpieza previa de la vegetación que enmascaraba completamente el conjunto.

Tras su ejecución, el siguiente paso consistió en determinar el tipo de documentación gráfica que se adecuaba a los requerimientos de la investigación. Las posibilidades para documentar un edificio son variadas. Sin embargo, nos pareció que la opción más adecuada a los objetivos marcados era la fotografí­a rectificada. En lí­neas generales, esta técnica se basa en la eliminación de la perspectiva cónica de las fotografí­as de los alzados y en la unión de las fotografí­as corregidas mediante programas informáticos especí­ficos para obtener una imagen completa del elemento.

El sistema empleado proporciona planos con valor métrico, en los que además podemos apreciar visualmente el objeto de estudio.

Asimismo, existe la posibilidad de montar los alzados rectificados sobre un modelo alámbrico, lo que proporciona una visión tridimensional del conjunto.

C) Estudio. Los principios metodológicos de la investigación arqueológica efectuada parten de la consideración de que un edificio es un yacimiento único. Esto «implica el analizar con un mismo prisma la estratificación arqueológica del subsuelo y la estratificación constructiva de los alzados, producto ambos de los mismos procesos constructivo y destructivos ocurridos a lo largo del tiempo» (AZKARATE, CíMARA, LASAGABASTER, LATORRE, 2001: 108).

En este sentido, los edificios históricos son entidades cambiantes sujetas a procesos de degradación, adición de materiales, refacciones, cambios de proyectos constructivos, modificaciones en los usos, etc. Todos estos avatares hacen que debamos mirarlos como elementos inmersos en un continuum temporal, sin cuya aprehensión difí­cilmente se llegará a un entendimiento pleno, tanto de la estructura edificada como de su secuencia histórica.

Para el estudio de los alzados de los distintos edificios que integran el conjunto de San Clemente de Arbileta hemos empleado las herramientas que pone a nuestra disposición la Arqueologí­a de la Arquitectura. El objeto principal de estudio de esta disciplina, como su nombre ya sugiere, es la arquitectura, y aunque todaví­a no dispone de un utillaje hermenéutico normalizado, tiene como denominador común la aplicación en la lectura de paramentos de los principios estratigráficos.

Estos últimos comenzaron a emplearse en el ámbito de la arqueologí­a británica con M.

WHEELER (1954), aunque el gran revulsivo no se dio hasta los años 70, cuando E. C. HARRIS publicó en 1979 un sistema de registro arqueológico en el que las Unidades Estratigráficas se articulaban en un diagrama que representaba la secuencia fí­sica y cronológica del yacimiento.

La Arqueologí­a de la Arquitectura se ha venido desarrollando principalmente desde la década de 1980 en Italia, donde se inició una importante actividad investigadora que ha dirigido sus esfuerzos a la comprensión de los edificios, pero no como elementos congelados en el tiempo, sino como estructuras pluriestratificadas, en las que es necesario aplicar los principios estratigráficos para poder comprender su evolución histórica y constructiva.

El análisis de la estratificación de las fábricas de un edificio permite distinguir las etapas históricas en las que se construyó, diferenciando los elementos que pertenecen a cada una de ellas, las relaciones entre ellos y las actividades constructivas y destructivas que los provocaron.

Independientemente de las potencialidades interpretativas de la Arqueologí­a de la Arqueologí­a -que nos permite acercarnos a las sociedades y culturas pasadas a través de los restos que nos han dejado en las edificaciones históricas- los resultados de este tipo de investigaciones son de gran utilidad a la hora de intervenir arquitectónicamente en  ellas. Por ejemplo, pueden servir para explicar patologí­as estructurales de origen histórico difí­cilmente detectables por otros caminos y que son, en gran parte de las ocasiones, el motivo que ha originado la intervención; también pueden valer para evaluar las afecciones que suponen las modificaciones necesarias en toda restauración y como no, como guí­a para la propia actividad restauradora, puesto que los estudios arqueológicos indicarán cómo ha evolucionado el edificio y cuáles son las caracterí­sticas técnico-constructivas de cada una de las fases, evitando de este modo priorizar determinados rasgos por motivos puramente estéticos (AZKARATE, 2003: 55-71).

La lectura de alzados efectuada en Arbileta abarcó todo el conjunto, mientras que la excavación de subsuelo se circunscribió a puntos concretos de él. Su elección fue resuelta una vez que la lectura de paramentos se encontraba ya concluida, al contar con unos criterios y unos objetivos más claros y seguros de cara a resolver los principales problemas interpretativos que surgieron del análisis previo. La excavación de los sondeos, en consonancia con la metodologí­a empleada a lo largo del trabajo, ha seguido los planteamientos expuestos por E. C. HARRIS y A. CARANDINI. Por ello, en cada una de las zonas intervenidas hemos trabajado en openarea siguiendo la estratigrafí­a real.

Tras la finalización del estudio arqueológico de campo, el último paso consistió en la unificación de los resultados y en la elaboración de una única secuencia evolutiva del conjunto, donde se han ordenado diacrónicamente las diferentes actividades documentadas y se han tratado de comprender e integrar en su contexto histórico las distintas fases identificadas. Una sí­ntesis de esta secuencia es la que presentamos a continuación.

 

3. LA SECUENCIA HISTí“RICO-CONSTRUCTIVA

FASE 1. El monasterio de San Clemente

LOS RESTOS CONSERVADOS

La lectura de paramentos efectuada a la actual ermita de San Clemente puso de manifiesto que la práctica totalidad del edificio conservado se correspondí­a con una reconstrucción acontecida en época bajomedieval. No obstante, se pudo documentar un elevado número de materiales reutilizados que pertenecí­an, sin duda, a un templo anterior, a todas luces el primitivo monasterio de San Clemente.

Tres son los elementos vinculados a este edificio que en el momento de levantar la obra gótica fueron reutilizados y remontados en diferentes ubicaciones.

a) Sillares de carniola (toba). Distribuidos de forma aleatoria por los diversos paños, si bien con una mayor concentración al interior del muro de cierre norte, aparecí­an diversos sillares de carniola que contrastaban con la mamposterí­a de caliza local (caliza margosa) empleada en la mayor parte de la obra.

b) Sillares de calizas dolomí­ticas. Aunque menos representados que en el caso anterior, se documentaron también diversos sillares de calizas dolomí­ticas con labra de tallante y cincel de punta cóncava (azuela) salpicando el edificio. Un ejemplo claro es el remate superior de la ventana aspillera abierta en el muro oriental.

c) Sepulcros exentos. En las jambas interiores que conformaban la puerta occidental existen también dos grandes piezas de arenisca con labra a picón y/o puntero. Teniendo en cuenta la sección de ambas piezas, el remate en punta de su extremo occidental y el rebaje apreciable en la cara que da hacia el relleno interno del muro, se han podido identificar con la tapa monolí­tica de un sepulcro exento. En concreto, una cubierta de sección triangular a doble vertiente. Los mismos rasgos constructivos también se observaban en las jambas externas de una ventana abierta en la zona superior oeste de la fachada meridional (Ues. 1033 y 1034). Se trata de dos piezas de morfologí­a similar ejecutadas sobre arenisca que pertenecen a los laterales de un sepulcro. Junto a estos restos diseminados por el alzado del actual edificio, la excavación arqueológica registró parte del cierre norte de un templo anterior, ratificando la hipótesis propuesta en la lectura de paramentos. La estructura documentada, con una orientación este-oeste, conservaba restos tanto de la cimentación como del alzado (Ues. 115 y 128), registrándose en su extremo oriental un esquinal que marcaba el quiebro del muro hacia el sur y en su extremo occidental restos de otro esquinal que denunciaba un nuevo quiebro hacia el norte. Su fábrica estaba compuesta por mampuestos de caliza margosa, extraí­dos muy probablemente aprovechando las vetas naturales de entorno inmediato, trabados con un mortero de cal blanquecino que destacaba por su compactación y textura quebradiza.

Al interior del edificio, en la esquina noroeste, se pudo documentar también una estructura de planta circular (Ue. 112), construida con piezas de toba, que poseí­a un hueco central circular de 0,5 m. de diámetro y 17 cm. de profundidad.

Se puede interpretar como la base para sustentar una pila bautismal, con encaje central para el pie. Su pertenencia a este templo viene avalada por la relación estratigráfica de anterioridad respecto al muro de cierre occidental de la posterior iglesia gótica, que apoya parcialmente sobre la citada estructura. La excavación arqueológica puso también de manifiesto la presencia de un gran relleno de nivelación, adosado contra el muro (Ue. 115), que en el área interna sirvió como cama de preparación para un desaparecido suelo (Ue. 119) y en la externa como superficie de enterramiento (Ue. 118).

Respecto a esta última superficie, debemos señalar que no podemos ofrecer información cerrada sobre las caracterí­sticas generales de los enterramientos, y por ende de la necrópolis, al no haberse excavado el entorno completo del templo.

No obstante, sí­ estamos en disposición de exponer los datos que nos han ofrecido las sepulturas exhumadas al norte. En concreto, se han registrado siete sepulturas de las denominadas de lajas o cista, consistentes en una fosa rectangular reforzada en sus paredes por lajas calizas verticales, cubiertas a su vez con otras losas del mismo material. Aunque algunas sepulturas carecí­an de paredes y cubiertas en determinadas zonas, parece lógico pensar que en origen debieron tenerlas, siendo desmanteladas o arrasadas posteriormente. Todas estaban canónicamente orientadas este-oeste, si bien algunas no presentaban individuo en su interior.

RECONSTRUCCIí“N ESPACIAL DEL EDIFICIO

Con los datos materiales registrados en el epí­grafe anterior resulta plausible efectuar una reconstrucción, en forma de hipótesis, que permita «visualizar» el primitivo monasterio de San Clemente.

En primer lugar, debemos señalar que debí­a ser un edificio de gran sencillez, tanto desde el punto de vista formal como técnico.

Así­, los restos de muro conservados permiten estimar una iglesia de planta de salón, con cabecera destacada de aproximadamente 4 m. de longitud por no más de 3 m. de anchura interior. Aunque la nave no ha podido ser documentada, el registro de las anteriores dimensiones y la existencia de algunos paralelos regionales -caso de San Román de Tobillas (AZKARATE, 1995), Santa Lucí­a de Gerrika en Bizkaia (NEIRA, 2006) y

Santa Eulalia de Atiega (PLATA, 2007) o Ntra. Sra. de la Asunción de Valluerca en ílava (SíNCHEZ, 2007) permiten estimar unas medidas de ca. 6 m. de longitud por 4 m. de anchura. Para su construcción se emplearon diferentes técnicas y materiales, cuya variación responde principalmente a su funcionalidad. Las cimentaciones estaban integradas por mampuestos de caliza margosa, de grandes dimensiones que en los alzados para incrementar la estabilidad del conjunto. Los alzados presentaban una mamposterí­a más homogénea, con algunas variaciones en los esquinales al emplearse piezas de mayor tamaño para reforzar la estructura. Además, es muy probable que tanto en estos esquinales como en el recerco de los vanos se emplearan las calizas dolomí­ticas documentadas anteriormente, reservando las piezas de carniola, bien para la parte alta de los muros, bien para una posible bóveda que cubriese el edificio.

A los pies se emplazaba la pila bautismal, encargada de administrar el santo sacramento del bautismo a las mismas almas que más tarde poblarí­an la necrópolis existente al exterior del edificio, localizada por la ladera norte, este y oeste.

SU CRONOLOGíA

Para la fecha de construcción y uso del monasterio es necesario analizar conjuntamente los datos que ha ofrecido la excavación con los de la lectura de paramentos y, como no, con las fuentes escritas.

La primera referencia documental a San Clemente de Arbileta está fechada el 18 de marzo de 1192, dí­a en el que Alfonso VIII de Castilla dona a la iglesia de Calahorra el «monasterium beati Clementis quod dicitur Haruireta, quod situm est in Orduña Suriguren, cum ovni suo iure et ómnibus directuris et pertinentiis suis, tam heremis quam populatis, que ad iam dictum monasterium petinet uel pretiñere debent iure hereditario imperpetuumhabendum et irreuocabiliter possidendum» (RODRíGUEZ DE LAMA, 1979: 102-103).

Basándose en este dato aislado, ya desde el siglo XVIII, los distintos investigadores que han afrontado la historia de la zona han tratado de aventurar hipótesis sobre la fecha de construcción del templo, llegando a situarla en una horquilla que varí­a entre el 894 y el 1063.

Asimismo, diversos eruditos de los siglos XVIII y XIX revelan la presencia en Arbileta de una antigua inscripción, hoy desaparecida, que demostraba cómo el rey Fernando el Santo reedificó la iglesia en 1248. En concreto, se podí­a leer lo siguiente: «Estando el Rey Don Fernando Santo sobre Sevilla se reedificó esta Iglesia». Este dato fue ofrecido en 1785 por Cayetano Palacio y Salazar en su «Descripción de la Ciudad de Orduña», y confirmado después por José Antonio de Armona y Murga en 1789, en su libro «Apuntaciones históricas de la Ciudad de Orduña». Sin embargo, este último autor ya demostraba la falsedad de la inscripción, argumentando la imposibilidad que Fernando tuviera el apelativo del Santo en 1248, puesto que no se declaró su santidad hasta 1641. Esto implica que el epí­grafe objeto de discusión, si existí­a, debí­a se posterior o coetáneo al siglo XVII.

De lo dicho anteriormente sólo podemos asegurar que el templo ya era una realidad fí­sica en el año 1192. No obstante, la lectura de alzados documentó la presencia de algunos materiales constructivos reutilizados en la reedificación del templo gótico, cuyos rasgos técnicos indican que su cronologí­a podrí­a retrasarse hasta la Alta Edad Media.

En concreto, la talla con cincel de punta cóncava (azuela) que aparece en los sillares de caliza dolo-mí­tica deja de emplearse, al menos en el territorio alavés, en obras posteriores al siglo X, siendo uno de los rasgos más caracterí­sticos de las iglesias altomedievales (SíNCHEZ, 2007).

A estos datos se añade la presencia de un sepulcro con cubierta monolí­tica a doble vertiente que, aún conscientes de los problemas que presenta su adscripción cronológica, pudiera fecharse entre los siglos IX y X si atendemos a algunas investigaciones efectuadas en el territorio (AZKARATE; GARCíA CAMINO, 1996: 192-195).

Asimismo, la presencia de una necrópolis constituida por sepulturas de lajas –tipológicamente idéntica a la registrada en la reciente intervención arqueológica de San Román de Zedelika (Orduña), fechada entre el siglo VIII y el siglo XI o comienzos del XII (SOLAUN, e.p.)- permite sospechar una horquilla cronológica similar a ésta.

Por último, algunos de los contextos asociados a la construcción del templo han aportado materiales cerámicos que permiten una aproximación cronológica, si bien con horquillas todaví­a muy amplias dado el escaso número de fragmentos recuperados en cada uno de ellos.

El primero de los contextos corresponde a la Ue. 118, un relleno de nivelación empleado como superficie de enterramiento para la necrópolis, adosado a la cimentación del templo y cortado por la fosa del enterramiento 1. Este contexto aportó 6 fragmentos informes de cerámica, de los cuales 5 corresponden al Grupo VI y 1 al Grupo

V1. Pese a lo escaso de la muestra se trata de un conjunto homogéneo que en Orduña podrí­amos situar entre los siglos X y XII.

El segundo contexto es la Ue. 202, perteneciente al relleno del enterramiento 6. En él encontramos 8 fragmentos cerámicos pertenecientes al Grupo VI, si bien sólo uno de ellos pertenece a una forma identificable, la Orza 1-VI. Respecto a la cronologí­a de este conjunto, la homogeneidad del mismo nos llevarí­a a unas fechas similares a las propuestas para la anterior Ue. 118. Es decir, siglos X al XII.

En sí­ntesis, de los datos aportados por los diferentes estudios arqueológicos y documentales es posible presumir una cronologí­a para esta primera fase situada entre los siglos IX ó X.

SU INTERPRETACIí“N HISTí“RICA

Recientemente señalábamos cómo la secuencia estratigráfica derivada de dos intervenciones arqueológicas efectuadas en el Valle de Orduña, una en la iglesia de San Pedro de Lendoño de Arriba y otra en la ermita de San Román de Zedelika, podí­a interpretarse en unas coordenadas históricas muy similares a las planteadas por I. Garcí­a Camino sobre la configuración de la sociedad feudal en Bizkaia (SOLAUN, e.p.).

En concreto, la aparición de una necrópolis altomedieval junto a la ermita de San Román puso al descubierto la existencia de una primitiva aldea altomedieval en Zedelika, dotada de una iglesia que, hacia el siglo XI o la 1ª mitad del siglo XII, acabarí­a convertida en simple ermita.

Otra aldea debí­a levantarse por esas fechas en el entorno de Arbileta (conocido en el siglo XII como Orduña suriguren). La presencia de esta comunidad queda demostrada arqueológicamente por la presencia de una necrópolis junto a su parroquia de San Clemente y documentalmente por una sentencia sobre aprovechamiento de montes, lí­mites, daños de ganado de 1465, en la que se vieron envueltos los vecinos y concejos de Lendonno de Yuso e Poí§a e San Clemente e Ripa (ENRíQUEZ, 1994: 703-705).

La localización de esta aldea, desaparecida en la actualidad, puede rastrearse a través de su topónimo, fosilizado a unos 200 metros al oeste del templo, al otro lado de la carretera que conduce hacia Lendoño de Arriba. Su situación geográfica, ligeramente apartada del templo, no debe resultarnos extraña en el contexto espacial en el que nos encontramos, ya que la dispersión del hábitat es un hecho bastante frecuente en el Valle de Orduña, un signo quizás de la posterioridad de los templos respecto a los núcleos habitados. No obstante, resulta significativo el hecho de que la aldea se designe con el hagiotopónimo de San Clemente -la iglesia da nombre a la población-, lo que hace pensar lo contrario, al menos, para este caso concreto.

De cualquier manera, de lo que no cabe duda es de la antigua condición parroquial de San Clemente, atendiendo a una pequeña aldea situada en sus inmediaciones. Una aldea, por otro lado, de realengo, como se pone de manifiesto en la donación que hace Alfonso VIII a finales del siglo XII, usufructuada muy posiblemente por campesinos libres obligados únicamente al pago de algunas rentas o cánones a la Corona. Con esta segunda etapa constructiva se dotará al conjunto de la fisonomí­a que, a grandes rasgos, podemos observar actualmente.

Así­, en este momento se levantarán tres edificaciones2: la iglesia propiamente dicha (CF. 1); un edificio anexo al oeste (CF. 2) y un pórtico adosado contra su paño meridional (CF. 3).

– CF. 1. La iglesia. Se corresponde con el templo que hoy podemos apreciar, siendo una reconstrucción ex novo sobre el solar del primitivo monasterio. Para su edificación se cajeará el terreno hasta la roca natural (Ue. 121), arrasando las estructuras y enterramientos preexistentes a excepción del espacio destinado a la pila bautismal, que se mantiene y respeta, si bien su cimentación también será cubierta parcialmente por el muro occidental de la iglesia y un banco corrido adosado al esquinal noroeste (Ue. 101).

El nuevo edificio presenta planta de salón con testero recto. Sus dimensiones se estiman ligeramente mayores que las del templo anterior, al presentar 11,5 m. de longitud por 7,4 m. de anchura y 6,5 m. de altura máxima conservada.

Su fábrica, levantada con muros de mamposterí­a caliza de doble hoja que llegan al metro de grosor (Ue. 1001), se refuerza en las esquinas con sillares labrados a picón y/o puntero, destacando -como se indicó páginas más arriba- algunos restos reutilizados del primitivo templo. El templo conserva cuatro pequeñas ventanas, aunque sólo tres parecen originales. Una se abre en la fachada sur, desplazada hacia el este, a media altura, con fuerte derrame al interior y remate superior adintelado. Otro vano, abierto en esta misma fachada y actualmente cegado, es una obra posterior a la fábrica original del edificio, para proporcionar luz al coro alto tras la construcción del hospital. Lo más interesante de esta ventana es que reutiliza para sus jambas dos fragmentos de sepulcro y para el alfeizar el dintel de un antiguo ventanal geminado con doble arco de medio punto. En la zona central del testero se sitúa otra ventana con fuerte derrame, aunque rematada en un arco de medio punto. Tanto las jambas como el alfeizar están delimitados por sillares calizos, mientras que para el remate superior se han reutilizado fragmentos de piedra caliza dolomí­tica.

La última ventana puede intuirse en la parte superior del paramento occidental.

Expoliada durante el siglo XX, aparece en algunas fotografí­as antiguas de principios del siglo pasado, donde se puede apreciar un estrecho vano biselado, formado por una pieza monolí­tica rectangular.

El templo poseí­a dos puertas, una al sur, correspondiente al acceso principal del templo, y otra al oeste, que permití­a la comunicación con un edificio adosado al oeste (CF. 2). Conservadas actualmente, presentan caracterí­sticas similares (dovelaje sin decorar, labra a picón y/o puntero con retalla a cincel, arco apuntado por el exterior y rebajado por el interior), si bien muestran algunos rasgos caracterí­sticos que las diferencian.

Así­, la portada meridional es de mayores dimensiones (2,28 m. de altura por 1,45 m. de luz al exterior, frente al 1,6 m. por 0,6 m. del occidental) y no dispone de dovela central al exterior, a diferencia de la occidental.

A destacar también la presencia de dos pequeños huecos rectangulares abiertos al interior del muro sur que, por su posición junto al altar, parecen haber estado relacionados con la actividad litúrgica.

– CF. 2. El edificio anexo. El estudio arqueológico permitió registrar la presencia de un edificio adosado al oeste de la iglesia, formando parte del mismo proyecto, cuya existencia parece lógica si tenemos en cuenta que la puerta occidental fue construida para comunicar ambas estructuras.

Prueba de su coetaneidad y de que ambas estructuras se encontraban unidas es la presencia en el paño oeste del templo de varias improntas verticales (Ues. 1011 y 1012) pertenecientes al engarce con los muros norte y sur del edificio anexo que fueron desmontados, como veremos, a mediados del siglo XX.

Atendiendo a los restos constructivos conservados, se tratarí­a de una estancia rectangular, orientada este-oeste, con una longitud interna de 5,43 m. y una anchura de 3,95 m. Para su construcción se levantaron únicamente los muros oeste, norte y sur (Ues. 208, 209 y 212), al reaprovechar el cierre occidental de la iglesia. Presentaban una fábrica similar a la descrita en la iglesia, con muros de mamposterí­a caliza trabada con una argamasa amarillenta en la que destacaba la presencia de abundante árido calizo. En cuanto a sus accesos, además del que comunicaba esta estancia con la iglesia, se documentaron otros dos, uno en el lateral sur y otro en el norte (este último abierto probablemente en un momento posterior), ambos esquinados al oeste. Actualmente desaparecido, el del norte pudo ser documentado gracias a la excavación arqueológica, mientras que el del sur se reconoce por fotografí­as de principios del siglo XX.

Además, parece probable que el dintel de un antiguo ventanal geminado con doble arco de medio punto, reaprovechado actualmente como alfeizar de una ventana de la iglesia, perteneciese  a este edificio. Así­ parece indicarlo el hecho de que no pueda asociarse a la propia iglesia y que se reutilice en una ventana abierta tras la construcción del hospital, justo en el mismo momento en que el edificio es parcialmente derribado durante las obras de conversión de Arbileta en un conjunto hospitalario.

– CF. 3. La estructura porticada. El costado meridional de la iglesia presentaba algunos restos materiales que permitieron confirmar la presencia de una estructura porticada protegiendo el acceso al recinto.

Por una parte, la fachada conserva aún tres ménsulas calizas talladas a picón y/o puntero, a cuarto bocel, situadas a unos 3,5 m. del suelo, destinadas a soportar la viga de madera que sustentaba la cubierta a una vertiente.

Por otra, el sondeo efectuado a los pies de esta fachada permitió conocer las dimensiones generales de la estructura, de aproximadamente 5 m. de longitud por 3,2 m. de anchura.

J. M. MARTíNEZ TORRECILLA . A. PLATA MONTERO. J. L. SOLAUN BUSTINZA.

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