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Orduña artí­stica

Orduña artí­stica

La Antigua (2)1.- Iglesia de Santa Marí­a

La iglesia de Santa Marí­a de Orduña es uno de los edificios más singulares de Bizkaia. Es un gran templo parroquial de planta cuadrada, con tres naves de cuatro tramos más tres capillas a cada flanco, y cabecera recta. Fue levantada en su mayor parte en el siglo XIV, si bien las últimas bóvedas se erigieron en los siglos XV y XVI. En fechas posteriores ha sufrido también numerosas intervenciones.

Las bóvedas son de variada tipologí­a: de terceletes, lunetos, de crucerí­a, etc. Los soportes empleados en su arquitectura son unos recios pilares ochavados con columnillas de escasa decoración. Solamente las columnas adosadas de la cabecera presentan decoración vegetal y fantástica.

El templo está formando parte de la muralla levantada en el siglo XIII, motivo por el cual presenta un imponente paseo de ronda que se abre en arcos de medio punto por los contrafuertes exteriores del lado Este, lo que le da aspecto y carácter de fortaleza. Exteriormente destaca también la sacristí­a, maciza construcción del siglo XVIII sin apenas vanos con un saledizo apoyado en baquetones. Es de destacar su galerí­a abierta en la parte superior.

El acceso al templo es desde el pórtico de estilo neoclásico realizado en sillerí­a a partir de 1789 con traza de Martí­n de Carrera. Como corresponde con su sobrio estilo, se trata de un pórtico de cinco arcos de medio punto flanqueados por pilastras de orden toscano que sostienen un entablamento liso, rematado en su centro con un frontón triangular. Dentro del pórtico se encuentran las portadas, una de ellas de 1913, y el acceso a la torre que se levantó entre 1597 y 1633. Esta torre es de sillerí­a y consta de dos cuerpos separados por una sobria lí­nea de imposta. Se abren dobles huecos para campanas en tres de sus lados. Fue trazada en 1617 por Martí­n Ibáñez de Zalbidea.

Esta iglesia tiene un patrimonio mueble importante. En la cabecera y adaptado a ella se sitúa el retablo mayor, obra barroca en su fase clasicista, de tipo fachada, con planta recta. Verticalmente consta de tres calles y horizontalmente tiene banco, dos cuerpos y ático. Los soportes empleados son columnas pareadas de fuste estriado. Es obra de José de Palacio Arredondo (escultura y decoración) y Martí­n de Arana (traza y mazonerí­a), escultor y arquitecto, entre 1657 y 1660. Tanto los relieves que narran la vida de la Virgen y la infancia de Cristo como las tallas de santos y apóstoles son de calidad destacable. Aún con ligeros recuerdos romanistas, son tallas barrocas continuadoras del estilo de Gregorio Fernández, con paños de pliegues rí­gidos y rostros naturalistas. La policromí­a de estas tallas y relieves -la mazonerí­a se quedó en blanco- es obra de Francisco de Zacona entre 1672 y 1673. Este retablo sufrió cambios en 1795 bajo la dirección de Martí­n de Carrera. En este momento se le añadieron algunos elementos tales como la Asunción de la calle central, obra de Mauricio Valdivielso. La talla del Cristo Crucificado situado en el primer cuerpo está realizada en 1913 y hasta 1960 se encontraba en una capilla.

La parroquia de Santa Marí­a disfruta de numerosas capillas laterales. Empezando por el lado del Evangelio, la primera capilla es la dedicada a la Inmaculada, llamada «capilla de don Iñigo» por estar fundada por Iñigo Ortés de Velasco y su esposa Marí­a de Salazar como lo demuestran la documentación y los escudos. Se terminó su construcción en 1581. Se abre a la nave en un arco de medio punto y se cubre con bóveda de terceletes. Está cerrada por una magní­fica reja muy interesante terminada en 1584 según reza su inscripción y hecha por Gonzalo de Velasco, maestro rejero de Bilbao. Se trata de la reja más destacada de Bizkaia por su extraordinaria calidad. Es de hierro y se compone de dos cuerpos de balaustres renacentistas y un decorado remate. La decoración es del renacimiento pleno: balaustres, jarrones, volutas, puttis, máscaras, guirnaldas, medallones, drapeados, etc. No faltan los escudos de los fundadores de la capilla. En el interior conserva un retablo barroco de las últimas décadas del siglo XVII de Antonio de Alloytiz, que consta de banco, dos cuerpos y ático, y tres calles. El programa iconográfico obedece a las devociones particulares de sus fundadores. Destaca la decoración de pámpanos y racimos de las columnas llamadas de emparrado compacto, y la talla de la Inmaculada, titular del retablo, seguidora del modelo impuesto por Gregorio Fernández. También conserva dos lienzos barrocos, uno de San Felipe Neri, obra castellana de principios del siglo XVIII y otro de un santo.

La capilla contigua está dedicada a la Virgen del Pilar y fue levantada por Bernardino de Echegoyen y Catalina de Lequeitio en el siglo XVI, tal y como dejaron constancia a través de la numerosa heráldica presente en la capilla. Posteriormente perteneció a los Terreros. Tiene bóveda de terceletes y se abre con arco apuntado. Tiene una reja de madera y un retablo neoclásico realizado en 1820 con la imagen de la Virgen del Pilar en el centro y un relieve de la Virgen de la Antigua. También pertenece a esta capilla una pintura de San Pedro de Alcántara de finales del XVII o principios del XVIII.

La última capilla en este lado es la capilla de la Escuela de Cristo, una gran construcción de planta de cruz griega y cúpula sobre pechinas. Se levantó en las últimas décadas del siglo XVII por la Congregación de la Santa Escuela de Cristo, promovido por Fray Tomás de Isla, sobre la antigua sacristí­a de la parroquia. Tiene un retablo neoclásico dedicado a la Dolorosa realizado en 1790 por Juan Antonio de Moraza y dorado por Blas de Gaviña en 1792, una interesante cruz-relicario y un lienzo de San Felipe Neri, fundador de la Escuela de Cristo, de mediados del siglo XVIII y con estrecha relación con composiciones italianas.

En el lado de la Epí­stola se encuentran otras capillas. Empezando por la cabecera, la primera es la capilla de San Pedro, patrocinada por Juan Sáenz de Herrán y Fernández de Arbieto a principios del siglo XVI. También cubierta por bóveda de terceletes, está cerrada por una reja neogótica que hace juego con el sepulcro, ambos de 1906 y costeados por los nuevos patronos, los Olaso. Sobresale el retablo, magní­fico ejemplar de la retablí­stica tardogótica realizado a principios del siglo XVI (hacia 1520) en algún taller de Amberes. El titular es San Pedro, que se nos muestra sentado vestido de papa. A los lados, en unos espacio-capilla decorados con finas cresterí­as, se muestran relieves de su vida y de la Pasión de Cristo. De formas abigarradas y marcado realismo y detallismo, presentan una policromí­a hispanoflamenca magní­fica que hace ser a este retablo uno de los mejores conjuntos de importación del Paí­s Vasco.

La próxima capilla es la del Santo Cristo, fundada por los Aguinaga con anterioridad a 1577. Cubierta con bóvedas de terceletes como otras de la parroquia, tiene en su interior un coro y un retablo neogóticos de 1908, de cuando la capilla cambió de patronos y advocación. Conserva asimismo un lienzo barroco de Santa Teresa.

La última capilla del lado de la Epí­stola es la capilla de Santa Lucí­a, también llamada «capilla del Heno» por el uso de almacén de heno que tuvo en el siglo XVII, que ahora es el baptisterio. Fue fundada por Francisco de Arias en el siglo XVI. Tiene dos retablos. Uno es neoclásico y está dedicado a San Antonio Abad, realizado en 1820 cuando la Cofradí­a de este santo se hizo con la capilla que estaba derrumbada y la rehizo. El otro retablo, de Santa Lucí­a, es barroco clasicista realizado hacia 1660, con columnas de fuste culebreado y decoración vegetal carnosa. A los lados de la titular, talla de cierta prestancia, se encuentran pinturas de Santa Cecilia y Santa ígueda, de sabor popular. En el ático, talla de Santa Teresa.

A los pies de la iglesia se sitúa el coro, levantado entre 1818 y 1819 por los maestros Hilario de Echeverrí­a y Eugenio de Murga sustituyendo el anterior existente. El órgano procede del colegio de los jesuitas y parece ser que se hizo hacia 1910.

En el crucero también se encuentran varios retablos. Uno es el neogótico de la Virgen del Carmen, hecho en 1808 con traza de Manuel de la Peña y costeado por Agustí­n de la Torre y José Ignacio de Carranza, beneficiados. Se retiró uno anterior que se consideró defectuoso cuya titular -de estilo barroco- se encuentra en el convento de las Carmelitas. Hace pareja con otro retablo similar dedicado a San José, donado en 1918 y que sustituyó al anterior que se trasladó a Lendoño de Abajo.

El segundo retablo es de la Virgen del Rosario y es del siglo XVIII, con columnas salomónicas y profusa decoración de hojarasca. En el centro está la titular, imagen vestida, y a sus lados tallas de San Isidro y Santa Marí­a de la Cabeza. En el segundo cuerpo, un santo dominico. Hace pareja con el retablo del Perpetuo Socorro, retablo transformado en el siglo XX. Su antigua titular, la Virgen de la Soledad, se trasladó a Belandia. Ahora conserva una pintura de la Virgen del Perpetuo Socorro y una talla de Santo Domingo de Guzmán. Existe otro retablo, el de la Purí­sima Concepción. Es neoclásico con la titular del siglo XIX.

En el templo se conservan algunas imágenes sin retablo. Se trata de una talla procesional de Cristo Crucificado del siglo XVIII, varias tallas barrocas de la Inmaculada Concepción, y una Andra Mari de hacia 1300, con plegados poco evolucionados, obra de un artista popular. En la sacristí­a hay unas interesantes grisallas de San Clemente y San Bernabé que proceden de la desaparecida ermita de San Clemente de Arbileta, obra de pintores locales de segundo tercio del siglo XVI.

La parroquia también posee varios pasos procesionales. Una de ellas es la íšltima Cena, de figuras vestideras, realizada en 1796. También existen los pasos del Descendimiento, Santo Entierro con una talla articulada, un Cristo Crucificado y otras tallas de cierta prestancia, realizadas en el siglo XX en su mayorí­a y donaciones de particulares devotos.

2.- Iglesia de la Sagrada Familia

La iglesia actual era el templo del Colegio de los jesuitas. Tras la expulsión en 1767 pasó a ser parroquia bajo el tí­tulo de San Juan el Real por haberse trasladado allí­ en 1769 la parroquia de San Juan del Mercado. En 1870 recuperó su antiguo ser de templo del Colegio de la compañí­a hasta 1932. En 1964 fue adquirido por los Padres Josefinos de Murialdo y es iglesia de la Sagrada Familia. También albergó una casa de caridad.

La erección del colegio se debe al mecenazgo de los marqueses de Villafuerte, Juan de Urdanegui (fallecido en 1682) y Constanza de Luxan y Recalde (fallecida en 1712), residentes en Lima. Juan de Urdanegui era militar y poco antes de morir ingresó en la Compañí­a de Jesús. Sus retratos -pinturas enviadas desde Perú- se encuentran en el presbiterio con sus escudos y unas inscripciones. Debajo hay unas urnas con restos mortales de los fundadores: unos huesos en el caso de Juan de Urdanegui, y el corazón en el caso de Constanza de Luxan.

El templo es un buen ejemplar de arquitectura jesuí­tica. Fue trazado en 1680 por Santiago Raón e inaugurado en 1694. Tiene planta de cruz latina de tres naves de tres tramos y cabecera recta. Se cubre en su totalidad con bóvedas de lunetos decoradas con yeserí­as de motivos geométricos y vegetales carnosos. En el crucero se puede ver una cúpula sobre pechinas igualmente decorada y con el anagrama IHS en el centro.

La fachada se divide en tres calles verticales separadas por pilastras lisas, abiertas con arcos de medio punto y rematadas por sendas espadañas. El remate del cuerpo central ostenta el escudo del fundador así­ como un reloj y una gran imagen del Sagrado Corazón.

En el interior destaca el retablo mayor, ejemplar de notable calidad artí­stica, realizado por el arquitecto Felipe del Castillo y el escultor Martí­n del Hoyo entre 1688 y 1689. Es una máquina barroca compuesta por banco, cuerpo único y remate y tres calles. Presenta cuatro columnas salomónicas de orden gigante con decoración de vides, apoyados en carnosos mensulones vegetales. Todo el armazón presenta una decoración volumétrica vegetal pegada a la estructura. En la calle central se encuentran el sagrario, un Crucificado, una talla del Niño Jesús con el Padre Eterno y en el remate San Ignacio. En las calles laterales están San José y la Virgen. Sobre ellos, dos relieves: uno que narra la predicación de San Juan Bautista, haciendo alusión al fundador, y otro que representa el martirio de Santa Constanza para hacer honor a la fundadora. En el banco también tiene dos pinturas, de la Anunciación y de la Sagrada Familia.

El interior del templo cuenta además con otros ocho retablos laterales, todos barrocos y emparejados unos frente a otros en los tramos. En el crucero están los retablos gemelos de San José y del Corazón de Marí­a, en origen de San Ignacio y San Francisco Javier. Ambos son buenos retablos barrocos churriguerescos, de la época del retablo mayor y con parecida traza, lo que demuestra su concepción unitaria dando así­ más valor al conjunto. Destaca la decoración carnosa vegetal que trepa a lo largo de toda la estructura arquitectónica. El de San José, en el lado del Evangelio, tiene un titular del siglo XX que no corresponde con el retablo. No así­ el relieve del remate, que representa a la Virgen entregando a dos jesuitas arrodillados la Regla de la Compañí­a. El retablo del Corazón de Marí­a, en el lado de la Epí­stola, también tiene la titular moderna. El relieve representa el martirio de tres jesuitas. Ambos están sin dorar.

Siguiendo el lado del Evangelio y desde la cabecera, encontramos el retablo de San Ignacio. Es barroco churrigueresco, de cuerpo único y remate. El titular es buena imagen de San Ignacio, bastante expresiva. En el ático, un ángel. Este retablo es gemelo al del Sagrado Corazón, en el mismo tramo del lado opuesto, con imagen moderna del titular y relieve con una santa orante.

En el segundo tramo encontramos el retablo de San Antonio de Padua, con una pintura del titular de ejecución local y en el ático una talla de un santo, y al otro lado el de San Leonardo Murialdo, fundador los Padres Josefinos, con otro lienzo y un San Miguel en el remate.

El último retablo está ubicado en el próximo tramo y está dedicado a Santa Rosa de Lima. Fue construido a finales del siglo XVII para albergar el lienzo que muestra los desposorios de la santa y que se dice tradicionalmente traí­da desde Lima. En el ático tiene otra pintura que representa a San Estanislao de Kostka recibiendo la comunión.

Además de los retablos laterales, en la iglesia podemos encontrar varios lienzos colgados en diversos lugares. Muestran a varios santos jesuitas, San Francisco, La Virgen, etc.

3.- Convento de Santa Clara

Se ubica en el antiguo convento de los franciscanos que habí­a sido fundado en 1469 sobre una ermita. El traspaso a las clarisas se realizó en los últimos años del siglo XVI.

Es un templo de nave única de tres tramos con cabecera recta un poco más ancha, y tiene tres capillas laterales en el lado norte. Se cubre en su totalidad con bóvedas de terceletes apoyados en ménsulas y con las claves decoradas. La nave se debió levantar hacia 1510 pero la cabecera es algo posterior, ya que en 1522 los franciscanos daban el patronato de la capilla mayor y el derecho a ser enterrado en ella a Diego Fernández de Aguinaga a cambio de costear su construcción. Efectivamente, en el centro de la nave fue enterrado el promotor como se puede comprobar en la heráldica y la inscripción «Diego Frrs de / Aguinaga» que se encuentra en la losa sepulcral.

En la cabecera se sitúa el retablo mayor, de estilo barrocho churrigueresco y dorado parcialmente. Debió ejecutarse en torno a 1735. Se compone de sotobanco, banco, cuerpo único y cascarón. Verticalmente tiene tres calles. Emplea columnas de orden corintio y estí­pites, y toda la mazonerí­a se encuentra cubierta de subientes vegetales de destacado volumen compuestas por hojarasca, veneras, angelitos, anagramas y otros sí­mbolos, como es habitual en su estilo.

La titular, Santa Clara, es una talla frontal y de pliegues duros. Nos muestra a la santa portando un báculo y la custodia y un tocado de flores. A los lados están Santa Coleta, con las manos en el pecho mostrando su corazón y con un ángel volador, y Santa Rosa, portando una cruz y unas rosas. En el ático se encuentra la escena de la estigmatización de San Francisco. Nos muestra al santo de rodillas acompañado por el hermano León, mientras un querubí­n le marca los estigmas representados por unas cuerdas reales, unos postizos. A los lados, encima del entablamento, están las tallas de San Buenaventura, con una maqueta de una iglesia en sus manos, y San Antonio de Padua, identificable por llevar el Niño en brazos. Rematando todo el conjunto se puede ver el escudo de Castilla y León con el águila bicéfala. También hay dos escudos de la ciudad de Orduña a los lados.

El templo tiene tres capillas laterales. La primera, la capilla del Santo Cristo, está abierta desde el presbiterio con un arco de medio punto y es la fundada en 1549 por Ochoa de Luyando, del Consejo de Indias y secretario de Carlos I, y su esposa Casilda de Mendoza. Tiene cubierta de terceletes. Está cerrada con una buena reja con la fecha 1555, de hierro forjado, con balaustres y decoración «a la romana», compuesta de grutescos. Está coronado con el escudo de los Luyando y Hurtado de Mendoza. En su interior tiene el retablo del Santo Cristo, un marco neoclásico con una excelente talla renacentista del crucificado llamado «Cristo del Perdón» que fue donado por el fundador y de gran devoción en la ciudad.

La capilla de la Dolorosa es la contigua, y estuvo bajo la advocación de la Purí­sima hasta 1986. Debió ser fundada hacia 1620 por Mateo de Urquina, Secretario de Guerra en los Estados de Flandes, quien dispuso ahí­ su enterramiento. Ha sido muy reformada. Se accede a ella por un arco de medio punto abierto en el presbiterio, es de planta ultracircular y se cubre con bóveda de horno. Guarda una pintura de la Dolorosa que procede de la capilla anterior.

La última capilla es la de Artiaga y Echegoyen o de la Inmaculada, tal y como reza una inscripción de ejecución reciente. Antiguamente era la capilla de los Velasco, llamada «capilla de don Iñigo». De planta cuadrada, se abre a la nave con arco apuntado y se cubre con bóveda de terceletes apoyando en ménsulas. Alberga el retablo de la Virgen del Milagro del Pozo, un pequeño retablo renacentista con una pintura importada de gran calidad. Muestra a la Virgen con el Niño y acompañada por varios ángeles, dos de ellos músicos y narra el milagro de un niño caí­do a un pozo y salvado por su ayuda. Tiene una monja clarisa orante en primer plano, tal vez la donante de la obra. En los netos de apoyo de las columnas también existen unas pinturas, de ejecución local y más toscas, con los cuatro evangelistas.

En esta misma capilla se encuentra una interesante pintura de San Francisco y Santo Domingo. Nos muestra a los santos orando y mirando a Cristo, en la parte superior de la pintura, que está a punto de arrojar unos dardos a la humanidad pecadora. A su lado la Virgen intercede por los humanos. Es un óleo que emplea recursos lumí­nicos muy del barroco, del estilo de Zurbarán, realizado hacia mediados del siglo XVII.

A los pies de la iglesia se encuentra el coro, construcción del siglo XVI de arco rebajado. Presenta una reja de hierro forjado cerrada con celosí­a y rematada con una cruz. En el sotocoro se encuentra una buena talla del Crucificado del siglo XVI.

En la sacristí­a se encuentra una interesante cajonerí­a barroca fechable en el siglo XVII y unas pinturas de escaso interés artí­stico.

El convento propiamente dicho es un edificio que tiene un vestí­bulo del siglo XVII y un pórtico del XVI, y en su interior se conservan numerosas obras de arte de calidad, sobre todo pinturas. Una de ellas es el lienzo de la vida de Santa Clara, obra flamenca de principios del siglo XVII. Muestra a la santa con báculo y custodia acompañada por otras monjas clarisas deteniendo a los sarracenos que atacan el convento. Debajo de este óleo hay otros cuatro pequeños con las escenas de la santa recibiendo la palma, San Francisco entregándole el hábito, la madre de Santa Clara entrando en el convento y la muerte de la santa. Las pinturas son de calidad aunque presentan cierta rigidez en los plegados.

Existe también un lienzo de la Sagrada Familia de ejecución italiana fechable hacia 1600 realizado con colores suaves y numerosas pinturas que representan a santos y santas propios de la orden franciscana, fechables todos en los siglos XVII y XVIII, un Nacimiento colonial del siglo XVIII y objetos de orfebrerí­a.

4.- Convento de San Francisco

Fue fundado en 1586 por los franciscanos que ya residí­an desde 1469 extramuros de la ciudad y que querí­an un nuevo convento. A lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII fue objeto de varias fundaciones por parte de familias de nobles e indianos locales. Tras el abandono de los monjes en 1834 y las guerras del siglo XIX la iglesia quedó en estado de ruina y pasó a manos del Ayuntamiento, que lo destinó a hospital. En este momento se desmantelaron sus bienes muebles. Actualmente sólo se conserva el claustro, que tras varios usos, es la residencia geriátrica de Orduña.

El claustro se levantó en los últimos años del siglo XVI y la primera mitad del XVII, y se compone de dos pisos, el inferior abierto por arcos de medio punto y el superior por balcones rectangulares y óculos. Presenta unas lí­neas muy depuradas, sobrias y sin decoración, con entablamento liso. En la parte interior tiene bóvedas de lunetos que se apoya en ménsulas en forma de placas. Los únicos elementos decorativos son unos simples florones en el centro de cada tramo.

5.- Ermita del Buen Suceso

Pequeña construcción de carácter rural, con fábrica de mamposterí­a, planta rectangular de una sola nave y cuatro tramos y cubierta con bóvedas de lunetos. Tiene pórtico de tres arcos y espadaña. En el interior conserva un retablo barroco realizado en 1731 por Julián de Roqueni, maestro de Izoria, con traza de Francisco de Budar. Fue costeado por el capitán por Antonio de Liendo Bozo y Fano, indiano orduñés residente en Zacatecas. Es un retablo churrigueresco de cuerpo único y cascarón, con decoración vegetal en toda la mazonerí­a. Está sin dorar. En el camarí­n se encuentra la titular, una talla de una Andra Mari, imagen intervenida en el siglo XX, de carácter popular, fechable en el siglo XIV.

 

6.- San Clemente de Arbileta

Fue la antigua parroquia de Arbileta, de camino a Lendoño de Arriba, aneja a Orduña, y también hospital y ermita. Se encuentra en ruinas. Es un pequeño templo de mamposterí­a con arco apuntado como acceso. Lo más interesante son dos tablas pintadas de San Clemente y San Bernabé que se conservan en la parroquia de Santa Marí­a.

 

7.- San Román de Cedélica

También fue parroquia del barrio en su dí­a, hoy convertida en ermita. Reconstruida en el siglo XIX, es un pequeño templo de carácter rural, de mamposterí­a, con una pequeña espadaña. El retablo es también de carácter muy popular, pero no así­ dos tallas. Una es de San Antonio Abad, de estilo romanista de los primeros años del siglo XVII y procedente de la desaparecida ermita de San Antonio Abad, y la otra representa a San Miguel, es barroca del siglo XVIII, y procede asimismo de otra ermita desaparecida.

8.- Ermitas y obras desaparecidas

En Orduña existió la parroquia de San Juan del Mercado, ubicada intramuros, en el lado opuesto a Santa Marí­a. De origen medieval, fue demolida y reconstruida a partir de 1742. La parroquia se trasladó en 1769 a la iglesia del colegio de los jesuitas cuando éstos fueron expulsados. Finalmente se derribó y no queda resto alguno de la construcción.

Tuvo un retablo o trí­ptico contratado en 1492 con Pedro de Miranda, vecino de Tudela, que fue sustituido por otro en 1609 hecho por Juan de Ullí­varri y otros. Restos de este retablo mayor se encuentran en la parroquia de Inoso. La parroquia tení­a varias capillas particulares.

Como ocurre en numerosos lugares, Orduña ha conservado referencias documentales y restos de ermitas que desaparecieron a lo largo de los siglos XVIII y XIX. Algunas tallas se han conservado en otras ermitas y parroquias, como en el caso de las ermitas de San Antonio Abad y San Miguel. Del resto no queda más que la documentación. Son las ermitas de San Andrés y Santa Cristina, San Bartolomé del Prado, San Cristóbal, San Gervás, San Juan del Monte, Santos Justo y Pastor, San Lázaro (que estaba junto a un hospital del mismo santo), San Mamés, San Martí­n de Arbieto, San Martí­n de Rispendi, San Pelayo, Santo Tomás, San Vicente y Santa Marina, sobre la que se levantó en el siglo XV el convento de franciscanos que ahora es de Santa Clara.

9.- Otras obras

En el Euskal Museoa Museo Vasco de Bilbao, existe un relieve de alabastro inglés que consta procede de Orduña, sin que sepamos el lugar exacto. Representa a San Roque y muestra al santo vestido de peregrino y acompañado por el perro y un ángel. Se trata de un caso único en este tipo de piezas en cuanto a su iconografí­a, ya que generalmente tratan otros temas. Debió realizarse entre 1420 y 1460.

En el Eleiz Museoa de Bilbao se conservan los restos de un original retablo de piedra, probablemente patrocinado por los Hurtado de Arbieto para su capilla de Nuestra Señora la Blanca de la parroquia de Santa Marí­a. Fue realizado hacia 1500 y conserva únicamente la mazonerí­a, de piedra delicadamente tallada con motivos góticos.

10.- Santuario de Nuestra Señora de la Antigua

Es uno de los santuarios más importantes de todo el Paí­s Vasco. Su origen está en la aparición de la Virgen en un moral, que aún está allí­ junto a la fachada. La primitiva iglesia era de fines del siglo XIII y se le llamaba Santa Marí­a la vieja (de ahí­ el nombre de la Antigua) para diferenciarlo de la parroquia de Santa Marí­a de Orduña (la nueva) construida después de que Alfonso X el Sabio le diera fuero nuevo en 1256.

El santuario actual empezó a construirse en 1754 con trazas de Juan Bautista de Ibarra por el creciente número de devotos. Tras problemas de financiación y modificaciones en el diseño de la mano de los maestros Antonio de Vega, Pedro de Gorbea y Tomás Peña, se trasladó la titular al nuevo templo en 1782.

Se trata de un templo de planta de cruz latina de nave única con cuatro tramos, crucero, cabecera recta y camarí­n. Se cubre con bóvedas de cañón con lunetos. La fachada principal es un gran cuerpo de tres calles verticales abiertas con tres arcos de medio punto y apenas decoración. En el centro tiene un pequeño nicho con la imagen de la Virgen, un óculo y el escudo de la ciudad. En el remate una espadaña levantada en 1800.

A un lado tiene los restos de la entrada principal, que actualmente es el acceso al convento de las Carmelitas. Se trata de un pórtico de seis arcos rebajados que alberga la entrada primitiva, una portada de arco apuntado, con arquivoltas, capiteles decorados y flanqueado por escudos de Castilla y León. En el pórtico se puede ver la lápida de Diego López de Madaria y su mujer, de estilo gótico.

En el interior destaca el presbiterio, diseñado por Alejo de Miranda en 1803 y realizado entre 1804 y 1805 bajo la aprobación de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Todo el espacio (marco arquitectónico, retablo y camarí­n) obedece a un mismo ideal estético neoclásico. El arco de triunfo del presbiterio es de medio punto y se apoya en dos pilastras sin decoración. El retablo, realizado bajo la dirección de Esteban de Alegrí­a, en realidad son dos columnas de jaspe negro que sostienen un entablamento sin decoración rematado por un tondo que contiene un relieve de la aparición de San Miguel, sostenido por dos ángeles. En el centro se encuentra la titular, la Virgen de la Antigua. Es una Andra Mari restaurada y transformada en 1956 por José Larrea e Isidro Cuco. Sufrió cambios importantes pero que permiten fechar la escultura a finales del siglo XIII y principios del XIV. El Niño muestra postura natural y porta libro aunque no se puede saber si el original lo portaba o no.

El camarí­n que está detrás del presbiterio es obra hecha entre 1922 y 1932 por Teodoro Anasagasti. Es un espacio cuadrado decorado con mármoles y estucos jaspeados en estilo neoclásico. En un lado hay una mesa de altar con el altorrelieve que narra la aparición de la Virgen a un pastor. A los lados, relieves de los relatos evangélicos. En el presbiterio existen dos jarrones chinos donados por Juan Manuel de Landaluce. La verja es del siglo XX.

El interior del templo se decoró con pinturas murales entre 1894 y 1895 por los pintores vitorianos Juan Alba y Simón Pérez. Las pinturas de la bóveda narran la vida de Marí­a e infancia de Cristo, así­ como los evangelistas, y están realizadas por Pedro Robles.

En el crucero del santuario se ubican varios retablos laterales diseñados por Hilario Echevarrí­a a imitación del mayor, con la misma estética. En el lado del Evangelio se encuentra el retablo del Santo Cristo, con una imagen pequeña del Crucificado. A los lados del retablo un San Antonio de Padua de 1721 según inscripción y al otro lado un San Miguel.

En el lado de la Epí­stola se halla el retablo de San Blas, con una talla moderna como titular. A los lados tiene a Santa Teresa, imagen similar, y a San José, del siglo XVIII que procede del convento de franciscanos.

En la nave también cuelgan unas pinturas. En el lado del Evangelio un retrato votivo de la niña Anastasia de Madaria de 1859, una Inmaculada sedente con guirnalda de flores de posible origen italiano, y un San Juan Bautista del siglo XVII. En el de la Epí­stola otro retrato votivo, esta vez de Cayetano Palacio y Salazar, otra Inmaculada del siglo XVIII atribuida a Francisco Solí­s, y un San Miguel copia del que hizo Guido Reni en 1636 para los capuchinos de Roma.

En la sacristí­a conserva alguna imagen, pinturas y exvotos. Cabe destacar la talla de Santa Isabel de Hungrí­a, del siglo XVIII, dos pinturas de la Virgen con el Niño y San José con el Niño de escuela valenciana ambos del siglo XVIII y una pintura de la Virgen de Guadalupe procedente de México, de las «tocadas del original».

Dentro del convento de Carmelitas existen obras de notable interés. De entre todas se debe citar el trí­ptico de la Virgen con el Niño, Santa Catalina y Santa Bárbara. Ha sido atribuido al llamado Maestro de Frankfort, que trabajó en Amberes. Está hecho hacia 1520. Muestra gran detallismo en los plegados, y la Virgen con expresión dulce y serena y con un amplio vestido rojo de esplendorosos plegados, muestra al Niño en su regazo. A los lados las citadas santas, realizadas con esmerado detallismo y delicadeza. También poseen unas tallas filipinas de Cristo Crucificado.

11.- Arquitectura civil

Siendo Orduña lugar de paso en la ruta comercial que uní­a la meseta castellana con la Europa atlántica, el motor para el desarrollo de la ciudad fue el camino comercial, por lo que su urbanismo está determinado por este hecho. Inicialmente el núcleo más antiguo lo formaban las calles Yerro, Medio y Carnicerí­a, de trama ortogonal y protegida por una muralla. Debido al cambio en la ví­a se creó otro núcleo de cuatro calles -Vieja (Bizkaia), Francos, Orruño y San Juan- y posteriormente un segundo ensanche -calles Burgos, Nueva y Cantarranas- dando lugar a un espacio entre los tres, una amplia plaza utilizada para mercado. Hacia 1500 los tres núcleos se rodearon de una muralla del que se conservan restos sobre todo en la iglesia de Santa Marí­a, integrada en ella. Tiene una altura de unos ocho metros y un grosor de uno, y está construida en sillarejo.

Orduña tení­a además un castillo del que no queda ningún resto pero sí­ referencias documentales. Debió ser una de las de mayor envergadura de Bizkaia y era de los Ayala. Levantada sobre una mota, dominaba la ciudad y el valle. Fue quemado en 1523 y desmantelado en 1787.

En esta trama urbaní­stica medieval se suelen encontrar solares góticos, estrechos y largos, pero debido a dos incendios, uno en 1451 y otro en 1535, se han perdido los solares salvo alguna excepción.

En un ángulo de la plaza se encuentra el Ayuntamiento, edificio de finales del siglo XVI pero reconstruido en 1772 aprovechando parte de la muralla. La obra fue llevada cabo por Francisco Antonio de Arratia y Carlos de Ugarte. Se trata de un sobrio edificio de planta irregular, de tres cuerpos de sillerí­a y un cuarto de ladrillo, con planta baja porticada y gran balconada corrida. En medio de la fachada tiene un pequeño nicho con el Sagrado Corazón y el escudo de la ciudad.

La Aduana es uno de los edificios más destacados de Orduña. Ocupa un frente de la plaza. Su construcción data de 1787-1792 y para ello se empleó material de derribo del castillo. Se ha atribuido su traza a Justo Antonio de Olaguí­bel, genial arquitecto neoclásico vitoriano, aunque las obras fueron llevadas a cabo por Martí­n de Carrera. Es un edificio de fina estética clasicista, erigida en torno a un patio interior, de sillerí­a, con una planta baja con arquerí­a de medio punto muy alta, y vanos de proporciones y ordenación muy cuidada y en número impar. El eje central de la fachada se remata con un frontón triangular con un escudo real, prácticamente el único elemento decorativo de este magní­fico edificio de estilo tan severo y purista.

Como ciudad con desarrollo comercial notable Orduña posee varios ejemplares destacados de arquitectura civil de distintas épocas. Del Renacimiento hay dos ejemplares. Uno es el Palacio Mimenza, ubicada en la plaza haciendo esquina con la calle Orruño. Es un palacio renacentista muy de la onda castellana levantada en 1555 aprovechando restos de un edificio anterior. En la planta baja tiene un soportal abierto con arcos rebajados, de sillerí­a. Las otras dos plantas más el desván son de ladrillo. La fachada se articula en vanos rectangulares y se decora con un escudo barroco de la familia propietaria. Tiene otro escudo de los Uribe-Salazar y Salazar y al lado una inscripción que dice que la casa fue levantada por Pedro de Mimenza en 1529.

El otro palacio renacentista es el de los Ortés de Velasco, junto a la muralla. Se trata de un recio edificio de planta rectangular con planta baja, dos pisos y desván. Es de sillerí­a y sus vanos son todos adintelados y decorados. Tiene una ampliación fuera de las murallas con fecha de 1598 en mamposterí­a, abierta en arquerí­a de columnas toscanas que fue realizada por el arquitecto Andrés de Garita.

Existen también numerosos caserones del siglo XVII, barrocos, que presentan similares caracterí­sticas: de planta rectangular, con planta baja, dos pisos y desván, ventanas rectangulares, parte superior de mamposterí­a pero sillerí­a en la baja, esquinas y remarque de vanos, trabajos de rejerí­a en las balconadas y escasez decorativa. Tal es el caso de varias casas de considerable tamaño en la calle Santa Marí­a (nºs 7 y 18), Francos (nº 3), Nueva (nº 3), entre otros muchos. De entre todos hay que destacar el Palacio de Dí­az-Pimienta, en la plaza. Es un gran edificio abierto en la planta baja con arquerí­a. Verticalmente se articula en cinco ejes marcados por las ventanas, pero las laterales más altas, aportando un cierto recuerdo a torres defensivas a pesar de ser de pleno siglo XVII. Tiene una gran balconada corrida, elemento de participación festiva.

Similar estética siguen las residencias de los siglos XVIII y principios del XIX, de estilo neoclásico. Uno de ellos es el palacio Olaso en la calle General Molina nº 2, con un acceso en arco y vanos ordenados. La única decoración es la piedra armera de los Olaso, De la Puente, Madaria y Olabarrieta que ostenta su fachada.

En el Paseo de la Antigua se ubican las casas levantadas en los siglos XIX y XX de gusto ecléctico y bastante decorativistas, muy del gusto burgués y con jardines románticos. Algunos presentan estética británica de tipo old English pero mezclados con elementos más mediterráneos como terrazas o loggias. Muchas de ellas presentan elementos decorativos del renacimiento, tal es el caso de la casa la Martuja en Arbieto. También son habituales las casas burguesas de estilo neorregionalista, inspiradas en la arquitectura de los caserí­os pero que presentan una mezcla diversa de elementos. De este estilo es la Casa de Llaguno, trazada por Emiliano Amman en 1913, de cuidada estética. También se puede destacar la Villa Marí­a Dolores o Sarachaga Etxea, diseñada por Smith en 1909.

En lo que se refiere a los elementos menores, Orduña cuenta con dos fuentes de cierta importancia. Una está en la plaza y es exenta, levantada en 1862 sustituyendo otra anterior de 1745, y la segunda está en el barrio de la Antigua, hecha en 1802.

Aintzane ERKIZIA MARTIKORENA (2007)

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