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Época prehistórica y Edad Antigua

Época prehistórica y Edad Antigua

La historia del hombre comienza en Bizkaia hace aproximadamente 36.000 años, en el valle de Arratia, si bien su presencia se intuye en otras áreas de nuestro territorio. Este valle, que comparte área administrativa con el municipio orduñés, presenta una interesan­te serie de restos arqueológicos correspondientes al Paleolí­tico, no en vano ofrece un en­torno fí­sico propicio para el desarrollo de la vida humana. Para el territorio de Orduña sin embargo habrá que esperar hasta el perí­odo Eneolí­tico-Bronce para documentar la pre­sencia del hombre. Durante el Neolí­tico comienza el hombre a pulimentar sus hachas, fa­brica también cerámica en forma de vasijas de barro sin desengrasantes y con impresiones digitales al principio, con surcos e impresiones más tarde. El nacimiento de la actividad del pastoreo trae consigo los desplazamientos periódicos, y a las rutas seguidas en estos des­plazamientos vincula Barandiarán la presencia de dólmenes. En la comarca de Arratia-Ner­v ión se han identificado dos de estas áreas pastoriles donde, durante el perí­odo Eneolí­tico­Bronce y fechas posteriores, se desarrolló una actividad ganadera aprovechando los pasos de montaña: la estación de Gorbea y la estación de Añes.

Con respecto a la estación pastoril de Añes, que es la que nos interesa por incluirse en ella una parte de terreno orduñés, la existencia de dólmenes en los descensos de las sierras que por el sur separan las tierras de Ayala y Orduña de los altos valles burgaleses, denotan el paso y el asentamiento prehistórico de gentes ganaderas en los caminos de montaña a tra­vés de la Sierra Salvada y la Peña de Orduña, tierras ricas en pastos donde hasta la época contemporánea vienen desarrollándose actividades pecuarias. La estación toma su nombre del término municipal de Añes (Valle de Aiala) aunque sus restos arqueológicos se dise­minan por tierras alavesas (Aiala), burgalesas (Mena, Angulo) y vizcaí­nas (Orduña), por lo cual debemos entender la habitación del territorio orduñés dentro de una comarca más am­pliamente poblada. La estación se halla establecida así­ en el hermoso escalón de margas tu­ronenses que forman las sierras Salvada, Angulo y Magdalena, entre los altos picos y los valles de Orduña, Aiala, Mena… Esta situación es de suma comodidad para la población pastoril, ya que en ella encuentra una posición abrigada a mitad de camino entre el valle y la serraní­a –entre los diferentes pastos a los que acuden según la estación del año– estando dotadas además de amplias «campas» muy propias para el pastoreo.

Pero centraremos nuestro estudio en aquellos hallazgos que se encuentran dentro del término municipal de Orduña, entre los que contamos el asentamiento de Zedelika y el asentamiento de Campas de la Choza:

El primero se halla ubicado en el rellano anterior a la cota extrema del espolón que domina el barrio de Zedelika, y se encontró en este lugar una lasca de sí­lex retocada.

EI segundo constituye un yacimiento de mayor entidad emplazado en un paraje de­nominado «Las Campas de la Choza» o simplemente «La Choza», al pie de la Sierra Sal­vada, cerca de la carretera que desde Orduña se dirige a Lendoño Goikoa, y en el se inclu­ye un dolmen y un posible asentamiento temporal de pastores donde se localizaron en su­perficie una lámina de sí­lex con retoques de uso, una lasca, un núcleo y un resto de núcleo. El dolmen fue descubierto por unos muchachos en 1968, y rápidamente se procedió a su estudio ante el temor a posibles violaciones dada la facilidad de acceso al lugar. La ex­cavación fue realizada por J.M. Apellániz, A. Llanos y J. Fariña, que nos aportan una des­cripción del monumento que hemos recogido en el capí­tulo dedicado al patrimonio. Adelantaremos que se trate de un dolmen amplio, pero sencillo, datado en torno a los años 2000-400 a.C., con restos de inhumaciones en su interior. Su escombrera, situada en el sec­tor N-NO del dolmen, ha aportado un ajuar relativamente sencillo, al igual que ocurre con sus compañeros de estación; los directores de la excavación destacan el parecido de es­te ajuar con el del dolmen de «Las Campas de Oletar» (Menoyo), también en esta estación. En ambos, la presencia de cerámica medieval aboga además por una utilización de los dól­menes en épocas en las que ya se habí­a introducido el cristianismo en el Paí­s Vasco, tal y como ocurre en otros monumentos de la Sierra de Entzia (Alava), de la estación pastoril de Haitzko (Encartaciones) y del Paí­s Vasco francés.

Estos materiales, junto a la existencia misma del dolmen, son prueba de la utilización y explotación de los recursos naturales de toda la Sierra; los diversos objetos de sí­lex, ma­teriales con los que los pastores de la Edad del Bronce fabricaban sus utensilios, son pro­bablemente reflejo de la existencia de un área de ocupación más intensa del territorio, de pequeños asentamientos temporales constituidos por sencillas construcciones de madera.

De la Edad del Hierro, cuyo hábitat se caracteriza por el establecimiento de al menos una parte de la población, en poblados fortificados, nada se ha hallado, por lo que debere­mos esperar a la época romana para rescatar algunos restos. De esta etapa existe en las pro­ximidades de Aloria, en la frontera con Alava aunque dentro de la jurisdicción de Orduña, un interesante yacimiento datado en el siglo II d.C.

Si tomamos como referencia las fuentes clásicas, y más concretamente las informa­ciones aportadas por Ptolomeo sobre la distribución territorial de los pueblos más orienta­les de la cornisa cantábrica, debemos incluir el territorio orduñés en la zona ocupada por el pueblo austrigón, aunque en el lí­mite con el territorio caristio, separados ambos por el cur­so del Nervión. Al margen de los reparos que pueden oponerse a esta tradicional división, lo cierto es que el valle orduñés se halla comprendido en la parte septentrional de lo que vendrá a denominarse territorio vascón, resultando esta división entre parte septentrio­nal y meridional delimitada por la divisoria de aguas más útil para comprender la presen­cia romana en la zona. La penetración del pueblo romano en la pení­nsula se realizó por el Guadalquivir y el libro, de manera que en fechas bastante recientes pudieron hacer acto de presencia en territorios próximos al de los vascones, iniciándose así­ un largo perí­odo de contacto entre Roma y unos pueblos que fueron descritos por los recién llegados, y de cu­yo testimonio deducimos la existencia de poblaciones en estadios culturales distintos, que iban a responder de diferente manera al impacto de su presencia. Al norte de la divisoria de aguas, Estrabón nos describe unos pueblos que hasta las épocas más tardí­as mantienen un nivel social y cultural más bárbaro a juicio de los romanos; una sociedad al parecer ma­triarcal, que practicaba la recolección y poseí­a una agricultura muy primitiva; conocedores de la ganaderí­a, esta serí­a principalmente caprina y porcina.

Tras una primera fase de contacto entre romanos y vascones en general, entrados ya: en los primeros siglos de nuestra era, es posible determinar que, mientras en la zona meri­dional la romanización fue tan intensa como en la zona que más en la pení­nsula, parece cla­ra la baja asimilación de la cultura romana por parte de los pueblos más septentrionales. El territorio orduñés ejercerá el papel de bisagra en este contexto: si bien es cierto que el con­junto vizcaí­no permanece al margen de las grandes ví­as romanas, parece posible que una derivación del camino Astorga-Burdeos partiese desde tierras burgalesas atravesando en di­rección sur-norte el extremo occidental de Alava –Baldegobia– y, por Orduña, alcanzase el territorio vizcaí­no siguiendo el curso del Nervión.

Varios restos materiales, como los hallados en el yacimiento de San Juan de Aloria an­tes mencionado, dan fe del asentamiento romano en Orduña: se trata de fragmentos de «te­rra sigillata» o vajilla fina de mesa, en buen estado de conservación, datado en el siglo II d.C. Su emplazamiento topográfico, en una zona ligeramente elevada con respecto al fértil valle y junto a un curso de agua, y la toponimia del área circundante con terminaciones en «ano» hacen pensar en un establecimiento cuya función era la explotación del territorio con fines agropecuarios cuyos propietarios se suponen indí­genas romanizados. El puente ro­mano de Vitórica en Llodio, y los hallazgos en esta localidad de dos lápidas romanas dan fe de la penetración de este pueblo desde la Meseta al Cantábrico –de Briviesca al Nervión­descendiendo desde Orduña por el curso del rí­o, con lo que la hipótesis de la existencia de una calzada se reafirma.

La toponimia, como fuente de interés para el conocimiento de la protohistoria y de la penetración romana en estas tierras, nos aporta nuevos datos en la zona del Nervión; en­contramos aquí­ hidrónimos de origen indoeuropeo, como «Nerva», identificado común­mente con el actual Nervión tanto por la perduración del topónimo como por su ubicación geográfica. Algunos autores han visto en él cierta relación con grupos de carácter céltico tales como los Nervios y los Nerbassi o los Nerbasios. Se ha señalado también un topóni­mo local en la cabecera del Nervión, que parece confirmar esta relación: nos referimos a la Peña Nervina (Délica, Alava). También encontramos algunos hidrónimos prerromanos, después corrientes en la onomástica del medievo –Ordu, Ordo, Orduntis–, que parece reflejarse en topónimos de esta comarca, como Orduña u Ordunte. De origen romano serí­an los topónimos de los barrios de «Ripa» en Orduña e Izoria.

Debemos tener en cuenta, sin embargo, la importancia del fenómeno urbano como agente de difusión cultural y de civilización por parte del pueblo romano; la mayor parte de las ciudades vasconas se localizan en el «ager» –zona al sur de la lí­nea de divisoria de aguas, de lo que se deduce que el «saltus» –la zona holohúmeda en la cual se incluye geográficamente el territorio orduñés, no parece conocerse un verdadero proceso de muni­cipalización. La labor de aculturación debió ser, por tanto, muy tenue en estos ámbitos, y de un carácter marcadamente selectivo, por lo que los resultados serán muy distintos en unas zonas y en otras. Quizá, por lo referido anteriormente Orduña sea una de esas zonas donde más acusadamente se dejó sentir este selectivo modelo colonizador, no en vano es­tamos hablando de un territorio tocante a la zona de mayor influencia romana –el ager que se inicia al otro lado de la sierra–, y que además ofrece por sí­ mismo unas posibilidades económicas que constituyen uno de los principales atractivos para Roma: el aprovecha­miento agrario del fértil valle orduñés.

Durante los últimos siglos de existencia del poder polí­tico romano se fueron produ­ciendo importantes transformaciones que dieron lugar a cambios decisivos en la forma de organización social y polí­tica, aunque apenas contamos con noticias que iluminen la situa­ción vivida en nuestro territorio desde la crisis de la «pax romana», a fines del siglo III, pa­sando por el establecimiento de la monarquí­a visigoda hasta la era medieval propiamente dicha. Tanto la debatida existencia o no de un «limes» en el norte de la pení­nsula como los acontecimientos relacionados con los movimientos bagáudicos que pudieron encontrar apoyo en comunidades como las vasconas cuya organización social diferí­a de la romana contra la que, precisamente, luchaban las bagaudas del Ebro, son un mundo de oscuridad que genera teorí­as contrapuestas. Lo cierto es que las noticias en torno a los acontecimien­tos derivados de esta situación son inexistentes, y lo mismo ocurrirá en años posteriores, ya en época visigoda. Salvo las salidas de los vascones fuera del área montañosa que se les atribuye y las correspondientes incursiones de castigo visigodas, nada conocemos. íšnica­mente cabe suponer que el territorio orduñés comparte los caracteres atribuibles al resto de la zona vascona: población escasa, pagana, con un nivel cultural bajo y una dedicación económica preferentemente itinerante que, lógicamente, apenas ha dejado huellas de su existencia. Habrá que esperar hasta el siglo IX para encontrar la primera referencia escrita a Orduña, al igual que ocurrirá con el término Bizkaia. Podremos decir entonces que Or­duña entra en la historia.

Ana Mª Canales Cano. «Orduña. Monografí­as de pueblos de Bizkaia».

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