Los Olaso de Trapagaran
Julián Gregorio y José Rufino de Olaso y Puente nacieron en el valle de Trapaga, en los años 1832 y 1839 respectivamente. Eran hijos de Gregorio de Olaso y Justa Josefa de la Puente, acomodados agricultores de aquel concejo. Julián marchó con 17 años a Argentina donde desempeñó un modesto cargo oficial. Luego se dedicó a los negocios y en apenas 20 años se convirtió en uno de los referentes mercantiles de Buenos Aires. Esta posición le permitió ayudar a sus hermanos y a otros compatriotas. Dueño de una considerable fortuna volvió a su tierra donde contrajo matrimonio con su prima Sofía de Villar y Villate, sestaoarra, sobrina de los condes de Balmaseda y hermana de César de Villar, militar y político, que estuvo al frente de la capitanía militar de Castilla la Nueva y fue ministro de guerra del breve gabinete de Marcelo Azkarraga. Julián de Olaso estableció su domicilio en Bilbao, en la plaza Circular, donde vivió también su hermano José Rufino. Fue nombrado primero vicecónsul y, más tarde, cónsul de la República Argentina. Cuando la salud le obligó a dejar el puesto para pasar los inviernos en Andalucía se le hizo cónsul honorario. Antes de la ley abolitoria de los Fueros ejerció el cargo de Apoderado en las Juntas de Gernika por los concejos de Sestao, Santurtzi y Trapagaran. Después de la abolición fue uno de los más significados creadores de «Euskal-Erria». Fue íntimo amigo de Antonio de Trueba, inseparables compañeros desde que Trueba abandonó la corte para venir a vivir y morir a Bilbao. Prueba de ello es que Trueba le nombró testamentario junto a su hermano José Rufino Olaso, Juan Delmas –cuñado de los Olaso- y el marqués de Casa-Torre. A beneficio de la familia de Trueba consiguió publicar sus obras y logró que la colonia vasca en Argentina aportase capital suficiente para que se levantase en su honor la estatua que hoy se halla frente al Palacio de Justicia, en Bilbao. Ramón de Durañona, trapagatarra como Olaso, que entonces residía en Argentina, creó a instancias de este la fundación de una escuela para niños cuyo patronato presidió el propio Olaso. El proyecto se hizo efectivo desde el año 1867 en que entregó 200.000 reales de vellón y, al año siguiente, cuando se formalizó mediante escritura. A raíz de la muerte de Durañona se dieron varios conflictos entre Olaso y el ayuntamiento de Trapaga por la interpretación que cada uno hacía de la escritura. La muerte sobrevino a Julián de Olaso de forma accidental. Tenía la costumbre de pasear diariamente en un carruaje cerrado, tirado por dos caballos, solo o acompañado de su esposa, hasta Las Arenas. El 29 de enero de 1910, a la vuelta, a la altura de Zorrozaurre, se desbocaron los caballos que a galope desenfrenado llegaron hasta San Nicolás, donde chocaron con el tranvía que estaba esperando hora de salida para Las Arenas. El coche quedó destrozado y Olaso falleció poco después a causa de las heridas. Durante la carrera muchos testigos le vieron asomado a la ventanilla del carruaje dando grandes voces; no pidiendo auxilio sino dando aviso a las personas que se encontraban en el trayecto para que se apartasen.
José Rufino de Olaso, hermano de Julián, casó con la urduñatarra María Dolores Madaria, de ellos descienden los marqueses de Olaso. En el municipio de Trapaga se halla su casa palacio, cercana a la iglesia parroquial, ocupando los mismos terrenos en que se levantó la primitiva escuela de la fundación Durañona y que fueron permutados por José Rufino. El edificio fue construido en el siglo XX, con dos cuerpos diferenciados en altura, copiando la traza del palacio Olaso de Bergara, lugar en el que los de Trapaga tenían sus orígenes, aunque llevaban varias generaciones en Somorrostro. Hoy día el palacio se utiliza como Casa de Cultura. Los Olaso tuvieron gran influencia la vida pública del municipio de Trapagaran, no en balde fueron alcaldes, mineros, promotores de obras benéficas… Como es natural fueron aplaudidos por unos y criticados por otros. Un sentido de compromiso con el pueblo que les vio nacer les llevó, junto a otros indianos como los Durañona, Quintana, Zaballa y Gorostitza, a convertirse en mecenas del municipio pero no de forma totalmente desinteresada, pues siempre quisieron reservar en ellos la posibilidad de elegir la mano del necesitado que recibiría sus limosnas.