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Estructura de la sociedad urbana Vizcaí­na

Estructura de la sociedad urbana Vizcaí­na

A la vista de lo hasta ahora expuesto, queda de manifiesto la existencia de una diferenciación social relativamente grande entre los distintos elementos que pueblan las villas, diferencia que explica, a la vez que está en su base, la forma desigual en que se reparten los recursos potenciales que pueden obtenerse en función de las actividades urbanas. Podemos distinguir desde un «patriciado urbano» ennoblecido, integrado principalmente por armadores y grandes comerciantes, hasta una amplia base de simples trabajadores, en ocasiones propietarios de su taller, pero en todo caso apartados de las esferas de poder.

Las villas ofrecen posibilidades de enriquecimiento, pero para ello es necesaria la posesión de una riqueza anterior que pueda fructificar a través del comercio, marí­timo o del dinero, lo que hace que estas actividades sean practicadas en su mayor parte por nobles: Parientes Mayores procedentes del medio rural, en el que cuentan con unas rentas más o menos saneadas, pero en todo caso suficientes para permitirles la práctica de dichas actividades. También se dan casos de personas enriquecidas con alguna otra actividad, son quienes constituyen los nuevos linajes, como los Pedriza, cuyo ascenso refleja Garcí­a de Salazar en sus Bienandanzas. Al resto de los vecinos las actividades urbanas únicamente les facilitan, de forma más o menos amplia, los medios necesarios para una digna subsistencia.

Es decir, las actividades urbanas no benefician a todos por igual. En definitiva, lo que se produce es la configuración de una sociedad urbana jerarquizada en la que, a grandes rasgos, se diferencian al menos los dos grupos antes señalados: el ennoblecido «patriciado urbano» y las amplias «clases populares». Estas últimas no constituyen un todo homogéneo, pero poseen una caracterí­stica común: están apartadas de las esferas de poder, así­ como de los grandes canales de enriquecimiento.

Al frente de las villas aparecen los miembros de los linajes y cofradí­as. Por lo que se refiere a los primeros, ya hemos apuntado que su origen es doble, rural y urbano. En ambos casos aparecen í­ntimamente ligados al comercio y la actividad naviera, a través de las cuales alguno de ellos ha ascendido, como los Asúa, Zurbarán, Salinas, etc.. Constituyen un auténtico grupo de poder, una oligarquí­a, que a través del gobierno municipal se va a imponer al resto de los vecinos. En efecto, su privilegiada situación económica y social les permite alcanzar una amplia autoridad en las villas, y adueñarse con cierta facilidad de su gobierno. Disfrutan del prebostazgo, que les da gran poder y abundantes rentas, y se introducen en el concejo. Así­, a lo largo del siglo xv, nos encontramos al frente de Bilbao con personajes como Arbolancha, Leguizamón, Zurbarán, Bilbao la Vieja, Zamudio, etc.; en Portugalete, por tomar otro ejemplo, a fines del mismo siglo aparece como preboste Ochoa de Salazar y como alcalde Sancho Martí­nez de la Pedriza. Esa preeminente posición adquirida permite a los linajes orientar la actividad de la villa en su propio beneficio, como se desprende tanto de la queja de la Tierra Llana con respecto a las ordenanzas de Bilbao, a la que ya nos hemos referido, como de la protesta de los vecinos de Elorrio contra sus regidores, a quienes se acusa de haber vendido ciertos bienes comunales (montes, ejidos y heredades), valoradas en un cuento de maravedí­es.

El otro grupo de poder que se perfila en las villas es el constituido por los miembros más relevantes de las cofradí­as, los cuales, seguramente en relación con los linajes, imponen también su autoridad a pesar de la animadversión del resto de los vecinos, que en ocasiones se alzan contra ellos: Lequeitio se enfrenta con la cofradí­a de pescadores de San Pedro, mientras que Bilbao se alza frente a los cofrades de Santa Marí­a, San Agustí­n, San Nicolás, San Miguel y San Sebastián, «que se entrometen en la cosa pública». Estos conflictos surgen frecuentemente como consecuencia de los principios proteccionistas que aquéllos pretenden imponer, lo cual les enfrenta también con los linajes, como sucede en Bilbao, donde surgen roces entre Tristán de Lueguizamón y la cofradí­a de mercaderes; en la base de este enfrentamiento se encuentran las actuaciones de dicha cofradí­a, en concreto sus ordenanzas, que perjudican al preboste en cuanto que merman sus recursos a la vez que evitan su control.

Entre el resto de los vecinos podemos diferenciar, en primer lugar, a los «medios», seguramente el grupo más amplio numéricamente hablando, como se desprende de la gran división de la propiedad existente en Valmaseda. Este grupo está integrado por algunos miembros de segundo orden de las cofradí­as, por oficiales con participación en los talleres, así­ como por escribanos, fí­sicos, maestros, pequeños comerciantes al por menor, y por los integrantes de los oficios artesanos menores, tales como barberos, taberneros, panaderas, etc. Por debajo de este grupo se sitúan los trabajadores asalariados y criados.

Encontramos trabajadores asalariados entre los armeros de Marquina, los pañeros de Durango, los pescadores de Bermeo, etc. Este grupo carece de incidencia en lo que a poder económico y polí­tico se refiere, y en el siglo XV ocasionan serios problemas: así­ lo demuestra el caso de los ferrones, a los que se prohí­be asociarse contra sus señores. Junto a éstos se puede situar a los vecinos dedicados a las actividades agrí­colas. Hay que tener en cuenta que, dadas las caracterí­sticas de las villas, existen en ellas jornaleros rurales, los cuales, según las ordenanzas de Guernica, deben de llevar sus propios instrumentos de trabajo, y si nos fijamos en las de Portugalete veremos que su sueldo no puede ser superior a los 14 maravedí­es diarios, a los que hay que sumar dos comidas por dí­a. Pero no todos son jornaleros, existen también campesinos que viven en las villas o son incorporados a ellas, bien censuarios, bien pequeños propietarios que siguen conservando su tierra.

Por fin estarí­an los marginados, entre los que nos vamos a referir a extranjeros y judí­os. Los foráneos y extranjeros son considerados como miembros ajenos a la comunidad de la villa y de hecho no participan en ella. En relación con ellos hay dos tendencias opuestas que sólo en ocasiones se equilibran. Por una parte, se tiende a suavizar esa marginación, dado que cualquier habitante del medio urbano se convierte en foráneo en cuanto traspasa los lí­mites jurisdiccionales de su lugar de residencia; pero junto a esto incide otro elemento: el proteccionismo tí­pico de toda polí­tica urbana, que impulsa en dirección opuesta, es decir, hacia la intolerancia. En general, es este segundo aspecto el que prima, aunque más o menos matizado por el primero, según las ocasiones y los intereses de cada villa. Se impone, pues, la marginación de los foráneos.

El foráneo tiene siempre un trato de inferioridad con respecto al vecino, como queda de manifiesto tanto en las ordenanzas de las villas como en las de las distintas agrupaciones profesionales. Las ordenanzas de los pañeros de Durango establecen que todo aquel que salga a aprender fuera de la villa «sea tenido por foráneo»; en las de la cofradí­a de Bermeo se estí­pula que ninguna pinaza extranjera pueda acudir con pescado a la villa a no ser impulsada por el mal tiempo, e incluso en este caso se ponen trabas para la venta de su mercancí­a. También en las ordenanzas de las villas queda de manifiesto esa marginación: en las de Bilbao se prohí­be a todo extranjero ejercer cualquier oficio si no es con la licencia del regidor y tras dar ciertas garantí­as de permanecer en la villa. En este caso, lo que se trasluce es el temor de la villa a toda persona que no se avecine en ella, seguramente por recelar una competencia injusta y desleal. En otros casos, lo que se pone de manifiesto es el temor a los alborotos a que los extranjeros pueden dar lugar, como se desprende de la comisión que en 1499 se da al juez de residencia de Vizcaya, a petición del preboste de Bilbao, Tristán de Leguizamón, quien se queja de que algunas personas que poseen propiedades en otros lugares se avecindan en ella «poniendo escándalo entre los vecinos de ella»

Por lo que se refiere a los judí­os, su presencia en diversas villas vizcaí­nas durante la Baja Edad Media está documentada y, en general, su residencia en ellas debí­a de ser habitual, si no en todas, sí­ al menos en las más prósperas desde el punto de vista mercantil. Los vizcaí­nos desprecian a los judí­os, les aceptan con dificultad y les ridiculizan, siendo utilizada como fórmula despectiva la comparación con ellos. Como en el resto del reino, esta animadversión deriva de sus actividades más sobresalientes el comercio y el arrendamiento de rentas, sin olvidar el comercio del dinero: cuando Lope Garcí­a de Salazar va a enfrentarse con los Mendieta disfraza a los hombres de su séquito armado «en figura de judí­os e arrendadores». Por otra parte, la existencia de una importante aljama en Valmaseda, villa en la que se cobra el censo de la mar, e importante nudo en las rutas comerciales, al tiempo que sobresaliente plaza mercantil, pone también de manifiesto el tipo de actividades practicadas por los judí­os.

En relación con la recaudación de rentas no hay que olvidar la presencia de judí­os en Orduña, los cuales pechan con la aljama de Vitoria. Y por lo que se refiere al comercio del dinero, lo más expresivo es el préstamo que Marí­a Sánchez recibió de varios judí­os de Valmaseda, en total 14.000 maravedí­es, cuyos intereses, doce o trece años después (1483), cuando se celebra el juicio en torno a este asunto, eran 25.000 mrs., más las prendas que habí­a entregado a uno de los prestamistas, entre las que figura una huerta.

Ahora bien, no son éstas las ocupaciones exclusivas de los judí­os.

Se dedican también a la práctica de otras actividades, particularmente la medicina, en cuyo oficio eran muy apreciados, como vemos en el caso de un fí­sico judí­o, Simuel, que aun estando preso en Bilbao, y antes de que le fuera prohibido, atendí­a en la cárcel a aquellos que acudí­an a él.

Los judí­os son vistos con recelo e incluso perseguidos –hasta llegar a su expulsión, como sucede en Valmaseda–. Ya hemos señalado que en Bilbao se exige la limpieza de sangre como condición para aceptar el avecindamiento. En lo referente al fí­sico Samuel, su procurador se queja de que ha sido encarcelado sin causa justificada, no permitiéndose su libertad bajo fianza y llegándose al extremo de condenar con la excomunión a cualquiera que conociendo algún cargo contra él no lo expresase. Más allá de este tipo de medidas, Vizcaya tiene el privilegio de no permitir el asentamiento en su territorio de infieles, musulmanes o judí­os, con la única excepción de los médicos, siempre que se les permita personalmente. Incluso como transeúntes se les ponen trabas, o al menos eso sucede en Bilbao, lo que provoca que en 1475 y 1490 varios judí­os de Medina de Pomar se quejan de que en esa villa se les ponen dificultades para el libre ejercicio de su actividad comercial, penándose con 2.000 maravedí­es al que pernocte en la villa; ante esta actitud, la corona escucha las quejas de los mercaderes, y ordena a Bilbao que les permita contratar libremente.

Así­ pues, en Vizcaya, la tensión antijudí­a es patente, y aunque no hay grandes persecuciones (a excepción de Valmaseda, donde su expulsión se adelanta varios años a la general del reino), la intolerancia parece ser tan fuerte o mayor que en el resto del territorio de la corona. Este antijudaismo está motivado por varí­as causas: como en otros lugares, se produce una reacción contra estos elementos, extraños a la comunidad y además infieles, circunstancia que provoca un cierto temor y recelo frente a ellos; hay que considerar también las cuestiones de carácter económico ya señaladas; y además, en este caso concreto, entra en juego la polí­tica proteccionista de las villas vizcaí­nas en relación a las actividades mercantiles: esto las lleva a acentuar las trabas para el libre ejercicio del comercio con respecto a unas personas que se presentan como peligrosos competidores. La conjunción de estos elementos explica sin duda ese antijudaismo, exacerbado en ocasiones, que se manifiesta en Vizcaya. Esto explica también su prematura expulsión de Valmaseda, así­ como la prohibición existente en el siglo xv del avecindamiento de judí­os en su territorio.

Marí­a Isabel del Val Valdivieso

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