Andrés de Poza, lingüista del Renacimiento (V)
7. Poza y Humboldt
7.0. He insistido tanto en las fuentes de Poza y en su formación «filológica», en relación con la ciencia de su tiempo, no para disculpar globalmente sus desaciertos y deficiencias, sino para distinguir lo que, en tales desaciertos y deficiencias, es carencia personal de nuestro autor de lo que puedo ser falla justificable históricamente, por corresponder a deficiencias generales de la ciencia de su época. Así, las incoherencias que he venido señalando, ciertas lagunas en la información ya entonces accesible, la aceptación acrítica de posiciones e ideas contradictorias, el desentenderse de la eventual bibliografía pertinente sobre tal o cual tema, son fallas personales de Poza; en cambio, las graves carencias metodológicas (en particular, en la etimología) pueden imputársele sólo en parte, porque, en lo esencial, representan insuficiencias típicas del método del que en su tiempo podía disponer. Una comparación con Humboldt (con el Humboldt vascólogo, por supuesto) nos aclarará en qué consisten exactamente sus carencias, Entiendo referirme a la Prí¼fung der Untersuchiingergiiber die Urbewohner Hispaniens verriitielst der baskischen Sprache, Berlín 1821, obra en la que el gran lingí¼ista alemán trata el mismo terna que Poza, en el mismo sentido y con argumentos análogos 00. Por la comparación con esta obra, las fallas metodológicas de Poza resultarán aún más evidentes, pero quizá, en gran parte también más excusables.
7.1. Humboldt, lamentablemente, no conoce a Poza. Al hablar, en su prefacio, de los pueblos hispánicos anteriores a las colonizaciones históricamente conocidas, afirma que, en general, no se ha atendido al ‘estudio de sus huellas en el idioma y, sobre todo, en los nombres de lugar’ (pág. VI). Y en el primer capítulo añade que ‘sólo hace unos veinte años se ha puesto seriamente en uso «este poderoso medio de investigación» que es la lengua vasca, para determinar qué pueblos han habitado España en su origen; ello, con Astarloa [1803J y con Erro y Azpiroz [1806], que han continuado, a este respecto, la labor de Larramendi y de Hervás (pág. 9).
Ahora bien: en realidad, corno se ha visto, la idea misma de utilizar los nombres de lugar para identificar los pueblos antiguos de una región es, incluso, anterior a Poza (cf. 4.4.1); y Poza ha sido el primero en aplicarla con cierto método y de manera (al menos en sus intenciones) sistemática al pueblo vasco en relación con España: en transformar, corno hemos dicho, una «creencia» en tesis histórica). Y, a este respecto, los propósitos de Humboldt son exactamente los de Poza: «Los autores antiguos nos han dejado un gran número de nombres españoles [= hispánicos] de lugares. Pretendo relacionar esos nombres con la lengua vasca» (pág. 11). Así, también, el modo corno plantea la «cuestión etimológica», la búsqueda de las etimologías: «Ante todo es menester investigar sin prevención si hay antiguos nombres de lugar ibéricos que, en cuanto al sonido y la significación, estén de acuerdo con las palabras vascas usadas hoy» (pág_ 24-25)». E incluso la conclusión de Humboldt, en lo que concierne a la lengua más antigua de la Península, aunque alcanzada sobre una base filológico-histórica y material mucho más amplia y más sólida, y con un método mucho más refinado, no es otra que la de Poza: «Creo haber alcanzado mi objetivo y demostrado que el vasco era la lengua de los habitantes primitivos de España» (pág. 97)
Esta obra se citará aquí por la traducción española de R. Ortega y Frías: Los primitivos habitantes- de España. Investigaciones con el auxilio de la lengua vasca, Madrid 1879.
Y después de Poza, la investigación histórico-lingí¼ística fundada en los nombres de lugar se vuelve una constante entre los vascólogos y vascófilos la cultivan Baltasar de Echave 0607), Larramendi 0722), Juan de Perocheguy (1771). Ello, independientemente de los errores y desatinos teóricos y/o metodológicos de estos autores (que, por otra parte, no son mayores que algunos de los de Astarina y de Erro, Tachados de tales también por Humboldt, págs. 20-21, 22-24).
Obsérvese que también Poza, en las etimologías de los topónimos, utiliza las palabras vascas como tales y no /as desmenuza en elementos pretendidamente primitivos, corno otros autores después de él; los »cortes mecánicos’ los opera en los topónimos que analiza, no en las palabras vascas. Es decir que sus errores conciernen a la técnica de la etimología, no al planteamiento teórico.
7.2. 0 sea: la misma tesis básica (prioridad de la lengua vasca entre las lenguas de la Península Ibérica), el mismo instrumento o método para demostrarla (interpretación etimológica de los topónimos antiguos por medio del vasco) y las mismas conclusiones (confirmación de la tesis). Entonces ¿en qué consiste la indudable (y, más que indudable, absoluta) superioridad de Humboldt frente a Poza, si se prescinde de las grandes diferencias concernientes a sus fundamentos filológico-históricos y a la cantidad de materiales examinados por los dos autores?. Consiste en la comprensión exacta del método, comprensión que le falta a Poza, y en el modo de aplicarlo, que en Poza es, las más de 115 veces, arbitrario.
7.2.1. En primer lugar, Humboldt sigue estrictamente el principia de la verosimilitud, principio básico de la toponimia (y de toda la onomástica), previo y subyacente a los criterios de la «evidencia semántica» y de la «motivación», y que se refiere a <qué puede significar en términos comunes un nombre propio’. Así, observa que un topónimo puede designar, por ejemplo, una población, un río, una fuente, una roca, etc., por lo cual es probable que muchos topónimos contengan, como elementos básicos y ulteriormente determinados, precisamente los nombres comunes correspondientes a tales designaciones. Por ello, comienza por reconocer en los topónimos antiguos apelativos vascos como irla uiria, «villa, lugar, comarca»; ura, «agua»; ittsm’a ‘fuente», acha, aitza (y, en composición, asta), «roca», lo que le permite establecer una red bastante extensa de puntos (págs. 32-47). Y sólo después (págs. 47 y sigs.) pasa a otros nombres, «que encierran solamente algunos elementos de la lengua vasca» (pág. 32), pero sin dejar de tener presente el principio de la verosimilitud onomástica.
Poza, en cambio, aunque no desconoce los criterios de la evidencia semántica y de la motivación (cf, 4.4.4.), ignora el principio previo de la verosimilitud y lo sigue, intuitivamente, sólo en algún caso evidente, como el de iras, urja («que en vasco significa población o villa», f. 20r; cf. también 16v, 19v), elemento que identifica acertadamente en Irla (f. 19v), Gracuris., Cala-gurís, Bettgria y, probablemente sin razón, en BeturtsBittgris(f. 20r). Y, por lo demás, ofrece interpretaciones etimológicas muy dudosas o ya a primera vista inverosímiles corno «desenvuelto, determinado a la ocasión que se ofrece» (Noraco), «tomad vos» (Sicoris), «centella o llama caliente» (Gargoris), «tierra o poblaciones olvidadas» (Asturias), «gente sin bazo» (Arévacos), –tú hacia abajo, tú abochornado, tú caliente» (Ibero), «acometimiento de muchos a uno solo» (Sueronis)»ž «acometimiento de cuatro a uno» (Lacuron), «cuervo bueno» (BeIón), «sitio que no está ni dentro ni fuera» (Ostater), «padre bueno» (Aitona), «veis allá los dos– (Vi-ána), etc, (fs_ 15v-19v), Ahora bien, es cierto que gar significa «llama» y gori «ardiente»; que bele, aita, on, astu (aztu) significan «cuervo», «padre», «bueno», «olvidar»; pero es muy poco probable que una persona se llame «centella o llama caliente», o «tomad vos», y muy difícil que un lugar se llame «cuervo bueno», «padre bueno» o «tierra o poblaciones olvidadas»; y más aún que Ostater sea «sitio que no está dentro ni fuera», si, como el propio Poza nos dice, atera significa simplemente «puerta». Y es de todo punto inverosímil que un lugar (o un río, etc.) se llame «acometimiento de cuatro a uno», «veis allí los dos», «tú hacía abajo, tú abochornado», etc. ‘») Poza había debido preguntarse: ¿Hay lugares que se llamen así y cuyos nombres se interpreten de este modo en la Vasconia actual? Y, si no, ¿por qué debería haberlos fuera de la Vasconia?
7.2.2. Por otra parte, Humboldt, aplicando de manera sensata el criterio de la evidencia semántica (y formal), se atiene ante todo a las palabras vascas y a 1.05 elementos de aspecto vasco reconocibles como tales en los topónimos antiguos, ‘por su sonido y por su significación., y no trata a toda costa de descubrir elementos vascos en cualquier topónimo de origen desconocido: no analiza arbitrariamente los topónimos para reducirlos a formas vascas o semejantes a las vascas. Poza, en cambio, partiendo de la idea preconcebida de que todo debe o puede ser vasco (exigencia, en rigor, no indispensable para la demostración de su tesis), procede más bien al revés: de acuerdo con la etimología de su tiempo, opera cortes mecánicos en los nombres que estudia, precisamente para identificar en ellos, a menudo sólo sobre la base de vagas semejanzas fónicas, formas vascas; y, ello, aun cuando las expresiones resultantes carezcan de sentido. En otras palabras: Humboldt parte de la evidencia semántica y/o formal para emprender sus análisis, mientras que Poza bus c a tal evidencia y la «descubre» mediante el análisis, De aquí interpretaciones etimológicas como Sicoris<zuctzulej ori, «tomad vos», y las demás citadas más arriba,
De acuerdo con el mismo criterio, Humboldt, además de excluir de la interpretación por el vasco, en general y por anticipado, los nombres latinos, griegos, fenicios, púnicos, excluye también expresamente los nombres célticos en -briga, -dunum, etc. y, con sólidos argumentos, toda una serie de otras formas segura o probablemente célticas (pág. 99 y sigs.), así como ]as formas que presentan fonemas o nexos no vascos: incompatibles con la estructura del vasco (págs. 28-31, 104-107). Y, por consiguiente, como lingí¼ista experto, es mucho más prudente que Poza: en varios de los casos examinados también por Poza, no da ninguna etimología o se conforma con algún paralelismo o alguna conjetura. Así en Ios casos de: Non= (en Poza: Noraco)»ž Sicosis (sólo como nombre del río, por supuesto), Luso (para Poza «hombre largo de estatura»), Gargaris, Tartesios (según Poza: tartesi, «hombre firme, tieso, derecho»), Arévacos (la «gente sín bazo» de Poza), Uxarna(según Poza: «madre vacía»). Poza, en cambio, como lingí¼ista diletante del siglo XVI, además de proporcionar etimologías vascas para todos esos nombres (1. cit.), no excluye ni los nombres célticos, a los que no reconoce corno tales, ni las formas de aspecto no vasco. Así, interpreta por el vasco también el céltico Segovia (que sería: «casa de hondura, sepultura, huesa, bajada») y, como se ha visto, una forma como SlIc–rosas (excluida por Humboldt porque presenta el nexo kr)» y, aplicando fuera de lugar el criterio de la evidencia semántica, llega a dar una etimología vasca incluso para un nombre griego como Héspero, que no sería otra cosa que es fez./ -bero, «no caliente», «no calor» (f. 15r-v; de este nombre, que «parece ser puramente vascongado, y no latino ni griego», habrían derivado los griegos su palabra hésperos, y los romanos, la palabra vesper), a declarar de origen vasco todos los nombres que terminan en -077a («como son Barcelona, Bardnona, Pamplorut, Chipiona, Tarragona, Aiabona, Alones, Alón, Belona, Cardona, Laconio, … y otros muchos que por evitar prolijidad no se refieren»: fs. 19v-20r) y a interpretar por el vasco también el nombre España. Pero de Tarragona, en particular, da tres etimologías diferentes. En el cap. IV, empieza por señalar que este nombre «significa, en lengua caldea, provincia abundante de bueyes»; pero en seguida «colige» que se trata de un nombre «compuesto de la lengua hebrea y de la vascongada, porque en bascuence el vocablo ona significa bondad, excelencia», por lo cual «Fagora (sic] significa, en estas dichas dos lenguas, tierra buena y excelente de bueyes» (f. ler). Y en II, 32v, olvidándose de todo esto, propone una etimología armenia: «Tarracona, ciudad antiquísima; fundación de armenios, significa, en esa su lengua, ayuntamiento de pastores». En cuanto a España, comienza por afirmar que «Hispania, en griego, significa tierra rara en poblaciones» (f. 22r): pero ya en la página siguiente parte de la forma moderna y afirma que «el vocablo de España, Eshana [sic], en vascuence, significa tierra de buena labia y lengua», lo cual quedaría confirmado por el hecho de que «los españoles siempre han sido y son, en los conceptos de su habla, más sustanciales que otra nación alguna» (f. 22v).
7.2.3. En los casos en que los dos autores dan etimologías para los mismos nombres (o para nombres semejantes), Humboldt –si prescindimos- de los compuestos con iría, -aria– no coincide nunca con Poza. Así, en particular:
Asteria(s). Según Poza: astu-una, «tierra olvidada o poblaciones olvidadas»; según Humboldt: alta (variante de acha, aitza, «roca») + era, «agua» (de modo que el do Altura =»agua de roca»).
Orbego, ant. Urbico. Según Poza: «estere, estate allí propio» (I); según Humboldt (Urbiaca, Urbieua): ‘lugar de las dos aguas».
Ostater. Según Poza: «sitio que no está ni dentro ni fuer-a»; según Humboldt (Ostur): quizá relacionado con ostoa«º «hoja, follaje».
Balsa. Según Poza: «cosa negra»; según Humboldt: «unión de villas» (relacionada con el verbo baisata, «reunir»).
Egosa, Egot2a. Según Poza: egun orza, ‘día frío»; según Humboldt. ego-itza, «lugar de asilo» (relacionado con egon, «quedar, detenerse»).
Anido, Ariteio. Según Poza: «lugar cerrado»; según Humboldt (Apitiurn): < aria, «carnero».
Según Poza: «mano» [=»ezku, «mano’]; según Humboldt: <esitx., «cerrar un lugar abierto» (y sust. esiA, «vallado, fortificación»).
Osca. Según Poza: «muesca, golpe»; según Humboldt: variante de askes, Eses, nombre antiguo de los vascos (o afín a este nombre).
Las etimologías de Humboldt son las de un lingí¼ista experto, de vastos conocimientos, dotado de fina sensibilidad lingí¼ística y dueño de un método de análisis bien fundado; son ya etimologías «científicas». Lo cual no significa que sean todas y necesariamente ciertas: significa sólo que son todas etimologías plausibles, dignas de ser tenidas en cuenta y discutidas, y con buenas posibilidades de ser ciertas. En cambio, las etimologías de Poza son las de un lingí¼ista inexperto e ingenuo: etimologías «intuitivas», logradas sin método y, por ello, en su conjunto, no plausible s, aunque, por mera casualidad, alguna que otra de ellas podría ser cierta 1%).
7.2.4. Resumiendo: Humboldt formula una tesis plausible, propone para su demostración un método de análisis plausible y, aplicando este método de manera teórica y técnicamente fundada, ofrece también pruebas plausibles. Poza, en cambio, formula la misma tesis plausible, propone para su demostración el mismo método, en principio, plausible, pero, aplicando este método de manera teórica y técnicamente inadecuada, ofrece sólo pruebas no plausibles: inverosímiles y, por tanto, inaceptables.
7.3. Por ello, las «conclusiones» de los dos autores son sólo formalmente idénticas, pero no lo son en cuanto a su contenido real. La demostración de Humboldt es, dentro de sus límites, una demostración, al menos parcial, de la tesis que se propone demostrar, mientras que la de Poza –independientemente de lo exiguo de su base material–, no siendo plausible, no confirma de ningún modo su tesis; más aún; sus «pruebas» inverosímiles pueden incluso comprometer, y han comprometido, una tesis de por sí verosímil. Pero tampoco Humboldt demuestra su tesis en el sentido en que d mismo desearía considerarla demostrada, aunque sus pruebas etimológicas sean, en su mayoría, fidedignas.
En efecto, Humboldt no se conforma con lo que los nombres de tipo vasco, esparcidos, aunque no con la misma densidad, en gran parre de la Península, atestiguan efectivamente acerca de la extensión y antigí¼edad del vasco (o de una lengua afín al vasco), sino que cree haber demostrado (pero en realidad infiere), no sólo la prioridad del vasco entre las lenguas peninsulares y su generalidad en Hispania, en una época antigua, no ulteriormente precisada, sino también la identidad entre vasco e «ibérico» y entre vascos e «iberos» de cualquier época, con todo lo que una identidad así entendida implica. Humboldt sabe que «las pruebas etimológicas son siempre inciertas» y piensa que, para confirmarlas, habría que acudir también al testimonio de los escritores antiguos (pág, 138). Pero, como en esos escritores el nombre iberos no es un nombre étnico, sino «geográfico», y, por tanto, no designa una etnia determinada por su lengua, adopta él mismo este nombre como designación étnica genérica para todas las poblaciones hispánicas antiguas (con excepción de los colonizadores griegos, fenicios y púnicos) y vuelve a afirmar repetidas veces lo que considera haber demostrado por la distribución de los topónimos de tipo vasco (sin advertir que, con ello, deja sin explicación posible los demás topónimos antiguos, procedentes de otras lenguas, desconocidas). Así: que todos los «iberos», todas las poblaciones «ibéricas» (incluidos los turdules y turdetanos de la Bética) hablaban vasco o una lengua «análoga» al vasco y siguieron hablando esta misma lengua, aunque dividida en dialectos, hasta la época romana y hasta su casi total romanización; que los ibero-vascos, establecidos en la Península desde tiempos inmemoriales la habitaron durante mucho tiempo íntegramente (no excluidas las regiones en que los nombres ele tipo vasco son raros o faltan por completo), y la habitaron solos, sin mezcla con otros pueblos; que, más tarde, llegaron a compartir su dominio sólo con los celtas y los celtíberos (también iberos, pero mezclados con los celtas o celtizados), etc. ilaciones, todas éstas, no directamente deducibles de sus etimologías Y es sabido que el «vasco-iberismo», que, durante más de un siglo, ha constituido en esta forma (aunque con algunas correcciones en cuanto a la época y la extensión de la unidad vasco-ibérica) el «paradigma» de las correspondientes investigaciones de prehistoria y protohistoria lingí¼ística, ha sufrido en el siglo XX serias restricciones y ha recibido recios golpes (el más duro, con el desciframiento de la escritura ibérica), precisamente, y ante todo, en lo concerniente a la identidad vasco-ibérica y a la «vasquidad» (o «vasco-ibericidad») de los pueblos antiguos de la Bética.
7.3.1. Con todo, esto no significa que la tesis de Humboldt haya sido definitivamente eliminada, como han creído algunos. Sólo que, para seguir sosteniéndola razonablemente, hay que referirla a una época más remota que la entendida por Humboldt, época anterior a la tripartición lingí¼ística de la Península que se ha venido delineando con claridad cada vez mayor en los últimos cincuenta o sesenta años (aproximadamente Este, Sur y Centro-Norte-Noroeste) y, desde luego, hay que renunciar a la identidad vasco-ibérica: al «vasco-iberismo» hay que quitarle el «iberismo». En otras palabras: hay que volver –aunque, por supuesto, a otro nivel científico y con muy otros métodos– a la tesis del «vasquismo originario» dogmática y tan ingenuamente sostenida por Poza (y precisamente en el sentido en que él entendía sostenerla: cf. 4.4.1. y ns. 58 y 79). De todos modos, queda establecido y es, hoy, indudable que, en cierta época prehistórica, el vasco (es decir, el «protovasco»: la lengua continuada por el vasco), o una lengua genealógicamente afín al vasco, fue en la Península, si no necesariamente «lengua general» como lengua única, al menos «general» como lengua principal y más difundida. Y que el vasco representa en la Europa Occidental los restos de un «continente lingí¼ístico mediterráneo».sumergido por inmigraciones de otras regiones, hace ya tiempo que ha dejado de ser una simple suposición carente de fundamento.
7.3.2. En cuanto a la estratificación de las lenguas en la Península Ibérica todavía en la época prerromana, es mérito particular de Humboldt el haber delimitado, también sobre la base de los nombres de lugar, un estrato históricamente secundario, céltico (y «celtibérico»), desde el Ebro hasta el Betis y hasta el Océano; estrato que, por las investigaciones más recientes, se ha ido diferenciando y, como es sabido, se ha hecho cada vez más complejo. Poza, en cambio, sólo conoce una sucesión genérica hebreo-vasco-griego-fenicio-africano-latín (cf. n. 38) e ignora el estrato céltico y/o celtibérico (aunque menciona varias veces a los ceItiberos y Celtibería; cf. f. 22r; II, fs. lir-y, 31r). Hecho, éste, quizá excusable en otros casos pero no en el de un filólogo que conoce y cita en su obra a Estrabón y a L. A. Floro (autores que se refieren repetidas veces a los «celtíberos» y a sus «villas»: villas a las que el propio Poza parece referirse en II, 11v), ni en el de un «europeo» conocedor de humanistas franceses, ya que, en su época, los historiadores de Francia habían ya encontrado en su lengua palabras célticas y habían ya identificado en la Galia topónimos de origen céltico.
7.4. La comparación con Humboldt nos ha permitido identificar más exactamente las deficiencias de Poza en sus intentos etimológicos. De estas deficiencias –e independientemente de la etimología como tal–, la información insuficiente, la exigí¼idad de su base material, el ignorar el celtibérico, el hecho de que tantas veces no nombre las palabras vascas a las que se refiere, son, sin duda, fallas personales de Poza. En cambio, en el campo de la etimología como tal, son propiamente fallas personales de Poza sólo las incoherencias en la aplicación del criterio de la evidencia semántica y, en lo histórico, la idea preconcebida de que todo nombre debe o puede ser originariamente vasco (idea errónea y, como se ha dicho, innecesaria para la demostración de su tesis); mientras que la incomprensión del sentido del análisis etimológico lo es sólo en parte (en la medida en que el criterio de la motivación depende del principio de la «verosimilitud onomástica»), y la búsqueda arbitraria de la evidencia semántica, con la correspondiente técnica etimológica de los «cortes mecánicos», no lo es de ningún modo, ya que se trata de fallas generales de la etimología de su tiempo. Otra vez: para juzgar a Poza, no hay que olvidar que nos hallamos en el siglo XVI. Y esto vale de modo particular para la etimología. Porque la etimología de ese siglo (no sólo en España, sino en Toda Europa) –cuando no se trataba de identificar relaciones materiales y semánticas más o menos evidentes entre lenguas bien conocidas, sino de llegar al «origen primero» de los nombres– no era todavía siquiera la de Ménage, sino que, en gran parte, seguía siendo la de S. isidoro de Sevilla. De manera que no cabría siquiera hablar, para esa época, de la «incomprensión de un método» (aunque esto queda ya muy cerca de la falta de método), porque un método etimológico no existía aún como tal; el método consistía en adivinar e imaginar.
Claro que esto no hace más plausibles las «pruebas» etimológicas de Poza. Pero tampoco anula sus méritos. Quítense, esta vez a su disfavor, todas sus etimologías desatinadas y las poquísimas, eventualmente, acertadas (o sea; toda su «demostración»), así como, a su favor, se ha quitado todo lo «babilónico» y «tubalino» de su «paradigma», y su tesis básica queda en pie como tesis histórica razonable, así corno queda en pie la propuesta de demostrarla mediante el análisis de los nombres de lugar. La comparación con Humboldt nos ha confirmado que se trata de una propuesta sensata y proficua, y que puede ser aplicada con éxito si se dispone de una técnica adecuada para ello.
Gracias por hacer el intento honesto de hablar sobre esto.
Creo que es muy fornido y quiero leer más. Si está
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