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Andrés de Poza, lingüista del Renacimiento (II)

Andrés de Poza, lingüista del Renacimiento (II)

3.Poza y las lenguas de Europa

3.1. También para mí­ el punto de partida en el acercamiento a Poza fue su frase sobre las lenguas románicas citada en La Viñaza y, en particular, lo que en ella se dice acerca del rumano como «lengua general». Pero, al buscar esa frase en el libro de Poza, advertí­ que se encontraba en un pa­norama lingí¼í­stico de Europa, mejor dicho, que era parte integrante de una enumeración y clasificación de las lenguas de Europa: la segunda en España, después de la de Rodrigo de Toledo (1243), y la tercera en sentido absoluto, después de la de ConradGesner (1555). Y, como conocí­a –por dos escritos de G. Bonfante y por la obra de Amo Borst sobre la lingí¼í­stica «precientí­fica» (Der Turrabauvor; Babel) – la enumeración de Rodrigo de Toledo y direc­tamente la de Gesner, así­ como las presentadas unas décadas más tarde por HieronyrnusMegiser (1603) y por José Justo Escaligero (1599, 1605), decidí­ comparar la enumeración-clasificaciónde Poza con las de esos otros autores. Los resultados, consignados en mi primer estudio sobre el filólogo vizcaí­no, fueron sorprendentes: el panorama presentado por tan poco cono­cido (y, a este respecto, simplemente desconocido) Poza, no sólo resultaba su­perior al de Rodrigo de Toledo (lo que, por cierto, dada la distancia en el tiem­po, no podí­a extrañar), sino que resistí­a muy bien la comparación con los de Gesner y Megiser –a los que hasta aventajaba en varios aspectos– y, sin grave menoscabo, incluso con el del «gran Escaligero». Recuerdo aquí­ sólo algunos puntos de particular relevancia: Poza reconoce la autonomí­a del rumano en­tre las lenguas románicas (lo que no hacen Gesner, Megiser y Escalí­gero); es el primero en Occidente (fuera de Italia) en reconocer – por lo menos, 22 años antes que Escaligero– la autonomí­a del albanés como lengua ni griega ni eslava; reconoce la autonomí­a de los dialectos occitánicos (a los que distingue del francés) distingue el bretón del galés y recuerda también el córnico. En general, el panorama de Poza, comparado con los de Gesner y Megiser, presenta muchas omisiones, pero contiene un solo error: el de clasificar a los «finlapos» (finlandeses y lapones) entre los pue­blos de lengua germánica, mientras que Gesner y Megiser pecan sobre todo por exceso, incluyendo varias lenguas y dialectos en familias que no les co­rresponden (y, en algunos casos, en más de una familia a la vez). A este respecto, Poza se acerca a Escaligero, que, en su sucinto panorama, no comete ningún error de clasificación (y peca más bien por lo que, explí­cita o implí­ci­tamente, niega que por lo que afirma).

3.2. Con esto, a partir de 1975, quedaba asegurado y justificado el lugar de Poza en la historia general de la lingí¼í­stica. Hoy podemos decir que, con su breve panorama declaradamente aproximado, el filólogo vizcaí­no re­presenta una etapa importante en la historia de la identificación y clasificación genealógica de las lenguas de Europa (y, por tanto, en el lento desarrollo de la primera forma, elemental, de la gramática comparada), entre Rodrigo de To­ledo y Gesner, por un lado, y Megiser y Escaligero, por el otro: es, por así­ decirlo, eI eslabón que faltaba en la «cadena» ideal que va de Rodrigo de Toledo a J.J. Escaligero.

Pero el mismo panorama, considerado en sucontexto, nos revela tam­bién una caracterí­stica esencial de Poza: su ‘europeismo». Poza no escribe sólo como español y sólo para españoles; escribe (o escribe también) como europeo y también para europeos. Y no presenta su panorama desde una perspectiva estrictamente española, sino más bien desde una perspectiva europea. Ello, no porque habla de «nuestra Europa», sino por el modo como enfoca la enumeración de las lenguas europeas, por las fuentes «septentrionales» que uti­liza (fuentes insólitas en la erudición española de la época, cuando no con­ciernan directamente al español) y porque se funda también en su información y experiencia directa, adquirida en sus años de estudios en Flandes. Se advertirá, en efecto, que Poza concentra su atención en las lenguas germánicas, en las de Inglaterra y las de Francia, no olvidando siquiera el bajo alemán (la lengua de los «osterlines») y registrando tres lenguas para In­glaterra (inglés, galés y córnico) y cinco para Francia (francés, bretón, y tres «lenguas» occitánicas), mientras que para la misma Pení­nsula Ibérica no registra siquiera el portugués y el catalán-valenciano, cuya existencia no podí­a ignorar (el portugués y el gallego los menciona en otro contexto –ial lado del castellano!– como diferentes, en parte, de la «lengua general»). Al mismo interés parece corresponder la breve caracterización que da del inglés como lengua compuesta de cuatro lenguas que son: cornúbica, wálica, flamenca y francesa. Pero sintomático para su actitud y suspropósitos es, sobre todo, el que añada a su obra un resumen en latí­n destinado expresamente a lectores extranjeros: no es lo mismo emplear habitualmente el latí­n como lengua de la erudición y emplearlo con el propósito deliberado de resultar accesible a extranjeros     Evidentemente, Poza quiere situar el vasco en un contexto europeo y al nivel de las lenguas europeas de cultura (ésta será también una de las razones de su «apologí­a» y comunicar a estudiosos europeos (¿en particular germa­nos?) lo que considera un descubrimiento: la posibilidad de demostrar la extensión antigua del vasco por medio del análisis de los topónimos y de otros nombres propios. Y trata de congraciarse con esos estudiosos mostrándoles que él mismo está enterado acerca de sus paí­ses y sus lenguas, y haciéndoles incluso ciertas concesiones.

Con esto parece relacionarse también el modo como trata las fuentes de su panorama lingí¼í­stico, mejor dicho, el hecho de que no las nombra; es como si quisiera sugerir que está hablando de cosas bien sabidas en los am­bientes eruditos que le son familiares (o a los que se dirige), y que él también sabe. Para la introducción y para tres de los grupos lingí¼í­sticos que enumera (el románico, el griego y el eslavo), su fuente principal e inmediata fue, con toda seguridad, Caben Genebrard, cuya Chronographia debe haber conocido, quizá en la edición de Parí­s, de 1580, o, más probablemente, en la de Colonia, de 1581. Ello se infiere de varios indicios y se hace certeza por un curioso error de Poza en el caso del griego. Genebrard (1, cit. en la n. 19) escribe «[ma­u-ix] Graeca [genitrix] Doricae, Ionicae, Aeolicae, Atticae», entendiendo, desde luego, por Dórica, etc. las «lenguas», o sea, los dialectos del griego antiguo; Poza, en cambio, conociendo Mica como nombre de región, interpreta tam­bién Dórica, etc. como nombres de regiones y traduce (en este caso hay que decir que traduce): «De la [lengua] griega nacieron las generales de ítica, Jónica, Eólica, Dórica» (f. 13v.). Pero ya en el caso de las lenguas germánicas, deja de seguir a Genebrard; en efecto, llama al germánico «cámbrico» (lengua cí­mbrica»), no «germánico» («[matrix] Germanica») como Genebrard, y nom­bra más lenguas germánicas (o pueblos de lengua «cí­mbrica») que éste (que se conforma con `Helvetica, Anglica, Flandrica, eta’): en total, siete u ocho, sin contar el inglés, al que, como se ha visto, considera lengua mixta. Y, por su­puesto, tampoco pudo seguirlo para las demás lenguas europeas que enumera y que no figuran en la obra del autor francés (pata Europa, Genebrard se limita a las «matrices» latina, griega, eslava y germánica). Por otra parte, ya en la enu­meración de las lenguas románicas, la grafí­a Vvalachia, o sea, Walachid (y no Valachiao, mejor, Vaiaquia como se esperarí­a de un español), parece apuntar a otras fuentes paralelas a la principal e inmediata: Rientes germánicas (ale­manas, flamencas) o latino-germánicas. De fuentes flamencas –o, quizá, del uso lingí¼í­stico entonces corriente en Flandes– procede también el nombre os­terlines, que es, evidentemente, hispanización de Oasteriingen (en el neerlandés de esa época: «habitantes de ciudades hanseáticas, alemanes del Norte, alemanes del Báltico»). Por ello, no será arriesgado suponer que, en otros varios casos, y muy en particular en el caso de las lenguas germánicas, Poza, estudiante de Lovaina, habrá tenido, precisamente, fuentes germánicas o latino-germánicas_ Una de esas fuentes latino-germánicas debe haber sido J. GoropiusBecanus, al que nuestro autor menciona en otro contexto (a propósito del supuesto origen de Hércules; (f. 14r). De Goropius procede, sin duda, el término cámbrico, pues es precisamente éste (CimbricaLingua) el nombre que el autor flamenco da al germánico. Y también al influjo de Goropius se deberá el hecho de que Poza se incline a atribuir al germánico («cimbrico») una posición de preeminencia entre las lenguas europeas». Pero Goropius no puede haber sido la única

en el caso del eslavo, incluso en el mismo orden (con la diferencia de que Poza, además de hablar de «lenguas generales», habla, en el caso del eslavo, de pueblos, no de lenguas, y en el caso del griego, añade «las [Lenguas] mestizas que en nuestra Era corren en la Grecia», (f. 13r); Genebrard llama al eslavo «[matrix] Slauonica» y Poza (ibid.), «lengua cselavona», no «ilirico» o «surriáúeo.; como otros autores del tiempo. Más sintomático aún cs que, cn e] mismo grupo eslavo, Poza registre (a través de los nombres de los respectivos pueblos) sólo las lenguas expresamente nombradas por Genebrard (polaco, checo, ruso), a pesar de que ¿l mismo tení­a noticia también del eslavo meridional, al que recuerda en relación con el albanés (f. 13r).

Y tampoco la introducción del panorama lingí¼í­stico de Poza puede depender entera­mente de Genebrard. Como Genebrard (ob. cit., 1. cit.), también Poza habla de las lenguas ‘jaféticas’, ‘camitieas> y ‘semí­ticas’ (de jafet, de Cam y de Sem), pero el número de lenguas atribuidas a cada grupo es diferente en los dos autores: para Genebrard son, respectivamente, 15, 30 y 27; para Poza (f, 12v) son 23, 22 y 26 (y en total, por tanto, sólo 71; probablemente, Poza no cuenta la lengua hebrea, considerándola originaria y, antes de Babel, «general del mundo»; cf. n. 38).

Ya en el texto español (fs. 31v-32r) pretende Poza derivar del «cí­mbrico» las palabras fuente germánica de Poza, ya que en algunos casos las posiciones de los dos autores son radicalmente distintas. Las restantes fuentes del panorama de Poza (si es que las hubo) quedan, pues, por identificar. Lo que sí­ puede asegurarse es que entre estas fuentes no ha de Figurar Gesner, a pesar de que, en la época de Poza, el Mithridates circulaba, sin duda, también por Flandes: en la obra de nuestro vizcaí­no no se perciben huellas del autor suizo; así­, por ejemplo, Poza no menciona, entre sus idiomas germánicos, la lengua «helvética», lengua nom­brada por Genebrard e identificada por Gesner con el «alemán común»

En cuanto a la información y experiencia directa, bastará con recordar que Poza la utiliza expresamente en el caso del albanés y cuando habla de la lengua cí­mbrica corno «buen conocedor» de la misma («bene in Ala versatus; f. 69v). El pasaje concerniente al albanés es tan caracterí­stico a este respecto que conviene citarlo í­ntegramente: «Albanesa [lengua] es de la Albania, anti­guamente llamada Epiro, que es aquella parte de Grecia que cae frontero de Apulia y Calabria, y es esta lengua distinta de la esclavona, corno quiera que los más albaneses usen de entrambas, según fui informado de la caballerí­a al­banesa que serví­a al Rey Nuestro Señor en los estados de Flandes el año 1576» (f. 13v).

El examen del mismo panorama lingí¼í­stico en su contexto pone de manifiesto también ciertas insuficiencias y limitaciones caracterí­sticas de Poza (como de tantos eruditos de su tiempo, en España y fuera de España). Como «aficionado» que el al mismo tiempo «abogado en el muy noble y leal Señorí­o de Vizcaya» y profesor de náutica en San Sebastián, y escribe también de hidrografí­a, Poza no es, y no puede ser, un filólogo riguroso, en el sentido moderno del término. Así­, fundándose en lo que sabe (o cree saber) con se­guridad, no considera necesario acudir a la bibliografí­a pertinente sobre un tema que toca sólo marginalmente           de suerte que se conforma con un panorama sólo aproximado de las lenguas de Europa (las lenguas que «poco más o menos» hay en «nuestra Europa», f. 12v-13r), pero suficiente, a su modo de ver, para sus propósitos; por lo cual, el panorama le sale muy desigual’ deta­llado en ciertas secciones y genérico y lagunoso en otras (como en el caso de Italia; cf. n. 28). Y si tiene para ello cierras fuentes, no las declara. Pero a veces padre, madre y visto (a través del griego y del latí­n). Pero en el «re-sumen» en latí­n –donde se sorna más «germanizante»– va más lejos y admite que la lengua griega, «nroí­rix de la latina», puede haber sido a su vea, para ‘muchí­simas de sus palabras’, ‘hija’ de la cí­rnbrica: «Sed quis hoc crediderit linguam Graecam, Latinae matricem (si Falai Quintiliano credimus, lib. 1.0) Cimbricae istius de qua verba lacimus in per multis admodum vocabulis ese (f. 69v). Ahora bien, esto coincide casi con la tesis de Goropius, quien considera el cí­mbrico (identificado por él con el neerlandés) corno lengua originaria de la humanidad y asegura, entre otras cosas (Origines AntweTianae, Amberes 1569, pág, 115), que también los «Latini vetustissimi» hablaban cámbrico.

Las sigue mecánicamente, olvidándose incluso de lo que sabe por su cuenta (como en el caso del eslavo meridional; cf. n. 19), y otras veces las interpreta equivocadamente (como en el caso de lo que Genebrard dice de la «matrix Graecan, Por otra parte, siguiendo, en ciertos casos, fuentes diferentes (en par­ticular, en el texto en español y en el «resumen» en latí­n), registra sin crí­tica (y acepta) opiniones diversas y datos contradictorios. Así­, como se verá, en el caso del rumano (cf. 3.3, y n. 29) y, como se ha visto, hasta en el caso del latí­n y del griego; en el texto en español parece que considera el latí­n y el griego (de acuerdo con Genebrard) como lenguas matrices (f. 13r, la lengua griega, que es una de las setenta y dos», f. 31r), mientras que en el resumen en latí­n se muestra dispuesto a admitir (de acuerdo con Quintiliano, que el latí­n pro­viene del griego y –de acuerdo con otras fuentes, «goropianas»– que el griego, a su vez, procede, en gran parte, del cí­mbrico (cf. n. 21). E incluso ahí­ donde sabe más, resulta a veces poco riguroso y/o incoherente: entre los pueblos que hablan «cí­mbrico (f. 13r), nombra también a los «godos», pero no nos dice de qué godos se trata ni qué región habitan: entre esos pueblos, aparecen asimismo los suecos («suevos»), pero Suecia no aparece entre las regiones donde se habla «cí­mbrico» (f. 32r); y, viceversa, Noruega figura entre esas regiones, pero los noruegos no figuran entre los pueblas de lengua «cí­mbrica».

Todo esto no disminuye, sin embargo, sus méritos, ahí­ donde efec­tivamente los tiene, ni el valor de sus aciertos y de sus intuiciones proficuas; al contrario: los hace más sorprendentes.

La noción de «lengua general». «Acerca a esta noción, ya des­tacada por Amado Alonso, observaba yo en «Las lenguas de Europa» (pág. 201, nota) que Poza emplea también el término «lengua común» y que, probable­mente, «también es uno de los primeros en hacerlo». Pero hoy me parece que hay que precisar y rectificar esta afirmación, al menos en lo que pueda so­breentender o sugerir con respecto a una prioridad de Poza en el maneja de ambas nociones.

Es cierto que el término lengua común», aplicada a lenguas moder­nas, parece ser bastante raro en la lingí¼í­stica europea de la época (aunque lo encontrarnos ya en Gesner; cf,24). También es cierto que Poza lo emplea dos veces como sinónimo de lengua general»; una vez, como sinónimo im­plí­cito, con respecto al francés (idioma que en la enumeración de las lenguas surgidas del latí­n presenta como lengua «general»): «En Francia, demás de la lengua común, hay otras cuatro…» (f. 13v); y la otra, como sinónimo explí­cito, a propósito del italiano: «En Italia, ultra de la general y común…» (ibid.). Pero el término debí­a de circular ya en la lingí¼í­stica española de su tiempo, puesto que Francisco del Rosal, en 160], lo emplea corno usual y corriente («La lengua castellana, corno las demás comunes»ž,»; cf. 4.3.3.),

En cuanto al término «lengua general», Poza parece emplearlo en dos sentidos diferentes. Por un lado, como se acaba de ver, lo emplea en el sentido de «lengua común» (opuesta a los dialectos) o de «lengua nacional» o «supra-regional» (opuesta a las lenguas regionales), de manera que, en el resumen en latí­n, puede oponer explí­citamente las lenguas llamadas «generales» en el texto español a las lenguas menores y los dialectos surgidos de las mismas: «et quasistae {linguae] pepererunt alias multas, dialectistanrum dissidentes» (f. 67v), Por otro lado lo emplea en el sentido de «lengua (eventualmente única) de toda una región», «lengua de gran extensión», «lengua principal de (o más usada en) una región»; así­, cuando habla del hebreo como lengua «general del mundo» en cierta época prehistórica (f. 13v) o cuando presenta el vasco como «lengua general» de España en la época anterior a las colonizaciones griega, fenicia, etc. Y en este segundo sentido –más amplio y no propiamente técnico–, el término es de uso corriente en español ya antes de Poza («‘ y lo sigue siendo después de él, en la lingí¼í­stica y fuera de ella. Pero estos «dos sentidos» son dos sólo si nos limitamos al uso de Poza y separamos artificialmente los pasajes en que el término «lengua general» aparece empleado como sinónimo de «lengua común» o «lengua nacional» de los pasajes en que corresponde más bien a «lengua muy (o más) difundida», «lengua principal», etc. Porque, en realidad –así­ en el uso corriente corno en la tradición de la lingí¼í­stica española–, se trata de un único sentido muy amplio (en rigor –y en el comienzo– del valor corriente del ad­jetivo general, aplicado a las lenguas); sentido que permite toda una serie de acepciones más precisas, incluyendo las de «lengua común», «lengua nacional», «lengua de intercambio o de tráfico», etc. Lo que importa es que se trace de una lengua empleada «por encima» de la variedad regional (que puede ser tanto variedad de dialectos como variedad de lenguas). Es en este mismo sentido en el que, por ejemplo, también el quechua o el guaraní­ son, durante bastante tiempo, lenguas generales» en vastas regiones de América.

Sin duda, la historia del término «lengua general» (y de la noción co­rrespondiente) en la tradición de la lingí¼í­stica española queda por hacer. Pero Poza no parece ocupar una posición particular en esta historia: sigue un uso corriente; y pudo llamar la atención sólo porque, sin salirse de este uso, aplica el término a cuatro lenguas románicas «comunes» y/o «nacionales».

3.3. Poza y el rumano. Acerca de la importancia histórica de Poza en lo que concierne al conocimiento temprano del rumano en la Europa oc­cidental, lo esencial ya habí­a sido dicho por W. Bahner, en dos importantes trabajos de historia de la lingí¼í­stica rumana (cf. n. 6). Pero también a este res­pecto puede contribuir con algunas precisiones y rectificaciones.

Así­, Bahner, no encontrando otras fuentes posibles, pensaba que ‘muy probablemente’, la información de Poza acerca del rumano ‘procederí­a de obras de historiadores italianos’. Pero yo he podido demostrar que, con toda seguridad, la fuente inmediata de nuestro autor fue, en este caso, la Cosmographia de C. Genebrarcl, a la cual sólo cabí­a añadir alguna fuente ger­mánica  complementaria. No hay huellas de fuentes italianas directas en la obra de Poza; y, de cualquier modo, la cuestión de sus fuentes en lo relativo al ru­mano no puede separarse de la de las fuentes que tuvo para todo su panorama de las lenguas europeas, que constituye un bloque unitario.

Por otra parte, ya en «Las lenguas de Europa» (pág. 201, nota), advertí­ que también a Bahner se le habí­a escapado otro pasaje en el que Poza se refiere a la latinidad del rumano e incluye (aunque de otro modo) este idioma entre las lenguas románicos; pasaje muy diferente del primero y que se encuentra en el resumen en latí­n (f. 67r). Este pasaje, que cité y examiné más de cerca des­pués, en «lar Keruní­s» (págs 530-31, 542-44 reza como sigue: «sic Vvalacchi a Placeo Romani exercit[us] duce sic dicti mane Rut­heniarnhabent[es] á Septentrione et Danubium á meridie, Latinae ad-filie linguae vestigia habent manifesta et sitan immutata ut cum dificúltate Italus Vvalacchum intelligat».

Se observará que esto representa otra posición de Poza con respecto al rumano que la que podí­a inferirse del texto en español; el rumano ha dejado de ser lengua «general» y autónoma –una de las cuatro lenguas románicas «ge­nerales» surgidas de la matriz latina– y se ha tornado casi una forma aberrante del italiano (como, en efecto, lo consideraban varios humanistas de la época)». Por una de esas incoherencias tan tí­picas de él, Poza, dejándose llevar por sus fuentes, renuncia en este caso a lo novedoso y más sólido y, sin percatarse de ello, vuelve a lo viejo y más frágil y vago.

Con estas precisiones y rectificaciones se modifica también el con­cepto que, acerca del lugar de Poza en la historia del conocimiento del rumano, podí­amos tener a raí­z de las acotaciones de Bahner, Poza no es el primero en la Europa occidental en presentar el rumano como lengua románica autónoma, sino, a lo que hoy sabemos, el segundo: después de Genebrard (del cual, por otra parte, depende). Es sólo el primero en España. Y su saber acerca del ru­mano, por ser de segunda mano y proceder de fuentes, en parre, discordes, es incierto y ambiguo.

Poza queda, desde luego, en la historia del conocimiento del rumano en Europa; pero queda sólo por la frase que, en lo esencial, toma de Genebrard y porque añade a esta frase la especificación «lenguas generales» y la incluye en un más amplio panorama de las lenguas europeas. Y esto es, sin duda, muy importante. Pero importa más bien en /a perspectiva del rumano y, en esta perspectiva, en particular por la época tan temprana a la que su formulación pertenece, ya que las enumeraciones de las lenguas romá­nicas en que el rumano aparece como lengua autónoma son, durante siglos, bastante raras (las de Genebrard y de Poza son las primeras de este tipo y las únicas que conocernos del s, X V I). En cambio, importa mu­cho menos en lo que concierne a la caracterización de Poza y a su lugar en la historia de la lingí¼í­stica, ya que, en esta otra perspectiva, se trata casi de un detalle casual. En efecto, el rumano no ocupa ninguna posición particular en la obra de Poza; no es, para él, tema de investigación, ni siquiera tema mar­ginal.

3.4. Poza germanista. Mucho más importante –y buen fundamen­to para otorgar a Poza un lugar, si no en la historia general de la lingí¼í­stica, por lo menos en la historia de la lingí¼í­stica española– es, de iodos modos, su contribución germaní­stica, representada por sus dos listas, en gran parte idén­ticas, de elementos germánicos del español (fs. 27, 69).

También en este caso fue la elaboración de mi primer trabajo sobre el filólogo vizcaí­no la que me llevó a identificar (y hasta podrí­a decir «descu­brir») estas listas, ignoradas en la tradición de la lingí¼í­stica española y en la historia de la misma (no las registran Aldrete, Maya.»11S, La ViRaza); de suerte que pude desde el comienzo señalar su particular interés («Las lenguas de Eu»‘

(29) En «ZurKenntnis», pág. 545, fundándome en el hecho de que Poza se atiene a menudo a su experiencia personal y en lo que, en otros casas, se comprueba en la historia del co­nocimiento del rumano fuera de Rumania, emití­ la hipótesis de que la información del fi­lólogo vizcaí­no acerca del rumano pudiera proceder, en parte, si no directamente de contactos con rumanas, al menos indirectamente de un informante rumano. En efecto, de 1530 a 1539 vivió en Bruselas –como consejero de la reina viuda de Hungrí­a Marí­a de Habsburgo (her­mana de Carlos y), en esos arios virreina o gobernadora («estarí¼der») de los Paí­ses Bajos–el humanista de origen rumano Nicolaus Olahus y mantuvo ahí­ estrechas relaciones con los humanistas flamencos. Por ello, me pareció lí­cito suponer que Nicolaus Olahus informara a esos humanistas de la latinidad del rumano y que la tradición correspondiente  se mantuviera en los ambientes eruditos, en particular en la universidad de Lovaina, hasta la época en que estudió ahí­ Poza. Esta conjetura podrá, quizás, confirmarse en cuanto al ambiente univer­sitario de Lovaina. Pero en lo que concierne a Poza, me inclinarí­a, hoy, a retirarla. Porque en lo que Poza dice acerca del rumano, no hay nada que implique tal tipo de información y el rumano no goza siquiera de un interés particular de su papel; al contrario: es la única lengua románica acerca de la cual, por seguir de manera acrí­tica fuentes diversas, registra datos contradictorios.

O sea: en lo que concierne a etimologí­as germánicas, Poza, confron­tado con la etimologí­a actual, resulta superior al tan cauto Nunes de Leáo y netamente superior al justamente respetado y prestigioso Aldrete. Y hay que observar, además, que Aldrete y Nunes de Leáo (éste, por lo menos para los elementos «góticos») utilizan y discuten listas etimológicas ya propuestas por otros autores, ellos mismos germanos (Olag Magno y Wolfgang Lazius), mien­tras que Poza (que no conoce ni a Olag Magno ni a Lazius) recopila por su propia cuenta sus listas, trabajando, como él mismo declara, sólo con un dic­cionario (1, 27r) y fundándose en su propio saber de ‘buen conocedor de lengua cí­mbrica. Esto, si, por un lado, significa una carencia filológica (ya que Poza se desentiende también en este caso de la eventual bibliografí­a pertinente sobre el tema), representa, por otro lado, una original y notable hazaña personal. Es decir que, de los tres autores, el que, a pesar de lo exiguo y, en buena parte, discutible de su contribución, merece la calificación de «germanista» es, pre­cisamente, Poza.

 

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