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Las Encartaciones

Las Encartaciones

m_enkartazioakEl tema propuesto para esta intervención ha sido el de «Las Encartaciones en la Edad Media». Para cumplir con este compromiso, primeramente trataremos de hacer un breve repaso sobre la trayectoria histórica del Señorí­o de Bizkaia en época medieval, marco polí­tico en el que se encuadran las Encartaciones. Posteriormente nos centraremos en los núcleos urbanos que mayor protagonismo social y económico alcanzaron dentro del ámbito geográfico de las Encartaciones.
En la época que conmemoramos, final del perí­odo medieval y principios de la Edad Moderna, el Señorí­o de Bizkaia tení­a ya la forma territorial que conocemos en la actualidad, excepto la posterior y definitiva incorporación de Orozco en 1785, tras varios intentos anteriores infructuosos. Pero no siempre fue así­, Bizkaia tardó varios siglos en llegar a ser la entidad geopolí­tica que reconocemos hoy dí­a.
La primera mención conocida de Bizkaia se sitúa a finales del siglo IX en la Crónica de Alfonso III, al hacer referencia al proceso repoblador llevado a cabo por Alfonso I a mediados del siglo VIII. En esta crónica se mencionan tres espacios geográficos diferenciados que conformarán posteriormente el Señorí­o: 1. Sopuerta y Carranza (Encartaciones), 2. Orduña, 3. Bizkaia. Por tanto la Bizkaia primitiva, muy reducida en extensión, se identificaba con la Bizkaia nuclear, que comprendí­a las antiguas demarcaciones de Marquina y Guernica, desde el Nervión hasta el Deva, lo que vino entendiéndose como la Tierra Llana.
La Tierra Llana estaba conformada por las anteiglesias que se organizaban en seis merindades: Busturia, Marquina, Zornoza, Uribe, Arratia y Bedia. Desde el siglo VIII al siglo XV el Señorí­o de Bizkaia fue incorporando nuevos territorios.
La Merindad de Durango tras su pertenencia hasta 1200 al reino de Navarra, pasó en ese mismo año al reino de Castilla, y en 1212, tras la batalla de las Navas de Tolosa, Alfonso VIII de Castilla se la cedió de forma permanente a Diego López de Haro, en compensación por su apoyo en la batalla, y desde esta fecha se añadió al núcleo inicial del señorí­o.
Orozco, como ya se ha señalado, se incorpora definitivamente en 1785.
El proceso de incorporación de las Encartaciones fue más complejo, especialmente por la fragmentación del territorio en diversas unidades señoriales y territoriales, que se organizaban en valles y concejos En opinión de Llorente la anexión se produjo en 1076 en tiempos de Lope íñiguez quien adquirió las encartaciones por muerte de su padre en 1076, quien por su matrimonio con Doña Tecla Dí­az hija de D. Diego ílvarez, conde de las Asturias de Santillana, tení­a parte de aquel territorio. Lo que parece evidente e irrefutable, es que a comienzos del siglo XIII los señores de Bizkaia tení­an ya agregadas las Encartaciones al Señorí­o, porque aparecen donando al monasterio de Nájera colonos en Carranza, Arcentales, Galdames, Sopuerta y Somorrostro, cosa que no hubieran podido hacer si no le pertenecieran dichos lugares. A finales de la Edad Media los valles, concejos y villas de las Encartaciones eran las siguientes: Valle de Carranza, Trucí­os, Arcentales, Gordejuela, Somorrostro (organizado en seis concejos Musquiz, Abanto, Ciervana, Santurce, San Salvador del Valle y Sestao), los concejos de Gueñes, Zalla, Sopuerta, Galdames y las villas de Lanestosa, Balmaseda y Portugalete.
La unión de las distintas partes de Bizkaia, aunque dio lugar a la aparición de instituciones comunes para el conjunto del Señorí­o, no impidió que se conservaran los sistemas institucionales propios de cada una de las partes, existentes antes de la fusión, como el fuero de la Merindad de Durango y los fueros de las Encartaciones que estamos conmemorando. Además de las antiguas instituciones de territorios históricos diferenciados, que poco a poco pueden estar englobados en lo que venimos denominando códigos jurí­dicos de La Tierra Llana, aparecieron, desde finales del siglo XII otros nuevos, propios de una realidad emergente que transformará de manera sustancial el dinamismo histórico del Señorí­o, correspondientes a las villas.
Puesto que en esta sesión nos corresponde exponer la situación de las Encartaciones en el perí­odo medieval, y ya en la anterior intervención se ha incidido de forma especial en aspectos jurí­dicos del fuero y posteriormente se hablará del ámbito y formas de aplicación de dicho código, hemos creí­do conveniente dar unas pinceladas históricas sobre otras realidades jurí­dico-espaciales que tienen un fuerte arraigo en las Encartaciones, en el Señorí­o, en la Corona de Castilla, y en toda la Europa Medieval, y que son las villas y ciudades.
Desde el siglo XI se vení­a produciendo en los reinos de León, Castilla y Navarra un notable crecimiento económico que se manifestaba tanto en las labores agrí­colas y ganaderas como en la aparición de un nutrido grupo de mercaderes necesitados de unas condiciones jurí­dico-administrativas distintas a las que imperaban en el mundo rural. A la par que crecí­a la economí­a se iban desarrollando una serie de núcleos de población de tipo urbano en los que, gracias a los privilegios otorgados en las cartas de población, las actividades mercantiles se facilitaban en gran medida.
Un hito importante fue la concesión de un fuero a Logroño. El año 1095 Alfonso VI otorga un fuero a Logroño que será el primer fuero de francos de Castilla y una ampliación notable de los navarros de Jaca y Estella. Gracias al fuero los pobladores de Logroño pasaron a disfrutar de una serie de ventajosas prerrogativas: reducción de las obligaciones militares, libertad de comercio, amplios derechos sobre agua, prados y bosques, protección frente al merino y sayón reales, protección penal y garantí­as procesales… Sin embargo, de entre todas las ventajas incluidas en el fuero de Logroño una destacaba sobremanera: la libertad e ingenuidad para las propiedades que los pobladores pudieran comprar o vender así­ como la supresión de todo censo, con lo que, de hecho, los logroñeses quedaban equiparados desde aquel momento a los infanzones.
Por esas mismas fechas al norte de la cordillera Cantábrica el territorio permanecí­a casi por completo al margen de este proceso urbanizador. Sin embargo, las tornas comenzaron a cambiar desde mediados del siglo XII. La costa cantábrica, que habí­a permanecido largo tiempo como un lugar marginal, comenzó a cobrar desde aquellos años una importancia fundamental como centro del comercio entre el interior peninsular y la costa atlántica europea. Si el rey navarro Sancho VI El Sabio tuvo una participación activa en el proceso, el grueso lo llevó a cabo Alfonso VIII de Castilla. Por la decidida polí­tica de aforamientos de los dos monarcas, nací­an entre los años 1160 y 1210 en el litoral cantábrico las villas de San Vicente de la Barquera, Santander, Laredo y Castro Urdiales en Cantabria, y Mutriku, Getaria, San Sebastián y Fuenterrabí­a en Gipuzkoa.
En Bizkaia, a diferencia de Gipuzkoa que era tierra de realengo, el proceso fundacional fue más tardí­o y dirigido por los señores. Es del poder señorial de donde emana la facultad de erigir villazgos, es decir, de dotar a unas determinadas poblaciones de un status distinto al del medio rural, ya fuera actuando sobre un asentamiento anterior o creándolo ex-novo. Si en Gipuzkoa fueron 25 las villas creadas y en ílava 23, en Bizkaia la lista se paró en 21.
Con un examen rápido del mapa de localización de las villas medievales en Bizkaia puede apreciarse que la distribución de éstas no fue homogénea. Muy al contrario, la zona fronteriza con Gipuzkoa copó la mayor parte de las fundaciones, mientras las áreas situadas hacia el oeste veí­an decaer notablemente esta concentración. Tanto este fenómeno como otros presentes en la distribución de las villas están en estrecha relación con los motivos que llevaron a los diferentes señores a su fundación. Tras algo más de siglo y medio de fundaciones urbanas el territorio de Bizkaia habí­a pasado de ser un espacio caracterizado por la falta de centros rectores a otro organizado a través de villas. Estas fueron de pequeño tamaño pero con gran capacidad de atracción sobre el medio rural circundante.
Las tres villas que se fundan en territorio encartado Balmaseda, Lanestosa y Portugalete están creadas bajo la lógica señorial de conectar el litoral con la Meseta.
El devenir histórico diseñó para cada una de ellas un destino particular. La aparición de estas nuevas formas de poblamiento a partir de finales del siglo XII en las Encartaciones tiene como consecuencia, al igual que en otros lugares, la segregación del espacio concedido a las villas del régimen general de la administración anterior. En el caso de las Encartaciones, las villas de Balmaseda, Lanestosa y Portugalete, reciben en su carta de población un fuero propio, el de Logroño, que les independiza y les permitirá tener sus propios oficiales y forma de gobierno concejil, prohibiendo expresamente la entrada de oficiales de la Tierra Llana.
http://fedhav.eu/sites/default/files/05_IURA%5B157-188%5D_Fedhav.pdf

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