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Mosaico histórico de la CIUDAD de ORDUÑA (III)   

Mosaico histórico de la CIUDAD de ORDUÑA (III)   

El siglo XVI, pujanza económica.

La ciudad bullía en las dos ferias de mayo y octubre, ya entonces centenaria. El comercio exterior acusaba también una notable diferencia tributaria con respecto a otros lugares y aduanas donde se cobraban los diezmos de la mar. Estos derechos, percibidos entonces por la familia de los Condestables en Orduña, Vitoria y otros pueblos de la zona, alcanzaron en total más de 6.600.000 maravedís, en los 5 meses que mediaron tras de la muerte de Don Pedro Fernández de Velasco (el recaudador de los mismos y Condestable de Castilla), desde el mes de noviembre de 1559 hasta abril de 1560. Pues bien, en las cuentas rendidas por esos meses a la Real Hacienda, preceptora de los diezmos a partir de la muerte de Don Pedro, Orduña había cobrado más de 2.600.000 maravedís de la cantidad total; las otras aduanas, que la seguían en importancia, pasado el 1.500.000 maravedís cada una, y mucho menos las otras, entonces en declive.

Se explica por todo ello, dado el auge de las ferias y el tránsito de mercancías por Orduña, que en el incendio que asoló la ciudad en 1535, en plena feria de San Miguel, el día 7 de octubre, se perdieran 400.000 ducados en mercancías.

Se ha estudiado este incendio y sus consecuencias en la vida orduñesa, así como las medidas tomadas por los reyes Don Carlos y Doña Juana para paliar, en lo posible, los efectos de la quema. Señalamos, no obstante, la pujanza en la Corte de varios orduñeses del momento, como el continuo Don Ochoa de Luyando, quien exponía las necesidades de Orduña al emperador de una forma gráfica y viva, según se lee en una Real Provisión de 23-2-1536.

Respecto a los efectos del incendio en las parroquias y templos orduñeses, sabemos que el 14-5-1541 llegaba a Orduña en visita pastoral el obispo Don Antonio de Lerma y “el lunes XVI de mayo, consagró la ygª d señor San Juan de la plaça, e martes siguiente consagró la ygª  mayor de nrª senora e senor  Santiago, e desvioló las yglesias y ermitas desta çibdad, q por aver estado  e bibido en ellas muchos vezinos por la causa de la quema que ubo en la dha çibdad estaban violadas”. “ Desvioló asymesmo a San Miguel e a San Bartolomé del Prado”….” e desvioló a nra senora de Orduña la Vieja e a señor San Sebastián e consagró los altares mayores le las dhas dos yglesias  e dexo piedras consagradas para los otrs altares q se han de hazer en ellas”.

Aparte de buscar alojamiento en las iglesias al perder sus casas, otros vecinos de Orduña pasaron a los pueblos próximos. Por la documentación aportada en un pleito de diezmos entre Délica y Orduña en 1840, sabemos que en 20-8-1537 los cabildos de la ciudad y los de las iglesias de Arrastaria se sometieron a una sentencia arbitral, acatada por las partes y confirmada por el obispado de Calahorra, el 5 de septiembre del mismo año, a causa del cobro de diezmos a los feligreses desplazados; en esa sentencia se ajustaba la percepción de los diezmos entre el cabildo orduñés y las parroquias que habían acogido y atendían a la población que, tras el incendio, seguía viviendo en los pueblos cercanos a Orduña.

Las iglesias en el siglo XVI. Constituciones del cabildo, ermitas y hospitales.

Las iglesias orduñesas fueron rehaciéndose. Cuando el licenciado Martín Gil, meticuloso visitador en 1546 por el obispo de Calahorra[1], Don Antonio de Haro, pasó por Orduña, no se había referido al incendio en el acta de su visita, aunque aportaba interesantes datos sobre Orduña a una década del trágico acontecimiento. Orduña era ciudad realenga (“Ciudad del Rey y Cámara de Vizcaya”), que contaba con 350 vecinos. La iglesia de Santa María tenía una renta anual de 26.000 maravedís y san Juan carecía de rentas y bienes; las dos eran iglesias consagradas y estaban servidas por 18 beneficiados, 12 de ración entera y seis de media. Entre los clérigos de ración entera se encontraban hijos de las familias más pudientes de la ciudad, apellidos que veremos repetirse en la erección de capillas y en la dotación de fundaciones piadosas a lo largo del siglo XVI. El acta de esta visita da fe de la existencia de un hospital con 6.000 maravedís de renta y 13 ermitas[2].

Pasado el incendio se reponían las pérdidas del mismo y se emprendían nuevas obras. Así, se ponían nombres a cuatro campanas en Santa María y a tres en san Juan, esto se hacía el 3 de junio de 1552. A partir de 1559 comenzaban a realizarse diversos pagos para terminar de cubrir con bóvedas los últimos tramos de la iglesia de Santa María.

Una bula de Sixto V, de 1586, otorgaba licencia a los franciscanos, instalados desde 1469 en el lugar de la ermita medieval de Santa Marina, para trasladarse a un lugar más cercano a la ciudad; y lo hicieron según capitulaciones con la ciudad en 1587, como se verá al catalogar sus restos, extramuros de la ciudad, pero en un punto de los más transitados: la entrada por la puerta de Burgos, junto a los caminos que confluían en dicho acceso.

El convento que los franciscanos dejaban fue ocupado por una comunidad de monjas de Santa Clara, procedentes en su mayor parte, del beatario de San Julián situado dentro de los muros de la ciudad a finales de la c/Burgos, para consolidar la nueva comunidad llegaba a Orduña, como madre abadesa, Doña María Antonia Hurtado de Mendoza, procedente del convento de las clarisas de Vitoria, instaladas ya en el actual convento, las monjas vendían en 1601 las casas del antiguo beatario.

En 1598 se establecían las “Constituciones, normas, usos y costumbres” por los que se gobernaba el Cabildo eclesiástico de Orduña, confirmadas por el obispo Don Pedro Manso y vigentes, con algunas adiciones, hasta fines del siglo XVIII, Confirmándolas de nuevo en 1791. Les dieron forma en 1598, por orden episcopal, los dos capitulares más antiguos, con el asesoramiento del doctor Orive-Salazar, beneficiado de Sojo.

Se refieren estas constituciones a las capillas de Don Juan de Herrán y Sancho de Arbieto. Hablan también de la ermita de San Clemente de Arbileta, con pila bautismal  como “yglesia por si”, que tenía entonces como “parroquianos” al casero que vivía junto a ella y a los 3-4 vecinos del lugar de Aquesolo; estos, aunque se enterraban en Lendoño de Abajo, abonaban la mitad del pan anual a la iglesia de San Clemente a la que, cada vecino de Aquesolo, debía “ynbiar los domingos a oir la misa a una persona qualesquiera de su casa “; estas misas de los días festivos corrían a cargo de un de los 4 curas de la ciudad , que tenían además la obligación de administrar los sacramentos en San Clemente. El cabildo atendía además el servicio dominical en la iglesia de San Román para los caseros de Ripa y Cédelica.

En estos tiempos los beneficiados acudían en las festividades de cada santo a las ermitas de: San Pelayo, San Gervás, iglesia de San Clemente, San Pedro de Beraza, San Sebastián, hospital de San Lázaro y a San Francisco el Viejo. Estas eran las ermitas de mayor devoción en Orduña en el siglo XVI. A mediados de siglo se documentan también las ermitas de San Vicente y San Martín de Respendi, que se hallaban muy maltratadas en 1553.

En 1598 se aprobaban las reglas de la Cofradía de San Sebastián, ya entonces “muy antigua” en la ciudad, como San Sebastián y San Roque como abogados. Era una cofradía de hidalgos con pruebas de limpieza de sangre y nobleza antes de ser admitidos en ella; se guardaban con tanto rigor que eran pruebas fehacientes en los expedientes de ingreso a órdenes militares, porque nunca fue cofrade “persona en quien no concurriesen las cualidades exigidas”.

Documentamos en Orduña cuatro hospitales: el de San Clemente de Arbileta, el de Santa María, el de San Juan del Mercado y el de San Lázaro. El de San Clemente se encontraba en los caminos medievales de Orduña y Lendoño, y el de San Lázaro se encontraba extramuros dela ciudad; por ello fueron perdiendo importancia, al declinar su función de hospitales de paso, a favor de los situados dentro de los muros. El de Santa María se encontraba próximo a esta parroquia y se nomina en documentos del siglo XVI como “hospital de Hechagoyan”; según Labayru este hospital situado en la c/Yerro, junto a la iglesia mayor de la ciudad, había sido fundado por Ruy Sánchez de Echegoyen: su nieto, Don Benardino de Echegoyen, patrono y administrador del mismo, le dotó de ropas y del ajuar necesario. Del de San Juan del Mercado se decía en el siglo XVIII que por la mayor facilidad de cuidados en servicio de los enfermos, se requerían empréstitos para reparaciones y mantenimientos del hospital de San Clemente, cada vez con menor número de acogidos.

Capillas y fundaciones en el siglo XVI

El presbiterio del convento de San Francisco, hoy de Clarisas, se erigió a costa de Don Diego Fernández de Aguinaga y Perea quien, en 1522, se comprometía a edificarlo tras de un incendio ocurrido en la iglesia hacía 40 años; esta es la razón por la que Don Diego pudo poner sus armas y losas funerarias al pie de la capilla. Esta familia también tenía una importante capilla en Santa María, la actual del Cristo, desde 1577. En 1588 estaba en poder de Doña Margarita de Arbieto, después en un concurso de acreedores fue adquirida por Don Juan de Zaldivar y Eguiluz, y pasó al marqués de Villarreal en el siglo XVII.

El apellido de los Hurtado de Arbieto, aparece unido también a la parroquia de Santa María, en el siglo XVI era dueño de la capilla de la Blanca, hoy desaparecida. Don Martín Hurtado de Arbieto junto a su esposa Doña Juana Ponce de León, vecinos de Cuzco apenas conquistado el territorio peruano, vivía en Indias en 1571 y enviaba al convento de san Francisco una renta de 4.000 maravedís anuales.

A fines del siglo XV o principios del XVI erigían los Herrán su capilla de San Pedro.

En el siglo XVI con dinero llegado de las Indias se erigía la actual capilla del baptisterio, mandada hacer por Francisco de Arias, que parece murió en Indias en 1597. Los Vidaurre poseían en 1555 la actual capilla de la Inmaculada, hoy llamada de “Don Íñigo”. Esta fue comprada en 1575 con otros bienes de dicha familia por Don Íñigo Ortés de Velasco y Perea, casado con María de Salazar. Los Ortés de Velasco procedían del valle de Mena, donde tenían una torre y solar de Edillo. Esta familia en el siglo XVI se convirtió en una de las más poderosas de la ciudad. Su palacio construido en el siglo XVI, a la entrada de la ciudad por el Este, ha embellecido durante siglos una de las entradas a Orduña.

Los Salazares de Orduña habían adquirido también fuerte solera en la ciudad. En tiempos de Carlos I, Hernando de Salazar, vecino, era aposentador real.

La familia Luyando, procedentes de dicho lugar, era también muy destacada. En la corte de Carlos I actuaba Don Ochoa de Luyando como continuo y hombre de confianza del rey en los momentos que siguieron a la guerra de las Comunidades. Esta persona era también secretario del Consejo de Indias. La misma persona donó en 1549 a la iglesia de San Francisco (hoy de Santa Clara) un Santo Cristo venerado en la capilla erigida por el donante. Don Juan de Luyando, hijo del anterior, en 1592, pedía condiciones para levantar una capilla en la parroquia de  Santa María.

Don Diego de Zárate y Hernández de Ugarte, descendiente de Ondona, en Urcabustaiz, era Contador de la Casa de Contratación de Indias. Esta persona contribuyó a la erección de la capilla mayor de Santa Clara y es, muy posiblemente, el familiar de Carlos V que, en 1532, tramitaba la traída desde Colonia al convento de San Francisco de las reliquias de las Once Mil Vírgenes.

En el siglo XVI los Zárate y Mendietas de Orduña pasaron a la historia, sobre todo en las personas de los Adelantados del Río de la Plata, Don Juan Ortiz de Zárate y Don Lope Ortiz de Mendieta. El Adelantado Don Juan Ortiz de Zárate había nacido hacia 1515-16, cuando acababa de descubrirse el Mar del Sur y, muy joven, pasó a las Indias. Estuvo junto a Pizarro en el Perú como uno de sus fieles hasta la muerte del conquistador; más tarde, en la rebelión de Gonzalo Pizarro, acaudilló gentes en servicio del rey ”pasando grandes trabajos en desiertos y en montañas en estas luchas”; combatió al lado de Diego de Centeno y del licenciado Pedro de Lagasca, quien le concedió repartimientos de indios y parte en las minas de plata peruanas.

En 1567 el virrey Mendoza daba a Ortiz de Zárate el Adelantamiento del Río de la Plata, y en 1570 se encontraba en España a capitular la organización de su adelantamiento, entonces le fue concedido el hábito de Santiago, y entonces obtuvo un “fuerte préstamo de su pariente Doña María de Zárate”, para reclutar gentes y preparar un asentamiento en el Río de la Plata; dos años después, en 1574, Don Lucas de Zárate hacía en nombre de aquel una escritura en Orduña, de 10.000 maravedís cada año “por el sitio y güeco que se le dió en la iglesia de Santa María de Orduña”. Mientras el Adelantado estaba en España, quedaba en las tierras americanas Juan de Garay , el que poco después fundaría Buenos Aires, siempre fiel al Adelantado.

En la parroquia de Santa María el capitán Francisco de Echegoyen tenía una capilla.

En Perú se documenta a Don Diego de Urbina, capitán destacado al que Felipe II otorgó un repartimiento de indios y rentas para su viuda, Doña Mencía Ortiz de Urbina que disponía su enterramiento en el convento de San Francisco de Orduña. El capitán Ochoa de Barriga, vecino de Santiago de Cali, dotaba una fundación de misas en la iglesia de la Madre de Dios de Orduña la Vieja, y Don Diego de Lezama, que testaba en Méjico en 1589, fundaba un aniversario en Orduña.

También embarcaron hacia las Indias en esos años, los orduñeses: Don Sancho de Luyando, hacia el Perú, en 1534; Martín de Arbieto, a Perú, en 1537; Juan de Zárate y Tejada, en 1538 se dirigía a la Florida; Pedro de Sojo y Clemente de Tertanga, embarcados a Méjico en 1538.

Desde Flandes enviaba un tríptico de pintura a la iglesia de Santa María, Martín Pérez de Barrón, quien ayudaba también al edificio de la torre de dicha iglesia; y desde Milán, donde murió, Pedro de Gotara, recordaba en su testamento a las iglesias de Orduña.

Recordamos orduñeses famosos del siglo XVI: Francisco de Orduña y Barriga con actividades en Méjico y Centroamérica, y al licenciado Andrés de Poza, hombre polifacético, científico , lingüista e historiador de fines de siglo.

Fuente: Catálogo Monumental de la Diócesis de Vitoria (Tomo VI), Micaela Portilla.

 

[1] A diferencia de otros obispados de este “arco cantábrico”, el de Calahorra penetraba hacia el sur a través del valle del Ebro lo que le confirió una personalidad singular: doble sede episcopal; pervivencia del régimen patrimonial (Vizcaya y Guipúzcoa al margen de las directrices del obispo) mientras que en Álava se reconocía mínimamente su autoridad; y La Rioja, con una agricultura más diversificada y productiva, que mantenía a la cúpula eclesiástica.

[2]  A partir del siglo XV, el crecimiento de la población y la creencia en el poder absolutorio de la oración, originó un problema en la demanda de servicios religiosos: aunque la coyuntura favorable permitió la ampliación del número de los servidores en las parroquias, pronto resultaron insuficientes para satisfacer las necesidades de la feligresía. Además, no se podía aumentar su número indiscriminadamente, ya que esto hubiera supuesto una merma sustancial en la dotación de cada beneficio. Una de las soluciones que se adoptaron, para incrementar los efectivos de las parroquias sin alterar su nivel económico, fue la de crear o proveer las vacantes con dos o cuatro clérigos; es decir, la renta de un beneficio se dividía para dos individuos —medios beneficios— o para cuatro —cuartos. Las consecuencias de este sistema fueron evidentes ya que la distribución tanto de las cargas como de los estipendios se solía hacer de acuerdo con la ración entera 19. Muchas de las obligaciones de los clérigos titulares, especialmente el servicio en las iglesias anejas, eran realizadas por los de menor rango y, más frecuentemente, por los expectantes o estudiantes que únicamente recibían un pequeño salario. Esta situación produjo un notable desequilibrio entre las rentas percibidas y el trabajo realizado.

 

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