Mosaico histórico de la CIUDAD de ORDUÑA (V)
El siglo XVIII. Transformaciones y nuevos edificios. El “camino del Señorío”.
Otro incendio, acaecido en la parroquia en 1740, constituyó una pérdida para la historia orduñesa. Desaparecieron los papeles de “fundaciones, títulos, escrituras y demás documentos”, a excepción de un libro de fundaciones, entonces en casa de un escribano; este incendio destruyó la mayor parte de los papeles que nos permitirían hoy construir la historia eclesiástica de la ciudad.
Más tarde, la expulsión de los Jesuitas, en 1767, trascendió fuertemente a la vida de Orduña. La iglesia del Colegio quedó convertida en parroquia con el título de San Juan el Real, al trasladarse a ella, en 1769, la iglesia de San Juan del Mercado; mientras, parte de las dependencias del Colegio se destinaban a Hospicio o casa de Misericordia, en 1783. Esta Casa al cuidado de una Junta de Caridad, asumió la función de los 4 antiguos hospitales orduñeses; y, en 1789, apenas fundada esta Junta, hubo de paliar de algún modo los efectos de “la extraordinaria nieve y yelos registrados en diciembre” de aquel año, suministrando 2.249 raciones a las familias más desfavorecidas. En 1792 la ciudad pedía el lugar ocupado por la antigua parroquia para la erección de un mercado cerrado.
El templo de la Antigua se levantaba a finales del siglo XVIII, al que trasladaba la imagen de la Virgen en 1782. En la parroquia de Santa María en la última década de este siglo se edificaba el elegante pórtico neoclásico.
Este siglo pasará a la historia, también, por la construcción del “camino en vía recta desde Pancorbo, en Castilla, por la Peña y Orduña hasta Bilbao”, mediante facultad real en la cédula de 5-12-1764.
En 1780, como consecuencia del aumento del comercio, comenzaron las gestiones para la edificación de un edificio expreso como aduana, que cuajaron llevando a cabo los cimientos el 12-9-1787. La nueva construcción con su pórtico de 13 arcos, 2 pisos con ventanas distribuidas por su fachada, su remate en triángulo y un hermoso patio central, cerró desde entonces la plaza mayor por el flanco del Poniente.
Calles y barrios. La clerecia orduñesa y sus feligreses.
Las calles más antiguas son las que arrancan del levante de la plaza y llegan hasta la parroquia de Santa María y el castillo, ya entonces demolido. Son perpendiculares a las que trazadas posteriormente serían las más importantes de la ciudad, orientadas en sentido Norte-Sur, lo mismo que el camino de Bilbao a Castilla. Las 3 calles viejas estuvieron protegidas por el primer recinto amurallado de la ciudad, que desde la parroquia y el castillo, llegaba sólo hasta la plaza actual. Armona llama a estas tres calles: Hierro, Medio y Cuerno.
Tras los nuevos ensanches, el recinto orduñés se ampliaría hasta abrazar las nuevas calles transversales a las primeras, con nuevos muros y portales.
Los documentos nos hablan también de estos “ensanches”, las calles viejas, los “portales” y los barrios, ya desde finales del siglo XVI en sus finales. La calle Nueva figura ya en 1598 y la calle Burgos en numerosas escrituras y contratos. Se sabe también que la “calle Vieja” tenía en su salida un puente con pretiles y asientos bajos, por el que corría el “agua que dicen de Urruño”, que venía “por tras las cercas a salir delante de dicho portal de la calle Vieja”, es decir que por esta parte corría un “agua”, que acaso servía de foso, junto a los muros de la ciudad.
Los documentos de los siglos XVII y XVIII nos indican que la “calle Vieja”, que se abría por la citada puerta, llamada en algunos documentos “entrada del camino de Bilbao”; la calle Francos, la calle de Orruño, en cuyo recodo se encontraba la llamada puerta de Orruño, hacia el “camino de Guecha”, puerta de la que partía la “Ronda de Orruño”, faldeando el interior de la muralla por sus costados Norte Poniente, y la calle de San Juan, paralela a la de Orruño, que completaba el trazado del lado septentrional de la plaza. De la calle de San Juan se llegaba por la de Cantarranas al extremo Sur de la ciudad, flanco en el que se abría la puerta de San Francisco, en la que confluían también las calles Nueva y Burgos. En las salidas de la ciudad hacia el Poniente se abría una puerta hacia las eras de San Juan, y otra en el camino de la Antigua; al levante se encontraba el Portal Oscuro y el de Santa Marina.
Cuando se hizo el pórtico de la parroquia, debido a su alto coste, las calles por medio de sus representantes, acordaron aplicar a dicha obra “dos libras de vino por carga de clarete que entrase a las tabernas de la ciudad”.
El cabildo orduñés atendía a los barrios de Cedélica y Ripa, a cuyos entierros acudía; y al encaminarse en los mismos hacia Orduña, rezaban responsos en la encrucijada de Solaluz y en el “arco” o puerta de la calle de Orruño. En los entierros que salían del barrio de Casas Blancas, caserías de San Clemente, valle de Arana y Garcheta, la comitiva se detenía para rezar responsos al entrar en la ciudad por “el arco de la casa de Zorrilla” o camino de la Peña de Goldecho. Los entierros de los barrios de Olazar y los caseríos de la Junquera, San Pelayo y Montaleón, entraban por el arco de la casa de Ortés de Velasco, lo mismo que los procedentes de los caseríos de Arbieto, Santa Cristina y Olamendi.
Integraban también la feligresía orduñesa la hospedería del santuario de la Antigua, el caserío de la Rueda, el de Corcuera, el de Luyando y las cuatro casas que había fuera del arco que salía al camino de la Peña de Goldecho.
Por último, el cabildo atendía a los habitantes del barrio de San Francisco, a la beata del Buen Suceso, a los que vivían en la casa del “cadenero o peajero”, a los vecinos de las eras del Mercadal, las Adoberías, el barrio de San Miguel y a los que ocupaban las casas del hospital de San Lázaro; y estaban también a su cargo los términos de San Martín de Arbieto y San Clemente de Arbileta (antiguas parroquias), más el barrio de Aquesolo.
En 1556 Orduña contaba con 350 vecinos y en la segunda mitad del siglo XVII era de alrededor de 300. En 1768 tenía 1.324 habitantes y en 1787, 2.224. Servían entonces a las iglesias orduñesas y sus aldeas 20 beneficiados, 6 con el título de curas, 5 sacristanes y 4 capellanes; había 15 clérigos de órdenes menores; 40 entre religiosos, donados y criados en el convento de San Francisco, 21 monjas en Santa Clara y 36 personas acogidas en la Casa de Misericordia.
La mayor parte de la población orduñesa se dedicaba a la labranza. Vivían en ella 300 labradores, 83 jornaleros, 24 comerciantes, 88 artesanos y 27 empleados reales.
En 1802 se estima la población orduñesa en 2.188 habitantes que contribuían por 191 fogueras; servían entonces a la ciudad 14 clérigos, 8 de ración entera y 6 de media.
Fundaciones nuevas y antiguas familias orduñesas.
En el siglo XVIII continuó la afluencia de orduñeses a las Indias y a los reinos y territorios que aún quedaban en Europa bajo el dominio español y siguió registrándose también la repercusión de este fenómeno en fundaciones y obras en los templos de la ciudad.
A la ermita de San Sebastián enviaba fuertes cantidades para costear sus obras y su retablo principal, desde Zacatecas, el capitán Don Antonio de Liendo Bozo y Fano. También a la misma ermita remitía 400 pesos desde las Indias, Don Mateo de Quintana y Doña Úrsula López Escobar, para “las obras realizadas en San Sebastián y San Miguel”. Destaca, además, la presencia en las Indias de fray Mariano de Herrán, muerto en 1766 en las misiones de Perú en manos de los indios, y el nacimiento en Orduña a fines de siglo de Don Pedro Hurtado de Corcuera, marino ilustre, que sirvió en América y Filipinas, tomó parte en la defensa de Montevideo y llegó a brigadier de la Armada española.
Desde Palermo, donada por el secretario del rey, Don Diego de Mendía y Arana y su esposa Doña Catalina de Párraga, llegaba a Santa María una reliquia insigne de Santa Rosalía, princesa siciliana para cuya veneración instituían una fundación en 1733 en la parroquia. En la corte de Nápoles sirvió como tesorero extraordinario, el orduñés Don Francisco Antonio de Ibarrola y Gorbea, que participó en las campañas que en Italia sostuvieron los primeros Borbones españoles. Fue comisario de guerra de los reales ejércitos y vistió el hábito de Calatrava en 1759; entonces era esta persona “ministro principal de las obras del canal que se hace en Castilla”, es decir el Canal de Campos, obra propiciada y realizada en gran parte durante el reinado de Carlos III, antiguo rey de Nápoles.
En las nuevas fundaciones en las iglesias orduñesas aparecen, entre otros, Don Miguel Antonio de Herrán, canónigo de Santiago en 1754, que dotaba cultos en su capilla de San Pedro; Don Íñigo Ortés de Velasco, miembro del Consejo Real y Oidor de la Real Chancillería de Granada, patrón en 1792 de las fundaciones y cultos de su capilla en Santa María.
Fuente: Catálogo Monumental de la Diócesis de Vitoria (Tomo VI), Micaela Portilla.