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La Llanada oriental alavesa antes del año mil

La Llanada oriental alavesa antes del año mil

histor1 1. Introducción

El perí­odo situado entre la caí­da del Imperio Romano y el año mil es quizás uno de las etapas aún más desconocidas para los investigadores que se ocupan del pasado. De hecho, es significativo que los estudiosos de estos siglos hayan acuñado términos como los de «época oscura» o «siglos oscuros» para referirse a este perí­odo. Algunas iglesias, unas cuantas tumbas, pocos objetos y restos de asentamientos constituyen el tipo de depósitos arqueológicos conservados con los que hay que trabajar, mientras que los textos escritos son prácticamente inexistentes para el perí­odo. El estudio de la llanada oriental de ílava durante este medio milenio presenta estas mismas limitaciones, por lo que en estas notas no se pueden más que señalar algunas de las caracterí­sticas esenciales de este perí­odo, a la espera de los resultados que puedan aportar las nuevas investigaciones que se están realizando. El hilo conductor de nuestra exposición será el análisis del poblamiento rural, que constituye una de las formas más eficaces a partir de las que podemos acercarnos al estudio de este perí­odo. Pero empecemos nuestras observaciones partiendo desde la actualidad. Si se observa la distribución de los pueblos y las localidades que se encuentran en la llanada oriental o, de forma más amplia, en el conjunto alavés, nos daremos cuenta que presentan una serie de caracterí­sticas propias que permiten observar diferencias entre los núcleos compactos y concentrados de la Rioja alavesa, los numerosos pueblos de la llanada, concentrados y menos compactos, o los asentamientos más dispersos del área cantábrica. Cabe preguntarse por qué existen estas diferencias territoriales, lo que nos lleva su a vez a interrogarnos cuándo han surgido este tipo de asentamientos, a qué perí­odo histórico se pueden remontar, y en consecuencia, dónde reside el origen de los pueblos que existen en la actualidad. Son preguntas interesantes, pero que tienen una respuesta difí­cil y compleja, puesto que hay que tener en cuenta que estos pueblos han ido cambiando de dimensiones o de ubicación durante los siglos, o incluso algunos de ellos han desaparecido. El surgimiento hace unos 750 años de villas como Salvatierra sobre Agurain ha contribuido a modificar esta red de pueblos. Sin embargo, si podemos afirmar que la gran parte de los pueblos que existen en la actualidad han surgido en el perí­odo comprendido entre la tardoantigí¼edad y el año mil. En el caso alavés más de los dos tercios de los pueblos que habí­a en el año mil perviven todaví­a hoy y constituyen el esqueleto básico del hábitat rural de la llanada. En el caso vizcaí­no, por ejemplo, el número es aún mayor, puesto que el 90 % de los pueblos que surgieron hace mil años siguen existiendo. Además, el número de las nuevas fundaciones no es cuantitativamente relevante. No obstante, estudiar este fenómeno nos plantea un gran problema. El perí­odo que queremos analizar, que los historiadores sitúan entre la tardoantigüedad y el año mil, cubre unos quinientos años comprendidos entre la caí­da del imperio romano y el inicio del milenio que acabamos de concluir. Pero como decí­amos, a pesar de tratarse de un largo perí­odo, es también uno de los más desconocidos para los arqueólogos y también para los historiadores. Teniendo en cuenta estas circunstancias, se expondrá a continuación qué es lo que sabemos en la actualidad sobre este problema, qué elementos tenemos para conocer la génesis de la red de aldeas que pueblan la llanada alavesa oriental y qué es lo que estamos haciendo para estudiar este problema. Como las noticias que tenemos no nos permiten realizar una reconstrucción lineal de cómo se ha formado la red aldeana durante el perí­odo analizado, mi exposición se organizará de la siguiente manera: tomaremos como punto de partida el perí­odo romano, para el que contamos con una serie de noticias que nos muestran la forma de vivir y de poblar nuestro territorio en época romana, que era muy diferente al de la actualidad. Luego veremos el punto de llegada, puesto que contamos con una serie de documentos redactados poco después del año mil que permiten hacernos una idea de los pueblos que existí­an en la llanada. A continuación intentaremos ver que es lo que ha ocurrido en este perí­odo intermedio, y que tipo de informaciones son las que tenemos. Haremos referencia, para ello, a otros espacios, puesto que es necesario partir de la idea de que muchos procesos históricos que se producen en el Paí­s Vasco durante estos siglos son muy similares a los observados, aunque con sus lógicas variantes, en un espacio territorial mucho más amplio.

2. Los asentamientos romanos en ílava

En este mismo volumen Julio Nuñez subraya la notable importancia que ha tenido en la Llanada oriental durante el perí­odo romano la calzada que uní­a las ciudades romanas de Astorga y Burdeos. Cruzando la llanada de este a oeste, se ha convertido en un eje ordenador del espacio y, a su vez, de ubicación de los asentamientos. En ílava se han hallado los restos pertenecientes a casi un centenar de asentamientos de distinta naturaleza pertenecientes al perí­odo romano, situados sobre todo en la llanada y en la Rioja alavesa. Son, esencialmente pequeños asentamientos, que hemos de identificar como pequeñas granjas o factorí­as ocupadas por campesinos, mientras que son más escasos los grandes establecimientos señoriales denominados villae que cultivan grandes propiedades con esclavos. En la Llanada oriental estos asentamientos se disponen, como ha subrayado en varias ocasiones E. Gil e I. Filloy, alineados siguiendo la directriz de la calzada romana ya mencionada, que podrí­a seguir un trazado similar al de la actual nacional I. A lo largo de esta ví­a existí­an otro tipo especial de asentamientos que hemos de considerar como verdaderas «estaciones de servicio», que los romanos denominado mansio. Es probable que una de estas mansiones pueda ser identificada con el asentamiento hallado en Albeiurmendi (San Román de San Millán), fundado hace unos dos mil años y que perduró durante varios siglos. No se sabe mucho de cómo estaba organizada esta presunta mansio, aunque se han descubierto los restos de unos baños que, según los estudiosos, eran caracterí­sticos de estos asentamientos o «estaciones de servicio».Habí­a una sola ciudad en el territorio de la actual ílava, denominada Veleia, cuyos restos se conservan en la actualidad en proximidad de Trespuentes, en la llanada occidental. En cambio, en la ubicación de la actual Vitoria-Gasteiz solamente se han encontrado algunos materiales que permiten pensar que en la colina podí­a haber uno o varios pequeños asentamientos rurales similares a las decenas que poblaban el resto de la llanada.

En sí­ntesis, la distribución y las caracterí­sticas de los asentamientos existentes en este perí­odo eran muy distintas a los actuales. Esta diversidad refleja una distinta forma de organización social, polí­tica y económica. De hecho, los historiadores estudian la forma y la distribución de los asentamientos precisamente para conocer todos estos aspectos. Según los estudiosos, hace unos 1700 años se produjo una notable transformación de estos asentamientos, puesto que aproximadamente la mitad de ellos se abandonaron, mientras que surgieron otras formas de ocupación del espacio. Disminuyeron sobre todo el número de las grandes residencias señoriales, mientras que se mantuvieron sobre todo los pequeños asentamientos campesinos. A su lado aparecieron, además, ocupaciones de carácter rupestre, concentradas esencialmente en el área de Treviño y enel sector occidental de ílava, tal y como muestran los estudios realizados por A. Azkarate. Por lo que se refiere a la llanada oriental se mantuvieron solamente pocos núcleos, que parecen seguir relacionados con la calzada romana que ya hemos mencionado. Esta era la situación de los asentamientos hasta que, hace unos 1400 o 1500 años aproximadamente, la casi totalidad de los mismos se abandonó. Solamente en algunos casos puntuales sabemos que estos poblados romanos continuaron a ser ocupados, pero la gran mayorí­a de ellos se abandonaron. La villa de Cabriana (Comunión), en proximidad de Miranda, es uno de esos pocos casos en los que probablemente se mantuvo algún tipo de ocupación hasta al menos el siglo XII, cuando se menciona la existencia de una iglesia. Pero localidades como la propia ciudad de Iruña se abandonaron. Las grandes construcciones monumentales del perí­odo romano desaparecieron para ser sustituidas por otros edificios de menor entidad. Algunos de los que consideramos grandes logros del mundo romano, fueron sustituidos por un mundo materialmente muy elemental. ¿Por qué se produjo esta desarticulación tan profunda de los poblados? Como acabamos de decir, la morfologí­a del poblamiento refleja, en realidad, aspectos complejos de la organización de la sociedad. De la misma manera que nuestra sociedad es predominantemente urbana en relación con nuestra forma de producir, consumir, administrarnos y nuestro concepto de calidad de vida, en cada perí­odo histórico son muchos los criterios que han condicionado las formas de poblamiento. Durante el perí­odo romano, una parte importante de la actividad agrí­cola estaba organizada en torno a grandes propiedades conocidas con el nombre de villae. Estas «villas», que contaban con suntuosos espacios residenciales, eran asimismo centros productores, que elaboraban vino, aceite y producí­an cereales destinados a la comercialización. Una vez que se produjo el colapso del sistema mercantil que garantizaba la circulación de estos productos, estos grandes asentamientos rurales perdieron su razón de ser. Por ese motivo, a partir del siglo V las principales residencias de los grandes propietarios fueron progresivamente abandonadas y, en ocasiones, ocupadas por necrópolis, fábricas y estructuras productivas de distinta entidad. Sin embargo, la mayor parte de los habitantes del campo romano no residí­a en estas villas. Viví­an en asentamientos y aldeas dispuestas esencialmente en las llanuras y en los fondos de valle, en las que residí­an campesinos, esclavos y pequeños propietarios. Con frecuencia eran asentamientos agrí­colas en los que se producí­an cereales, se cultivaban viñas, y se consumí­an productos provenientes de lejanos sectores del mediterráneo. Nuevamente la caí­da del imperio romano y las transformaciones que se produjeron en este perí­odo trajeron como consecuencia un cambio en la organización económica (no se podí­a ya producir de la misma manera ni los mismos productos), y en las formas de organización social. Una vez que colapsó el sistema fiscal estatal y que los aristócratas disminuyeron su capacidad de control sobre el campesinado, estos tuvieron una mayor autonomí­a organizativa, y se establecieron en el territorio siguiendo nuevos criterios y nuevos patrones, aparentemente más pobres. Con frecuencia, muchas de estos nuevos pueblos surgieron en zonas aparentemente marginales, como las cuevas a las que nos hemos referido. Esta ocupación de espacios periféricos ha sido observada en prácticamente todo el territorio del imperio, y es hacia estos espacios a los que tenemos que dirigir nuestra mirada. En el caso alavés, hasta la actualidad la atención de los arqueólogos se ha concentrado sobre la funcionalidad religiosa de los complejos rupestres (Treviño o Valdegobí­a), aunque fue asimismo muy frecuente que se empleasen las cavernas como viviendas estables durante siglos. Evidentemente en la llanada oriental no hay muchas cuevas, por lo que podemos pensar –teniendo en cuenta lo que conocemos de otros espacios-, que surgieron nuevos poblados efí­meros, de caracterí­sticas muy distintas a los anteriores. Asimismo es frecuente que los grupos campesinos ocupasen la cima de colinas y espacios altos, algunos de los cuales están documentados en varios sectores alaveses. Pero la realidad es que tras el año 450-500 aproximadamente carecemos de noticias sobre los asentamientos humanos en la llanada oriental. Durante casi unos 500 años hay un silencio absoluto que, solamente las nuevas investigaciones arqueológicas podrán romper. Este silencio será aún más sorprendente cuando, como un destello, nos demos cuenta que en el año 1000 habí­a cientos de poblados distribuidos por toda la llanada. Pero antes de continuar hablando de los poblados de los vivos, tenemos que hacer una breve referencia también a los poblados de los muertos de este perí­odo «oscuro», que son los únicos que se conocen.

3. Los poblados de los muertos: Aldaieta.

Esta aparente paradoja es muy propia de los perí­odos más antiguos que estudian los arqueólogos. Conocemos los lugares de enterramiento y los monumentos funerarios de nuestros antecesores, como en el caso de los dólmenes, pero prácticamente desconocemos todo sobre cómo y dónde viví­an, cómo concebí­an y explotaban su territorio y cómo se organizaban. Su arquitectura funeraria estaba destinada a perdurar, y estaba realizada con materiales consistentes; eran verdaderos monumentos. En cambio, sus habitaciones y sus viviendas estaban realizadas con materiales más pobres. Esto es lo que ocurrirá también en el perí­odo que analizamos. Los poblados y los asentamientos que han utilizado nuestros antepasados tras el perí­odo romano estaban realizados con materiales efí­meros (tierra, madera, etc.) pero, en cambio, se preocupaban bastante porque la residencia de los muertos fuese, de alguna manera, más visible. Hace unos años se descubrió por casualidad en proximidad de Nanclares de Gamboa, en el embalse de Ulibarri-Gamboa y frente a la isla de Zuaza uno de estos poblados de muertos que los arqueólogos llaman necrópolis. Descubierta por casualidad en las orillas del pantano debido a la sequí­a del año 1987, ha sido excavada en los últimos años por un equipo de arqueólogos de la Universidad del Paí­s Vasco dirigidos por A. Azkarate. La excavación de este yacimiento ha permitido rescatar más de un centenar de tumbas excavadas en la tierra. Los difuntos han sido enterrados en ataúdes de madera, de los que se han conservado solamente los clavos. Siguiendo un rito muy difundido en este perí­odo prácticamente en todos los enterramientos se han incluido toda una serie de objetos pertenecientes al difunto que los arqueólogos denominan ajuares. Entre los principales objetos que se han hallado destaca la existencia de armas, como las llamadas franciscas o «hachas de combate» de hierro, así­ como numerosas lanzas, espadas y cuchillos. Asimismo se han hallado otros objetos ornamentales, cerámicas, recipientes de vidrio, etc. Este tipo de materiales ha permitido fechar la necrópolis en el perí­odo situado entre los años 550-700 aproximadamente, esto es, un siglo después del abandono de la casi totalidad de los asentamientos romanos, y en el mismo perí­odo en el que se ocupaban algunas cuevas de las que ya hemos hablado. Estos materiales son muy similares a aquellos que se han encontrado en necrópolis merovingias situadas al norte de los Pirineos, por lo que los investigadores han señalado la pertenencia de sus habitantes a un ámbito cultural norpirenaico, que ha debido de tener una notable influencia en el Paí­s Vasco durante el perí­odo tardoantiguo. Aldaieta no es un ejemplo aislado, sino que se han hallado restos similares en otras localidades, como por ejemplo en San Pelayo (Alegria-Dulantzi) Gereñu, San Martí­n de Fí­naga (Bizkaia), Pamplona, Buzaga (Navarra), etc. necrópolis similares. Merece la pena señalar dos aspectos importantes de esta necrópolis:

La disposición de los muertos es muy caracterí­stica, ya que aparecen alineados y colocados de forma jerárquica, formando grupos organizados en torno a enterramientos «centrales», denominados «tumbas de jefe». Estas tumbas cuentan, además, con ajuares particularmente ricos. El rico ajuar de la tumba 62 (2 puntas de lanza, hacha de combate, cuenco de bronce, vaso de vidrio, Scramasax y dos cuchillos, guarnición de cinturón, collar de ámbar con un canino de oso), es un ejemplo significativo. Aunque se han hallado enterramientos de hombres y mujeres, y de diferente condición social, se observa la existencia de una determinada jerarquí­a interna.

Por otro lado, como hemos dicho, no se conoce donde viví­an las personas que han sido aquí­ enterradas. Como en otros contextos, se piensa que este tipo de necrópolis se situaba en una posición central respecto a los asentamientos del entorno, acogiendo los difuntos de varios poblados. Esta particular organización ha permitido a los autores que han trabajado sobre esta cuestión pensar que estas necrópolis representaban una fórmula a través de la cual se expresaba la posición social del difunto y de su linaje. Nos cuesta en la actualidad entender estos planteamientos puesto que nuestra relación con la muerte en el siglo XXI es muy distinta a la del siglo VI. A los cementerios se va normalmente una vez al año, y -aunque existen distintas formas de enterrarse-tampoco son muy diferentes entre si. Nuestras formas de ostentación y afirmación social pasan por tener un coche o un casa cara o por otros criterios de carácter material en la vida. En un mundo como el altomedieval, en el que las jerarquí­as y las formas de organización social son flexibles y están en discusión con frecuencia, los enterramientos adquirí­an una función distinta, ya que permití­an rebatir y subrayar el linaje, representando las jerarquí­as y las aspiraciones de los vivos en un ritual de los muertos, en necrópolis visibles desde varios asentamientos. Posteriormente, a partir de los siglos VIII-IX aparecerán otras fórmulas alternativas de representación y afirmación social, como la fundación de iglesias o monasterios, que con el tiempo tendrán un notable papel en el surgimiento de muchos pueblos actuales. A partir de este momento cambiarán también las necrópolis, que quedarán asociadas precisamente a estos templos hasta el perí­odo contemporáneo.

4. La Reja de San Millán

Pero además de estos enterramientos, son muy pocas las informaciones arqueológicas con las que podemos trabajar. Esta situación va a cambiar de repente en torno al año mil. Un importante documento redactado presuntamente en el año 1025 por los monjes del monasterio de San Millán de la Cogolla (La Rioja) nos muestra la existencia de una numerosa red de aldeas que se han ido formando en los siglos anteriores en la ílava nuclear, pero de los que solamente a partir de ahora conocemos su existencia. El documento, conocido con el nombre de «Reja de San Millán», recoge la lista de 307 pueblos que estaban obligados a pagar al mencionado monasterio rejas de hierro (293 pueblos) y cabezas de ganado (14 pueblos). Este documento, redactado con fines fiscales, agrupa estos pueblos en 21 circunscripciones, ocho de las cuales se sitúan en la llanada oriental (Ubarundia, Camboa, Harhazua I, Harhazua II, Hiraszaeza, Hegiraz, Septem Alfoces, Barrandiz). Los historiadores que han estudiado el documento han pensado que, teniendo en cuenta que en el siglo XII cada diez familias tendrí­an que pagar al monasterio una reja, esposible calcular la población existente en la Llanada de ílava hace mil años. No todos los pueblos debí­an aportar el mismo número de rejas ya que, aunque la mayor parte de ellos (75 %) pagaba solamente una reja, otra parte relevante pagaba dos rejas, y solamente nueve pueblos, entre los que se encuentran Gasteiz, Armentia, Nanclares o Lasarte, debí­an pagar 3 rejas. Teniendo en cuenta estos datos, se piensa que el territorio alavés en torno al año 1000 estaba ocupado por numerosos núcleos de población de pequeñas dimensiones distribuidos de forma uniforme por todo el territorio. La población total de todo este espacio rondarí­a en torno a los 17000-20000 habitantes, y los lugares con mayores densidades serí­an los sectores centrales y orientales de la propia llanada. De hecho, para el territorio de Salvatierra E. Pastor ha calculado que en estos años habrí­a una media de una aldea por cada 1,5 km2. Este documento, sin duda excepcional, no nos dice sin embargo dos cosas importantes; cómo eran estas aldeas y cómo se habí­an formado. De hecho, solamente la excavación de los asentamientos es capaz de responder a estas dos preguntas. Y algo ya sabemos. El único poblado que hasta el momento ha sido excavado de forma extensiva es el de Gasteiz, como resultado de los estudios arqueológicos realizados en ocasión de la restauración de la Catedral de Santa Marí­a de Vitoria-Gasteiz.

5. Las excavaciones en la Catedral de Santa Marí­a de Vitoria-Gasteiz

Como es conocido, el origen de la actual ciudad de Vitoria-Gasteiz hay que situarlo en el siglo XII. En el año 1181 el rey navarro Sancho el Sabio decidió fundar una villa con el nombre de Victoria. De la misma manera que en otros casos -como Salvatierra se fundó por Alfonso X sobre Agurain-, la nueva fundación se realizó sobre un asentamiento ya existente de caracterí­sticas rurales denominado precisamente Gasteiz. De hecho, en el documento fundacional, el rey navarro declara de forma explí­cita su voluntad de construir Victoria allí­ donde se llama Gasteiz. La modélica intervención arqueológica que en los últimos años está llevando a cabo el equipo dirigido por A. Azkarate en el contexto de la restauración de la Catedral de Santa Marí­a de Vitoria-Gasteiz ha permitido precisamente recuperar restos del asentamiento altomedieval que presuntamente podemos identificar con Gasteiz. Como hemos dicho, en la colina ocupada en la actualidad por Vitoria existí­a ya un pequeño poblado en época romana, aunque debe haber sido de poca entidad. Gracias a las nuevas excavaciones se ha podido determinar que, en torno al siglo VIII, se asentaron en el lado norte de la cima de la colina un conjunto de pobladores, aunque no sabemos si en aquel momento ya denominan Gasteiz a su asentamiento. Las excavaciones han permitido identificar la existencia de varias fases de ocupación. El primer poblado del que conocemos sus caracterí­sticas (fase 1) es un asentamiento concentrado surgido sobre la colina, y en el que se han hallado restos de viviendas y cabañas construidas exclusivamente en madera. Perforando el estrato geológico de la plaza de Santa Marí­a se ha documentado una notable cantidad de agujeros de poste, rozas y silos con diferente funcionalidad, forma y dimensión. La densidad de estos testimonios tallados en roca (casi 200 en un espacio que no alcanza 350 metros cuadrados) refleja la intensa ocupación del lugar durante un perí­odo de varios siglos. Entre los restos conservados ha sido posible identificar la existencia de al menos cuatro estructuras principales, de distintas caracterí­sticas y dimensiones (circular de 4 m de diámetro, trapezoidales de 12-18 m2 con dos habitaciones; rectangular, etc.). Además, destaca la existencia en el sector oriental de la plaza de una gran construcción de al menos 40 m2 de función desconocida. Estas estructuras se pueden fechar en torno a los siglos VIII-X. Resulta relevante señalar como, en un momento posterior (fase 2), las construcciones de madera fueron sustituidas por construcciones realizadas aún en madera, pero en esta ocasión con una base de piedra. Se observa asimismo que, a pesar de que las cabañas van a ser transformadas y reconstruidas de forma continua, la construcción mayor del sector oriental va a mantenerse de forma inalterada. De hecho, durante el siglo X van a realizarse hasta tres suelos en su interior, dotados todos ellos de hogares. Ya en el siglo XI se produjo una nueva transformación, puesto que desaparecieron las viviendas del perí­odo anterior, y en su lugar se construyó una pequeña iglesia con un espacio funerario, ubicada en el interior de un recinto fortificado. La única vivienda identificada se sitúa precisamente encima de la construcción del sector oriental antes señalada. La permanencia a lo largo de los siglos de esta construcción de grandes dimensiones, ha llevado a pensar a los arqueólogos que nos encontramos en presencia de una ocupación singular, que debe atribuirse a un grupo social de primer orden. La existencia de esta construcción condiciona completamente el urbanismo y el desarrollo diacrónico del asentamiento, y muestra la existencia de una diferenciación social dentro del hábitat. La perpetuación de este espacio privilegiado desde su aparición, probablemente en la novena centuria, hasta los primeros años del siglo XIII constituye un dato de una gran relevancia. Estamos en presencia, indudablemente, de una diferenciación social, que nos muestra la existencia de un grupo señorial que quizás podamos identificar como uno de las familias más eminentes de Gasteiz en la Alta Edad Media, y que quizás han promovido la construcción de la primera iglesia de Santa Marí­a. Probablemente este el aspecto que deberí­an de tener algunas de las aldeas mencionadas en la «Reja de San Millán». Puede cuestionarse, no obstante, que en Gasteiz hubiese solamente treinta casas (ya que eran tres las rejas de hierro que debí­a pagar al monasterio de San Millán), aunque tampoco ha sido posible aún delimitar con precisión la extensión completa del asentamiento. Hay que tener en cuenta que este no es el único asentamiento constituido por cabañas de madera identificado en el Paí­s Vasco, aunque si es el más relevante. De hecho, se han hallado estructuras de estas caracterí­sticas tanto en las fases tardí­as de yacimientos romanos como en Aloria (Bizkaia), así­ como bajo caserí­os de época medieval y moderna. En Ezkio-Itsaso (Guipúzcoa), bajo el caserí­o Igartubeiti -documentado desde la Baja Edad Media-, se han hallado los restos de dos cabañas de pequeñas dimensiones, identificadas como una vivienda campesina de época medieval. También bajo el caserí­o de Landetxo, en Mungia (Vizcaya), se ha hallado una estructura similar a la guipuzcoana.

6. El nacimiento de las aldeas

Gasteiz surge, por lo tanto, como un asentamiento concentrado y estable localizado sobre un cerro a partir de los siglos VIII o IX. Con anterioridad es muy probable que, como se ha podido observar en numerosos territorios europeos, los habitantes del perí­odo altomedieval viviesen en asentamientos situados en lugares periféricos y marginales, y que estos poblados fuesen muy inestables. La arqueologí­a muestra cómo era frecuente su desplazamiento y su movilidad, configurando un paisaje de pequeños asentamientos dispersos de campesinos. Este fenómeno, que caracteriza toda Europa en los años comprendidos entre el 500 y el 1000-1100 aproximadamente, ha dado lugar a que algunos autores hablen de «pueblos efí­meros» o «hábitat fluctuante», para explicar esta sedentarización imperfecta. De hecho contamos con numerosos ejemplos de poblados fundados en época romana o altomedieval que ha cambiado continuamente de ubicación hasta el año 1000 aproximadamente. Esta movilidad es una de las razones por las cuales resulta tan difí­cil hallar y conocer los poblados de este perí­odo. Pero además, la invisibilidad de estos poblados responde a otro criterio. Como acabamos de ver, los poblados han sido realizados casi exclusivamente con cabañas de madera y de barro, o con casas muy pobres. Sabemos que, incluso, los grupos pudientes utilizaban viviendas realizadas con este tipo de materiales. Los objetos que aparecen en las excavaciones son asimismo de pobre factura, y la gran parte de ellos han sido realizados por pequeños artesanos locales. Han desaparecido casi completamente las complejas arquitecturas y aquellos objetos bellos y preciosos que existí­an durante el imperio romano. Una primera lectura nos llevarí­a a pensar que sencillamente, tras la caí­da del imperio romano se produjo una verdadera catástrofe, responsable en última instancia de la pobreza material que encontramos en todos estos asentamientos. Sin embargo, esta aparente pobreza puede relativizarse si tomamos en cuenta otras informaciones que nos proporciona la arqueologí­a. El estudio de la basura hallada en los asentamientos, de la leña quemada en las hogueras y de la vegetación nos muestra como la vida del campesino de estos siglos era muy distinta respecto al perí­odo romano

o a la fase posterior al año 1000. Así­ se ha podido observar que el campesino altomedieval contaba con una dieta pobre de cereal, pero compensada por un mayor consumo de carne y de productos derivados de la ganaderí­a. Asimismo, los análisis del medio ambiente han mostrado como en algunas zonas se impusieron nuevos cultivos como el castañedo de fruto, que ha constituido una alternativa real al cereal y a otros cultivos destinados a la comercialización. También fueron notables los cambios en la ganaderí­a, y si en el perí­odo romano eran dominantes los rebaños de ovejas y cabras, ahora los campesinos tení­an más cerdos y consumí­an más carne. Estas transformaciones hay que ponerlas en relación con un cambio importante en la economí­a. Así­, se piensa que el sistema de cultivos era extensivo e itinerante, caracterizado por el predominio de largos periodos de barbecho, o por el dominio de una «agricultura del fuego», lo que favorecí­a la movilidad del poblamiento. Teniendo en cuenta estos datos, los arqueólogos no dudan en caracterizan la alta edad media como el perí­odo de la «civilización campesina», en el que el protagonismo social estaba en manos de un campesinado bastante autónomo y que gozaba de un cierto nivel de calidad de vida, por usar una expresión actual. Esto se tradujo a su vez en una aristocracia cada vez menos rica, incapaz de ejercer una presión sobre el campesinado de la misma manera que lo habí­a hecho en el perí­odo romano. Esto no quiere decir, sin embargo, que se pueda defender la existencia de comunidades campesinas libres durante la alta edad media, uno de los mitos historiográficos que han tenido un mayor reflejo en la historiografí­a reciente. Continuaron existiendo las diferencias sociales, aunque seguramente aumentaron los campesinos propietarios y con una mayor autonomí­a. Pero esta pobreza de los ricos comportó que sus residencias y construcciones eran menos sofisticadas que en otros perí­odos. Solamente a partir de los últimos siglos de la Alta Edad Media, en un nuevo contexto social y polí­tico, se invertirán los procesos. En este perí­odo se advierte en toda Europa una nueva fase de crecimiento económico y el surgimiento de una nueva clase dirigente que pretendió aprovecharse de este crecimiento. El campesinado hizo todo lo posible para resistirse a la presión de los señores, pero casi nunca lo consiguió. Por ello, a partir de los siglos VIII y IX se desarrollaron nuevas formas de control del campesinado que llevaron, en torno al año 1000, al surgimiento de nuevas formas de dominio social que denominamos feudalismo. Ahora bien, tenemos que relacionar este proceso con la evolución del poblamiento. Si con anterioridad los poblados eran efí­meros, móviles y casi «invisibles», en torno al año mil o, en algunas ocasiones uno o dos siglos antes, los campesinos se han establecido en un determinado lugar, han fundado nuevos pueblos y de allí­ no se ha movido hasta nuestros dí­as. De hecho, en los últimos siglos de la Alta Edad Media se va a asistir a uno de los fenómenos históricos más transcendentales de la historia rural en Occidente: el nacimiento de las aldeas o los pueblos medievales. Si pensamos en qué es un pueblo en la actualidad, nos daremos cuenta de que se trata de un asentamiento estable, dotado con frecuencia de una iglesia, con lí­mites bien conocidos y normalmente concentrado. Pero un pueblo es, además de elementos fí­sicos, un hecho social y mental, en torno al cual se establecen los ví­nculos de vecindad. Estos componentes fí­sicos y sociales que definen lo que entendemos por pueblo se han formado precisamente hace unos 1000 años, y han perdurado hasta nuestros dí­as. Es por este motivo que la fijación del poblamiento aldeano representa una fractura esencial en la historia europea. Un mundo formado por pequeños asentamientos dispersos, por cuevas ocupadas por enteras familias, o por poblados que se desplazaban con relativa frecuencia, va a ser sustituido por una nueva articulación del espacio, en el que los nuevos ví­nculos de vecindad van a constituir el engranaje principal de la organización de la sociedad. ¿Cómo se produjo esta transformación tan notable? ¿Qué factores han influido para que cambiase de forma tan importante la sociedad medieval? Se trata de un proceso largo y complejo que se desarrolló de forma distinta en cada región, o incluso en cada caso, por lo que no se puede dar una respuesta única y válida para todos los lugares. Lo que si está claro es que la génesis de la aldea se produjo de forma paralela a la afirmación de lo que llamamos feudalismo. Como se ha dicho con anterioridad, el feudalismo es sencillamente una forma de dominio de los campesinos por parte de unos señores que se va a imponer en toda Europa en torno al año 1000. Si hasta ahora hemos dicho que en la Alta Edad Media son los campesinos los verdaderos protagonistas de la dinámica social, este dinamismo va a ser suplantado y en parte eliminado por los señores feudales. Estos van a establecer un tipo de estructura de organización de la sociedad que exige que se produzcan determinados productos agrí­colas que generen rentas. Para realizar esto precisan de un mundo ordenado, fijo y estable, por lo que van a favorecer la fijación del poblamiento rural. La conclusión de todos estos complejos procesos fue el surgimiento de una nueva sociedad, la feudal, caracterizada por una red de aldeas estables y con lí­mites claros, con casas de piedra que sustituyeron las pobres construcciones de madera.

El precio que pagaron los campesinos fue muy alto. Es cierto que el nivel material de sus viviendas fue superior, que con el tiempo se crearon mercados y que pudieron disponer de objetos más sofisticados. En cambio, quedaron sujetos al dominio de los señores, obligados al pago de rentas. Comprender, pues, cómo y cuándo se ha producido la fijación del poblamiento y la formación de las aldeas que aparecen reflejadas en la «Reja de San Millán», constituyeuna de las formas de estudiar la génesis del feudalismo en ílava. Por lo que sabemos, esta fijación de las aldeas se produjo de muchas maneras, y los arqueólogos cuentan con diversas informaciones para estudiar este proceso. En el caso de Gasteiz, como hemos visto, todo parece haber surgido a partir de un grupo de campesinos que hace unos 1700 años han ocupado la cima de una colina donde quizás ya habí­a algún asentamiento anterior, formando un poblado mayor. Sobre esta primera concentración se ha implantado en torno al año 1000 una nueva articulación social y una nueva organización del urbanismo. En otras ocasiones resulta más difí­cil establecer la génesis de estas aldeas. En muchas ocasiones han sido la fundación de iglesias en los siglos IX y XI las que, aparentemente se han convertido en centros de agregación y fijación del poblamiento. Son las iglesias que los historiadores del arte han querido llamar «prerrománicas». Así­, iglesias como la de San Román de Tobillas o la de los Castros de Lastra en Valdegoví­a, o la ermita de San Julián y Santa Basilisa de Aistra en Zalduondo son ejemplos de estos procesos, a pesar de que las aldeas situadas en su entorno hayan sido en estos últimos casos abandonados. Otro caso conocido en la llanada oriental es el de San Pedro de Quilchano. La localidad no aparece como tal en la «Reja» (su primera mención es del siglo XII), pero la excavación de su ermita ha mostrado que fue fundada probablemente en el siglo XI (o XII), en el centro de una nueva aldea. Tras la fundación de la cercana villa de Elburgo, fue abandonada en el siglo XIV. Pero no solamente se fijaron las residencias de los vivos. También lo hicieron las de los muertos. Si antes, como en Aldaieta, las necrópolis estaban lejos de los pueblos, ahora se van a trasladar en torno a las iglesias. A partir del siglo VIII y hasta el XIX solamente se va a enterrar a los difuntos en las iglesias. Precisamente la afirmación de la red eclesiástica, eje en torno al cual se articulará la red parroquial, es la que permitió la fijación de las necrópolis. No se sabe con seguridad si la fijación de las necrópolis haya precedido o sea una consecuencia de la fijación de las aldeas. Lo que si está claro es que, la conjunción de ambos elementos, constituye un componente de estabilización y de articulación del espacio que hemos heredado hasta la actualidad. En un momento posterior, cuando se hayan afirmado las aldeas tras el año 1000, se producirá un proceso de simplificación de la red eclesiástica y de reforzamiento de una parte de las iglesias existentes. Las principales se convertirán en parroquias, ampliándose y reconstruyéndose. A este proceso los historiadores del arte lo llaman «románico». En cambio, el resto de las numerosas iglesias fundadas en la Alta Edad Media quedarán reducidas a simples ermitas, o desaparecerán, Este es el caso de Eguileor, que contaba en el año 1076 con tres iglesias (San Pedro, Santo Emiliano y Santa Marí­a), y que solamente conserva en la actualidad la de San Pedro convertida en parroquia.

7. Conclusiones

Concluyendo ya estas reflexiones podemos terminar diciendo que aún conocemos demasiado poco sobre la evolución de la llanada oriental alavesa en el medio milenio posterior a la caí­da del imperio romano. De hecho, querrí­amos concluir nuestra exposición explicando cómo estamos trabajando para analizar este perí­odo tan desconocido y comprender la formación de la red de aldeas y poblados actuales. El írea de Arqueologí­a ha iniciado recientemente una serie de investigaciones financiadas por la propia Universidad del Paí­s Vasco destinadas a identificar la existencia de estos antiguos asentamientos comprendidos entre la caí­da del imperio romano y el año mil. La investigación, que ha comenzado precisamente en la llanada oriental, pretende llevar a cabo un estudio mediante el reconocimiento directo del territorio y la identificación de las huellas de estos antiguos poblados. A través de las prospecciones visuales que seestán llevando a cabo con la autorización de la Diputación Foral de ílava se pretenden identificar precisamente los indicadores que podrán conocer la transformación del territorio en los distintos perí­odos históricos. Las tierras cultivadas son, de hecho, ricos archivos que guardan numerosí­simas informaciones sobre las transformaciones del poblamiento y de las sociedades pasadas. Una vez que se hayan identificados los principales modelos y procesos de transformación se pasará a una segunda fase, en la que se realizarán sondeos y excavaciones en yacimientos significativos que permitan conocer las distintas variantes y dinámicas existentes en la llanada oriental y, en general, en el territorio alavés.

Juan Antonio Quirós Castillo

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