El Territorio del Valle orduñés
La situación del territorio orduñés y las aldeas de Arrastaria, entre la Vieja Castilla y la costa del Cantábrico, propició el tránsito secular de gentes por sus pasos, a veces difíciles. Esta situación explica, por otra parte, la organización eclesiástica del territorio a lo largo de la historia. A partir de la Alta Edad Media estuvo dividido entre la antigua diócesis castellana de Valpuesta, con sede en la actual provincia de Burgos, en un entrante, casi un enclave, en la comarca alavesa de Valdegovía, y el obispado de Álava con sede en Armentia, en el centro de la Llanada Alavesa. La diócesis de Valpuesta se extendía hasta las Encartaciones vizcaínas y abarcaba el extremo del N.O. alavés hasta el río Llanteno; la diócesis de Armentia comprendía casi toda Álava y el Oeste de Guipúzcoa hasta el río Deva. Al extinguirse en el siglo XI los obispados de Valpuesta y Álava, que dejaron de mencionarse documentalmente a partir de 1087, sus territorios pasaron, respectivamente, a las diócesis recién establecidas de Burgos y Calahorra, restaurada ésta en 1045, a raíz de la reconquista de la ciudad. Las iglesias de Orduña y sus aldeas, así como las del valle de Arrastaria pasaron en 1087 de la diócesis de Armentia a la de Calahorra. Esta división permaneció hasta la creación de la nueva diócesis de Vitoria en 1862.
Las tierras de Orduña y del valle de Arrastaria están separadas de las tierras burgalesas por la cadena montañesa de la Sierra Salvada con alturas de unos 1.000 metros de altitud, destacando los montes Iturrigorri, Bedarbide, Txarlazo, Pico del Fraile y Arando. El valle de Orduña y Arrastaria conforman una cuenca muy amplia entre los abruptos descensos de las tierras cuartanguesas y las alturas de Beraza, y otras cimas que separan a Arrastaria del pasillo del río Altube por Lezama, y de las tierras altas de Urcabustaiz. El valle de Arrastaria confina con la depresión de Orduña, regado todo ella por el río Nervión, en su curso alto. Este es el río principal, formado por varios arroyos que fluyen desde las laderas septentrionales de las sierras cuartanguesas de Guillarte y Guibijo, divisorias de las vertientes cantábrica y mediterránea. Las aguas septentrionales se precipitan sobre tierras de Arrastaria en un brusco escalón de más de cien metros, siendo espectacular ver la caída de las aguas en época de lluvias. El río en su transcurrir por el valle ve engrosado su caudal con los arroyos, por su lado izquierdo, de Zamarro, Paul y Tertanga, y por su lado derecho de Berracarán y Artómaña.
Los pasos de arriería, y las rutas de herradura y rueda, siguieron más tarde los cursos de estos pequeños ríos buscando los pasos de Castilla al mar, siendo estos lugares por donde transcurren hoy en día las principales vías de comunicación, tanto carreteras como el ferrocarril. Las aguas de las corrientes fluviales de la zona movían molinos que, como fuente de riqueza y signos de poder económico, figuran en donaciones, mandas testamentarias, fundaciones y pruebas de hidalguía.
Los libros parroquiales y los protocolos de ajustes de obras, citan con frecuencia el roble, extendido en sus distintas variedades en las solanas de los montes y en las orlas de las lomas. También se refieren a la riqueza de sus hayedos y a las hayas de la Peña de Orduña y de la Sierra Salvada, empleadas en obras, retablos y a veces como elementos de sostén o cimbrias de las edificaciones.
Los pleitos sobre la percepción de diezmos, las actas de las visitas pastorales y los censos de las rentas y frutos de parroquias y ermitas, aportan importantes fuentes para el estudio y el conocimiento de las producciones y cultivos de la tierra en relación con la riqueza de sus templos. Los principales pagos de diezmos y primicias eran: cereales (trigo, avena, cebada y centeno); eran también importantes las aportaciones de habas, manzanas, castañas, corderos y cabritos. Además de estos productos, entregaban también los feligreses, en calidad de “frutos menores”: quesos, pollos, ansarones, lechones, nueces, linos, miel y cera. Las relaciones de diezmos y primicias, que conservamos entre 1542 y 1545, incluyen aportaciones de “borona” o mijo, nombre que pasaría al maíz después del cultivo de éste en la zona. Estos diezmos de “borona” se refieren como se ha indicado a aportaciones en mijo. El cultivo del maíz, propiciado por el clima oceánico de la zona, alternó pronto en el paisaje de cultivo con los prados, hasta superar en algunas zonas del país, la producción de trigo.
Aunque la cera aparece a veces como “producto menor” en los censos de diezmos de las parroquias de la zona. Orduña pagaba en cera su tributo al monasterio de San Millán de la Cogolla, en los siglos XI y XIII; entregaba además a los monjes ciertas medidas de lienzo. En estos momentos se documentan también diversos “manzanares” entre los bosques y cultivos de Orduña y su comarca.
Se documentan en el siglo XIV cosechas de uvas, vino, manzanas y sidra en las tierras de Orduña y Arrastaria, frutos sobre cuya participación pleiteaban en 1321 las iglesias de Arrastaria y el cabildo de Armentia. En el censo de rentas y frutos de 1542 a 1545, Orduña entregaba a los beneficiados de su cabildo, aparte de trigo, cebada, corderos y cabritos, 1.555 cántaras de vino y 194 cántaras y media a los fondos de fábrica de las parroquias, prueba de la riqueza vinícola de la comarca. Los derechos a percibir los diezmos de vino, junto a los de granos, corderos y cabritos, se registran asimismo en todas las parroquias de Arrastaria.
El lino se recogía y se elaboraba como industria familiar en varios pueblos de la zona.
Con piedra caliza de las canteras de Los Castillares de Orduña se construían en el s. XVI una capilla en el actual convento de las Clarisas de la ciudad, así como el palacio de don Íñigo Ortés de Velasco; la cantera llamada “de la Dehesa”, de Saracho, se extraía piedra en 1788 para la fábrica del edificio de la Aduana de Orduña.
En las obras de las iglesias se empleaba cal de algunas caleras y yeserías. Se citan así las caleras orduñesas de San Juan del Monte y del Castillo, cuya cal se empleaba en la erección de la torre de Santa María de Orduña, en 1625. Unas décadas más tarde se “quemaba un calero “en la “hoya de San Juan” para las obras del convento de San Francisco, de la ciudad, obras en las que se había empleado cal de Tertanga, en 1591; aún a comienzos del s. XX existía en Tertanga la yesería de Basaldúa con treinta operarios y buena maquinaria. Cerca de Tertanga se encontraban las caleras de Paul, que aportaron la cal necesaria para las obras realizadas en la iglesia de Délica en los años 1767 y 1781.
Son varias las tejerías de esta comarca, cuyos materiales “teja y ladrillos” se emplearon en la construcción de los templos y casas de la zona.
Los núcleos más poblados ocupan las zonas bajas de los valles y los cruces de sus comunicaciones naturales, como es el caso de Orduña, entre otros. En el año 1556, Orduña tenía 350 vecinos, Délica unos cien. En 1786, Orduña tenía 2.224 habitantes y Délica 326. El Nomenclátor de 1910 arrojaba 629 habitantes en Arrastaria. En 1930 Arrastaria tenía 655 habitantes. En 1950, la cifra de habitantes de Arrastaria era de 587. En 1986, Orduña con sus cuatro aldeas, tenía 4.225.
La ciudad de Orduña, con fuero otorgado por Alfonso X en 1256, fue ciudad amurallada con calles estrechas acopladas al encintado medieval. La actual parroquia de Santa María y el castillo, demolido en el siglo XVI, fueron los dos bastiones defensivos del costado de Oriente de la “villa” del s. XIII, que llegaba por este flanco casi al cauce del Nervión. Cerraba este primer recinto, por el Poniente, la muralla que se encontraba en las fachadas traseras de la actual plaza, con el torreón del Ayuntamiento en el ángulo N.O. de la cerca. Los tres primeros viales de este primer trazado se disponían en sentido Este-Oeste; pero pronto creció Orduña con nuevas calles, extramuros del burgo primitivo y orientadas en sentido Norte-Sur, siguiendo el camino de Castilla al mar, recinto que se cerró con nuevos muros.
Las viviendas características de la zona son los caseríos, edificios que amalgaman en su construcción la piedra, y a veces el ladrillo, con entramado de madera. Son característicos sus porches, adintelados con pies derechos y viguería descubierta, o arqueados en su entrada; son típicos también los grandes aleros que proyectan ante las fachadas la doble vertiente de sus tejados, y suelen contar asimismo con amplias balconadas, o galerías de madera.
El caserío responde en su estructura, a la explotación agropecuaria propio de un territorio de clima oceánico, con su principal riqueza en la ganadería, en los montes, en los prados naturales y de guadaña, en cultivos como el maíz y en ciertos tipos de agricultura intensiva. En el caserío, aparte de la vivienda unifamiliar, hay lugar para todo este sistema de producción rural: cuadras, almacenes de forrajes, graneros y otras dependencias precisas en los modos de vida de sus habitantes.
Los hijos que no heredaban el caserío podían ser “apartados” de la herencia “con poco o mucho, como quisieren y por bien tuvieren” sus padres, según el Fuero de Ayala. Por eso en la milicia, emigraban a América (“llamados” muchas veces por otros segundones de la familia enriquecidos en aquellas tierras), realizaban estudios eclesiásticos o se preparaban para el “manejo de papeles” a fin de instalarse en la corte, “llamados” también por algún familiar. Estos ausentes seguían recordando a sus pueblos; de aquí los frecuentes envíos de fondos por parte de éstos para la construcción de templos y retablos en sus parroquias de origen, las numerosas donaciones de alhajas y vasos sagrados a estas iglesias, y las muchas fundaciones de capellanías y obras piadosas a costa de indianos o de naturales enriquecidos en la corte, en la milicia, en algunos puestos eclesiásticos o en los negocios.
Por otra parte, existían en las iglesias fundaciones familiares que debían ser servidas por clérigos capellanes de la misma familia, casi siempre segundones, que aseguraban así su permanencia en su lugar de origen.
Abundaron en esta zona las casas fuertes, muchas torreadas, a causa en gran parte de las luchas de linajes que por aquí revistieron especial violencia. La mayor parte de las que quedan son casas torres tardías, dispuestas no solo para la defensa sino con elementos de vida civil concebidos para una mejor habitabilidad en el edificio, que suele conservar aún fuertes elementos defensivos y, a veces, voladizos de madera sobre las fachadas o partes más vulnerables de la construcción.
A veces los señores de las torres tenían capillas propias en las iglesias, como la de los Reyes de Délica. Varios documentos parroquiales dan fe del empleo de la lengua vasca, el euskera, como principal medio de comunicación entre los vecinos de estas zonas, aún a fines del s. XVIII.
Fuente: Catálogo Monumental de la Diócesis de Vitoria (Tomo VI), Micaela Portilla.