Mosaico histórico de la CIUDAD de ORDUÑA (I)
La ciudad de Orduña y sus aldeas, enclave vizcaíno entre las tierras de Burgos y las alavesas de Ayala y Arrastaria, quedaron incluidas dentro de la actual diócesis de Vitoria, al fijarse en 1951 los límites de la misma tras de la erección, en 1950, de las diócesis de Bilbao y San Sebastián.
Ocupa este enclave un terreno áspero en las laderas de la Peña de Orduña, a los pies de la Sierra Salvada, divisoria de las vertientes cantábrica y mediterránea. Esta sierra tiene los perfiles más suaves en sus descensos hacia los altos valles burgaleses que en sus laderas septentrionales, vertientes al mar Cantábrico por el río Nervión y sus afluentes.
Esta muralla orográfica ha defendido el territorio a lo largo de la historia y ha hecho de Orduña punto clave en la defensa del Señorío de Vizcaya; por eso Alfonso I de Asturias, en los primeros avances repobladores de la reconquista cristiana en el siglo VIII, no necesitó conquistar ni volver a poblar esta tierra, porque Orduña, lo mismo que Álava, Vizcaya y otros territorios bien defendidos , estuvo siempre poseída por sus propios habitantes.
Por otra parte, este lugar estratégico ha servido de acceso, como paso natural, aunque difícil, entre la meseta y el Cantábrico y ha sido un lugar de fricción entre los señores de Vizcaya y los reyes castellanos, a lo largo del medioevo.
Los caminos de Orduña al mar
Los mismos datan de la época romana. Diversos restos indican que una derivación de la calzada de Burdeos a Astorga subía desde Valdegovía, por Berberana, hasta alcanzar los caminos del Nervión por tierras de Orduña, para salir al mar por tierras de Vizcaya y Cantabria.
En el alto medioevo continuó el tránsito por caminos montaraces, hoy olvidados; la existencia del monasterio de San Clemente de Arbileta, próximo a Orduña, donado a la iglesia de Calahorra en 1192, por el rey Alfonso VIII, y del monasterio Santiago de Langréiz, datado en 1075 y situado en el camino, subida de Berberana por la “llamada fuente de Santiago”, dan fe del tránsito de Castilla a Vizcaya por los difíciles pasos de Goldecho, por la hoy llamada “senda negra”, o por las laderas de la Peña, sorteando estrecheces para salir a Arrastaria, tierras de Orduña y Urcabustaiz.
A finales del medioevo, a medida que tomaba cuerpo la “puebla nueva “de Orduña, se potenciaba el paso por estos caminos, mientras se incrementaba también la importancia de sus ferias y crecía el comercio de las lanas castellanas hacia Flandes y los países del Norte, a través de los puertos del Cantábrico. La afluencia de mercancías a Orduña era tan importante a fines del siglo XV, que las cuentas de los diezmos, el cobro de los derechos de aduana en la ciudad y las numerosas contingencias y trámites derivados del comercio, exigían la presencia en Orduña de un escribano propio de nombramiento real. Tal pujanza económica fue, sin duda, uno de los motivos que impulsaron a la Casa de Ayala en sus intentos y pugnas por mantener sus posiciones sobre Orduña y el dominio de sus caminos que, por otra parte, unían a Castilla con Urcabustaiz, las márgenes alavesas del Nervión y los valles de Ayala y Llodio, tierras sujetas al señorío y jurisdicción de la Casa.
La Corona no se mantuvo ajena a la importancia de Orduña en el comercio y las comunicaciones castellanas; por eso en 1491, cuando Orduña ya había salido para siempre del poder de los Ayalas, estudiaba el Consejo real un proyecto de reparación del camino de Orduña por un costo de 222.000 maravedís, cantidad que esperaba cubrirse mediante el cobro de medio real a cada caballería que atravesara dicho camino, calculándose el cobro de 3,000 peajes cada año para costear la obra.
La recaudación de los diezmos de la mar en Orduña era tan sustanciosa, por otra parte, que el rey Enrique IV había concedido poco antes su disfrute, como una merced de importante cuantía, a los poderosos Velascos, Condestables de Castilla, en pago de sus servicios y de los que esperaba recibir de ellos en su difícil reinado Ya en el trono los reyes Católicos, en noviembre de 1492, la ciudad de Orduña, siempre amparada y protegida por la Corona, llegaba a un acuerdo con el entonces Condestable, Don Bernardino Fernández de Velasco, sobre la exención de los diezmos de compraventa en las ferias orduñesas, para los productos que se destinasen al propio uso y no para volverlos a vender. Orduña celebraba entonces dos ferias anuales: una a partir del primero de mayo y otra “ocho días después de San Miguel e que dure quince días”, según privilegio de Sancho IV el Bravo, fechado en 1288.
Reinando ya Carlos I (1500-1558) se aprovechaba una ampliación del camino medieval de herradura que subía a la Peña por la ermita de San Bartolomé, ruta dura e intransitable en muchas épocas del año. No obstante, en el mismo reinado, en 1553, apuntaba un serio peligro para Orduña: según una Real Cédula de 17 de mayo de aquel año se intentaba trazar un camino desde el valle de Losa a la costa, por la sierra de Angulo, que desde dicho valle por Arceniega, Gordejuela y Oquendo, llegaría al Cadagua y a la villa de Portugalete.
Se potenciaba este camino como la ruta más directa de Burgos al mar y porque en su recorrido de vuelta a Castilla, podrían utilizarse como mercancías de retorno de las lanas, vinos y demás productos embarcados, los 28.000 quintales de hierro y los 6.000 de acero que se labraban en las ferrerías del camino; trazó esta ruta Ochoa de Salazar, pero se interpuso Orduña y consiguió que el proyecto no cuajara, “acaso porque los pueblos del tránsito tuvieron menos influencias que los otros en su delineación y adopción”.
Pero la baza ganada por Orduña para facilitar el camino hacia Castilla no tuvo un total cumplimiento hasta muchos años después. En 1681 se abría el camino para carros y galeras por Orduña, rompiendo la peña de Goldecho, tras de una tentativa frustrada en 1664; contribuyeron a la obra la villa de Bilbao, la ciudad de Orduña y el Consulado bilbaíno. A partir de entonces pasarían por los nuevos caminos recuas y carros que porteaban trigo, cebada, vino, aceite y otros mantenimientos, y carretas cargadas de lana que paraban en la ciudad, donde se traspasaba su mercancía a carros y recuas del país, camino de Bilbao. La traza y condiciones se hizo por los maestros y diputados Juan Martín de Taborga, Juan Raón y Lucas de Longa; se remató su costo en 15.000 ducados y el peaje percibido por Orduña alcanzaba 7.000 reales anuales. Este camino llegaba a Orduña, pasando por el santuario de la Antigua desde la Peña Vieja, en cuya cima se eleva hoy el monumento del Charlazo, para bajar al Nervión desde el valle de Losa.
Sin embargo, este proyecto no llenó todas las necesidades del comercio, no satisfizo los deseos del Señorío. Por eso, en las Juntas Generales de 1752, se planteaban posibles rutas para el trazado de un nuevo camino de la Meseta y el valle del Ebro (Aragón y La Rioja) hasta Bilbao: la de Valmaseda por el valle de Mena, la de Vitoria y la de Orduña. Esta ciudad se dirigió repetidas veces al marqués de la Ensenada, exponiendo las ventajas de su camino, junto con los informes de dos maestros de obras, Juan Bautista de Ibarra y Vicente de Muguira, quienes reconociendo el trayecto de Areta a Santa María de Rivarredonda, calcularon su coste en 3.301.637 reales. El camino pasaría por Areta, Marquijana, Amurrio, Saracho, entraría en Orduña y saldría por la puerta de San Francisco y Puente de la Torre hasta la venta de Arbín, en la falda de la Peña vieja de San Bartolomé (camino usado desde tiempo inmemorial); “y desde la venta para subir a la Peña habían de hacerse cinco vueltas o tornos”. Sometido el proyecto al padre jerónimo, fray José de Pontones, en 1757, lo informó favorablemente; y en 1757, se comunicaba a Vizcaya el permiso de ejecución del camino orduñés por 210.000 pesos, autorizando un peaje de 4 reales por cada carro y calesa, 8 por coche o galera, y 20 maravedís por caballería. La obra tardó 8 años en realizarse y costó más del doble de lo presupuestado; dirigió los trabajos Don José Santos Calderón y hubieron de subirse los aranceles del paso[1].
El camino entraba a Orduña por el paseo del Prado y puerta de San Miguel, salía por la de Burgos, pasaba a la jurisdicción de Tertanga, entrando en la sierra por el lugar de la entonces ya desaparecida ermita de San Bartolomé, en cuyas proximidades se acordó colocar dos efigies: la del titular de la antigua ermita y la de San Rafael, proyecto que nunca llegó a realizarse. La construcción de este camino y los nuevos aranceles del reino hicieron que los valores de la aduana orduñesa subiesen espectacularmente, desde las computadas por Armona entre los años 1763 y 1772 y las registradas por él mismo, en el quinquenio de 1784 a 1788.
Orduña entra en la historia
La referencia a la posesión del territorio orduñés por sus habitantes, a raíz de la invasión musulmana, aparece Orduña en la carta de donación y fueros de Valpuesta, otorgada por Alfonso II al obispo Juan, el año 804. Figura también el voto de Fernán González al monasterio de San Millán aportando cera y lienzo y, en 1075, en la donación de Lope Sánchez al monasterio de San Millán en la que se citan los “manzanares” que poseía en Orduña. A los “manzanares” del valle orduñés se alude también en la donación de Gaviña al monasterio de San Millán por Alfonso VII, en 1135. Estas primeras citas nos permiten conocer algunos de los productos (cera, lienzos y manzanas) de la antigua economía orduñesa.
El siglo XIII fue vital para la historia orduñesa. El señor de Vizcaya, Don Lope Díaz de Haro, había sido un firme puntal en los primeros años del rey Fernando III en Castilla por lo que, apenas consolidado en el trono, dispuso en 1218 el matrimonio de Don Lope con su hermana la infanta Doña Urraca, entregándole con ella, entre otros, los señoríos de Orduña y Valmaseda. Don Lope, alférez y cuñado del rey, fue un personaje clave al lado de la reina madre Doña Berenguela en la unión de Castilla y León, en 1230; participó en las campañas andaluzas, especialmente en las conquistas de Baeza, en 1227, y en Córdoba, en 1236, y murió sin terminar ese mismo año. A su muerte el rey “se sintió por muy menguado del, ca era de los nobles et mas altos omes del reyno et de quien el era muy servido”. Este gran señor de Vizcaya, Valmaseda y Orduña, junto con su mujer la infanta Doña Urraca, había concedido a Orduña el fuero de Vitoria,en 1229.
Su hijo, Don Diego López de Haro, nuevo señor de Vizcaya, sucedió a Don Lope en el señorío de Orduña. Pronto comenzaron las tensiones entre Don Diego y el rey Don Fernando a causa de las tenencias otorgadas por éste a su padre, entre ellas Orduña y Valmaseda, mercedes que, al parecer, Don Diego trataba de considerar patrimoniales; y, en las escaramuzas levantiscas del señor de Vizcaya, las tropas reales se internaron por Orduña y Ayala hasta Valmaseda. No obstante, poco más tarde, Don Diego servía al rey como alférez, participaba en la campaña de Murcia junto al príncipe Don Alfonso, después Alfonso X, y, al lado del rey, en la toma de Jaén y en la de Sevilla, en 1248. Pero pronto iban a cambiar las cosas.
Al mediar el siglo XIII
El señor de Vizcaya sobrevivió dos años a Fernando III el Santo. Desde 1252 a 1254, reinando ya Alfonso X, fue fraguando el descontento de Don Diego López de Haro ante la política del nuevo rey; y cuando el señor de Vizcaya moría en 1254, se ponían en tela de juicio los derechos de Don Diego sobre los señoríos de Orduña, entre otros, a causa de sus alianzas con el rey de Aragón y su extrañamiento de Castilla.
La situación empeoró al sucederle su hijo Don López Díaz de Haro que se enfrentó abiertamente con Alfonso X, mientras sus gentes se levantaban contra el rey en Orduña, en pascua de 1255. La situación de Orduña era un asunto grave, que exigía la directa intervención del rey Don Alfonso X. Se encaminó hacia Orduña y el día 19 estaba ya en Orduña con sus mesnadas, imponiéndose a los rebeldes.
Sofocado el levantamiento y vencidas las gentes del señor de Vizcaya, el rey suscribía el fuero de Orduña, el 5 de febrero de 1256; un fuero real, aparte del señorial otorgado por Don Lope Díaz de Haro en 1229, y una muestra más del balanceo de la Orduña medieval entre el señorío y el realengo. Don Alfonso X en el diploma del fuero que concedía éste, decía “a todos los de Orduña porque yo los poblé”. Este hecho de “poblar” algunos historiadores lo ven como un traslado de la población de su antiguo lugar, más agreste y más fácil de ofrecer resistencia en posibles levantamientos, al lugar que ocupa hoy, abierto al comercio y en las mismas riberas del Nervión, aquí encrucijada de caminos.
Después de esta nueva “fundación” de Orduña, crecía el descontento de Don Lope Díaz de Haro. Así, en los preliminares de la gran conjura de los ricohombres, en 1271, reunido el señor de Vizcaya con otros poderosos miembros de la oligarquía nobiliaria en el hospital de San Juan de Burgos, exponía al rey sus quejas y le pedía la entrega de Orduña y Valmaseda “que decía era de su heredad”, cuestión que el rey prometía someter a un jurado de nobles, eclesiásticos y hombres buenos de las villas. Más tarde, cuando los nobles más poderosos, entre ellos Don Lope, se desnaturalizaban del rey y marchaban a tierras de Granada, el señor de Vizcaya le reclamaba otra vez Orduña y Valmaseda. El rey contestaba “e lo que decides que Orduña debe ser vuestra e que la dio el rey Fernando en donación a Don Lope e a Doña Urraca vuestros agüelos verdad es; mas vos guerreastes desde ella e desde allí fecistes mucho mal en la tierra, e fuero es de Castilla que si de la donación que el rey da le facen guerra e mal en la tierra, que la pueda tomar con fuerza e con derecho”.
La rebelión nobiliaria cesó, pero la muerte prematura del príncipe heredero de Alfonso X, Don Fernando de la Cerda, iba a cambiar el sesgo de las cosas. Era el año 1275; el rey se encontraba fuera de su reino y su hijo segundo, el infante Don Sancho, después Sancho IV el Bravo, veía en el señor de Vizcaya uno de sus más fuertes apoyos en sus pretensiones al reino contra sus sobrinos los infantes de la Cerda, y, muerto el rey Alfonso en 1284, Don Lope Díaz de Haro se convertía en uno de los hombres más poderosos de la corte de Sancho IV. Don Lope aprovecha esta situación para afianzar su poder sobre los dominios patrimoniales y las tenencias tradicionales recibidas de los reyes por los señores de Vizcaya; por eso apenas muere el rey Don Alfonso X concede a Orduña su carta de “amayorazgamiento” el 17-6-1284, a la vista del fuero de su abuelo que el concejo de Orduña le presentaba al respecto. Por esta carta daba a Orduña “por mayorazgo de Vizcaya para siempre jamás, que no se partan una de otra en ningún tiempo et que ninguno non la pueda heredar sino quien fincare señor de Vizcaya”. Poco después, en 1287, el rey Sancho hacía a Don Lope su mayordomo Mayor y su alférez “e diole además una llave de la su chancillería e sus sellos”; pero meses más tarde, el 8-6-1288, el señor de Vizcaya moría en Alfaro en manos de las gentes del rey y en presencia de éste, tras de una corta disputa sobre sus tenencias y castillos.
Y de nuevo pasó Orduña a manos del rey Don Sancho, que se apoderó entonces de las villas y castillos que habían sido de Don Lope; personalmente se aseguró de la posesión de las más estratégicas fortalezas alavesas y, desde Vitoria, cubierta ya la retaguardia “fuese para Orduña, e entró en la villa e combatió el castillo e tomólo”. Y, sin duda para congraciarse con los orduñeses, el 1º de septiembre de 1288 confirmaba a Orduña el fuero de Alfonso X y concedía a la villa una feria ocho días después de San Miguel para que sus habitantes sean “más abonados e ayan más con que nos servir”.
Muerto Sancho IV y en la difícil minoridad de su hijo, Fernanado IV, Don Diego López de Haro, hermano de Don Lope (el muerto en Alfaro), confirmaba en 1296 la carta del “amayorazgamiento” de Orduña, dentro del señorío de Vizcaya. Con el reconocimiento de esta carta parecía adelantarse Don Diego a los tanteos de separación de Orduña y Valmaseda del señorío de Vizcaya, suscitando en las cuestiones sucesorias al señorío entre la descendencia de Don Lope y la de su hermano Don Diego, problemas que llenaron gran parte del siglo XIV. La separación llegó, en efecto, aunque por breve tiempo al terminar la descendencia de Don Diego; entonces Orduña y Valmaseda pasaron otra vez a la corona de Castilla, hasta que en plena lucha dinástica entre el rey Don Pedro I y su hermano Don Enrique de Trastámara, daba este la villa de Orduña a su hermano y alférez Mayor, Don Tello, señor de Vizcaya, quien, el 14-4-1366, reconocía y confirmaba los privilegios de Orduña, ampliándolos y anulando “los tributos y desafueros echados a la villa” en tiempos del rey Don Pedro, su hermano. Don Tello murió en 1370 y el señorío de Vizcaya quedaría incorporado a la corona en la persona del príncipe Don Juan, después Juan I de Castilla.
En tanto crecía la villa de Orduña que, en 1315, enviaba dos procuradores (Lope Ochoa y Fernán Sánchez) a las Cortes de aquel año. Y, en tales momentos, a partir de la segunda mitad del siglo XIII y durante todo el XIV, adquiría Orduña su carácter de villa fortificada con las dos iglesias San Juan y Santa María, éste bastión defensivo adosado a la muralla de torreones cuadrados, y asomado a las márgenes del Nervión y a los caminos de Arrastaria y Urcabustaiz.
Fuente: Catálogo Monumental de la Diócesis de Vitoria (Tomo VI), Micaela Portilla.
[1] Un excelente y fundamental trabajos sobre este camino es el de Mª Ángeles Larrea “Caminos de Vizcaya en la segunda mitad del siglo XVIII”. LGEV, 1974. Incluye los planos originales de la construcción con detalles muy interesantes.