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Gestión administrativa en el ámbito del urbanismo

Gestión administrativa en el ámbito del urbanismo

1. Sujeto

Antes de abordar el objeto de la gestión administrativa en el ámbito del urbanismo, es preciso concretar quien o quienes son los órganos muni­cipales responsables de esta actividad. Hemos empleado en ocasiones el término genérico de Regimiento para referirnos al sujeto competente y, efectivamente, es cierto que es el Ayuntamiento –Alcalde, Sí­ndico y Re­gidores como órgano colegiado, quien toma las decisiones que hemos descrito y analizado. Sin embargo, esos acuerdos se debí­an de llevar a la práctica, se debí­an de ejecutar.

¿Cuál es el órgano unipersonal encargado de ello?

En buena parte de las situaciones planteadas, es el Sí­ndico Procurador General quien ordena las reparaciones de diversas infraestructuras públicas como puentes, caminos, edificios públicos. Los Regidores tienen una función distinta, más auxiliar y, a veces, impropia, al menos desde un punto de vista actual, de un cargo público. Así­, por ejemplo, en ocasiones se ordena al Regidor que arregle la Peña, o que vigile ciertas obras.

En otras circunstancias, la función de supervisión de obras públicas se encomienda a profesionales contratados exprofeso para una actividad es­pecí­fica, sin que exista en esta época todaví­a un oficio fijo, dentro del Ayuntamiento, que controle de modo habitual tanto las obras públicas como las privadas. Así­, por ejemplo, se paga un informe sobre el lugar más idóneo para la apertura del camino carretil, se contrata a tres oficiales para que, junto con un Regidor municipal, visiten la Peña, o se pagan 50 reales a un maestro cantero para examinar las obras.

Se observa, pues, que la gestión administrativa urbana es poco profe­sional y, en su lugar, los cargos públicos tienen un mayor protagonismo como no podí­a ser de otra manera en aquella época y en el ámbito de una pequeña ciudad vizcaí­na.

 

2. ímbito

La actividad municipal en el ámbito urbaní­stico solo nos es conocida con cierto detalle desde el siglo XVI. Hemos examinado los libros de De­cretos correspondientes a 1536-1600, con la exclusión de 10 años (1562-­1571) dado que no existen los libros correspondientes a ese perí­odo, y obtenido los datos que a continuación se expresan y que reflejan cuales eran las principales preocupaciones de las autoridades locales.

 

Asunto N.° de acuerdos
Tiendas 64
Caminos y puentes 62
Calles 57
Puertas 50
Ayudas para construcciones 50
Torres 25
Casa Consistorial 20
Actividades artesanales 18
Murallas 16

 

Las inquietudes de la época se manifiestan en el abastecimiento de la población, la circulación y la seguridad. Hemos dejado aparte la infraes­tructura viaria en relación con las comunicaciones a la meseta y a Bilbao porque es, con gran diferencia, la que genera mayor número de acuerdos del Regimiento, tal y como hemos visto.

2.1. Tiendas

El número mayor de acuerdos municipales se refieren a las tiendas y, de forma especial, a la carnicerí­a, lo que manifiesta la importancia del abastecimiento en aquella época y el papel fundamental que, en el mismo, jugaban los Ayuntamientos. Así­, el Regimiento Municipal se encarga tanto de la ejecución como de su mantenimiento. Respecto de la primera acti­vidad, la construcción supone con diferencia los mayores gastos y, entre ellos, los referidos a la carnicerí­a son los más sobresalientes. En este ámbito destacan las obras de los años 1573 (108) y 1587 (109). También son im­portantes las obras de 7 tiendas realizadas debajo de los astiales, entre Calle Medio y Calle Hierro, para su posterior arriendo.

Las cifras correspondientes al mantenimiento son de unas cuantí­as que no suelen superar los 3.000 mrs.

2.2. Caminos y puentes

Dejando aparte el camino de acceso a la meseta ya visto, y que tení­a el carácter de sistema general que afectaba a todo el Señorí­o y regiones colindantes, son abundantes las referencias a los caminos comarcales y locales. Las puertas de la ciudad nos ponen en contacto con los principales, ya que desde ellas partí­an las ví­as a las distintas comarcas. Así­, de la puerta de calle Burgos se dirigí­a el camino de San Sebastián a la venta, justo al pie de la peña de San Bartolomé. De la de calle Vieja surgí­a el camino del Prado en ruta hacia Ayala y Bilbao. En calle Carnicerí­a se iniciaba, el que iba al monasterio de San Francisco, a las aldeas de Aloria y Artomaña en Arrastaria y a Urcabustaiz por La Junquera. De calle Cantarranas y calle San Juan se dirigí­an sendos caminos, paralelos en un buen tramo, hacia el santuario de la Antigua, Peña de Goldecho y las aldeas de la Junta de Ruzabal. Finalmente de la puerta de calle Orruño se dirigí­a una ví­a a Guecha y Santa Cristina.

Además de esta red radial que tení­a su origen en el núcleo urbano, existí­an abundantes ví­as de pequeña longitud que comunicaban los exiguos barrios o caserí­os extendidos por todo el término municipal como Arbieto, Oruro, Cedelica, Aguasalada, Uriaran, Lurgorri, San Juan del Mon­te, etc.

Junto a la labor de reforma de los caminos públicos, era función de las autoridades locales su vigilancia, al objeto de dotarlos de una seguridad esencial para permitir el tráfico de personas y mercancí­as. Orduña, en virtud de la preponderancia que ostentaba sobre toda la comarca, tení­a jurisdic­ción directa sobre caminos ajenos a su territorio. Además poseí­a otro tipo de potestades, una especie de jurisdicción indirecta, sobre otras ví­as de comunicación.

La jurisdicción directa de que hablamos se referí­a al camino de la Peña que, como sabemos, atravesaba el valle de Arrastaria, con quien tuvo, en ocasiones, algunas diferencias. Estas supusieron, en 1546, el encarcela­miento del Alcalde de Arrastaria, cuando ejerció jurisdicción en el camino de la Peña, en detrimento de las prerrogativas de la Ciudad.

La influencia sobre caminos ajenos al término municipal hay que re­lacionarla con el privilegio de Alfonso X de 1257, monopolio de tráfico mercantil entre los mercados del valle del Ebro y la costa cantábrica. Para asegurar que los trajineros pasasen por Orduña y no se desviase por otras ví­as –»por lí­mites descaminados»– dicen los documentos, los guardas de la Ciudad vigilaban otras rutas, como la existente entre Uzquiano y Oyardo, en tierras de Urkabustaiz, la sierra de Uzquiano hasta la Igle­sia de San Pedro, o entre Zuazo y Echevarri en tierras de Cuartan­go. Por estas mismas fechas, el 11 de mayo de 1557, el Regimiento Orduñés ordena a su Procurador General enví­e a buscar a los descaminados para traerlos a la Ciudad junto a sus acémilas.

Esta influencia en caminos ajenos, no se limitaba a la vigilancia. Sa­bemos que las tierras comarcanas a Orduña estaban obligadas a reparar los caminos de su jurisdicción, con el fin de conseguir unos buenos accesos a la Ciudad. En esta dirección, Orduña conseguirá una Provisión Real en 1570 que, sin embargo, es puesta en tela de juicio tres años más tarde por los vecinos de Derendano y Saracho, a los que se ve protestando ante la orden orduñesa de reparo de caminos, al tiempo que solicitan la anu­lación del mandamiento. En este mismo sentido debemos de inter­pretar el emplazamiento que se hace en Peñafiel a Iñigo de Velasco, Con­destable de Castilla, con el fin de que repare el camino de San Bartolomé a Murita, ya en tierras pertenecientes a las Merindades de Castilla Vie­ja.

La construcción o ampliación de caminos exige, a veces, utilizar la ví­a de expropiación o compra, más o menos forzada, de terrenos particulares, como es el caso del ensanche del camino junto a la calle Vieja (1597) o el del camino en el puente del Vado (1583). Este método suscitó ciertas dis­crepancias con algunos vecinos, al considerar estos que se les usurpaba sus terrenos sin establecer determinadas garantí­as.

En los libros de cuentas aparecen hasta veinticinco denominaciones diferentes de puentes. Los gastos de mantenimiento son, en general, de escasa importancia. Tan solo en situaciones concretas se producen desem­bolsos de mas alto nivel. Son, en particular, las dos inundaciones, «torro- motos de agua» en la documentación, mas importantes del siglo (1553 y 1593), lo que provocan intervenciones en buen número de puentes y pon­tones de todos los cauces fluviales del municipio. En concreto, en la última y principal de las inundaciones citadas, se realizan obras de reconstrucción en los de Ibazurra, Landatas, Mendichueta y La Presa.

Con todo, la obra de mayor envergadura en este ámbito fue la cons­trucción del puente de San Francisco que salvaba el Nervión en el acceso al monasterio de dicho nombre. Se ejecutó inicialmente entre 1584 y 1585 y su costo superaba los 38.000 mrs. La obra, concluida en 1594, supuso una cifrar superior a los 80.000 mrs.

Salvo esos supuestos, tan solo en seis ocasiones se supera la cifra de 5.000 maravedí­es: Landatas, Nuevo de Landatas, La Junque­ra, Ibazurra, puente del Prado y el del Portal de Calle Vieja.

La financiación, en los casos estudiados, es básicamente municipal, salvo excepciones en las que se produce la intervención de los vecinos con trabajos en adra.

 

Calle N.° de referencia
Burgos 11
Plaza 11
Vieja 9
San Francisco 6
Carnicerí­a 4
Francos 3
Hierro 3
Medio 3
Nueva 2
Callejas 2
San Lucas 1
Urruño 1
Indeterminada 1

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2.3. Calles

Las obras más frecuentes son de empedrado, colocación de puentes en los calces o ejecución de calzadas. El mayor número de referencias en los libros de Decretos, como veremos, lo son a las calles por las que atraviesa el Camino Real, y a la Plaza de la Ciudad, lugares donde se desarrolla un tráfico más intenso y tienen lugar las transacciones comerciales. He aquí­ un listado de las referencias halladas en los libros de Decretos a estas obras:

2.4. Puertas

Los accesos a la Ciudad, a través de la puertas de la muralla, exigí­an que estas se encontrasen en buen estado para controlar eficazmente el paso de personas y mercancí­as. Las más importantes, las de las calles Burgos y Vieja, son las que con mayor frecuencia son objeto de reparacio­nes, que podemos considerar, de mero mantenimiento.

De los cincuenta acuerdos referidos a las puertas de la Ciudad incluidos en los libros de Decretos del siglo XVI, veinte se refieren expresamente a la puerta de calle Vieja.

Pocos años después del incendio, concretamente en el año 1540, se decide colocar tres puertas nuevas (calles Burgos, Vieja y Cantarranas) y arreglar otras dos (calles Urruño y San Francisco). Después, solo en dos momentos de este siglo parece que se realizan obra de cierta importancia. El primero en 1575, fecha en que constan obras en la puerta de calle Vieja por un valor total de 20.341 maravedí­es, el segundo en 1588, se produce una intervención municipal en 5 puertas, cuyo costo total asciende a 18.632 maravedí­es.

A veces las obras provocan protestas del vecindario, como es el caso acaecido en 1556, en que ciertos vecinos se oponen a la construcción de la portada mandada hacer por el Corregidor en la calle de Burgos, sin que conozcamos los motivos concretos de esa oposición.

Las denominaciones que reciben las puertas de la Ciudad son las si­guientes:

Vieja, Burgos, Cantarranas, Urruño y Portal de San Francisco. Se habla también, en otra ocasión, de la portada de calle de Uso (¿yuso?), de la puerta de Eras de San Juan  o Portal de San Juan, Portal de la Carnicerí­a, Portal Oscuro y, en fin, también existe una referencia a la puerta falsa del Castillo.

A partir de todos estos datos, es un tanto confuso conocer cual era el número exacto de puertas de acceso a la Ciudad. Si bien el portal de la Carnicerí­a puede ser el mismo que el de San Francisco, el de Eras de San Juan no concuerda con ninguno de los cinco primeros. El de calle de Yuso puede ser el que se encontraba a escasa distancia, en una calle paralela a la anterior, según plano elaborado dos siglos más tarde (1789).

Por tanto, como conclusión, podemos decir que existen un mí­nimo de seis puertas, la cifra más que probable porque coincide con las que apa­recen en el plano de Armona y, recordemos, que tanto la muralla como sus puertas es un elemento que tiende a la permanencia. La de eras de San Juan, más que puerta puede tratarse de algún portillo, porque si bien en el plano citado aparece una apertura en ese lugar, no se le denomina puerta como a las otras.

Además de las puertas exteriores, existen otras interiores en algunas de las calles principales del casco. Tenemos constancia documental cuando menos de la de calle de Hierro, y de la calle de Medio.

2.5. Murallas

La función defensiva, esto es la muralla como fortificación, queda sustituida, una vez desaparecida la presión del señor de Ayala con la derrota de la guerra de las Comunidades, por la función de control de mercancí­as y, en situaciones particulares, de personas. Además, cumplirá otra finalidad que quizá no ha sido demasiado destacada. La muralla se convierte en el siglo XVI en un elemento constructivo. No quiero decir con ello que se utilice su piedra para construir casas, palacios y torres, no. Quiero decir que se convierte en elemento estructural de diversos inmuebles, levantados en el mismo muro de la Ciudad.

Esta utilización de la cerca se produce básicamente en cuatro situaciones diversas: construcción de palacios, ampliación de las denominadas casas de villa, instalaciones preindustriales y edificios religiosos.

Dos de los palacios renacentistas orduñeses, el de Ortés de Velasco y el de Velasco se levantan en la muralla. El ubicado junto a la puerta de calle Burgos o San Julián, en su fachada utiliza un cubo cilí­ndrico. En el situado junto al portal de Santa Marina, se utiliza el ángulo de una antigua torre y se renueva su fachada a costa del muro.

La ampliación de las viviendas a costa de las rondas públicas solo es posible en las manzanas exteriores del casco. Es en estas donde, en general, aparecen los solares de mas profundidad, fruto de la ocupación del terreno público sito entre la fachada posterior y la misma muralla. Así­ el año 1597 se solicita licencia para alargar y ensanchar las casas en las traseras de calle Burgos, con la justificación de que «cerca de los muros de la Ciudad habí­a un pedazo de solar que no serví­a de otra cosa sino de echar en el inmundicias y empantanarse con las aguas y obedizas de manera que salí­a mal olor  y la cerca y muros recibí­an gran daño». No conocemos cual fue la decisión que se tomó porque ésta incumbí­a, al tratarse de la disposición de un bien de dominio público, al Concejo Abierto, pero no es aventurado afirmar que se otorgó esa ampliación de solar, en base a los datos actuales.

La reutilización de la muralla también se dará con la instalación de edificaciones preindustriales, tanto por el ahorro que supone utilizar un elemento preexistente, como por la conveniencia de sacar del casco urbano una actividad de carácter molesto. En 1567 Juan de Salazar e Inés de Herrán convienen con un carpintero la construcción, por un precio de 25 ducados, de un martinete o «aparejo de moler corteza» en la casa y molino que poseen debajo de la Parroquia de Santa Marí­a. Al tiempo que se construye el citado ingenio, se remodela el molino existente y una caballeriza de la casa), lo que nos indica que en toda la zona se desarrollaban actividades calificadas como molestas. Una vez ejecutada la obra, los propie­tarios la arrendarán al importante gremio de zapateros de la Ciudad. También en 1581 el Regimiento orduñés cede una era de su propiedad ubicada junto a la muralla, al objeto de construir en ella una tahona para moler corteza. La construcción debí­a de estar «arrimadas las paredes y murallas del castillo», fuera del portal de la calle Carnicerí­a. La concesión, de todas formas, se realiza condicionada a que la altura de la casa sea de 2,5 estados, alrededor de 4,85 metros, y equivalente a la del martinete que se encuentra en ese mismo lugar. Existe una salvedad en la concesión, ya que si se producen daños a la Ciudad «ansí­ por la ocasión de guerras como por otro edificio de murallas… sea obligado a lo desmoler y quitar dentro de dos meses». Aunque se recuerdan las guerras y, consecuentemente, la importancia del sistema defensivo local, parece aquella más bien una re­ferencia meramente testimonial a épocas bélicas ya desaparecidas.

Las formas de ocupación finalizan con la construcción de una sacristí­a en la parroquia de Santa Marí­a. Sabemos que esta formaba parte del sis­tema defensivo de la Ciudad y conformaba el propio muro. Para la cons­trucción de la nueva sacristí­a en el siglo XVI, se firman capitulaciones entre el Ayuntamiento y Marí­a de Salazar «sobre el sitio y edificio de la sacristí­a nueva que hizo sobre el muro y cerca de esta ciudad».

Por lo que se refiere al mantenimiento del muro, sobre todo en lo que afecta a su tramo exento, compete a las autoridades locales. En un total de 17 acuerdos municipales, se reflejan los lugares donde se realizan las reparaciones mas frecuentes que afectan, especialmente, a la zona del Castillo y Calle Burgos. En general son obras de muy escasa importancia, salvo las que afectan a la zona del Castillo a finales del siglo. En efecto, el año 1599 ante las consecuencias que la peste negra causaba en toda la pení­nsula, se decide realizar obras de consideración por un importe de 109.444 mrs. en un tramo de, al menos, 85 brazas. La muralla cumple funciones, en este caso, no defensivas sino de control de la población transeúnte, a fin de evitar la propagación de la terrible enfermedad.

Las obras de reparación se financiaban con el dinero procedente de las sanciones impuestas por la introducción de la llamada uva foránea en la ciudad, tal y como consta en diversas noticias del siglo.

2.6. Torres y Casa Consistorial

En esta época existí­an, al menos, dos torres propiedad del Concejo Municipal situadas, como hemos visto, en los ángulos noroeste y suroeste del primitivo núcleo urbano. La primera se ubicaba junto a la Casa Consistorial y, ella misma, serví­a como lugar de reunión del Regimiento, así­ como prisión. La segunda, sita al lado de las carnicerí­as albergaba un elemento importante en la vida de aquella época: el reloj, del que tomó el nombre.

Después del incendio, ambas torres debieron de quedar seriamente dañadas porque los únicos gastos importantes se producen en los años inmediatamente siguientes. El 14 de enero de 1536, tres meses después del fuego, se ordena la reparación de la Torre del Concejo cuyo coste final fue de 30.875 maravedí­es. Lo mismo sucede con la Torre del Reloj en la que se hacen obras por 41.977 y 20.362 maravedí­es respectivamente. Las otras intervenciones son de mero mantenimiento y no superan nunca los 10.000 maravedí­es.

Además de las torres urbanas todaví­a quedaban en pie las de carácter rural de origen bajomedieval. La de Arbieto se situaba en el barrio de su nombre propiedad de un linaje que pasó a ostentar cierta influencia en el pujante Bilbao de la época. Según datos que aporta Juan Vidal-Abarca, fue incendiada por los vecinos de Orduña a fines del siglo XV, a resultas de lo cual la familia Arbieto hubo de pasar a residir a tres casas diferentes del casco urbano. De lo cual se puede deducir que en esta época la citada torre se encontraba en un estado muy precario. La de Poza, ya en jurisdic­ción de la Junta de Ruzabal, en la aldea de Lendoño de Abajo, sirvió de refugio a los vecinos que huí­an de la prepotencia del señor de Ayala y desde allí­ se dictó sentencia contra el mismo, el año 1477.

Algunas noticias más concretas se poseen de la torre denominada de Casas Blancas. Sita en San Juan del Monte, se encontraba en el siglo XVI en estado practicamente ruinosa pues hace «gran tiempo que se edificó» y «tiene gastado y quebrado muchas solibas». Por esta razón se solicita al Ayuntamiento 12 ramas de roble o haya para su aderezo. Es curioso que el solicitante, Juan Saez de Guinea, para argumentar su petición dice que los moradores de las Casas Blancas están obligados a hacer lo que manden los regidores municipales, guardar los montes colindantes y acoger, como acogieron en otras épocas cuando estaban rebelados contra el rey los de esta comarca, a la vecinos de la ciudad. La cita puede hacer referencia a la Guerra de las Comunidades en la que toma parte activa el Señor de Ayala. La referencia a la guarda de montes puede ponernos en relación con la existencia de una explotación ganadera forestal que reutilizase la estructura de una antigua torre banderiza para ciertas actividades econó­micas.

En lo que respecta a la Casa Consistorial, hay que insistir en su ubicación colindante con la Torre y su posible comunicación interior. Los escaños y asientos de los Regidores Municipales estaban en la primera planta de la Torre y la prisión en la baja. Lo que constituí­a propiamente Casa del Concejo ubicarí­a otros servicios municipales, como los judiciales, ya que no debemos olvidar que el Alcalde era la primera de las instancias judicia­les. En cualquier caso, los gastos siempre se refieren a obras de escasa cuantí­a.

2.7. Actividades molestas

Otro tipo de actividad era la que se desarrollaba en la parte trasera de la parroquia de Santa Marí­a. Se trata de las Adoberí­as, cuyo nombre re­cibí­an las casas que hasta fechas recientes, 1991, se encontraban allí­, y de las que tenemos noticias cuando menos desde el siglo XV. Su ubicación exacta aparece en un acuerdo de 1549. Fuera de los muros; veremos como por estas fechas también se construye una tahona para moler corteza. En la parte posterior de la muralla oeste del núcleo urbano, se levantan en esta época sendos edificios destinados a los zapateros. El primero data de 1567 y es promovido por unos particulares, Juan de Salazar e Inés e Herrán como ya hemos visto.

En 1581, el Ayuntamiento cede una era de su propiedad situada fuera del portal de la calle Carnicerí­a, entre las casas y martinete que en ese lugar existí­a, al objeto de que se fabrique una tahona para moler corteza y zumaque. La cesión de esa porción de dominio público se hace bajo determinadas condiciones, tal y como hemos visto.

Este acuerdo municipal es ejemplo de una cierta acción de fomento, destinada a ubicar en lugares adecuados una industria insalubre. Si bien existe una referencia indirecta al carácter defensivo de la muralla, esta parece bastante anacrónica, entendiéndose que el lugar fuera de la cerca, junto a la puerta y colindante con otras industrias similares, es el apropiado para su instalación, con lo que se da una incipiente regulación de activi­dades. Junto a las puertas de calle Vieja y calle Burgos, formando pequeños arrabales, se hallaban fraguas y ferrerí­as que databan de épocas anteriores. Precisamente, en relación con los poseedores de fraguas se ordena, debido a su peligrosidad, pasen la noche en ellas.

Ya dentro del casco existí­a una ballesterí­a en el hastial de San Juan, unos lagares en Calle Hierro y las carnicerí­as sitas en la calle de su nombre. En relación con estas últimas, la contaminación que producí­an hizo nece­sario la construcción de un calce y cañado para que saliese por debajo de la tierra fuera de los muros «la agua hedionda, boscosidad y maleza por ser muy fea y perjudicial».

Otro tipo de actividades desarrolladas por los particulares, ocasionaba situaciones de peligro para la salubridad de la población. Nos referimos a la tenencia de animales en las casas del casco urbano, situación relativa­mente normal en una población donde la actividad primaria era muy im­portante. Para prevenir posibles problemas, existen acuerdos ordenando a los vecinos saquen el ganado de las casas.

Por todo el casco urbano debí­an de estar extendidos los pequeños talleres de los artesanos, en especial de los zapateros, cuya importancia se pone de manifiesto, tanto por la existencia de una ordenanza que regulaba su actividad, como con la ejecución del martinete que, como hemos visto, estaba destinado a moler corteza para su uso exclusivo.

En situación extramuros se hallaba la tejera de Belandica en el monte de la Junquera y, probablemente, la Yeserí­a.

2.8. Otros elementos urbanos

El Ayuntamiento debí­a dotar a la Ciudad de ciertos elementos que, con cierta licencia lingí¼í­stica, calificaremos de mobiliario urbano. Se re­lacionan con conceptos tan variados como el derecho penal, la religión o el tiempo. La horca, final desgraciado de algún delincuente, se construí­a de madera lo que exigí­a su constante renovación). Al parecer, al menos en algún momento concreto, se ubicaba en Mendichueta, justo a la entrada del término jurisdiccional orduñés, en el camino a Bilbao. Existí­a también don finalidad punitiva a modo de picota, un rollo de piedra desde 1541.

Mayor interés tiene la existencia del reloj, que regulaba la vida laboral, las entradas y salidas del casco urbano, la compraventa en ferias, mercados y tiendas, etc. Era competencia municipal su colocación y cuidado hasta el extremo que, una de las propiedades del concejo, tení­a el nombre de torre del Reloj. En un momento dado el reloj de la Ciudad estuvo en la Parroquia de San Juan, quizá trasladado a raí­z del incendio que causó, como hemos visto, grandes daños en la torre de su denominación. En cualquier caso, el 28 de marzo de 1550 se adquiere una piedra para colocarlo en la citada torre. Son constantes las referencias a su mantenimiento, sien­do en ocasiones un especialista el encargado de su custodia o, a veces, el propio maestro de escuela, al que se incorpora entre sus obliga­ciones ese menester. En 1568 se edifica la llamada casa del reloj por un valor de 20.399 mrs.

Citaremos, finalmente, otros elementos relacionados con el mundo re­ligioso como la colocación de cruces e imágenes en la puerta de la Ciu­dad, que ejemplifican con claridad las í­ntimas relaciones entre la re­ligión y el gobierno local. De alguna mayor importancia fue la construcción de un humilladero de piedra, junto a la ermita de San Lázaro, cerca, tam­bién, de la puerta de calle Vieja en el camino real, cuyo costo total conta­bilizado en los años 1567 y 1568 superó los 26.000 mrs.

Años depués, 1594, se levanta encima de la puerta de Calle Vieja, un oratorio de madera y piedra de sillerí­a con una imagen de la Virgen, debida al escultor Francisco de Uribarri, así­ como una pintura de Domingo Bel­trán.

También, en cuanto a costo, cabe resaltar la adquisición de campanas para la parroquia de San Juan en 1562 y 1581. En ambos casos, esas compras supusieron la cifra más alta de todas las obras y suministros públicos que realizó el Regimiento en el ámbito urbano municipal en dichos años.

 

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