El linaje de Ayala en Orduña
El origen de los intereses de la casa da Ayala en el alto Nervión quizá deban buscarse en los cambios económicos que afectaron negativamente a las tierras alavesas en el siglo XIII: Mientras el Señorío de Vizcaya conocía el nacimiento de la actividad comercial y ferrona, base del despegue económico en esa centuria, ílava experimentaba, en cambio, los primeros síntomas de estancamiento; un estancamiento agravado sin duda por una emigración que reforzará la tradicional salida hacia La Rioja. La búsqueda de nuevos recursos justificará el desplazamiento por los valles de algunas de las familias protagonistas de los siglos XIV y XV vizcaínos: los Ayala pudieron ser una de ellas.
Pedro López de Ayala será una de las personalidades más destacadas de este linaje; Canciller mayor del reino, intervendrá activamente en las guerras y asuntos políticos de los cuatro monarcas castellanos cuyo reinado vivió, en el siglo XIV. Inicialmente servidor de D. Pedro I, le abandonará en favor de su hermano Enrique de Trastamara. Posteriormente, con Juan I protagonizará misiones diplomáticas, y formará parte del Consejo de Regencia durante la minoría de edad de Enrique III. Como resultado de estas actividades D. Pedro –como muchos otros representantes de las grandes casas de la época– vio aumentar sus posesiones y rentas, y en ocasiones estas situaciones derivarán en un conflicto de intereses, enmarcables en las luchas que caracterizan la sociedad vizcaína bajomedieval. El empeño de los señores por aumentar sus fuentes de ingresos –en un momento en que éstos disminuían notablemente– desembocará en una serie de conflictos entre señores y campesinos, entre señores y eclesiásticos, entre señores y mercaderes, al tiempo que tienen lugar contradicciones dentro del mismo grupo dominante, y que han dado en denominarse lucha de bandos. Los ejemplos son abundantes, y entre ellos la pugna entre D. Juan, hijo de Alfonso XI, y el solar de Ayala, por las aldeas de Délica, Tertanga, Artomaña y Aloria, más la entonces aldea, hoy barrio orduñés, de Arbieto. D. Fernán Pérez de Ayala, padre del canciller, consideraba que las aldeas le correspondían, alegando que siempre las habían poseído sus mayores. Por su parte, el concejo de Orduña reclamaba su posesión; cuando el rey D. Alfonso dio la villa de Orduña al Infante D. Juan, el concejo se había apoderado de ellas. La Chancillería de Valladolid daría la sentencia el 14 de junio de 1380 por la cual Orduña debía restituir la posesión de las aldeas a D. Fernán, aunque el concejo de la entonces villa se resistió hasta que fue dada una nueva sentencia al 16 de mayo de 1391: definitivamente, las aldeas de valle son posesión del Canciller Pedro López de Ayala y de los que tuvieran después el Señorío de Ayala, aunque los vecinos de Orduña pueden cortar hierba y monte en dichas aldeas.
Con el nuevo representante de la casa de Ayala parecen crecer los intereses en el alto Nervión. El Señorío de Ayala, limítrofe con el de Orduña, necesitaba de éste como paso obligado para acceder a la meseta. Además, desde 1257, la obligación de que todas las mercancías circularán por la villa les perjudicaba. Aprovechando la minoría de Enrique III, el canciller se convertirá en un importante punto de apoyo para el rey lo cual conllevará una serie de contrapartidas; a pesar que en 1392 una real cédula confirma los privilegios de Orduña, el rey prometió a D. Pedro entregarle la entonces villa cuando le envió como embajador ante el Papa y el rey de Francia durante el Cisma de Occidente. La promesa, conocida por una cédula del rey católico, alude exactamente a la entrega de la villa de Orduña o de 1.000 doblas castellanas; de no cumplir su palabra en el término de un año, le autorizaba a tomar posesión de la villa como si efectivamente le hubiera sido donada. Pero la muerte del rey hizo que nada de esto se llevara a cabo, como también dice la cédula, pero este compromiso se utilizará como argumento por parte de los herederos del canciller para ejercer sus derechos sobre Orduña.
El privilegio otorgado por Juan II, el 6 de febrero de 1430 a favor de Hernán Pérez de Ayala, su merino mayor de Guipúzcoa y de su consejo, alude a los «recados» que le fueron presentados, que contenían que el rey Enrique, su padre, concedía a Pedro López de Ayala la entonces villa de Orduña, para sí y sus herederos. Si bien no se logra la posesión de la villa, Juan II, en esta ocasión, le concede un juro situado sobre las rentas de Orduña y Vitoria: 10.000 mrs. sobre las alcabalas de las aldeas de Vitoria, 4.000 mrs. sobre las escribanías de Vitoria, 10.000 mrs. sobre el pedido viejo que Orduña paga con la Merindad de allende Ebro, y 16.000 mrs. en todas las otras alcabalas de Orduña.
Un nuevo privilegio de Juan II concediendo a este noble otros 40.000 mrs. de renta anual y perpetua situados sobre las alcabalas de las villas de Tolosa y Segura –30.000– y sobre las rentas de Orduña –10.000 mrs.–, en 1431, nos da idea de la importancia de este linaje en la vida regia, así como de la insistencia que muestra en el asunto de la posesión de la villa de Orduña.
A mediados del s. XV el Mariscal D. García López de Ayala conjugaría ambos factores para, por fin, lograr que Enrique IV le conceda la posesión de Orduña. Es posible que el mariscal no fuese ajeno a los graves problemas que la Corona tuvo con la nobleza castellana, los cuales derivaron en generosas donaciones a los supuestos aliados de D. Enrique. Por otra parte, D. García será uno de los acompañantes del rey en su visita a Luis XI de Francia para solicitarle su intervención en el conflicto entre las coronas de Castilla y Aragón.
Pero pronto revocará el rey una donación que había realizado presionado por las circunstancias. En 1467 el concejo orduñés comunicaba su deseo de reincorporarse al Señorío de Vizcaya argumentando motivos económicos (60). Mientras Orduña formó parte del Condado contribuía con 10.000 mrs. de pedido forero, mientras que al verse obligados a tributar con la Merindad de Castilla la Vieja, no sólo había de pagar las 45.000 mrs. que le correspondían sino que se quejaban de que se les exigía más.
El 27 de julio de 1467, un albalá de Enrique IV deja incorporada Orduña al Señorío de Vizcaya, ordenando que no pueda ser donada en señorío; la equipara así a las otras villas vizcaínas, y deberá contribuir con 45.000 mrs. de pedido, los cuales se sumarán a los 10.000 de pedido viejo. Se exime a la villa del pago de alcabalas –impuesto castellano del que ya fue eximida en 1366– y enmienda la donación que hizo de ella al mariscal, apartando también de sus manos las aldeas del valle –Délica, Tertanga, Artomaña, Aloria y Arbieto–. Esta decisión podría relacionarse con las contribuciones económicas realizadas por los orduñeses durante los difíciles momentos sufridos por el rey castellano, aunque también debió ser determinante el posicionamiento del mariscal al lado del Infante D. Alonso en la lucha de éste por el trono.
D. Alfonso, que se arrogaba el título y funciones de rey premió su apoyo, –contraviniendo lo decretado por su hermano– donando Orduña al mariscal. A pesar de que el Infante murió en 1468, algunos autores opinan que D. García López de Ayala lograría seguir controlando Orduña a pesar de la oposición del rey D. Enrique, ya que mantenía sus posiciones en el castillo, desde donde ejercería su poder. Por lo tanto, el albalá antes mencionado, más que el fin de esta cuestión, no sería sino un episodio más en la larga pugna mantenida por Orduña por no desvincularse de Bizkaia, frente a la voluntad de quien quería retenerla bajo su señorío y dominio personal.
Fue durante el reinado de los Reyes Católicos cuando se solucionó definitivamente esta situación, no sin antes padecer la población orduñesa una serie de cambios de dominio, fruto de los titubeos de estos reyes. Estos se enfrentaban a problemas de mayor envergadura que les obligaron a tomar decisiones precipitadas y, en muchos casos, contradictorias; de ahí que en los primeros años de su reinado separaran y volvieran a vincular Orduña al Señorío de Vizcaya en repetidas ocasiones. Cabe señalar, por otra parte, que será durante el reinado de estos monarcas cuando le será concedido a Orduña el título de «ciudad», por lo que a partir de este momento será así como la denominaremos.
Recién iniciado este reinado, el mariscal Ayala consiguió que Doña Isabel y D. Fernando le confirmasen como señor de Orduña y sus aldeas, aunque debido a las protestas tanto de la ciudad como del Señorío, la revocación fue casi inmediata.
La guerra con Portugal condicionó la voluntad de los Reyes Católicos para favorecer a determinados miembros de la nobleza cuyo apoyo veían necesario ante la conflictiva situación. El mariscal comprendió que era el momento idóneo para lograr sus ambiciones y recurrió de nuevo a la primera que Enrique III hizo a Pedro López de Ayala para legitimar sus peticiones. El 6 de mayo de 1475 el rey Fernando firmaba la Carta de Donación de la ciudad a favor de D. García, en la cual se instaba a los vecinos a aceptar al mariscal como señor, y a los alcaldes y oficiales que el impusiera.
La intromisión de Francia en la guerra a favor de Portugal agravó aún más la situación de los monarcas, en el sentido de que hizo aún más difícil la labor de equilibrar las fuerzas internas. Al dirigirse D. Fernando a Fuenterrabía aprovecho su desplazamiento al Norte para jurar los Fueros de Bizkaia, y la cuestión de Orduña fue ineludible. Representando a Orduña se hallaba Ochao Sánchez de Orozco, Pedro Fernández de Arbieto, Pedro Martínez de Mimenza y Martín López de Aguiñaga. El mariscal no se hallaba presente, pero sí su hijo D. Fernando, que figuraba en el séquito del rey y apoyaba a su padre contra la ciudad. La situación era muy delicada: el apoyo de D. García era muy importante para la Corona, pero el enfrentamiento con Francia hacía el favor de Bizkaia muy valioso. Finalmente, el 9 de agosto de 1476 D. Fernando firmaba en Bilbao los privilegios y libertades de la ciudad, incidiendo especialmente en aquél por el cual se restauraba el carácter de mayorazgo. Esto ocurría 10 días después de la jura en Guernica: en este paréntesis es probable que los vizcaínos presionasen al rey para que tomara esta decisión. Sin duda influyó además el hecho de que la armada vizcaína estuviese preparándose en aquellos días para guerrear contra Francia.
Lo cierto es que, pasado un mes, D. Fernando renovó la merced al mariscal, acción que podría parecer extraña si no advirtiéramos que estas fluctuaciones se debían a maniobras políticas obligadas por las circunstancias. En el mismo sentido, las buenas noticias en torno al enfrentamiento con Portugal volvió a cambiar el rumbo de las decisiones sobre Orduña. El 5 de diciembre de ese año de 1476, los Reyes Católicos firmaban la revocación definitiva del señorío conferido al mariscal D. García sobre Orduña. En ella se autoriza a la ciudad a resistir por todos los medios si el mariscal se negaba a acatar la orden real. Nuevamente, la coincidencia temporal con una ofensiva francesa en el Norte nos hace pensar que las decisiones reales sobre Orduña tuvieron unas motivaciones ajenas a su preocupación por los intereses de sus habitantes; únicamente las necesidades políticas impulsaron a los reyes, lo cual explica las contradicciones y titubeos aquí resumidos.
Una nueva cédula del rey Católico, de abril de 1477, demuestra que las sospechas de un posible desacato del mariscal eran fundadas. En ella se dice que D. García y el Conde de Treviño están vendiendo bienes que pertenecen al vecindario y que tienen ocupada la ciudad; se dispone que nadie compre dichos bienes bajo severas penas.
Estas ventas se producían tras la ocupación violenta de la ciudad de Orduña por parte del mariscal D. García de Ayala y María Sarmiento, su mujer, apoyados por el conde de Treviño; conocemos los hechos a través de la sentencia contra estos personajes pronunciada por el Corregidor a petición de Pedro López de Aguinaga, procurador de la ciudad. La sentencia fue dada el 27 de junio de 1477, hallándose en tribunal constituido en la aldea de Poza (hoy barrio de la Junta de Ruzabal), y en ella se obligaba a María Sarmiento y a su hijo Fernando a devolver los bienes robados y a reparar los daños, cuantificados en más de 20 millones de maravedíes –más de 585.000 reales– para lo que se establece un plazo de 31 días. Varias decenas de personas más, halladas culpables de varios delitos y robos, fueron condenadas a muerte junto con los personajes principales –el mariscal y el conde de Treviño– pero la Corte de Castilla nombró jueces especiales para dictaminar sobre esta cuestión, y la sentencia del tribunal de Poza debió quedar sin efecto. Mientras los jueces evaluaban los sucesos acaecidos, los Reyes Católicos impusieron una tregua; para ello fue necesario reducir a las gentes de Treviño apostadas en el castillo. El Corregidor Juan de Torres, con 500 ó 600 hombres mandados por el capitán Juan de Salazar, más la ayuda de la gente del entorno, principalmente de Losa, desalojó la fortaleza, que fue entregada a Fernando de Acuña para que la tuviese en tercera, por voluntad regia.
El rey D. Fernando, después de dictaminar los jueces contra los ocupantes de la ciudad y examinar las reclamaciones de la misma, despachó en Toledo una cédula, a 11 de febrero de 1480 tratando varios puntos: por un lado refería los motivos por los cuales se vio obligado a conceder al mariscal el señorío de Orduña, excusándose por ello. Por otra parte, afirmaba, tras examinar los privilegios ya concedidos a la ciudad, que quedaba demostrado el carácter vizcaíno de ésta, por lo que la incorporaba de manera definitiva al señorío de Bizkaia. Por último, concedía al mariscal y a su hijo la continuidad en la tenencia de la fortaleza de la ciudad; para mayor seguridad en el futuro, sin embargo, se exigía al mariscal su renuncia de los derechos sobre Orduña. El 9 de marzo de ese año, en Quejana residencia de los señores de Ayala– firmaría el mariscal un documento de renuncia redactado por mandamiento real; su mujer lo haría al día siguiente en el castillo de Orduña.
La reparación por los daños sufridos se establecieron de modo que quedaban muy lejos de lo estipulado en la sentencia dada en Poza tres años antes. De los 20 millones de mrs. cantidad probablemente exagerada por los damnificados– se redujo la cantidad a 400.000 mrs., aunque debía añadirse que se devolverían los bienes ocupados. El conde de Treviño aportaría dos tercios de la citada cantidad; el resto, el mariscal y su hijo. Para ello contaban con un plazo de 10 días, y en cuanto a los bienes, los vecinos tenían licencia para recuperar lo que les pertenecía sin necesidad de mandamiento del juez.
Parece ser que el señor de Ayala cumplió lo que supuso su compromiso de renuncia, aunque pronto buscó el modo de hostigar al vecindario orduñés por otras vías. En su señorío y tierras limítrofes –Orozco, Llodio, Oquendo, aldeas de Arrastaria, etc.– las querellas presentadas ante los alcaldes de estos lugares contra vecinos de la ciudad se sucedían sin cesar, hasta el punto que éstos expusieron ante la Corona su situación; se veían ahora «en mayor sujeción e trabajo» que si continuaran siendo vasallos del mariscal. El 20 de diciembre de 1480 la reina Isabel obligaba a remitir a su Real Consejo cualquier pleito entre el mariscal y la ciudad, impidiendo así la actuación de los alcaldes favorables al señor de Ayala, que podían perjudicar a los orduñeses en el proceso de administración de la justicia.
Llegamos así al final de un largo proceso de vinculaciones y desvinculaciones de Orduña al Señorío de Vizcaya. Como apuntábamos al inicio de este capítulo, estos hechos no responden a decisiones arbitrarias de sus señores –desde 1382 los reyes castellanos serán los señores de Bizkaia–, sino que es necesario circunscribirlos a una serie de factores que afectan tanto a Orduña como a Bizkaia como al total del reino de Castilla.
Las relaciones entre el señorío y la Corona son fundamentales para entender este proceso. Mientras Enrique III o los Reyes Católicos actúan más como reyes que como señores, los años que separan ambos reinados (aproximadamente entre 1400 y 1470) ocurrirá lo contrario, actuando Juan II o Enrique IV más como señores que como reyes; interviniendo más a nivel de administración del señorío que considerándolo un apéndice de un conjunto mayor. Los frecuentes conflictos civiles en la Corona de Castilla provocarán una demanda de fidelidades vasalláticas de los vizcaínos, vinculados a diferentes linajes de la nobleza castellana. La situación de ventaja o desventaja de la Corona marcará una política de donaciones o revocaciones de mercedes que marcarán el aumento o disminución de tierras y rentas de estas grandes casas, siendo el caso de Orduña un claro ejemplo de los vaivenes que se ocasionaron en determinados territorios por este motivo.
Los Reyes Católicos se verán igualmente afectados por una inestabilidad que les obligará a continuar con esta línea en la primera fase de su reinado, pero el afianzamiento frente a las fuerzas externas, y el papel controlador de los grandes linajes en la recta final de los conflictos bajomedievales, desembocará en una política centralista cada vez más independiente de la nobleza. La revocación definitiva de los derechos del mariscal Ayala sobre Orduña es una buena prueba de ello. El Cuerpo de Ordenanzas redactado en ese mismo año de 1480 supondrá un rechazo, por parte de la ciudad, de toda injerencia externa en el gobierno de la misma, haciendo referencia precisamente a las intromisiones de los linajes. Se trataba, por un lado, de no caer de nuevo bajo la órbita señorial de ningún gran personaje; por otro, de marcar las pautas de composición de un nuevo regimiento y de fortalecer la figura del alcalde como juez. Todas estas decisiones parecen ir encaminadas a iniciar una nueva etapa en la vida orduñesa, lejos de la subordinación a un señor demasiado cercano y opresivo. Pero sobre estos aspectos volveremos más adelante.
En la confirmación de los privilegios de la ciudad solicitada por ésta a los Reyes Católicos el 25 de julio de 1481 se puede entrever el temor de los vecinos ante una posible venganza del señor ayalés u otro poderoso personaje con similares intenciones. En la confirmación, además de enumerar los méritos que había hecho Orduña y los buenos servicios prestados a la Corona, se menciona la tenacidad con que habían luchado los orduñeses por deshacerse del invasor y recabar su vizcainía. Ambos aspectos confluyen en un mismo deseo: equipararse al resto de las villas vizcaínas, subordinadas a un lejano señor y beneficiarias de exenciones, situaciones ambas imposibles bajo el dominio del mariscal D. García López de Ayala o cualquier personaje que lograse el señorío de la ciudad.
Esta cuestión queda así zanjada, aunque nuevos incidentes tendrán lugar durante la llamada guerra de las comunidades, asunto sobre el que incidiremos, sin embargo, en capítulos posteriores, por adentramos ya en el siglo XVI.