Las pinturas murales de la Iglesia de Délica
Dentro de los trabajos de Pintura Mural, llevados a cabo por el Servicio de Restauración de la Diputación Foral de Alava, hemos encontrado un caso especialmente interesante en la iglesia parroquial de Santa María de Délica.
Estas pinturas estaban ocultas y aparecieron como consecuencia de unos desprendimientos de encalados sufridos por problemas de humedad. Por este motivo se solicitó a nuestro Servicio un informe sobre su estado de conservación e interés. Tras las primeras visitas se observó la importancia de las mismas y se procedió a su completo descubrimiento, delimitación y estudio, con vistas a una posterior restauración.
Por sus características nos encontramos ante un caso único en la pintura mural alavesa y, por lo que conocemos, vasca, que plantea varias cuestiones fundamentales como la cronología, la autoría, la técnica de ejecución o la adscripción estilística. Dada la excepcionalidad del caso y la ausencia de documentación o de referencias iconográficas fue necesario realizar consultas a numerosos especialistas.
DESCRIPCIí“N
Las decoraciones cubren una amplia zona del muro sur, algo más de más de 31 m2. En sentido vertical, van desde el suelo hasta una altura de más de cuatro metros y medio (457 cm. aprox.). En sentido horizontal, se extienden casi siete metros (687 cm. aprox.), desde el límite exterior de la curva del pilar seccionado que divide la nave y el presbiterio.
En las pinturas nos encontramos con dos zonas claramente definidas. La parte inferior, que representa una arquería, compuesta de siete arcos de medio punto apoyados sobre columnas con capitel y basa. Y la parte superior, que repite un dibujo entrelazado. Los arcos llevan delineado el despiece de las dovelas. Los capiteles como las basas son muy sencillos, con una decoración lineal. Las columnas tienen el fuste dividido en cuatro secciones acanaladas, alternando unas en sentido vertical y otras en diagonal de derecha a izquierda o de izquierda a derecha.
El tono general de la superficie de estas estructuras (arcos, columnas, capiteles y basas) es rosáceo, matizado con un moteado en negro y rojo. Las líneas que delimitan estas formas y sus decoraciones están realizadas en negro. La anchura de las acanaladuras no sigue una proporción regular, lo que parece indicar la rapidez de la ejecución.
Los tres primeros arcos de la izquierda se han pintado por encima de otros reales preexistentes, que definían una «credencia» románica. El resto parece haber reproducido, con cierta libertad el módulo de los tres primeros, salvo el último que limita la pintura por la derecha y es de menor dimensión. Los vanos de los falsos arcos van decorados. En su interior presentan un ajedrezado en rojo anaranjado y blanco perfilado en negro. Entre las columnas se reproduce un arabesco sobre fondo rojo anaranjado, enmarcado por «cojinetes» o «diamantes» que resaltan el volumen con distintos tonos de grises en cada una de sus caras.
Por encima de los arcos se sitúa un paño que repite un arabesco sobre un fondo como el anterior. Los límites de esta zona van enmarcados en el borde inferior por una lista lisa, y en los bordes superior y derecho por una banda compuesta de «diamantes» en tonos grises. En el interior el dibujo se interrumpe en la zona de la ventana, formando un rectángulo de 134 x 120 cm. aproximadamente, enmarcado por una lista lisa. Esta decoración se continúa en la columna que limita por la izquierda, desde la altura de los capiteles hasta el borde superior, algo más alto que en el paño y rematado también con una banda de diamantes. La unión entre la banda de «cojinetes» de la columna y la del paño liso se efectúa mediante otra banda en sentido vertical. Esto hace que la hilera de diamantes forme una línea quebrada.
ESTUDIO ESTILíSTICO
Para Micaela Portilla, los entrelazados recuerdan los esgrafiados de las decoraciones de fachadas segovianas o toledanas de clara influencia mudéjar, mientras que otros elementos, como los «cojinetes» tienen un aire más próximo y se pueden relacionar con decoraciones murales de Orduña (hacia 1560), Escolumbe (1541), etc. Precisamente por esto y por su previsible cronología, Micaela piensa que puede tratarse de una obra de algún maestro castellano o influenciado por estilo castellano, en la que pudo participar Juan de Armona, natural de Orduña, autor con posterioridad de las pinturas de Escolumbe.
Uno de los aspectos que han centrado el estudio estilístico de las pinturas es precisamente este aire mudéjar, con la repetición de un motivo flanqueado por un marco que delimita las dimensiones del mural. Una de las cuestiones que deseábamos despejar era su posible relación con pinturas murales del mudéjar aragonés. Las características técnicas de la pintura parecen ajustarse a las que describe Mª Carmen Lacarra para un grupo de iglesias de Calatayud de los Siglos XIV y XV, lo que abriría la posibilidad de una autoría de origen morisco-aragonesa o simplemente a una influencia aragonesa.
Para Gonzalo Borrás, reconocido experto en arte mudéjar, existe una gran semejanza entre estas pinturas y las estudiadas por él en Aragón en cuanto a la técnica de realización con «agramilado», sin embargo el motivo es claramente cristiano. Para él, en Délica no nos encontramos con lacerías sino con una decoración de ondas cruzadas a partir de la repetición de un módulo de «combados», realizada con la técnica de «agramilado», documentada en Aragón, aunque no habría que descartar una conexión del mudéjar castellano.
Un motivo de lazos casi idénticos, tallados en madera y dorados, aparece en uno de los paneles del zócalo del retablo Mayor de la iglesia de Ezcaray (La Rioja), fechado a finales del siglo XV. Otro semejante aparece en el adorno que lleva superpuesto la caja del Tríptico de los Reyes de la Colegiata de Covarrubias (Burgos), en madera tallada con calados y dorada, igualmente de finales del siglo XV. También recuerdan este motivo unas decoraciones de la portada de la iglesia de Gí¼eñes (Vizcaya), de principios del siglo XVI. En pintura mural, podemos encontrar alguna semejanza en una banda de las pinturas románicas procedentes de la iglesia de Sorpe, en el Museu Nacional d’Art de Catalunya, en Barcelona.
En Délica actualmente sólo se conserva una parte, alrededor de un tercio, de las pinturas que se realizaron originalmente. En aquel momento, la decoración pudo ocupar también los muros de la cabeza y el del costado izquierdo formando una «U» en torno al altar. Si nos imaginamos ese espacio no sería muy diferente de lo que Borrás llama «espacio mudéjar.
Parece evidente, como apunta el profesor de Historia del Arte de la U.P.V. Javier Vélez, que los trazos en negro que dibujan las formas de los elementos que componen las columnas, bordean los arcos y remarcan el ajedrezado y las dovelas, son posteriores a la ejecución de la pintura mural. Originalmente los elementos arquitectónicos serían mucho más simples. Para ello se basa en que no se trata de un dibujo inciso como en el resto de la composición y el trazo es más suelto e irregular. Esto se confirma porque alguno de estos trazos se han realizado por encima de lagunas. Para este historiador las acanaladuras de las columnas son características del siglo XVII.
Aunque ya se va asumiendo que las decoraciones interiores pintadas eran una constante en la arquitectura religiosa, ya fuesen con una finalidad catequética o meramente decorativa, falta por estudiar y definir sus características (localización, extensión, etc.) en los distintos períodos.
En nuestra opinión, en un momento determinado se habría establecido en algunas iglesias un tipo de decoración diferenciada de distintos espacios. Así una franja, que comprendería la cabecera y una zona de los muros laterales de la nave, claramente delimita en altura y extensión, se policromaba con elementos más o menos abstractos, dejando el resto sin decorar. Pensamos que estos trabajos se pudieron realizar con una finalidad puramente ornamental o bien para centralizar la atención, contribuir al recogimiento o dignificar el entorno del altar. Se trataría pues de un tipo de pintura desprovista de los contenidos morales o doctrinales frecuentes en los murales figurativos del románico y el gótico. Sin embargo no podemos descartar una intencionalidad psicológica, que vaya más allá de lo puramente decorativo. Por desgracia, los escasos y fragmentarios ejemplos con que contamos no nos permiten certificar adecuadamente esta hipótesis. Las pinturas de Délica, sin embargo representan algo más que un indicio en este sentido. Este mural tiene unos claros límites originales en los bordes derecho y en el superior, mientras que en el izquierdo se interrumpe bruscamente en el pilar seccionado como consecuencia de una transformación de la iglesia. Es claro que la sustitución de la cabecera y la ampliación de la nave hacia el norte supusieron la pérdida del resto de las decoraciones del conjunto. Otro ejemplo que puede servir para confirmar que las pinturas murales de Délica se continuaban por la cabecera y finalizaban en el muro norte a la misma altura que en el sur, es el de las pinturas de la ermita de San Antón de Amurrio. Estas, que se pueden fechar en la primera mitad del siglo XVI, aunque incompletas conservan importantes fragmentos en los muros laterales de la nave, con los límites originales tanto en extensión como en altura. También conserva otro pequeño fragmento de las mismas características en la cabecera, lo que indicaría su continuidad formando una «U». Estas semejanzas, a pesar de las diferencias técnicas y de escala se trata de paños con motivos decorativos, enmarcados con bandas y con claros límites, hace pensar que pudieran seguir un mismo esquema.
Tí‰CNICA DE EJECUCIí“N
Se puede decir, en principio, que las decoraciones se han realizado con una técnica «al fresco». Todo el dibujo inciso y los tonos generales se realizaron al fresco, mientras que parece que se ha reforzado los tonos planos «a seco» (algo parecido a lo que, según los Mora y Philippot, no se debe llamar «mezzo-fresco»). También pudiera ser que estos refuerzos se realizasen en un momento posterior y no perteneciesen por tanto a las pinturas originales, coincidiendo o no con los dibujos sobrepuestos en las columnas.
El mortero presenta dos capas, «arriccio» e «intonaco. Está compuesto por cal y yeso al 50%, en el aglutinante, y un 75% de caliza con un 25% de yesos en los áridos. La proporción de aglutinante y árido es de 75/25%. Esta composición es extraña en nuestra zona, en especial la presencia de tal cantidad de yeso, aunque como es sabido éste es un material muy arraigado en la tradición mudéjar. Su presencia favoreció sin duda la complicada realización de los motivos, al retardar el fraguado de la cal.
Por otro lado, aparecen claramente definidas quince jornadas, de las cuales once están en el paño y cuatro en la columna. Aunque en éste pudieron ser realmente más. El orden de trabajo en el paño ha sido de arriba a abajo y de derecha a izquierda, siguiendo la numeración que aparece en el gráfico. Existe alguna zona de indefinición en las arcadas, que numeramos 7-8, en la que de momento no hemos podido establecer claramente si pertenece a la séptima u octava jornada. En el pilar el orden de ejecución parece haber sido de arriba a abajo y de izquierda a derecha. Primero se realizó el paño y posteriormente el pilar.
El encaje y las formas de la pintura mural, como las curvas de los arcos y de los arabescos, las líneas verticales y horizontales, etc. se han realizado con dibujo inciso muy profundo sobre el mortero fresco. Las rectas se han ejecutado con la ayuda de reglas y las curvas se han trazado con compás, como se ve por la presencia de numerosísimos puntos de compás. También se aprecian algunos errores y correcciones en el trazado. Esto marca una clara diferencia con los dibujos añadidos en negro realizados «a mano alzada».
El color general de las zonas que imitan la piedra es próximo al ocre-naranja o rosado. La textura de arcos y columnas está matizada mediante un moteado estarcido en negro y rojo. El ajedrezado, está realizado en rojo anaranjado y blanco. La zona interior de los arabescos es rojo anaranjado y el resto parece mantener el tono del mortero sin colorear o levemente matizado. Las bandas de «diamantes» están realizadas en grises resaltando el volumen.
El paño superior, repite el dibujo y color del arabesco, enmarcado en el borde derecho por una banda de «cojinetes» en grises, que finalizan a la altura del último arco. El arabesco repite siempre un módulo de 15 x 15 cm. La única diferencia existente entre los elementos realizados en la zona superior y los enmarcados entre las columnas es que las listas cruzadas en sentido horizontal y vertical que definen los módulos son de 2 cm. en el primero de los casos y de 1 cm en el otro.
La ventana transformada para adaptarse a un formato rectangular va perfilada por una banda de 2 cm., sin colorear, que limita el arabesco. Los límites externos de la pintura sólo están bien definidos en el borde derecho y, a pesar de una gran laguna, también en el superior ya que hay un nexo de unión con el paño gris en el ángulo izquierdo. En ambos casos el mortero se extiende unos centímetros fuera de la pintura. Hay una importante laguna que recorre toda la parte baja, formando una franja de anchura variable, por lo que no podemos saber cómo era el dibujo en dicha zona.
HISTORIA MATERIAL
Para poder situar en el tiempo la realización de las pinturas hemos efectuado un somero estudio de la evolución del edificio, con sus diferentes fases constructivas y transformaciones. Aunque este estudio es parcial y no ha seguido una metodología ortodoxa, sino que se ha basado sólo en la observación y definición de «elementos constructivos» generales a los que se ha tratado de aplicar una cronología relativa, podemos deducir de forma provisional una cierta evolución diacrónica del templo. Con las lógicas reservas, derivadas de lo somero de este estudio, nuestras hipótesis han sido corroboradas por Agustín Azkarate y Julio Nuñez, profesores de Arqueología de la U.P.V.
La Iglesia ha sufrido a través de la historia varias modificaciones, añadidos y ampliaciones. La fábrica ha tenido al menos cuatro ampliaciones, aunque los indicios nos hacen pensar que fueran cinco.
La primera fase, sería la correspondiente a la edificación románica, de la que queda sólo el muro Sur y cuya altura está marcada en el exterior por una primera línea de canes. De este período los elementos más destacados son la ventana, la «credencia» y la portada.
La segunda, se correspondería con una ampliación en altura hasta una segunda línea de canes. En este momento se añadirían seguramente los pilares circulares que se conservan en el arranque de la cabecera y en el ángulo Suroeste, que deberían ir enfrentados a otros dos pilares perdidos en el arranque norte de la cabecera y en el ángulo Noroeste. En esta intervención también se recrecería parte del muro Sur por el exterior, junto a la portada, para permitir la apertura de la capilla-altar del Santo Cristo.
En una tercera fase, por confirmar, se ampliaría nuevamente la altura hasta el nivel actual, ensanchándose la nave hacia el Norte. Esta ampliación supuso el desplazamiento del eje longitudinal de la nave, aunque la ventana de la fachada Oeste no se moviera, por ello hoy se puede ver lo irregular del trazado de la bóveda a los pies de la iglesia. En este momento se recrecería parte del muro Sur por el interior y se añadiría un remate de contrafuerte por el exterior, para reforzar el apoyo de los nervios de la nave.
La cuarta fase, o tercera si no se confirmase la anterior, sería la correspondiente a apertura de las capillas laterales, en el siglo XVI. Esta intervención está fechada por la consulta del Cabildo de Délica «para hacer cierto rompimiento en la iglesia». En la consulta se hace una descripción de la nave como de grandes dimensiones, lo que nos permite situar las ampliaciones comentadas más arriba como anteriores a esta fecha.
Y por último, hay que mencionar la edificación de una nueva cabecera y los añadidos exteriores del siglo XVIII, también documentados.
Las pinturas se encuentran situadas sobre el muro Sur correspondiente a la primera fábrica románica, si se tiene en cuenta la ventana, la «credencia» y la portada originales. Pero al cubrir igualmente el pilar de una de las ampliaciones habría que situarlas como contemporáneas o posteriores al pilar. En el momento de su realización, o con anterioridad, se transformó la parte interior de la ventana sur del siglo XIII, retallando los salientes de las dovelas del arco para ponerlo a nivel del paño, ya que el mortero de la pintura monta sobre el tono gris que rodea el arco. Por ello las pinturas tienen que ser o contemporáneas o posteriores a los cambios de la ventana. Por otro lado la decoración enmarca el vano rectangular de la nueva ventana, esto nos hace pensar que este hueco se define en el momento de realizar el mural. Se podría quizá hacer coincidir la primera transformación de la nave con la de la ventana, es decir la que denominamos «segunda fase».
Las pinturas sólo cubren una parte del muro, sin que tengan continuidad ni se yuxtapongan a ninguna otra decoración a partir de los bordes superior y derecho. En esta zona el muro quedó recubierto de un mortero sin colorear. Como ya hemos dicho, pensamos que la pintura continuaba por la cabecera de aquel momento y por el muro del costado izquierdo, formando una «U» que enmarcaba la zona del altar.
Posteriormente se pintó sobre las primeras decoraciones un «Vía Crucis» muy sencillo al temple. Puede que, como apunta Javier Vélez, los trazos añadidos en negro se correspondan con el «Vía Crucis» superpuesto. Pero esto plantea un conflicto en cuanto a su fecha de realización. í‰sta tendría que ser anterior a la construcción de las capillas familiares en el siglo XVI, ya que los elementos del «Vía Crucis» por su distribución tenían que ir enfrentados en el muro Norte, transformado en ese momento. Sin embargo, para este historiador, como se ha dicho, las acanaladuras de las columnas son características del siglo XVII.
Durante las obras de ampliación del XVIII pudieron taparse las pinturas para adaptar la iglesia a la nueva estética. Esta modificación seguramente incluyó el tapiado de la ventana y del hueco de los arcos de la credencia románica. A ambos lados, especialmente en el lateral derecho y en la zona de la ventana, pero en un nivel superior aparecen restos de otras pinturas posteriores. Se trata de unos motivos de rocallas, de estilo Rococó, que podían decorar los laterales de un retablo. Por lo tanto serían más o menos contemporáneas del retablo mayor. En este sentido hay que indicar que en 1776 se trasladó el retablo de la «Cofradía del Rosario» desde el cementerio, en el exterior, a este lado del muro. En 1783 este retablo se sustituye por otro nuevo. Estos retablos ocuparon sucesivamente dicho emplazamiento hasta después del Concilio Vaticano II, en que se eliminó diverso mobiliario litúrgico. Los orificios de los posibles anclajes de los retablos son claramente visibles y el relleno de estos y la última capa de pintura se corresponderían con las transformaciones de los años 60 de este siglo.
Se han descubierto también restos de otras pinturas. Unas que imitan despieces de sillar perfilado en negro sobre un tono ocre amarillo suave. Esta decoración coincide con una gran laguna de la parte baja de la columna y se superpone a las decoraciones de arabescos. Quizá este despiece se corresponda con las rocallas del XVIII. Las otras pinturas se sitúan en las pilastras de la cabecera, dibujando una hilera vertical de cruces blancas perfiladas en negro sobre fondo ocre amarillo, de estilo «Neogótico», con imitación de sillares alternos a ambos lados perfilados en negro. Estas decoraciones se pueden fechar en torno a 1900. En este plano, se pueden situar las imitaciones de mármol amarillento, que se aprecian por encima de la rocalla, a partir del borde derecho de la pintura al fresco sobre un zócalo liso y por debajo del último encalado.
Hace pocos años, en 1986, se realizaron obras para derribar el edificio adosado al muro sur por el exterior, en la zona llamada del «cemeterio», según cita Micaela Portilla.
Finalmente, hay que indicar que por casi toda la superficie de las pinturas aparecen pequeños orificios de clavos, sin que se tenga claro a que pueden deberse, aunque pudieran indicar la colocación de «exvotos».
DATACIí“N
Esta es una de las cuestiones para nosotros más complicadas y que abre o cierra puertas para establecer conexiones de autoría. Para Micaela Portilla, las pinturas corresponderían a un período anterior a las capillas de patronato del XVI y a 1541, fecha en la que sitúa las pinturas de Escolumbe. Otros especialistas como Javier Vélez y Pedro Echeverría, también profesor de Historia del Arte de la U.P.V., plantean la dificultad de situar temporalmente estas pinturas. Sin embargo parece que todo les indica una fecha muy próxima a 1500. Gonzalo Mª Borrás, las sitúa sin ninguna duda entre el último cuarto del siglo XV y el primero del XVI.
En principio, si nos atenemos a las coincidencias con otros elementos decorativos, como los mencionados más arriba, la fecha de las pinturas se puede situar en torno a 1500, es decir a finales del Siglo XV o principios del XVI, aunque no podemos descartar que fueran anteriores.
Teniendo en cuenta los datos existentes sobre la colocación en dicho muro del desaparecido retablo de la Cofradía del Rosario en 1776, contamos con una clara fecha «ante quem». Por otro lado, contamos con las tres cruces del «Vía Crucis» que debió recorrer los muros de la iglesia, a ambos lados de la nave. Hemos comprobado que no quedan elementos de este «Vía Crucis» en el muro Norte, como consecuencia de las transformaciones sufridas en esa zona de la iglesia. Si las cruces se pintaron antes de la apertura de las capillas familiares no podemos rebasar el tope de los primeros años del siglo XVI.
Parece claro que las pinturas no deben ser muy posteriores a 1500. Todo nos hace pensar que se realizaron en el período de tiempo que va desde la segunda fase hasta la tercera. Sin embargo este período de tiempo es muy impreciso y quizá largo, por lo que no contamos de momento con argumentos para fechar claramente el mural. Dadas las semejanzas técnicas del mismo con las decoraciones aragonesas, con la utilización del «agramilado» y el empleo del yeso, pudiéramos adelantar la fecha de su realización hasta mediados del XV, con lo que dejaríamos abierta una posible autoría o influencia mudéjar. Esta hipótesis nos sigue resultando muy atractiva, aunque no contemos con más argumentos que los de la técnica de realización. La hipótesis puede parecer arriesgada y discutible, sin embargo la técnica y los datos materiales no admiten duda.
Ruiz de Arcaute Martínez, Emilio; García Ramos, Rosaura