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Un breve repaso histórico

Un breve repaso histórico

Aunque la primera mención explí­cita de Orduña en la Historia la encontramos en la célebre crónica de Alfonso III, en la que se reflejan hechos acaecidos en el siglo VIII, su fundación como villa no tiene lugar hasta 1229, momento en el que Lope Dí­az de Haro, señor de Bizkaia, le otorga carta puebla. Algún tiempo después, en 1256, el rey Alfonso X otorgó a Orduña nueva carta puebla, dentro del contexto de tiras y aflojas entre la corona de Castilla y el señorí­o de Bizkaia por la posesión de tan estratégico enclave. En época de los Reyes Católicos adquirió el tí­tulo de ciudad, siendo la única población vizcaí­na que ha ostentado nunca tal privilegio.
Vinculada desde su fundación al control del comercio, particularmente el de la lana castellana, su prosperidad y desarrollo posterior han estado siempre unidos a sus privilegios comerciales.
El siglo XVI fue especialmente provechoso para Orduña, aunque el incendio que arrasó la práctica totalidad del casco histórico en 1535 congeló temporalmente este desarrollo. Como signo de la proyección alcanzada por la ciudad en el XVI, queda el recuerdo de algunos orduñeses que nacieron en esta época benigna. Son oriundos del lugar el licenciado Andrés de Poza y los conquistadores Juan de Garay -el fundador de Buenos Aires y Santa Fe- y Juan Ortiz de Zárate.
Una nueva época dorada se vive en la centuria del XVIII, verdadero siglo de las luces para la ciudad. El hecho histórico del que arrancó este esplendor fue la apertura en 1770 del nuevo camino carreteril por la peña de Orduña, la gran obra de ingenierí­a de infraestructuras de todo el señorí­o de Bizkaia en el siglo. Poco después, en 1792, se inauguró, en virtud de las nuevas necesidades creadas por el espectacular aumento del tráfico de mercancí­as, el monumental edificio neoclásico de la Aduana, financiado por la corona. Este hecho marcó posiblemente el cénit en el desarrollo de la ciudad.
Con la llegada del nuevo siglo se inicia un largo periodo de declive en todos los aspectos. La ciudad sufrió duramente los efectos de las sucesivas guerras que jalonaron la centuria del XIX. La abolición de los fueros como consecuencia de la derrota carlista -levantamiento con el que Orduña estuvo tradicionalmente alineada- acabó con su situación de privilegio dentro de Bizkaia al ser trasladadas a la costa las fronteras interiores. Perdida su principal razón de ser, la ciudad fue desde entonces languideciendo lentamente, totalmente ajena al desarrollo industrial de Bizkaia, cada vez más retraí­da sobre sí­ misma.
Como sí­mbolo visible de esa decadencia queda la imponente mole de la vieja Aduana, olvidada en plena plaza mayor, con sus entrañas vací­as, a la espera de unos tiempos mejores que se anuncian próximos.

La configuración urbana de Orduña
La considerable dimensión de su casco histórico –unas diez hectáreas aproximadamente- nos permite intuir la importancia de Orduña en tiempos pasados.
Morfológicamente, su plano es el resultado de la suma de tres núcleos claramente diferenciados en torno a un gran espacio central en el que confluyen todos los viales principales. Cada uno de estos núcleos se articula según el sistema habitual en las villas de fundación Real o señorial a base de calles paralelas cortadas por cantones más estrechos. Esta forma trilobular y la inusual dimensión de la plaza son precisamente los rasgos que confieren a Orduña una mayor singularidad dentro del urbanismo de Bizkaia.
Las prospecciones arqueológicas llevadas a término en los últimos años avalan lo que la Historia escrita nos habí­a venido contando. Se constata un desarrollo en etapas a lo largo del siglo XIII, coincidiendo con las sucesivas fundaciones de la ciudad.
El núcleo original parece ser el conformado por las calles Burdin, Artekale y Harategi, que coincidirí­a con la fundación de Lope Dí­az de Haro en 1229. El segundo núcleo, situado al Norte -calles Zaharra, Frankos, Orruño, Donibane y Lukas Deuna-, corresponderí­a a la fundación de Alfonso X en 1256. Con posterioridad se crearí­a el tercer ensanche, al Sur, con el objeto de dar cabida al creciente vecindario.
Como es frecuente en las villas de origen medieval, los nombres de las calles suelen aludir a las actividades que en ellas tení­an lugar: Harategi (Carnicerí­a), Burdin (Hierro); o bien al supuesto origen de sus pobladores: Francos. También se dan nombres como Artekale, Barria, Cantarranas… igualmente comunes a otras villas medievales.
Una muralla rodeaba í­ntegramente el conjunto, llegando a alcanzar en su momento de máximo desarrollo una longitud de casi dos kilómetros. Aún hoy sigue siendo el conjunto defensivo más completo de Bizkaia, aunque gran parte de su perí­metro se halla oculto por construcciones que se le han ido adosando en los siglos más recientes.
Poco o nada queda del tipo de construcción que debió de predominar en la Orduña del Medievo, consecuencia sobre todo de los incendios padecidos -el más devastador fue el sufrido en 1535-, aunque sí­ se han mantenido las caracterí­sticas básicas de su urbanismo, edificándose las nuevas viviendas sobre el solar dejado por las viejas. La tí­pica estrechez de muchas de las fachadas de hoy es un rasgo heredado de las viviendas que abundaron hasta el siglo XVI.

Recorrido histórico-artí­stico por la ciudad
En el itinerario propuesto en esta guí­a visitaremos algunas de las construcciones con más personalidad de la ciudad. Empezaremos describiendo la plaza de los Fueros, para desde aquí­ introducirnos sucesivamente en los tres sectores que forman la Orduña medieval, desde el más antiguo hasta el más reciente.
Terminaremos saliendo del casco histórico para entrar en un espacio de ensanche reciente, el paseo de La Antigua, que por sus especiales caracterí­sticas y su belleza merece igualmente la visita.
La plaza de los Fueros y su entorno.
La plaza de los Fueros es el verdadero foro de Orduña. Ha sido siempre punto de encuentro para los orduñeses: lugar de celebración de festejos de todo tipo, mercado donde intercambiar géneros en tiempo de feria -de hecho aún hoy sigue siendo el espacio donde se ubica la mayorí­a del comercio local-, y también área propicia para levantar los edificios más representativos.
El privilegio de celebrar feria se remonta a la época del rey Sancho IV de Castilla y su temprana fecha -1288- la convierte en la primera concesión de este tipo a una villa vasca. En realidad se celebraban dos ferias, una en mayo y otra en octubre, y su misma existencia nos da fe de la pujanza de la vida económica de Orduña en el pasado.
La plaza está rodeada en todo su perí­metro por un circuito porticado. Esta idea de apoyar las viviendas sobre el suelo de la plaza no fue fruto de un diseño planificado, sino consecuencia del afán especulador de los vecinos de la ciudad. Todo empezarí­a con la construcción de unos voladizos sobre postes o columnas con el propósito de proporcionar abrigo a los comerciantes que vení­an a instalar sus puestos en ferias. Después, en un ejercicio de apropiación del suelo público en beneficio propio, estos ciudadanos comenzarí­an a cobrar derechos a esos comerciantes, hasta el punto de llegar, en el momento de máximo descontrol, a sacar a subasta pública las plazas, adjudicándoselas al mejor postor. Estos malos hábitos terminaron, allá por el siglo XVI, con un curioso pleito entre los vecinos y su ayuntamiento, que por fin decidió poner coto a tanta especulación.
Esta amplia zona pública fue todaví­a más espaciosa en el pasado ya que la construcción del edificio de la aduana a finales del siglo XVIII sustrajo aproximadamente un tercio de su extensión original. Podemos imaginar el trají­n de comerciantes y la algarabí­a que caracterizarí­an a un mercado que precisaba de tan vasto espacio Aunque los edificios que se asoman hoy en dí­a a la plaza han sido erigidos en momentos muy diferentes, la apariencia general resulta armónica debido precisamente a ese circuito porticado al que hemos aludido.
De entre las construcciones conservadas, la más antigua es el Palacio Mimenza, monumental ejemplo de arquitectura renacentista en el que llama la atención a primera vista su fachada de ladrillo -aparejo que veremos utilizado en muchos edificios de Orduña-. Posee el palacio una galerí­a de arquillos en su planta superior que confiere al conjunto un aire un tanto exótico por estos pagos y que le hace parecerse a construcciones de la zona de Aragón. Sobre uno de los sillares del espolón pétreo que le separa del edificio situado a su izquierda hay labrado un escudete inclinado con una inscripción que reza: ESTA CASA HIZO PEDRO DE MIMENí‡A Aí‘O DE: 1529. La obra actual debe de datar, sin embargo, de un momento algo posterior, en concreto de 1550, según informa la documentación del archivo municipal. La familia Mimenza fue una de las más poderosas en la Orduña de los siglos XV y XVI. Poseí­a numerosos solares por la ciudad y miembros de su linaje ostentaron con frecuencia el cargo de alcalde.
Algo más adelante, el Palacio Dí­az-Pimienta sigue el modelo de fachada entre torres tan frecuente en Bizkaia. De grandes dimensiones, su fachada a la plaza de los Fueros se vio seriamente alterada desde antiguo con el aditamento de una última planta entre las torres que implicó, además, la supresión del escudo de armas, cuyo rastro, después de descansar largo tiempo en un solar anexo, se ha perdido en época todaví­a reciente.
La Casa Consistorial constituye un original conjunto con el viejo torreón coronado por espadaña al que se adosa. Fue reedificada en 1771, según traza de Tomás de la Peña, sobre una construcción anterior y sobre un tramo de la muralla. Está concebida en un severo estilo barroco, sólo atemperado por el cromatismo que aporta el ladrillo y por el gran escudo de armas de la planta superior. De la torre cabe decir que se cita su existencia en los libros de actas municipales más antiguos que se conocen. Su segunda planta cumplió función de cárcel al menos desde el siglo XV y ha seguido manteniendo este uso hasta el siglo XX.
Siguiendo este recorrido perimetral por la plaza de los Fueros llegamos a la Iglesia de la Sagrada Familia. Se debe su construcción al legado del capitán, residente en Perú, don Juan de Urdanegui, y de su mujer doña Constanza de Luxán, cuyos retratos, así­ como sendas urnas con sus reliquias, se custodian en el interior.
El generoso legado del matrimonio Urdanegui posibilitó no sólo la construcción del templo sino también la de un colegio anexo (hoy en dí­a muy alterado) para la orden jesuita. La traza data del año 1680 y está firmada por Santiago de Raón.
La importancia de la Iglesia de la Sagrada Familia radica en el hecho de tratarse posiblemente del primer ejemplo de Barroco ornamentado del territorio de Bizkaia. Los periodos prolongados de infrautilización que desde su apertura ha sufrido han facilitado que llegue a nuestros dí­as bastante intacta, sorprendiendo por su homogeneidad estilí­stica, mobiliario incluido.
La erección del templo alteró notablemente la morfologí­a urbana de Orduña e implicó, entre otras acciones, el derribo definitivo de la vieja Torre del Reloj medieval. í‰sta debí­a de encontrarse en la esquina entre la calle Harategi y la propia plaza, y era uno de los restos de la muralla originaria de Orduña, al igual que el torreón del ayuntamiento del que hemos hablado más arriba. La torre tomaba su nombre del reloj instalado sobre ella el año 1550.
Cerca de este punto, en la otra mano de la calle Harategi y aprovechando una parte del muro de la vieja cerca medieval, existió uno de los más antiguos juegos de pelota de los que se tiene constancia en Euskadi, pues ya en 1674 se habla de él en la documentación municipal.
El último lado del gran cuadrilátero que es la plaza de los Fueros lo ocupa un único edificio, la Aduana Vieja una de las más monumentales construcciones neoclásicas de todo el Señorí­o. El aumento del tráfico de mercancí­as por Orduña como consecuencia de la apertura del camino de la Peña en 1774 planteó a la corona la necesidad de erigir un mayor y mejor dotado edificio de aduanas. í‰ste se levantó sobre la misma plaza tras la pertinente donación de los terrenos por parte del consistorio orduñés. Las obras se prolongaron entre los años 1787 y 1792, a caballo entre los reinados de Carlos III y Carlos IV, tal y como atestiguan las placas conmemorativas que aún pueden contemplarse en el patio interior.
La aduana ha tenido una existencia azarosa desde sus orí­genes. Fue corto el tiempo que pudo desempeñar la misión para la que fue concebida, pues con el final de las guerras carlistas y la consecuente abolición del régimen foral perdió para siempre su identidad inicial. Se reutilizó como cuartel a partir de 1876 y con este uso se ha mantenido hasta los años sesenta del siglo XX, época en la que el acuartelamiento se trasladó a Bilbao. No ha encontrado después un uso acorde con su categorí­a y dimensiones y así­, el edificio ha ido cayendo de forma paulatina en un estado de semiabandono.
Podemos mencionar dos elementos más de interés en este recorrido por la plaza de los Fueros: la fuente y el kiosco de música. La primera de ellas responde a un plano del perito José de Echevarrí­a de 1861, y vino a sustituir a otra situada en el mismo emplazamiento desde 1774 y que, a tenor de la documentación gráfica existente, también debí­a de revestir cierta monumentalidad
El actual kiosco de la música data de 1903, y es una tejavana octogonal de aire oriental levantada sobre una estructura de ocho columnas de hierro con barandilla del mismo material. Posee una planta de semisótano habilitada como servicios públicos. El kiosco permanece como un recuerdo vivo de la gran afición que hasta hace pocas décadas han profesado los orduñeses hacia las bandas de música.
Las restantes construcciones de la plaza de los Fueros han sido levantadas en el transcurso de los siglos XIX y XX, sobresaliendo la hilera de viviendas comprendida entre la salida a la plaza de las calles Frankos y Orruño (nos 12, 13 y 14). Merece la pena detenerse en la confiterí­a de Pantaleón de Larrea, en la planta baja del nº 14, un comercio que guarda todo el encanto de los establecimientos del siglo XIX, milagrosamente preservado por dentro y por fuera.
La Orduña de Lope Dí­az de Haro: las calles Burdin, Artekale y Harategi. El conjunto de calles y cantones situado al Este de la plaza de los Fueros es el más pequeño en extensión de los tres que conforman la vieja ciudad. Esta zona es, sin embargo, la más antigua.
Podemos tomar como punto de partida el Ayuntamiento, accediendo a la calle Burdin a través del conocido localmente como Portal Oscuro. Es ésta la única puerta conservada de la cerca de Orduña. Sorprende encontrar un acceso en tan céntrico lugar, pero es que la villa originaria, aquélla fundada por el señor de Bizkaia en 1229, tení­a justo aquí­ su confí­n, junto al camino que, discurriendo por las actuales calles Burgos y Zaharra (antes Bizkaia), uní­a Castilla con la costa del Señorí­o.
Al fondo de la calle podemos divisar ya la Parroquia de Santa Marí­a de la Asunción, iglesia matriz de Orduña, y lo primero que de ella encontraremos es su pórtico neoclásico, comenzado en 1789 según planos del arquitecto guipuzcoano Martí­n de Carrera.
El resto del templo habí­a sido levantado, no obstante, en una época muy anterior, entre los siglos XIII y XVI, en un estilo gótico que en Orduña viene caracterizado por un marcado aire defensivo. Si rodeamos el edificio y nos situamos al otro lado de la cabecera percibiremos esta sensación en toda su intensidad. Desde este ángulo se observa como los muros se funden de forma natural con el circuito de la muralla, que en este sector se conserva en bastante buen estado. La simbiosis entre ambos elementos es tan acusada que incluso los contrafuertes de la iglesia son perforados para permitir el paso de ronda sobre la muralla. La escasez de vanos, la torre a los pies del edificio y el elevado transepto acentúan, aún más si cabe, esta sensación de templo-fortaleza.
La visita al interior del templo es igualmente recomendable ya que alberga varios elementos de indudable interés:
el retablo mayor del siglo XVII, la capilla de la Virgen de Guadalupe con su magní­fica reja renacentista y sobre todo, el retablo hispano flamenco de la capilla de san Pedro, pequeña joya en su género, que además ha sido restaurada recientemente. Se puede completar la visita subiendo al paseo de ronda de la muralla, donde es posible identificar todaví­a alguna marca de canterí­a y disfrutar, además, de una excelente panorámica del entorno.
La veleta de la Parroquia de Santa Marí­a guarda en su interior un curioso archivo. En el año 1856, al ser reparada, fueron introducidos en el hueco de su bola, junto con las reliquias que contení­a desde la construcción de la torre, varios papeles con noticias locales de todo tipo. Esta información fue descubierta en 1966 en una nueva reparación de la veleta, siendo el contenido introducido de nuevo una vez copiado.
Pero sigamos con nuestro recorrido. La zona en la que nos encontramos es la más indicada para contemplar el tramo de la muralla que mejor ha sobrevivido al paso del tiempo. Adosado al muro de la iglesia por su lado norte y en paralelo a la travesí­a de Tras Santiago se encuentra lo que fue un fuerte adelantado, construido entre los siglos XIII y XIV para mejorar la defensa general de la población. Tiene unos ocho metros de altura y el solar circunscrito entre sus muros fue utilizado desde el siglo XVIII como cementerio.
Retrocediendo un poco sobre nuestros pasos entramos en el barrio de las Adoberí­as, que recibe el nombre de las industrias artesanales que se ubicaban aquí­. Muy cerca de la Iglesia de Santa Marí­a nos topamos en primer lugar con un edificio de tipologí­a industrial, mandado levantar en 1911 por la familia Olaso y que albergó en origen una fábrica de boinas. Destaca en él la labor de canterí­a y la decoración de ladrillo de los vanos e impostas que separan los pisos.
A continuación se encuentra el Palacio Ortés de Velasco, uno de los edificios residenciales más singulares e importantes de Orduña. Es una construcción de mediados del XVI a la que a finales del mismo siglo se le adosó un nuevo cuerpo porticado por su parte posterior. Con este aditamento el edificio rebasaba el lí­mite de la cerca medieval, cuyo aparejo es visible al fondo de la triple arquerí­a del pórtico.
Si observamos el palacio desde fuera de la ciudad, apreciaremos a su izquierda lo que queda de la que fue la última puerta de la muralla en derribarse: el portal de santa Marina o de don íñigo. Su demolición fue ordenada por el consistorio en 1912 para mejorar la salida desde la calle Harategi hacia el exterior.
No lejos de este punto, al otro lado de la carretera general, se encuentra uno de los edificios con más solera de Orduña: el Convento de Santa Clara. De lo conservado, lo más antiguo -de hacia 1510- parece ser la nave cubierta con bóvedas de terceletes. El ábside y las capillas familiares se construirí­an con posterioridad. Conserva en su interior numerosas obras de valor, entre pintura, escultura, rejerí­a, etc., además de contar con un importante conjunto de retablos y una excelente biblioteca.
Aunque el convento está habitado en la actualidad por monjas clarisas, su fundación, en 1467, fue debida a la orden franciscana, que lo ocupó hasta finales del siglo XVI, trasladándose por entonces a un nuevo edificio al sur de la ciudad.
Las restantes construcciones que conforman este núcleo originario de Orduña no son especialmente destacables.
Son edificios de viviendas, de los cuales los más reseñables se localizan en Artekale. Datan en su mayorí­a de los siglos XVIII y XIX, y siguen un mismo esquema de planta baja con accesos adintelados, dos o tres pisos de habitación y planta superior de ático. Tal y como proponí­a la mentalidad ilustrada en boga, se concibieron como casas con ventanas y balcones regularmente ordenados, dispuestos en número suficiente para garantizar una eficaz ventilación interior. Este esquema lo veremos repetido una y otra vez por toda Orduña.
El mismo ayuntamiento, imbuido de este espí­ritu ilustrado, promoví­a este tipo de construcción. Son buen ejemplo de ello las ordenanzas municipales del año 1789, en las que se dictaba explí­citamente la manera en la que se debí­an levantar las nuevas viviendas:
…se harán sin volados á la calle con uniformidad de balcones y ventanas á las demas, siguiendo la altura sin desproporcion ni fealdad… Artekale nº 6 es un ejemplo de este tipo de vivienda. Los nos 3 y 18, por su parte, recogen sobre su fachada una decoración algo más rica, ecléctica, de finales del ochocientos.
Al sur de este primer núcleo descrito, sobre un promontorio que todaví­a domina la población y que en la actualidad queda cerrado por la finca del colegio de los josefinos
de Murialdo, se encontraba el legendario Castillo de Orduña. Por lo que parece, se trataba de una auténtica fortaleza, dotada de doble cerca y torre del homenaje, muy superior en prestancia a las sencillas torres fuertes que caracterizan la arquitectura militar medieval vizcaí­na El castillo fue incendiado por los propios ciudadanos de Orduña en 1521 al término de la Guerra de las Comunidades, como revancha por la opresión secular ejercida sobre ellos por la familia de los Ayala, alcaides a la sazón.
Sus ruinas reposaron in situ unos doscientos cincuenta años, hasta que a finales del siglo XVIII fueron reutilizadas en la construcción del edificio de la aduana. Nada queda por tanto de una de las construcciones más emblemáticas de Orduña, al menos en tanto que una oportuna excavación arqueológica no arroje algo de luz sobre el tema.

La fundación de Alfonso X: las calles Zaharra, Frankos, Orruño, Donibane y Lukas deuna.
Cronológicamente, el primer ensanche que sufrió la ciudad a partir del núcleo originario parece que fue el desarrollado al norte de la plaza de los Fueros. En paralelo con el viejo camino de Bilbao se trazaron una serie de calles unidas por cantones que conforman el más extenso y regular de los tres núcleos de los que se compone la población.
Para penetrar en esta zona partiremos nuevamente de la plaza de los Fueros, y lo haremos hacia la calle Zaharra. Este vial, al igual que la calle de Burgos al otro lado de la plaza ha sido históricamente la zona escogida por los principales comerciantes de Orduña para hacerse sus residencias. Debe entenderse que ésta era la zona más cotizada ya que se hallaba sobre el camino que uní­a Castilla con la costa del señorí­o.
A ambos lados de la calle se levantan diversas construcciones de interés. Las más antiguas fueron levantadas en el periodo barroco, en su versión más austera, como ejemplifican los nos 7 y 24 de Zaharra. El nº 9 es un edificio neoclásico que luce en su fachada escudos de las familias Vázquez-Mendieta y Ripa-Pinedo. De la misma época datan los nos 3 y 12. Zaharra nº 1, por último, acusa ya la influencia del Eclecticismo en la decoración de su fachada principal.
Es frecuente en este tipo de viviendas el uso de la piedra de sillerí­a para la planta baja y la mamposterí­a, o más comúnmente el ladrillo, para los pisos superiores. Estos materiales de calidad inferior se han solido enlucir en Orduña con vistosos colores pastel, hoy en dí­a perdidos en su mayor parte.
Por un estrecho cantón es posible acceder a la calle Frankos. Cerca del punto donde esta ví­a se une con la plaza se alzan dos construcciones contiguas que contrastan con la severidad general que caracteriza a la arquitectura orduñesa. Son los nos 1 y 3 y lo que en ellas más llama la atención es la decoración a base de frontones, motivos vegetales, etc., propia del Eclecticismo vigente entre los arquitectos de finales del siglo XIX.
El nº 6 de Orruño es un caserón de gran tamaño, similar a los anteriores en cuanto a la organización de su fachada, aunque con más libertad en el uso de los vanos: medio punto, escarzanos, adintelados… La vivienda de Orruño nº 18 permite hacernos una idea aproximada de la apariencia de las casas urbanas que abundaron en Orduña hasta que el incendio de 1535 devorara la práctica totalidad del casco. Eran solares estrechos que se abrí­an de forma escalonada hacia la calle, sobresaliendo las plantas superiores sobre las inferiores. En estas viviendas el uso de la piedra se reservarí­a al piso inferior, estando construidos los restantes con entramado de madera relleno de cascajo o ladrillo.
Al final de la calle Orruño, al otro lado de la travesí­a de San Miguel, es posible rastrear nuevamente el recuerdo de la muralla. En el muro de una casa podemos observar el arranque de otro de los accesos que perforaban la cerca, el Portal de Orruño. Rodeando esta misma casa, por el exterior, se puede ver el antiguo foso que completaba la defensa de la población.
Muy cerca de este punto se localiza la casa de San Miguel nº 24, provista de sendos miradores formando un conjunto muy armónico junto con los dos solares que le siguen. Una inscripción sobre el acceso nos sitúa la fecha de su construcción en el año 1876.
La vivienda situada en el nº 6 de la Gran Ví­a de fray Pedro de Bardeci 23 cuenta con una imponente doble galerí­a acristalada por su lado oeste. La fachada y tejado de esta casa fueron remodelados ya en la centuria del XX, datando de este momento la decoración a base de motivos geométricos que hoy podemos contemplar. La fachada a la Gran Ví­a, alicatada en toda su superficie, contiene además cuatro paneles con escenas populares vascas, en la lí­nea de los diseños de José Arrúe.
En esta misma calle, sobre el solar donde hoy se levanta el mercado de abastos, se alzaba la Iglesia de San Juan del Mercado, la segunda parroquia de Orduña y que al igual que la de santa Marí­a, situada en el extremo opuesto de la ciudad, se fundí­a con la muralla, funcionando como una verdadera fortaleza. El templo original desapareció en el incendio de 1535, y se reconstruyó después al menos en dos ocasiones, la última en 1742. No mucho después de esta fecha, en 1769, fue abandonada trasladándose su culto a la iglesia de los jesuitas. El edificio fue habilitado posteriormente como mesón, el conocido Parador de San Juan, demolido en 1905 para facilitar la apertura de la GranVí­a. Con él desapareció todo recuerdo de la vieja iglesia.

El tercer ensanche de la Orduña medieval: las calles Burgos, Barria, Cantarranas y Zagueras.
Parece que las calles situadas al sur de la plaza, en paralelo con el camino de Burgos, fueron cronológicamente las últimas en ser trazadas. No se conocen las razones que obligaron a ensanchar nuevamente la población, pero cabe suponer que el florecimiento de la economí­a gracias a su situación geográfica y al estatus de privilegio atrajeron a numerosos pobladores de otras zonas. Con esta tercera ampliación quedaba definitivamente perfilada la caracterí­stica imagen de Orduña. El plano de la ciudad en los momentos finales de la Edad Media es sustancialmente el mismo que el actual.
Tomaremos como referencia para iniciar el recorrido por este sector la Iglesia de la Sagrada Familia. A su derecha se levanta el edificio Burgos nº 2 , con una de sus fachadas orientada hacia la plaza de los Fueros, integrándose perfectamente en el circuito de pórticos. Esta casa se construyó sobre las ruinas del antiguo palacio renacentista de la familia Luyando, que a tenor de las fuentes conservadas, debió de ser uno de los más bellos de la ciudad. Lo que hoy podemos contemplar es una obra de finales del XIX que repite en sus fachadas motivos decorativos ya descritos anteriormente -casas de Frankos nº 1 y Artekale nº 18-.
La calle Burgos, al igual que Zaharra, constituí­a un espacio privilegiado desde el punto de vista inmobiliario.
Su cercaní­a al camino conferí­a a los solares un mayor valor y por eso los ciudadanos más pudientes levantaban aquí­ sus residencias. En Burgos las casas más nobles, que perfectamente podrí­amos calificar de palacios, datan de principios del siglo XVII y por norma suelen estar construidas con piedra de sillerí­a en su planta baja y con mamposterí­a o ladrillo que luego se enlucí­a en sus pisos superiores. En algunos casos lucen escudos de armas en sus fachadas, con la singularidad de que en Orduña éstos se suelen tallar en madera.
Burgos nº 10 es un ejemplo de este tipo de construcción, en el que destaca la labor de canterí­a de la parte baja y el trabajo de talla desarrollado en el alero y escudo de armas. En la misma lí­nea barroca austera, aunque de dimensiones más modestas, se construyeron los nos 3 y 9.
Al final de la calle se alza el Palacio Velasco (Burgos nº 13), edificio de grandes dimensiones, hoy en dí­a muy deteriorado, y que al estar situado en el perí­metro de la ciudad utilizaba como propio el paramento de la vieja cerca medieval, llegando a aprovechar uno de sus cubos.
Junto al palacio se encontraba una de las puertas de la ciudad, la de San Julián, desde la que partí­a el camino hacia Castilla. A ambos lados de la ví­a, extramuros, se levantan en la actualidad varias construcciones de interés.
De la primera de ellas, el Convento de San Francisco, sólo se conserva el claustro, una obra clasicista construida en la primera mitad del XVII. La iglesia y el resto del convento desaparecieron por diversas causas en el transcurso del siglo XIX. La orden franciscana se instaló aquí­, a finales del siglo XVI, procedente del actual Convento de Santa Clara, y permaneció en el lugar hasta 1834, momento en el que, en el transcurso de la primera guerra carlista, la comunidad lo abandonó precipitadamente en plena noche, escapando de la ocupación de la ciudad por la tropa liberal.
Desde entonces el conjunto pasó por diversos avatares que supusieron su destrucción casi total. Finalmente, sobre sus restos se construyó una residencia de ancianos, y con este uso ha llegado hasta nuestros dí­as.
La Ermita del Buen Suceso, junto al borde izquierdo de la carretera, tuvo en origen la advocación de san Sebastián. El acceso en arco ligeramente apuntado es lo más antiguo del edificio -siglo XVI-, siendo las restantes partes fruto de remodelaciones posteriores habidas entre el siglo XVII y el presente. En su interior se conserva la imagen de la Virgen del Buen Suceso, una Andra Mari gótica de las varias que atesora el término de Orduña.
Algo más adelante, al otro lado de la carretera y justo antes de la plaza de toros, se levanta solitario, y pasando bastante desapercibido en realidad, un miliario del camino de Bilbao. Es un sencillo pedestal pétreo de corte neoclásico con unos caracteres grabados sobre él que informan: A BILBAO SIETE LEGUAS
El camino entre Pancorbo y Bilbao a través de la peña de Orduña supuso la mayor obra de ingenierí­a acometida por el Señorí­o de Vizcaya en el siglo XVIII, y significó para Orduña una victoria sobre sus competidoras directas -Balmaseda y Durango-, que aspiraban a que el camino pasara por sus respectivos términos municipales. Tras muchas vicisitudes, las obras del camino finalizaron en 1774 y a los pocos años de su apertura ya se pudo constatar un aumento espectacular del tráfico mercantil
La plaza de toros se inauguró en 1913 con el fin de proporcionar digno acomodo a una afición con larguí­sima tradición en Orduña -se constatan festejos de tauromaquia al menos desde el siglo XVI-. Hasta este momento las corridas habí­an tenido lugar en la plaza de los Fueros, para lo cual se cerraban las salidas de las calles con cerramientos de madera. El de Orduña es uno de los ruedos más monumentales y bellos de Bizkaia, realizado en mamposterí­a y hormigón según diseño de Luis M.Argentiff.
En este sector meridional de Orduña poco queda por resaltar. En las calles Barria y Cantarranas abundan viviendas de los siglos XVII y XVIII como las descritas hasta el momento. El Palacio Olaso, en el nº 2 de Cantarranas, es lo más destacable sin duda. Se trata de una construcción del siglo XIX levantada sobre el solar viejo palacio Herrán, otro de los edificios renacentistas con los que contaba la ciudad.
En su fachada principal luce escudos de las familias Olaso, De la Puente, Madaria y Olabarrieta.

El paseo de La Antigua, el santuario de La Antigua y el monumento del Txarlazo.
Desde la plaza de los Fueros, dejando el edificio de la aduana a nuestra derecha, accedemos al paseo de La Antigua. Esta amplia y verde avenida contrasta con lo descrito hasta el momento, tanto en lo que concierne a su morfologí­a, como en el tipo de edificaciones que salpican su recorrido.
Su origen hay que buscarlo en el año 1882, momento en el que el ayuntamiento decidió el derribo de una de las antiguas puertas de la muralla que aún permanecí­an en pie con el fin de lograr una mejor comunicación con la estación de ferrocarril. A ello siguió, en 1892, un proyecto de alineación, que implicó alguna que otra expropiación. El resultado fue un paseo de anchura considerable, a cuyos lados fueron levantándose viviendas unifamiliares tipo chalet, promovidas por miembros de la burguesí­a adinerada que eligieron Orduña como lugar de veraneo según los cánones de la época. A este fenómeno no es ajena la construcción en 1887 del desaparecido balneario de La Muera de Arbieto, en el mismo sitio donde hoy se encuentran las piscinas municipales.
Las más interesantes de las construcciones que jalonan el paseo de La Antigua fueron levantadas en el primer tercio del siglo XX, y constituyen los mejores ejemplos arquitectónicos de toda la centuria. Siguiendo las tendencias eclécticas en boga, se recurrió a los más variados lenguajes, a veces en un mismo edificio, siendo frecuentes en Orduña las influencias de los revivalismos ingleses -el estilo Old English en particular- y también los modelos basados en el caserí­o vasco.
La primera vivienda de interés que encontraremos, en paseo de La Antigua nº 12, supone un primer paso en el alejamiento de la severidad general de las construcciones barrocas y neoclásicas descritas hasta ahora, mostrando, en contraste con ellas, un repertorio decorativo mucho más rico: guirnaldas, jarrones, alicatados, etc. Está fechada en 1841.
De 1912 data la licencia de construcción del Chalet Llaguno, en el nº 7, resuelta por el arquitecto Emiliano Amann en estilo neovasco, aunque con cierta libertad en el uso del lenguaje, como es el recurso al portal angular.
Hay otros ejemplos de chalet neovasco en el paseo de La Antigua, valgan de muestra los nos 11, 20 y 24. Son obras más tardí­as por lo general, en las que se recurre a una versión más simplificada del modelo. Villa Marí­a Dolores o Saráchaga Enea, en el nº 16, es un proyecto de M. M. de Smith de 1909 concebido en estilo Old English. En la misma órbita de influencia inglesa se mueven las viviendas que ocupan las fincas adyacentes, los números 14 y 18. El nº 22, ya en la esquina con la calle de la estación, se inspira por su parte en modelos de la arquitectura montañesa.
Por último, el Colegio de la Compañí­a de Marí­a, situado hacia la mitad del recorrido del paseo, data de 1883. Su largo paredón hacia la ví­a, concebido según el gusto ecléctico caracterí­stico de esos años, rompe en cierta forma la armoní­a constructiva que caracteriza al resto de la calle.
El paseo nos conduce hasta el lugar que le da nombre: el Santuario de La Antigua. La tradición sitúa el origen de esta iglesia en el hallazgo milagroso por parte de un pastor de una imagen de la Virgen enredada entre las ramas de una morera. El arbusto, renovado, todaví­a se puede ver frente al templo. La Virgen de Orduña, La Antigua, es una de las más veneradas de todo el Paí­s Vasco, y es patrona y protectora de la ciudad por voto solemne de sus habitantes desde el año 1639, siendo este acontecimiento el origen de la popular fiesta de los ochomayos.
Parece ser que el primer núcleo de población de Orduña estuvo precisamente aquí­, en torno al Santuario de La Antigua, no bajando al actual emplazamiento hasta el siglo XIII, con motivo de su fundación como villa. Al construirse una nueva parroquia con la advocación de santa Marí­a en la nueva puebla, a la iglesia que ahora comentamos se la comenzarí­a a conocer como la vieja, de donde procede la denominación actual.
Del viejo santuario no queda más que una portada ojival -hoy es el acceso al convento carmelita-, cobijada por un elegante pórtico renacentista. Data de los primeros tiempos del gótico y contiene sobre sus dovelas un epí­grafe que reza: ALABADO SEA EL SANTíSIMO SACRAMENTO Y LA INMACULADA CONCEPCIí“N CONCEBIDA SIN PECADO ORIGINAL .A cada lado del arco se labraron sendos escudos policromados con las armas de Castilla y León.
El santuario actual se edificó entre los años 1754 y 1782, siendo un buen ejemplo del Barroco austero. El interior alberga, además de la imagen de la Virgen de La Antigua –una Andra Mari gótica-, valiosas obras de orfebrerí­a, pintura y escultura. En un corredor junto a la sacristí­a, colgando del techo, pende la báscula de niños, en la cual son pesados todaví­a los recién nacidos del lugar. Esta tradición, constatada al menos desde 1572, exigí­a al feligrés una donación a la iglesia de tanta cantidad de trigo como kilos pesara el niño.
Aunque el último hito dentro de este recorrido por Orduña no se encuentra en realidad en ninguna de sus calles, es visible desde cualquiera de ellas e incluso desde todo el valle. Este hecho unido a su enorme popularidad hace necesaria su inclusión en esta guí­a. Nos estamos refiriendo por supuesto al Monumento del Txarlazo, construido en 1904 gracias a la iniciativa del pueblo. La colosal obra, levantada sobre la cumbre del Txarlazo, al borde mismo del precipicio, representa a la Virgen de La Antigua sobre la morera. Tiene veinticinco metros de altura y está í­ntegramente fabricada en hormigón armado, siendo un ejemplo temprano en el uso de este material. Por una escalera de caracol es posible acceder a un balconcillo desde el que se contempla una inmejorable panorámica de Orduña.
Aquí­ termina este paseo por la única ciudad de Bizkaia. Por razones de espacio hemos intentado ceñirnos a las construcciones que se encuentran dentro del casco histórico, dejando fuera del ámbito de cobertura otros hitos de la geografí­a del municipio que merecen por méritos propios una visita más detallada. Al margen han quedado el dolmen de La Choza, la ermita medieval de San Clemente de Arbileta, las varias iglesias de la Junta de Ruzabal o los abundantes restos de puentes, molinos, etc., que salpican el término municipal.

Diputación de Bizkaia

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