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Mosaico histórico de DELICA

Mosaico histórico de DELICA

Délica, cabeza del ayuntamiento de Arrastaria, hasta su reciente incorporación al ayuntamiento de Amurrio, año 1976, fue también el centro histórico del valle.

Cuando en 1257 se relacionaban las parroquias de la diocésis de Calahorra, en la carta del obispo Aznar, figuraba la de “Odélica” en primer término junto a las de “Urrumu, Tertanga, Aloria, Artómaña y Arbietu”, sin duda por ser la principal entre todas las del valle de Arrastaria; Berracarán, en cambio, que al quedar convertida en ermita se encontraría siempre dentro del cuidado pastoral y la jurisdicción de Délica, aparece entre las iglesias de Urcabustaiz en dicha fecha, 1257.La primacía de Délica sobre las restantes iglesias de Arrastaria se acusa documentalmente en siglos posteriores. Así cuando en 1321 pleiteaban las iglesias del valle con el cabildo de Armentia sobre la participación de esta Colegiata en los diezmos de uva, vino, manzanas y sidra, figuraban en Délica siete clérigos servidores de su iglesia de Santa María, tres en Artómaña, tres en Tertanga, dos en Aloria, y uno en Arbieto. El mismo número de clérigos, cinco con beneficio entero y dos con medio, se registraba en la visita pastoral del Licenciado Martín Gil, en 1556; los beneficios de Délica eran entonces ricos, ya que cobraban en conjunto: 87 fanegas de trigo, 2 1/2 de cebada, 4 ½ de avena, media fanega de lentejas, 2 de minucias, 2 1/2 de manzanas, 15 corderos, 410 cántaras de vino y 5.012 maravedíes en dinero, según datos conservados en la relación de rentas y frutos decimales percibidos entre 1542 y 1545. En dicho documento se aprecia también la superioridad económica de la fábrica de la parroquia de Délica sobre las restantes del valle; se comprueba también en él que la iglesia de Berracarán se encontraba ya incorporada a Délica, porque en las cuentas de los frutos de la parroquia de “la casa de Eguiluz”, patrona de Santiago de Berracarán, percibía cuatro fanegas y media de trigo, una carga de manzanas, 14 cántaras de vino, un cordero, una fanega de minucia y 42 maravedíes y medio, en dinero.

La parroquia de Délica, en cambio, estaba libre de todo patronato. Según declaraban los beneficiados poco antes de mediar el siglo XVI, no había en ella “otro patrono fasta el dí de oy salvo los siete beneficiados” que “son patronos para presentar cualquier vacaçion que se ofrece”; manifestaban, también, que “las obras se hacen de la renta que tiene la iglesia de rentas y heredades y de limosnas de los fieles”. La iglesia de Délica era desde el medioevo una parroquia rica en recursos con una feligresía acomodada, a juzgar por los diezmos que aportaban y por los clérigos que podía mantener. El número de siete beneficiados continuaba a fines del siglo XVIII; al mediar el siglo XIX eran seis.

Por otro lado, el 19-4-1380, después de que Don Fernán Pérez de Ayala había conseguido en pleito con Orduña, el reconocimiento del señorío de su Casa sobre las aldeas de Arrastaria, acudía a la iglesia de Délica, siendo ya fraile dominico, a jurar los fueros de los vecinos del valle, y a tomar posesión de este territorio, de importancia vital para los Ayala, señores de las tierras de Ayala,  Cuartango y Urcabustaiz, todos limítrofes con Arrastaria. Don Fernán llegó a “Santa María de Odélica” donde se encontraban los concejos y hombres buenos de las aldeas del valle, reunidos  “a campana repicada” , según “el uso e costumbre de se ayuntar” junto a la iglesia. Allí confirmaba Don Fernán a los moradores de Arrastaria “en todo tpo del mundo, todos los fueros, usos e libertades e franquezas que ovieron en tpos pasados , antes que los del dho lugar de Orduña los tomasen en su poder”  y encargaba a su hijo Don Pedro López de Ayala, el que después sería Canciller mayor, y a sus sucesores, que guardasen dichos fueros y franquicias. Poco después Don Pedro reafirmaba su posesión sobre el valle, erigiendo una torre en Délica, como núcleo principal de Arrastaria, tras de una nueva querella con Orduña sobre la posesión de las aldeas del valle, ganada el 19-5-1391.

Esta estirpe de los Ayala continuaron con sus posesiones en la zona. Años después el Mariscal, Don García había recibido además del rey Enrique IV, en 1475, los oficios de justicia de Orduña por su vida; y los de Arrastaria lo reconocían como el “virtuoso y magnífico señor, nuestro señor el mariscal Don García, señor de Ayala”. El hijo del Mariscal, el que después sería el principal comunero del País Vasco, Don Pedro López de Ayala, acudía el 23-11-1485 “al campo de Arrastaria”, seguramente en Délica, a jurar los fueros de los vecinos del valle y “por los ver e conoscer como e a suyos e a sus naturales”. Pronto comenzaron, sin embargo, las diferencias del nuevo señor de Ayala con sus vasallos de Arrastaria sobre el cobro de alcabalas y otros litigios, tan graves que requirieron el amparo real para los vecinos del valle, en 1487; pero en el reinado de Carlos I  las cosas iban a experimentar un nuevo giro: Don Pedro López de Ayala, Conde de Salvatierra y Señor de Ayala , puntal de las luchas comuneras en las tierras de Álava, iba a quedar totalmente derrotado en la Llanada Alavesa el 19-4-1521 y, desposeído de sus territorios por disposición real, perdería también el valle de Arrastaria, del que tomaba posesión en nombre del rey el 2-5-1521, Don Sancho de Leguizamón.

Murió Don Pedro, encarcelado en Burgos, en 1524; y en 1525 comenzaba la devolución de los territorios y señoríos de los Ayalas, entre ellos el valle de Arrastaria, al hijo comunero y sucesor en el mayorazgo de su Casa, Don Atanasio de Ayala. Los concejos y los vecinos de los territorios confiscados por la Corona durante cuatro años, llevaron de mal modo su vuelta al vasallaje y su sometimiento otra vez al señorío jurisdiccional de los Ayala, manteniendo pleitos continuos contra el ejercicio del mismo y las prerrogativas de su nuevo señor.  Arrastaria no fue una excepción: dos cédulas reales dirigidas a los vecinos del valle, en 1532 y 1534, hacen referencia a sus pleitos con Don Atanasio acerca de las libertades de los haboitantes del territorio y la jurisdicción sobre el valle, autorizando el rey a los vecinos de Arrastaria los repartos necesarios para costear los pleitos incoados. Por otra parte, también el rey Don Carlos I amparaba en 1536 a los habitantes del valle en la venta de casas a los vecinos de Orduña (posiblemente a raíz del incendio de la ciudad), ventas que Don Atanasio trataba de impedir, y el mismo Emperador proveía en dicho año sobre los nombramientos de alcalde y merino hechos por el señor de Ayala y vetados por la Junta de Arrastaria. En varias ocasiones se dirigía el rey a Don Atanasio interviniendo en las cuestiones que sostenía con los vecinos del valle; así en 1554 le pedía la urgente remisión de ciertas “residencias” tomadas a los alcaldes y oficiales de Arrastaria por su administrador en el señorío, juicios de residencia sobre los que existían quejas contra Don Atanasio, documentadas en Délica desde 1533.

Pese a los continuados pleitos y cuestiones con la Casa de Ayala, sus señores siguieron nombrando alcaldes ordinarios y merinos en el valle hasta el siglo XIX, mientras pasaba la varonía del mayorazgo a nuevos apellidos registrados en las actas de la Junta de Arrastaria. Así, al incidir los señoríos de los Ayalas en el apellido Fonseca, Condes de Ayala por merced de Felipe III, sus señores continuaban enviando cédulas de estos nombramientos a Arrastaria por manos de sus Alcaldes Mayores en Ayala; y lo mismo ocurría al recaer en el apellido Colón de Portugal, Duques de Veragua, quienes por poderes, se posesionaban del señorío de Arrastaria en Délica, el 3-6-1710.

Al hacer hincapié en el señorío ininterrumpido de los Ayalas sobre Délica, es preciso señalar que su parroquia jamás fue patronato de la Casa, derecho ejercido por esta desde tiempo inmemorial, sobre la totalidad casi de las parroquias de la zona. La iglesia de Délica tuvo por únicos patronos a los beneficiados de su cabildo desde el medioevo. Como símbolos de este patronato, exclusivamente eclesiástico, quedan el capelo y las llaves cruzadas en las claves del templo.

En tanto, entre pleitos de siglos, repartos por razón de alcabalas debidas a la ciudad de Orduña y otros avatares, continuaban Délica y su parroquia a la cabeza de las restantes aldeas e iglesias del valle. En el primer Libro de Decretos se localizan las Juntas de Arrastaria, de 1550, “en la cámara de nuestra Señora Santa María del lugar de Délica”; otras tenían lugar en el “campo de Uriondo”, desde donde los junteros acudían a misa a la iglesia de Santa María; acaso este campo de uriondo es el mismo llamado “Campo de Arrastaria” en los encabezamientos de algunas juntas.

Aunque a veces se celebraban las juntas en otras aldeas del valle, Délica ostentaba la primacía al respecto; en “la casa de nra. Señora Santa María del lugar de Délica” se encontraban custodiadas “las armas de la Junta de Arrastaria” que en 1549 eran diez coseletes con sus brazales, faldares, golas y celadas, más diez picas , dispuestas y “aderezadas” para las levas y armamento de soldados en los repartimientos de tropas, bien documentados en el archivo de Délica.

Conserva también el mismo archivo datos de gran interés sobre el paso y la presencia de tropas en el valle durante la contienda del siglo XIX. En los comienzos de la guerra de la Independencia documentamos, a fines de octubre de 1808, el acantonamiento de elevados contingentes de tropas nacionales en el valle, con el consiguiente acopio de raciones de pan y carne. Durante los primeros días de noviembre acampaban lo ejércitos franceses en Tertanga, en el monte llamado Encinal y en el mismo tiempo en el monte Santa Águeda, dominando Délica; el valle hubo de suministrar gran cantidad  de víveres a estas tropas: Délica 5.000 raciones pan, carne y vino; Tertanga, 9.300 raciones; Artómaña, 225, aparte de 400 arrobas de paja, 1.300 de leña, legumbres, granos y otras aportaciones menores. En este flujo y reflujo de tropas, en diciembre del mismo año se pagaba a diez personas para que desplazándose a Urcabustaiz, Zuya, Bergüenda y Fontecha, observasen los movimientos de las tropas francesas; éstas se encontraban de nuevo en Tertanga a finales de diciembre , tras haberse encargado los vecinos del territorio de “ la abertura y rompimiento de la nieve de la Peña y Sierra hasta llegar a Berberana, para que pasasen dos batallones y equipajes de las tropas francesas”. También pasaron por el valle unos días antes de la batalla de Vitoria, en 1813, con el paso masivo de tropas que se dirigían a la Llanada alavesa, donde el 21 de junio se enfrentaron a los franceses en la decisiva batalla.

Estos movimientos repercutieron en los bienes de las parroquias de paso. Las cuentas de la de Santa María de Délica se refieren a despojos, a peticiones para subvenir a los cuantiosos suministros exigidos, a la desaparición de alhajas y a presiones a los curas y sacristán por las tropas y partidas de ambos bandos, apremiándoles a estas entregas.

En la primera guerra carlista, en 1835, los vecinos de Arrastaria hubieron de soportar mil cincuenta raciones de pan y otras tantas d  e carne y pienso al quinto batallón de la tercera brigada de Álava a su paso por el valle. Las levas y los destrozos causados por las tropas de ambos bandos en campos y ganados, se constatan reiteradamente en las actas de los acuerdos de las juntas del valle mientras duraron dichas contiendas

A fines del siglo XVI, Doña Catalina de Eguiluz, era la señora del palacio de Berracarán, en Délica. En 1777, el yeso empleado en las obras del santuario de Nuestra Señora de la Piedad de Garrastachu, procedía de Orduña. En este mismo año los frailes franciscanos de Orduña acudían a decir misa a la ermita del santuario de Nuestra Señora de la Piedad de Garrastachu, los domingos y días festivos.

En la iglesia de Délica quedan patentes los recuerdos y fundaciones de muchos de sus feligreses, algunos residentes o enriquecidos en Indias.

Délica estuvo presente en América desde las primeras exploraciones de algunos de sus territorios. Los días 14 y 17 de marzo de 1539, se enrolaban con las gentes que Pascual de Andagoyal levaba al Río San Juan, los vecinos de Délica, Íñigo de varte, hijo de  Íñigo Hernández de Varte y de Teresa Ortiz de Orúe, y Francisco de Lespe, hijo de pedro Sanz de Lespe y María Martínez de Lespe, de los que no se tienen posteriores noticias. No sucede así con otros indianos naturales de Délica, que destinaron parte de los bienes adquiridos en tierras americanas al culto de la parroquia de Santa María y a mejoras de su templo.

Don Diego de Orúe, casado con Doña mariana de Arbieto, apellido destacado en las primeras penetraciones españolas en Sudamérica, fundaba el 2-7-1568 un aniversario perpetuo en la capilla de Santiago, que el mismo había construido en la iglesia de Délica.  Dejaba además en su testamento, el estipendio de cien misas “para la combersión de los naturales de las Yndias”, y cien ducados para repartir entre los pobres “si se cobrase lo de Chile”, dato que nos permite sospechar que Don Diego había participado en la conquista de aquel territorio; la advocación de su capilla de “Santiago” podría evocar también sus jornadas chilenas. Don Diego de Orúe rea señor de la torre y “casa mayor” de su apellido en Délica. En el siglo XVIII se repiten estos hechos o parecidos. En 1763 recibía el mayordomo de la parroquia “ochenta y cuatro doblones de a ocho y medio” (25.449 reales y 14 maravedíes) de la herencia de Domingo de Berrio. El año siguiente se alargaba la cabecera de la iglesia y más tarde se levantaba el retablo mayor cuando la parroquia, aparte de lo sobrante de la manda de Domingo de Berrio, después de la ampliación del testero del templo, contaba con otra cantidad remitida desde India: la manda testamentaria de 4.000 reales recibida en 1773 y legada a la iglesia de Délica por Miguel de Goiti, fallecido también en América.

En carta remitida desde Méjico, el 27-8-1776, Don Juan Antonio de Quintana Orúe, natural de Délica, comunicaba al cabildo de la parroquia el deseo de destinar a la celebración de misas y a la adquisición de ornamentos y de un incensario de plata para Délica, los frutos de todas las heredades que le pertenecían en Arrastaria, de donde había partido hacia Méjico en 1748. Otros vecinos de Délica dejaron fundaciones y obras importantes en la iglesia del pueblo. Don Hernando de Bardeci, al que conocemos poco, aunque sabemos que era “hijo nativo e natural de Délica”, donde poseía una torre fuerte, y que residía en Bilbao, dedicado muy probablemente al comercio, erigía en 1541 la capilla de su apellido de origen con uno de los retablos platerescos más bello de la zona.

De los patronos de la antigua parroquia, después ermita de Santiago de Berracarán, los Eguiluz, señores de la torre de su apellido en Ayala y de la de Lasarte en Zuya, apenas queda huella en Délica. Hasta la demolición de la ermita, los sucesores de los Eguiluz en su mayorazgo, fueron Los Urbina de Cuartango y Vitoria.

Los porre, vecinos de Paúl, y patronos de la ermita de Santa Ana, erigida en dicho barrio, dejaron en Délica una capilla bien dotada a fines del siglo XVI por sus fundadores, Don Pedro López de Porres y Doña Catalina de Berracarán y Eguiluz, su mujer. Estuvo dedicada a San José y luego a la Inmaculada. Un hermano de Don Pedro, el jesuita  padre Francisco de Porres, rector del Colegio Imperial de Madrid y Provincial de Toledo, pudo adquirir desde estos cargos, las numerosas reliquias que envió a su hermano para su capilla y las que, más tarde, remitió a su sobrino para la ermita de Santa Ana. Esta había sido erigida, en 1614, a costa de Don Francisco de Grajal, vecino de Madrid, para los servicios de los vecinos de Paúl, seguramente por consejo del padre Porres. Por ceso su fundación fue promovida y atendida en sus primeros momentos por el rector y padres jesuitas del Colegio Imperial de Madrid

En 1556 Délica tenía cien vecinos, en 1737 cincuenta y ocho vecinos y en 1786, 326  habitantes. Al comenzar el siglo XIX, setenta y cuatro vecinos, que recogían buenas cosechas de grano y vino chacolí. El censo de 1930 arrojaba la cifra de 242 habitantes  en Délica, 19 en el barrio de Berracarán, 20 en el de Paúl y 22 en Zamarro.

 

Parroquia de Santa María

El templo es del gótico final, de planta rectangular, alargado en su cabecera en el siglo XVIII. Tiene una nave, de dos tramos, en la que se abre la portada del templo medieval, ejemplar del siglo XIII. Conserva una antigua puerta de madera de fines del siglo XVIII[1]. El pórtico es una amplia galería abierta por seis arcos de medio punto, tres al Sur y tres al Oeste. Se hizo en 1778, por parte de Agustín de Mezcorta.  Un primer cementerio medieval se encontraba al exterior del templo, hacia 1752.  En el costado izquierdo de la nave se abren tres capillas erigidas a lo largo del siglo XVI, por: Diego Ortiz de Orúe[2], Hernando de Bardeci[3] y Pedro López de Porres[4]. La capilla de Santiago pasó al apellido Landa en el siglo XVIII. La obra del coro, así como la traslación de la pila bautismal se hacía en 1786. La sacristía es de tipo barroco, del siglo XVIII, así como la cajonería.

El retablo mayor de la iglesia es obra del último barroco, consta de un banco, cuerpo y remate. Lo preside la imagen de la Asunción de la Virgen. Está flanqueada por los relieves de los evangelistas: Mateo y Juan por un lado, y por Lucas y Marcos por otro. También contiene imágenes de San Juan Bautista y de San Miguel. También existe un retablo de San Antonio de Padua, en la capilla de los Orúes. En la capilla de los Bardeci existe un retablo de la Piedad, del siglo XVI. En la capilla de los Porres existe un retablo de la Purísima, de los siglos XVI-XVII.

La torre de la iglesia está adosada a una espadaña antigua, es de planta rectangular y consta de dos cuerpos separados. En el de campanas se abren varios vanos. Se cubre por tejado de cuatro vertientes. Se erigió esta torre entre 1784 y 1786, a la vez que el pórtico. Anteriormente se hizo otro campanario, en 1737, pero esta torre hizo ruina en 1761. Conocemos los nombres de varias generaciones de campaneros que durante mucho tiempo trabajaron para la iglesia, fundiendo campanas mayores o menores y esquilones para la espadaña y los campanarios: Pedro del Camino, en 1674; Francisco del Corral, en 1712; Luis de Calleja, en 1775; Francisco Mazo, en 1843; Esteban de Echebaster, en 1868.

Ermitas desaparecidas:

  • La de Santa Ana de Paúl se construía en 1614, por Francisco de Grajal, vecino de Madrid. En la escritura de fundación se encontraba el padre Francisco de Porres, jesuita, rector del Colegio Imperial de Madrid. Parece que mientras no se pudiesen decir misas en esta ermita, se celebrasen en la situada muy cercana, la de San Juan. Al ser expulsados los jesuitas de España, los bienes de Grajal pasaron al cabildo de la iglesia de San Isidro el Real, que siguió abonando las cantidades asignadas. Esta ermita continuaba abierta al culto en 1939 y una vez abandonada, se vendía en 1956.
  • La ermita de Santa Águeda ya se cita en 1602, y que estaba demolida en 1740. La misma aparece en el testamento de Pedro López de Porres y de Catalina Sáenz de Berracarán.
  • La ermita de San Andrés se encontraba en el término de Ripabela, campo próximo al pueblo, pertenecía a la fábrica de la iglesia, se alumbraba a costa de ésta los días festivos y se hacían reparaciones los años de 1646, 1662 y 1698. En 1723 se encontraba bien cuidada. En 1743 se realizaron importantes obras de reparación. En 1784 se arruinaba la ermita ca causa de haberse roto los frontales principales y sus materiales se aplicaban a la iglesia ”para la casa, torre y sacristía”, entonces en construcción.
  • La ermita de la Ascensión, ya documentada en 1602, se encontraba demolida ya en 1740.
  • La ermita de San Babilás sólo figura en el testamento de Don Pedro López de Porres y su esposa; después de esa fecha, 1602, no se cita más en los libros parroquiales.
  • La ermita de Santa Coloma se documenta en 1602 hasta su demolición. Se alumbraba los días festivos y se hacían reparaciones a costa de la parroquia en: 1620, 1635, 1658, 1664 y 1672. También se efectuaban reparaciones en 1709 y 1711, aunque en 1757 “la ermita de san Silvestre y Santa Columba” se encontraba en mal estado. La obra de reconstrucción se realizó en 1758 y en dicho año se bendecía. En 1777 se pagaban los trabajos de “bajar y recoger los materiales de Santa Columba”, algunos de los cuales se utilizaron en la construcción de la escuela.
  • La ermita de San Cristóbal está documentada en Délica en varias visitas pastorales en el siglo XVIII. En los años 1740, 1757, 1763, y 1767 se ordenaba que se cuidase y se mantuviese con decoro, y en la de 1791 se decía que había desaparecido, con varias otras de las que no se conocía más que algún vestigio o señal de ellas. La nominaciones anteriores de esta ermita nos suscita la duda de si en aquellos momentos llevaba la doble advocación de “San Hipólito y San Cristóbal” o hubo otra ermita dedicada a San Hipólito, que solo aparecería documentada en las visitas de aquellos años, siempre al lado de la de San Cristóbal y al finalizar la relación de las ermitas.
  • La ermita de San Juan se conoce desde 1602. Se encontraba en el barrio de Paúl y se mantenía y reparaba a costa de la parroquia. En la fundación de Don Francisco de Grajal, en 1614, se designaba como el lugar donde debían celebrarse las misas de los días festivos, objetivo principal del fundador, mientras se construía la ermita de Santa Ana. La parroquia costeaba obras en ella en 1645, 1646, 1664, y en 1711; en 1740 se encontraba ya demolida. Cuatro años más tarde se pagaba el traslado de su teja a la parroquia.
  • Sólo encontramos citada la ermita de Santa Lucía entre las del “Concejo de Délica” citada expresamente en el testamento de Don Pedro López de Porres y Doña Catalina Sáenz de Berracarán y Eguiluz, en 1602. Después no figura en la documentación parroquial.
  • La ermita de San Martín, citada también en 1602, tuvo una vida pujante hasta fines del siglo XVIII. Pertenecía a la fábrica de la parroquia y se alumbraba todos los días festivos, se reparaba a costa de la iglesia, y por hallarse cerca del lugar, llegaban a ella las procesiones de letanías; el día de su fiesta se celebraba en ella una misa cantada con ministros, por manda testamentaria otorgada, en 1665, por el bachiller Don Martín de Pinedo. Se mantenía muy cuidada, con reparaciones en: 1635, 1658, 1662, 1694, 1711 y 1712, por eso constituía una excepción junto con la de San Andrés, respecto al cuidado de las demás ermitas maltrechas o poco atendidas en la visita de 1723. Seguía reparándose en 1743, 1777 y 1779, año en que se rehacía su bóveda y se revocaba enteramente. Cuando se visitó en 1791 se encontró en pésimo estado, a pesar de “hallarse situada de la parroquia medio cuarto de legua”, estaba ruinosa y siempre cerrada, por lo que el obispo ordenaba su demolición y que se llevara a la parroquia la efigie del santo. En 1792 se pagaba por deshacer la ermita de San Martín.
  • En la ermita del señor San Miguel, desde el año 1665, se celebraban en ella dos misas el día de su fiesta, por manda del bachiller Martín de Pinedo. Aparece citada en las visitas pastorales de: 1740 y 1757. En la realizada en 1791 había desaparecido, ya, años atrás.
  • La ermita de San Salvador estaba perdida su pista documental, aunque se nombra en las mandas del testamento de Don Pedro López de Porres. Seguramente se encontraba ya maltrecha a comienzos del siglo XVII, fecha de su última referencia documental.
  • La ermita de Santiago de Berracarán, nominada en el testamento de 1602, recibía en 1626, otra manda de aceite “para las lámparas de Santiago y San Julián, en la iglesia de Berracarán”, dato por el se puede documentar la existencia en la ermita de una imagen o un altar de este último santo. La ermita de Santiago había sido iglesia de la antigua aldea de Berracarán, con parroquia propia , según carta del obispo Don Jerónimo Aznar, en 1257. Fueron sus patronos los Urbina de Basabe de Cuartango, patronato que les había llegado desde Juan Martínez de Tertanga, documentado en 1462 como morador de Berracarán, y a través de los Eguiluz emparentado con los Urbina, ya a finales del siglo XV. Fueron largos y numerosos los pleitos mantenidos por estos patronos y el cabildo parroquial de Délica. Así, Doña Catalina de Eguíluz, patrona de Berracarán, y casada en Urbina de Basabe, exigí a los curas y beneficiados del cabildo, en 1598, que como perceptores de parte de los diezmos de los habitantes del barrio, atendiesen a la iglesia de Santiago como siempre lo habían hecho. Cuando se realizaban las visitas pastorales a la parroquia de Délica, se visitaba también la “anexa” de Berracarán y, con frecuencia, se conminaba a los patronos con la retención de la parte de los diezmos que cobraban si no cuidaban de la ermita ni la proveían lo necesario para su culto; los patronos argumentaban que sólo eran llevadores de una tercera parte de los diezmos, mientras el cabildo de Délica percibía dos tercios. La ruina de la ermita y el pleito, en grado de apelación, por parte del cabildo, continuaban en 1827, quedando entonces en el barrio cinco vecinos. Esta parroquia de la antigua aldea, edificación posiblemente románica, tenía su iglesia “una ventana muy pequeña en la pared principal del altar”, que sólo servía de “embarazo para celebrar”, según se reconocía en la visita pastoral de 1740. Este templo, aparte de servir a los vecinos de Berracarán, había sido lugar de rogativa “de particular devoción” y continuaba siéndolo en las primeras décadas del siglo XVIII, antes de su abandono total entre los pleitos y apelaciones de patronos, vecinos y cabildo.
  • Entre las ermitas del concejo de Délica, se citaba, en 1602, la “ermita de Santiago de Nanclériz”. Esta era en su origen el templo que se documentaba ya en 1075 como “monasterio” de Santiago de Langreiz, donado por Don Lope Sánchez a san Millán y a su abad Don Beila, junto con otros bienes y heredades en Tertanga y Orduña, entre otros; también aparece documentado como tal monasterio en los cartularios de Valpuesta, San Millán y otros documentos hasta el siglo XIV. Al quedar reducido a ermita tenía tierras propias: en una sentencia arbitral entre Délica y Luna, de 1552, se habla de los montes del “Señor Santiago de Nancleriz”y ,en 1606, de una pieza “de la ermita del Señor Santiago”, en una carta de arrendamiento de una heredad en Tertanga. Los prelados de Burgos y Calahorra dieron expresa licencia para la reconstrucción y bendición de la ermita en las últimas décadas del siglo XVIII. El proyecto de esta reedificación había sido promovido por el cabildo eclesiástico de Délica y fue aceptado por los de Villalba y Berberana (Burgos) y por la “Ledanía de Cuartango” (Luna, Arriano, Archúa y Guillarte), dependiente de Calahorra al igual que Délica. Todos estos pueblos participaron en las obras de la ermita, que se hallaba ya en culto, en 1781. La jurisdicción “ contenciosa” de Nanclériz pertenecía “ únicamente a las villas de Villalba y Berberana”, desde tiempo inmemorial venían celebrándose las funciones solemnes “anual y alternativamente” por los expresados pueblos que acudían también en “rogaciones” a la ermita de Santiago, dependiente en lo eclesiástico de Calahorra y Burgos.
  • Hubo también en Délica una ermita dedicada a San Sebastián, documentada en 1602, y en la que por una manda testamentaria de 1665, se celebraba misa cantada el día del titular y se alumbraba en los días festivos en 1681. Desapareció sin dejar noticia alguna en el siglo XVIII.
  • La ermita de Santo Tomás Apóstol la encontramos en las visitas pastorales de 1740 y 1757 y se arruinaba poco después; en 1763 se trasladaba a Délica la teja de la ermita y en la visita pastoral de 1791, se decía encontrarse demolida desde hacía muchos años.
  • Tampoco se nombra la ermita de la Trinidad, en la que se realizaban obras a cuenta de la parroquia en 1622 y en 1656. En 1667 se pagaba la licencia para repararla y reedificarla, y en 1677 se restauraba su altar. Se encontraba demolida en 1740, por lo que en la visita pastoral de ese año se ordenaba la colocación de una cruz en el lugar que ocupó.

Fuente: Catálogo Monumental de la Diócesis de Vitoria (Tomo VI), Micaela Portilla.

[1] Últimamente se ha descubierto un ventanal románico en el costado Sur del templo, que reafirma la importancia de esta iglesia en el siglo XIII.

[2] La capilla de los Orúe está dedicada a San Antonio de Padua, recibe también los nombres de “capilla de la Torre” y “capilla de los Guinea”. Esta capilla estaba muy relacionada con los dueños de “la torre” existente en Délica. Esta capilla (la de los Orúe) en 1886 se denominaba “capilla de los Reyes”, que había sido vendida a comienzos del siglo XX, por Don Valentín Guinea,  propietario de la entonces “capilla de los Guineas”.

[3] La capilla de los Bardeci, construida entre 1540 y 1550, por Hernando de Bardeci, se llama también del “Santo Cristo” o de “la Pasión”.

[4] La capilla de los Porres fue erigida por Don Pedro López de Porres, hacia el año 1593. En el siglo XVIII ejercían aún el patronato de dicha capilla los Porres del barrio de Paúl.

 

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