Antonio de Alloytiz y el retablo mayor de la Antigua (II)
Antonio de Alloytiz y los retablos mayores de la Antigua de Orduña (Vizcaya) y Santa María de Azkoitia (Guipúzcoa). Una traza del Hermano Bautista.
El modelo guipuzcoano, como hemos adelantado, era el que debía emplearse también en el retablo mayor de la Virgen de la Antigua, patrona de la ciudad de Orduña, pero con algunas diferencias a juzgar por las condiciones. Aparentemente la estructura se mantenía pero se introducían importantes cambios reflejados en otra traza que no se ha conservado. El retablo debía ser de nogal y ocupar toda la cabecera hasta la bóveda, con cuatro columnas salomónicas y dos pilastras ceñidas a la pared. El nicho principal se tenía que abrir en el muro y cubrirse con sus pilastras, jambas y florones de talla; en él se debía colocar a la Virgen de la Antigua sobre un moral con su fruto y todo rodeado de ángeles.
Entre columna y columna se dispondría un relieve con un árbol en el que se debía representar la descendencia de la Virgen y en el pedestal sus correspondientes atributos. En el remate, donde irían los Doctores de la Iglesia, se pide que se hagan cuatro ángeles con instrumentos musicales de bulto redondo y en el sagrario un altar con las palabras de la consagración. Llama poderosamente la atención el hecho de tener que emplear la columna salomónica, pues no conocemos ninguna obra de Alloytiz en que éste la utilizase. Además sería la primera ocasión en que aparece documentada la columna torsa en nuestro territorio ya que hasta entonces lo más cercano al citado soporte era un antecedente del mismo al que Barrio Loza bautizó como «de emparrado compacto», consistente en una columna de fuste liso a la que se adhieren tallos, hojas, uvas y pámpanos u otros elementos simbólicos, a veces formando espirales, que el maestro vizcaíno empleó en San Juan de Molinar (Gordexola) y cuyo uso se conoce también en las obras de Pedro de Alloytiz (Galdakao, Deba, a partir de 1663, Urduliz, c. 1666), Martín de Arana (Artziniega, 1662-1664) y Bernabé Cordero en Irún y Hernani.
Una vez acabada la obra, los mayordomos solicitan su revisión y Antonio de Alloytiz pidió más tiempo, pues los maestros que necesitaba eran de la Montaña. Finalmente, los patronos se decidieron por Juan de Bolialdea, mientras que el constructor lo hacía por Francisco Martínez de Arce. El 11 de noviembre de 1664 se pasa la preceptiva revista y, según la opinión de Bolialdea, el retablo no seguía ni la traza ni las condiciones impuestas, el material empleado no era de la calidad estipulada en el contrato, ya que se había solicitado nogal y lo mayoritario era cerezo y peral e incluso en algunas partes la madera estaba podrida. Tampoco cumplía con las dimensiones determinadas al no llegar a la bóveda ni a los extremos. El remate en forma de media naranja estaba mal unido y sin las labores previstas en la traza; el pedestal era de nogal pero estaba mal ajustado, con muchas aberturas y sin los atributos de la Virgen salvo unas azucenas. Las historias de los intercolumnios eran muy estrechas y no correspondían con la Descendencia de la Virgen como se había determinado en las condiciones.
Las columnas salomónicas estaban mal colocadas, mal lijadas, con poco relieve, con aberturas y unas más cortas que otras. El arquitrabe, friso y cornisa estaba bien trabajado, el segundo cuerpo mal ajustado y en la caja principal faltaba el moral con fruta y los ángeles que rodeaban y coronaban a la Virgen. Los cuatro ángeles músicos que debían colocarse en los macizos del remate en sustitución de los apóstoles se habían puesto sobre el vuelo de la cornisa y sin instrumentos musicales. En medio de la cornisa sobre el nicho de la Virgen faltaba una tarjeta y en el centro del pedestal otra con las palabras de la consagración. Los cortes y las juntas de todo el retablo estaban mal hechos y las cabezas de los clavos de hierro se veían, lo que impedía que en un futuro se pudiera dorar la obra.
Según los patronos, por todo lo realizado Alloytiz había recibido 10.878 reales y el cantero Juan de Ormaechea, encargado del pedestal, 1.040 reales. Los mayordomos de la cofradía piden ante el juez ordinario de Orduña la devolución de lo pagado y el embargo de los bienes del fiador Juan Ansola, en especial lo que le debían de las obras que este cantero había realizado en la iglesia de Eibar. El año 1665 el corregidor del Señorío de Vizcaya mandaba apresar a Antonio de Alloytiz para ser conducido a Orduña junto con el embargo de sus pertenencias. Alloytiz apela ante los diputados generales del señorío alegando que el alcalde de Orduña no puede ser juez en esa causa por ser parte implicada en ella e insiste en que la obra está bien terminada incluso con mejoras. Sobre el examen realizado por los maestros peritos dice que Juan de Bolialdea había sido recusado por él porque era enemigo capital suyo y que ninguno de los dos maestros examinadores era escultor por lo que sus declaraciones habían excedido a su profesión.
Solicita, por tanto, que la obra se vuelva a tasar y que se le suelte de la prisión, pues era Hijo Dalgo, vizcaíno y descendiente legítimo de las casas solares de Alloytis Muñaran y Landa sitas en las anteiglesias de Forua y Murueta, por lo que sólo se podía embargar sus bienes. El auto de los diputados del 24 de noviembre de 1665 ordenaba su liberación de la cárcel una vez pagada la fianza.
Las apelaciones de los mayordomos de la cofradía y de Antonio Alloytiz se suceden. El maestro se reafirma en su inocencia, declara que él había cumplido con lo pactado en el contrato y que no le habían dado la posibilidad de presentar alegaciones a la declaración hecha por los veedores. Intenta demostrar que los patronos habían prometido a los veedores contratar de nuevo con ellos el retablo, y que por ese motivo se había valorado injustamente la obra. Termina su alegación insistiendo en que el retablo valía más de 2.000 ducados, que fue apresado antes de acabarlo y que le habían embargado sus herramientas y la traza que costaba más de 200 ducados.
Tras la muerte de Alloytiz y el intento de embargo de todos sus bienes, el caso pasa a manos del juez mayor de la Sala de Vizcaya en la Chancillería de Valladolid. El veinte de febrero de 1668 la cofradía solicita que se condene a los herederos de Alloytiz y a su fiador Juan de Ansola a pagar 2.000 ducados y a retirar el retablo. Se notifica a los hijos del artífice y al referido Ansola la demanda interpuesta en la audiencia vallisoletana. Bartolomé y Francisco Alloytiz declaran haber renunciado a la herencia de su padre a
favor de su hermana y su cuñado; por su parte Josefa de Alloytiz y su marido Domingo de Arana aclaran que únicamente han recibido los bienes estipulados en el contrato de matrimonio y que los han tenido que vender para hacer frente a los acreedores.
En 1675 se vuelve a retomar el pleito y dos años después el juez ordena que las dos partes nombren maestros peritos. En esta ocasión se contrata a Francisco Martínez de Arce y Martín de Arana, dos arquitectos de reconocida fama. El 20 de mayo de 1678 comienza el examen de la obra y la declaración de los maestros no varía con respecto a la que efectuaron años atrás Bolialdea y el propio Martínez de Arce. Los dos arquitectos coinciden en que el retablo no está bien hecho, no sigue las condiciones ni la traza y no tiene arreglo al no haber cumplido con aspectos tan básicos como los materiales o las dimensiones. También se informa de que al llevar más de catorce años de litigio y al estar tan defectuoso, la cofradía se ha visto obligada a fabricar otro siguiendo la misma traza
aunque con pequeñas diferencias rematado en 18.000 reales. Este nuevo retablo había sido contratado en 1676 por Francisco Martínez de Arce y no será erigido hasta 1684, cuando el realizado por Alloytiz sea retirado.
El 23 de septiembre de 1678 se hace pública la sentencia emitida por el juez mayor de la Sala de Vizcaya en la Chancillería de Valladolid. En ella se condena a los hijos de Alloytiz, Francisco y Josefa20, y a su fiador Juan de Ansola a que devuelvan todas las cantidades recibidas, a desmontar y retirar el retablo y a pagar todas las costas y daños por no haber cumplido con el contrato establecido. Las alegaciones no se hacen esperar, Juan de Ansola dice que no se respetaron los plazos estipulados en la escritura, que se le pagó mucho antes de acabar la obra sin esperar a que fuera revisada por maestros peritos, por lo que él no tiene ninguna responsabilidad y en todo caso se debería reclamar a los herederos de Alloytiz. Josefa de Alloytiz alega que ella no tenía firmado compromiso alguno ni había recibido dinero, que tampoco era responsable de las deudas de su padre y que no era su heredera, pues no había recibido más que la dote matrimonial. Francisco de Alloytiz presenta una escritura de 1669 mediante la que renuncia a la herencia de su padre a favor de su hermana y cuñado. Finalmente, el 20 de octubre de 1679 se emite la sentencia definitiva por la cual se mantiene el anterior veredicto salvo que en esta ocasión se les exime del pago de costas.
Con este artículo, además de ofrecer una traza desconocida del destacado arquitecto Francisco Bautista de Medina y describir dos interesantes obras de Antonio de Alloitiz derivadas de aquella, hemos querido aportar alguna información novedosa sobre la figura del expresado maestro vizcaíno que, aunque relativamente bien documentada en el plano artístico, aún presenta algunas importantes lagunas biográficas.
Sus obras nos hablan de su faceta profesional mientras que los numerosos pleitos que se vio obligado a litigar tanto por su actividad laboral con los patronos o con otros artífices en Azkoitia, Errigoiti, Orduña, Santillana, etc., como por otros motivos, sobre todo de índole económica, nos lo presentan como un personaje habituado a acudir a los tribunales con asiduidad en defensa de sus intereses llegando incluso a estar encarcelado en diversas ocasiones. En definitiva, se trata de un artista de su época sometido a la dependencia económica de los comitentes y a la dura competencia de otros artistas, muchos de ellos además convecinos suyos, que, para sobrevivir en un mercado muy disputado, luchaban por conseguir la mayor cantidad de trabajo posible aunque ello deviniera muchas ocasiones y por diversos motivos (enfermedades, escaso atractivo económico de unas obras con precios muy rebajados por el sistema de pujas, etc.) en el incumplimiento de los contratos a los que estaban obligados.
Aún quedarían por esclarecer algunos otros aspectos como los referidos a su formación o sus estancias, a veces bastante prolongadas, en dos de los centros artísticos más importantes del siglo XVII: Madrid y Valladolid, ciudad en la que fallece. Allí se encontraba, concretamente en el hospital-asilo del Colegio de San Juan de Letrán, el día 2 de diciembre de 1667, cuando, posiblemente ya muy enfermo, otorga un poder a su hijo Bartolomé para que pudiese recibir y cobrar todo lo que le perteneciere y para arrendar o vender todos sus bienes.
Fernando R. Bartolomé García y Julen Zorrozua Santisteban