
La iglesia en la Orduña medieval

La cuestión relacionada con los aspectos religiosos será la que nos ocupe en el presente capítulo; antes de comenzar, sin embargo, es necesario advenir que nuestros comentarios se centrarán en el plano institucional, dada la limitación en cuanto a documentación y tiempo, por lo que el factor espiritual de los orduñeses no será tratado sino de manera muy somera.
Un pequeño esbozo de la geografía eclesiástica del territorio orduñés puede resultar orientador al situarnos en el terreno de las instituciones religiosas. Siguiendo a Orella distinguimos dos etapas diferentes: mientras que en la época visigoda nuestra zona aparece bajo la influencia de la provincia eclesiástica tarraconense, en la época de repoblación y asentamiento asistimos a la aparición de las diócesis de Valpuesta y Armentia-ílava, las cuales se disputarán el territorio que nos ocupa; Valpuesta, aunque se extenderá principalmente por tierras castellanas –alcanzará Valdegovía y la tierra de Losa–, incidirá en la zona alavesa y en el señorío de Orduña de manera notable. Por otra parte, la de Armentia-ílava influirá principalmente en tierras alavesas y vizcaínas, hasta que desaparece el obispado de ílava e impera en todo este territorio el de Calahorra. El hecho de que el territorio orduñés entrara bajo su órbita parece demostrado por la donaci6n, por parte de Alfonso VIII a la Catedral de Calahorra, del monasterio de S. Clemente de Harvireta en Orduña (147), el año 1198. (Orduña ya no se desligará del obispado calagurritano sino en 1862, con la erección de la diócesis de Vitoria).
A la supresión del obispado alavés siguió un distanciamiento entre las regiones anteriormente gobernadas por el obispo de Armentia y su nuevo pastor, el de Calahorra. La resistencia a la autoridad episcopal aparece en ílava, pero es más evidente en Bizkaia. Las visitas pastorales de los obispos de Calahorra a las iglesias vizcaínas fueron muy raras, y durante siglos quedaron totalmente suprimidas, dada la oposición que encontraban en la región.
Para los vizcaínos la autoridad eclesiástica superior es el arcipreste, ya que no reconocen la autoridad episcopal sobre ellos. Cuando en 1257 ocupaba la sede calagurritana el obispo Jerónimo Aznar, la entonces villa de Orduña era ya cabeza de un arciprestazgo que, dentro del arcedianato de ílava, comprendía las 17 parroquias entonces existentes en Arrastaria, Urcabustaiz y en las aldeas en torno a la villa. Para mencionar a estas últimas se utiliza la fórmula de «Belandia y sus aldeas» de donde se deduce que era ésta la más importante de todas ellas, y por lo tanto lo sería también su parroquia.
Uno de los signos más evidentes de la resistencia vizcaína frente al poder episcopal será el impago de diezmos. Para el caso orduñés, el pleito suscitado entre las iglesias del valle y la Colegiata de S. Andrés de Armentia nos aporta datos interesantes. El motivo del pleito será la negativa de las iglesias de Délica, Artomaña, Aloria, Tertanga y Arbieto a pagar a la Colegiata la cuarta parte de los diezmos que tradicionalmente habían pertenecido a este centro y sus canónigos. Cuando en 1319-20, tal vez unos años antes, las iglesias del valle se niegan a pagar las cuartas a Armentia, hacía ya muchos años que las iglesias de Orduña habían dejado de aportar las mismas a la colegiata, igual que a la curia de Calahorra. Parece que inicialmente contribuía Orduña al obispado de Armentia con parte de los diezmos, pues al menos el último obispo los recibía; también es probable que posteriormente los continuase aportando a la colegiata. Pero varios factores se conjugaron para que, al igual que en el resto de Bizkaia, se acentuará la independencia con respecto a Calahorra y Armentia: las cuestiones económico-fiscales y los problemas de jurisdicción, a los que había que añadir razones políticas basadas en el temor de la intromisión del poder episcopal en el tema de los bandos provocará una clara intransigencia en Bizkaia. Otro factor de carácter primordial serán los intereses de los patronos laicos; es cierto que en Orduña no aparecen, pero aquí será la propia ciudad, entonces villa, patrona de sus iglesias, quien se embolse las contribuciones, lo cual condicionará las reticencias al pago que tradicionalmente realizaba a Calahorra y Armentia. El padre Iturrate recoge una cita de MansiIla que dice:
«Por lo que a Orduña se refiere, tenemos que la influencia del obispo fue nula desde que el citado arciprestazgo se incorporó al Señorío de Vizcaya el año 1284″.
Mientras que Orduña había dejado de contribuir, las iglesias del valle, que eran del mismo arciprestazgo, siguen aportando las cuartas a Armentia hasta que, en el primer cuarto del s. XIV, tenderán a imitar a las iglesias de la entonces villa. La solución a la que se llegará en el pleito celebrado en Pamplona entre 1321 y 1322 resultó favorable a las iglesias. De este modo se equiparaban a Orduña, pero el hecho de que años antes pagaran, mientras la villa había dejado de hacerlo, denota un distanciamiento entre estas aldeas –hoy Junta de Arrastaria, provincia de ílava– y el núcleo orduñés.
Hemos apuntado ya la cuestión del patronato, que conserva en la Bizkaia bajomedieval una gran fuerza, a diferencia de lo que ocurría en ílava, donde prácticamente todas las parroquias se hallaban sujetas a la jurisdicción eclesiástica ordinaria. En las iglesias de régimen patronal, las décimas pertenecen a los patronos, los cuales tomaban a su cargo el coste material de la fábrica del templo, la cobertura de todas las necesidades cultuales y el sustento de los clérigos, adscribiendo para cada una de estas partidas cantidades de lo recaudado en concepto de diezmos. En Orduña el patronato será ejercido por la propia ciudad.
Dado el amplio poder que el patronato otorga a sus titulares –en nuestro caso a la propia ciudad personificada en su concejo–, se produjeron abundantes pleitos. En capítulos posteriores veremos cómo los clérigos orduñeses protagonizarán repetidas quejas ante la ciudad por motivo de los beneficios del patronazgo. El memorial presentado por la ciudad en 1764 en punto al patronato de sus parroquias nos aporta una serie de datos sobre esta cuestión. En él se recuerda cómo Alfonso X, al dar el fuero a Orduña en 1256, otorgaba a las iglesias sus costumbres, pero se
«reservaba el derecho de patronazgo como solía ser en tiempo de mi bisabuelo el rey don Alfonso (1158-1214)»
quien presuntamente daría algunos fueros a los orduñeses. En el pleito por el patronato de las iglesias que tuvo lugar en 1801 entre la ciudad y la corona, la primera explica cómo en su historia no se verifica ninguna razón que fundamente el derecho de patronato de los reyes; ese terreno no fue ganado a los moros, quienes nunca lo ocuparon, ni los reyes fundaron nuevas iglesias ni las dotaron; y el derecho de patronato que se reserva D. Alfonso en 1256 puede entenderse como el derecho de protección que la soberanía real no puede abdicar y que ejerce sobre todas las personas y cosas de su estado. También los Reyes Católicos confirmaron esos usos y costumbres, y siguiendo con la argumentaci6n a favor del Patronato de la ciudad, en el documento se dice que es posible que la ciudad tenga el patronato por reales privilegios, que debieron desaparecer en el incendio de 1535; la posesión de tal patronato, que por el pleito de 1588 consta a favor de la ciudad, acredita la existencia anterior del privilegio.
Lo cierto es que dicho patronato se ejerció por parte del gobierno de la ciudad, el cual se hacía cargo tanto de los derechos –cobrado a los feligreses– como de las obligaciones –necesidades relativas al culto y a los edificios parroquiales–. La institución básica de la organización eclesiástica era, al igual que en toda la Bizkaia bajomedieval, la parroquia. Los parroquianos, agrupados en torno a cada una de ellas, satisfacían ante el poder civil las exigencias inicialmente de carácter eclesiástico, y a cambio, el concejo organizaba las prestaciones de tipo pastoral, educativo, etc. Al frente de cada parroquia, los clérigos beneficiados, designados por un poder laico que interfiere en la organización interna de estas instituciones, serían los encargados de cumplir con las obligaciones que les son propias, a cambio de la porción destinada por la ciudad para su sustento.
Esta situación conlleva una identificación de intereses entre el grupo político dominante y el sector religioso de la ciudad, lo cual desembocará en una simbiosis que caracterizará los siglos posteriores, no en vano encontraremos miembros de las mismas familias tanto en cargos políticos como en el ámbito clerical.
En lo referente a las parroquias que existían en el término orduñés debemos señalar que el núcleo inicial contaba con la parroquia de Santa María llamada la Vieja –donde actualmente se erige este santuario–, que dejó de ejercer como parroquia al trasladarse la población al lugar en que hoy se encuentra, siendo sustituida en sus funciones por la que comenzó a erigirse entonces en el casco urbano con la misma advocación –y a la que posteriormente se le unirá la de San Juan– y que hoy sigue siendo la iglesia matriz de la ciudad. No debemosolvidar, además, la existencia de las parroquias que atenderán a «Belandia y las aldeas», así como las de las aldeas del valle –hoy Arrastaria– las de Urcabustaiz, todas ellas dependientes del arciprestazgo de Orduña.
Merece también especial atención la existencia de cofradías en Orduña; en los tiempos medievales florecieron en toda Europa, y su naturaleza variaba según el fin con el que se constituían. Desde las agrupaciones con un carácter más militar que religioso, abundaban en el Norte de Europa, o los llamados gremios, hasta una tercera clase, de carácter popular, muy extendida en nuestro territorio en los siglos bajomedievales, que reunían a los naturales de un Iugar determinado, siendo éste el único requisito necesario para entrar a formar parte de ella. Es el caso de la Cofradía de Santa María de Orduña la Vieja, según algunosindicios la más célebre y numerosa de las que existieron en Orduña a lo largo de su historia. Las ordenanzas de esta cofradía datan del 20 de mayo de 1364, aunque la agrupación debe ser anterior, puesto que en las ordenanzas se menciona a «cofrades finados». Dentro de la tradición a la que nos referíamos, trata de instituir la unión política y religiosa de un grupo teniendo como lazo el ser naturales de un mismo lugar; tenían acceso hombres y mujeres, clérigos y seculares «de cualquier dignidad y estado», y la filosofía que les orientaba era el amor y la ayuda mutua entre los cofrades. Los 29 artículos que componen estas ordenanzas detallan la estructura interna de esta agrupaci6n, así como los actos que celebraban, etc., que servirá de modelo a la larga serie de cofradías que surgirán posteriormente.
Pero aún existe otra clase de cofradías, que también tuvo su representación en la ciudad; se trata de agrupaciones de caballeros hijosdalgos, limpios de sangre, de gran rigor en la admisión de sus miembros. La Cofradía de S. Iñigo jugará un importante papel en la vida económica de la ciudad, ya que a la categoría de sus cofrades, de gran poder económico a nivel particular, se ha de sumar el carácter de gran propietaria de la cofradía en sí misma. No en vano al tratar de comprender la sociedad orduñesa señalábamos como a los principales propietarios de tierras, junto a los miembros de las grandes familias, a las cofradías.
Cualquiera que sea su carácter, ninguna descuida el sentido de la exaltación del grupo; por ello la celebración litúrgica y gastronómica de la festividad del santo patrón es el momento de sentir esa comunidad de fuerza y solidaridad que los vizcaínos en general van necesitando cada vez más a medida que flaquea la familia extensa, el linaje y el bando. Podemos así establecer una correspondencia cronológica entre el declive de éstos y el auge de las cofradías.
Dedicaremos por Ultimo un apartado al surgimiento de una serie de centros espirituales que, en siglos posteriores, adquirirán un gran protagonismo en todos los ámbitos de la vida orduñesa. Se trata de los conventos, que al igual que en el conjunto del territorio vizcaíno comienzan a aparecer en los siglos bajomedievales en las villas.
Frente a la antigua fórmula casi unitaria del monaquismo, por otra parte de escasa aceptación en Bizkaia, la sociedad medieval tenderá a manifestar un sentimiento de perfeccionamiento espiritual que se materializará en instituciones como los beaterios y los conventos. El proceso de fortalecimiento demográfico y económico de las villas del señorío presenta una paralela expansión de las nuevas í“rdenes regulares por estos núcleos de población. No parece casual que las í“rdenes más importantes se instalaran en las cinco villas de mayor relevancia del señorío, como tampoco lo es que en la menor de ellas –la de Orduña– la instalación conventual tuviera lugar con mayor retraso.
Tengamos en cuenta, sin embargo, que en 1296 se constata la primera noticia de una comunidad religiosa de mujeres en Bizkaia, y aparece en Orduña; una comunidad de clarisas, o al menos un beaterio vinculado a la Regla franciscana, pedía a la Santa Sede que les diese la iglesia de Santa María, abandonada más de medio siglo atrás, y en donde podía edificarse un monasterio en el cual se recogiesen las beatas. Bonifacio VIII comisionó al provincial para que estudiase la petición; si la fundación se realizó o no no lo sabemos, aunque no sería de extrañar dado el grado de actividad del núcleo. En tal caso se trataría del primer caso vizcaíno.
Pero al margen de este hipotético caso lo cierto es que, mientras otras villas ya han visto surgir conventos en años anteriores, en Orduña se conocerán los últimos conventos del s. XV. En 1464, religiosos observantes de S. Francisco se instalaron en la ermita de Santa Marina, situada fuera de las murallas de la ciudad, cedida por el concejo orduñés. Esta tardía instalación evitó que en la ciudad tuviera lugar un conflicto de carácter interno muy frecuente en el seno de la Orden en otras villas: allí donde llevaban décadas instalados su éxito desembocó en donaciones masivas y el consiguiente enriquecimiento, que alejó a los frailes de su original visión. A los nuevos aires de renovación rigorista que surgieron como respuesta corresponde la instalación de nuevos conventos de la Orden, entre ellos el de Santa Marina de Orduña. En la centuria siguiente, la filosofía de estos frailes, orientada a la conexión con los habitantes de la ciudad, les llevó a trasladarse al interior del recinto murado; poco después religiosas franciscanas de Santa Clara ocuparán la desalojada ermita de Santa Marina. Esta comunidad surgirla al ser elevado a la condición de convento el beaterio que poseían en una de las casas de la ciudad, relacionada quizá con aquélla a la que hace referencia la bula de Bonifacio VIII casi 300 años antes.
Aún es pronto para adentrarnos en el proceso de fortalecimiento experimentado por estos nuevos centros en la ciudad. La clave del éxito de los frailes será su mayor formación intelectual respecto al clero secular, con una orientación en sus actividades que les hacía más atractivos ante los vecinos; su labor misionera y de directores de conciencia hizo desvirtuar a su favor el deseo de los fieles de hacer partícipes a los religiosos del enriquecimiento de sus economías en este fin de siglo XV. Los orduñeses, que antes de la aparición de los regulares disponían sus enterramientos en las iglesias parroquiales, comenzarán ahora u acudir con sus respectivas ofrendas a los conventos. Pero las consecuencias de esta desviación se reflejarán de manera clara en las centurias posteriores. Mientras tanto es necesario señalar que el sistema de transmisión de bienes, más liberal en las villas que en la Tierra Llana como corresponde a una sociedad que reclama la libre disposición de las propiedades individuales, propició una filosofía de donaciones que contribuyó en gran mantra al enriquecimiento de estas comunidades. Al mismo ritmo, las rentas de los beneficiados seculares disminuían, lo cual dio origen a conflictos entre ambas instituciones.
Pero, como decíamos, todo este proceso desembocará en consecuencias que se observaran mejor en los siglos venideros. Mientras tanto, con las Ordenes regulares aún por llegar a la ciudad de Orduña ya establecía sus primeros contactos con los conventos de su entorno; contactos de índole principalmente económica, y realizados por mediación del señor de Ayala, fundador del convento de dominicas de S. Juan de Quejana.
El rey Enrique III concedía al convento des. Juan ciertas cantidades de maravedíes de juros situados sobre las alcabalas de la ciudad de Orduña, decisión que nos parece ligada al hecho de que su fundador fuese el señor de Ayala. D. Pedro Lopez de Ayala cedió -y el rey Enrique IV lo confirmaría en 1455– a dicho convento 3.000 mrs. de renta anual y perpetua situados sobre la renta del portazgo de la ciudad. Además, conocemos desde 1484 el pago que los señores del concejo de Orduña realizaban anualmente –en la festividad de S. Miguel– a las monjas de Quejana, y que ascendía a 29 fanegas y 2 celemines de trigo, por la renta de diferentes bienes propios de dicho convento que se hallaban situados en los términos y jurisdicción de esta ciudad: 2 ruedas, 5 piezas de pan y 2 huertas. Estos pagos, que tienen su origen en la etapa de intromisi6n de los señores de Ayala en la vida de los orduñeses, serán una herencia difícil de esquivar. Los libros de cuentas de la ciudad seguirán registrando, siglos más tarde, estas cesiones anuales al convento de S. Juan de Quejana.
Ana María Canales