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Iglesia de Santa María: un espacio social (II)

Iglesia de Santa María: un espacio social (II)

4- Elección de cargos, juramento y concejos abiertos

Todos los primeros de enero de cada año en el siglo XVI, se reunían en la Casa Consistorial los miembros del Ayuntamiento del año anterior para elegir nuevo Regimiento. Realizada la elección por los miembros de la corporación saliente, se dirigen desde la Torre del Concejo a las casas del cabildo eclesiástico de Santa María, donde por sorteo se extraían de una fuente de plata por un niño, de una en una, las cedulas introducidas en unas boletas también de plata Los así nombrados, delante del vecindario realizan el juramento de los distintos oficios: alcalde, regidores, sindico, fieles y alguaciles. Es entonces cuando podemos afirmar que el ayuntamiento ya está constituido. Veamos a título de ejemplo como se desarrollaba el juramento en 1572.

«En presencia de mí el dicho escribano juntamente con los señores Justicia y Regimiento de suso elegidos y nombrados para el presente año de quinientos se­tenta y dos y con otros muchos caballeros escuderos hijosdalgo y vecinos de la dicha ciudad o con la mayor parte de los dichos elegidos fueron a la iglesia mayor de señora Santa María de la dicha Ciudad y entraron en la Capilla de Señor San Pedro que está en la dicha iglesia cuyo patrón y señor es Joan de Herrán vecino de dicha Ciudad y donde se acostumbra entregar las varas de los dichos alcaldes ordinarios de ella que en cada un año se eligen y nombran y donde hacen el juramento y solemnidad requerido y estando así juntos el dicho señor bachiller Pero López de Sojo alcalde tomó y recibió del dicho señor Francisco de Mimenza y de los demás elegidos que presente se hallaron juramento en forma haciéndoles poner sus manos derechas a cada uno de pie sobre un crucifijo e imagen que estaba e interrogándolos en la manera siguiente diciéndolos:

Que vuestras mercedes y cada uno de ellos como fieles y católicos y como caballeros escuderos hijas-dalgo y buenos Republico y vecinos de esta ciudad ju­ran a Dios y a santa María su madre y a las palabras de los cuatro santos evangelios donde quiera que más largamente están escritos e a la señal de la cruz e insignia que con sus manos derechas han tocado cada uno de ellos usara bien, fiel, recta y verdadera­mente sin pasión ni parcialidad alguno de os oficios para que hoy dio han sido elegidos y nombrados guardando en todo sus animas y conciencias y las leyes y pragmáticas de estos Reinos y el Capitulado y Ordenanzas buenos usos y costumbres privilegias exenciones y libertades que esta ciudad ha tenido y tiene y no irán ni vendrán ni consentirán ir ni venir contra ello ni parte alguna de ello antes en cuanto pudieren lo observaran y ampliaran en todo cuanto pudieren como buenos y leales Republico guardando como dicho es en todos sus animas y conciencias y el servicio de Dios nuestro señor y su real Magostad y mirando siempre por el bien y procomún de esta dicha ciudad y sisa si lo hicieren Dios nuestro señor les ayude en este mundo a los cuerpos y en el otro a las animas y lo contrario haciendo se lo deman­de más claramente como aquellos que juran suso dicho nombre en vano….los cuales todos cada uno dijeron si juro e amen y contando el dicho bachiller Sojo alcalde en la dicha capilla dio y entrego la dicha vara de alcalde al dicho señor Francisco de Mimenza alcalde en presencia de mí el dicho escribano y de la mayor parte de los vecinos de la dicha ciudad»

Podemos decir que el juramento posee una doble condición. Por un lado, adquiere un claro sentido religioso al invocar a Dios y realizarse en la iglesia principal de la ciudad. Pero tiene también un sentido cívico porque se realiza ante un buen número de vecinos, según el documento la mayor parte de ellos. Todo el acto se celebra, como es de rigor, ante un escribano público que, como fedatario público, certifica lo que allí ha acontecido y posteriormente refleja en acta. Resulta curioso que el juramento en esta época-siglo XVI- se realiza en una capilla parti­cular, la de San Pedro o de los Herrán, donde se dice es costumbre tal y como hemos comprobado para años anteriores. En el siglo XVII todos los actos electorales se celebran en el templo de Santa María y el juramento dentro de la iglesia mayor, pero sin ci­tar la capilla de San Pedro y, ya de forma expresa, a fines de siglo en la capilla mayor. Allí siempre, «en presencia de mucho número de vecinos», realizan el juramento tradicional.

De esta forma la parroquia de Santa María es el lugar central de la vida municipal en donde se cele­bra el acto más solemne del mandato corporativo del Ayuntamiento de la Ciudad: La elección de los miembros de su Regimiento.

De manera más esporádica acoge la celebración de los llamados Concejos abierto o Concejos gene­rales. No podemos excluir que en algún tiempo se pudieron llevar a efecto dentro de la Iglesia porque en la visita que realiza el licenciado Orejón en 1550 prohíbe «que los legos en la iglesia y cementerio de ella no hagan concejo ni coman ni echen diezmos ni primicias». Los concejos abiertos documentados en los siglos XVII y XVIII convocados para resolver asuntos de especial trascendencia para la ciudad, tienen lugar tanto en el pórtico de Santa María como en su cementerio y esto muy a pesar de la antigua prohibición del licenciado Orejón.

5- Celebraciones solemnes

La proclamación de los reyes de la monarquía hispánica, su fallecimiento o el de sus familiares cer­canos, el nacimiento de un infante, el embarazo de la reina o una memorable victoria frente al enemigo, llevaba consigo unos rituales que de una u otra for­ma se repetían. El acto de la Jura y el levantamiento del pendón real por el nuevo rey se acompañaba de procesiones, cabalgatas o regocijos más o menos brillantes en función de las circunstancias económi­cas que sufría o gozaba la ciudad. Tiempo habrá de explicar ese amplio ceremonial en otro momento. Interesa aquí conocer el papel que jugaba el clero y, más concretamente, la iglesia de Santa María en celebraciones solemnes que se apartaban de la vida cotidiana eclesial.

Cuando la reina Ana de Austria mujer de Felipe II muere en 1580, el síndico procurador mandó «hacer en la iglesia de Santa María de dicha ciudad un teatro y trinbulo con los demás aderezos necesarios») para oficiar en el templo las honras de la serenísima reina Ana, tal y como lo había ordenado Felipe II. Se trataría de una especie de altar para dar mayor boato y esplendor a la ceremonia. Al fallecer en 1611 la reina Margarita, esposa de Felipe III, se acuerda traer para el solemne funeral a un predicador de la orden franciscana, músicos varios y más de cien candelones»).

Muchos años más tarde el convulso reinado de Fernando VII dio lugar a celebraciones muy diversas y aun contradictorias. El acceso al trono en 1808, su salida a Francia dos meses más tarde, su vuelta a la Corte en 1814, la jura de la constitución de Cádiz en 1820 y sus diez años de absolutismo. Los festejos fueron muy diversos, pero aquí nos limitaremos a los que tuvieron lugar en el espacio parroquial. La vuelta al trono de Fernando VII en mayo de 1814 fue calificada por las autoridades municipales como un día de eterna memoria para los orduñeses». Con el repique general de campanas el ayuntamiento dispuso el traslado de todo el pueblo a Santa María donde se rezó un Te Deum. Acto tan solemne contó con una decoración especial para la ocasión. El ta­bernáculo de la capilla mayor de 28 pies de alto se cubrió con un «majestuosos pabellón de Damasco carmesí flaqueado de oro que pendiente del arco total de la bóveda a la altura de 52 pies extendía sus alas hasta las paredes maestras de ambos costados de la capilla que igualmente estaban colgadas de damasco del mismo color» Durante tres días se siguieron celebrando actos religiosos en la iglesia. En el presbiterio y bajo un dosel se coloca un retrato de Fernando VII en el que hacen guardia una compa­ñía de granaderos que se encontraba en la ciudad. También se reza una Salve ante la Inmaculada Concepción y el retrato del rey sostenido por el Síndico Procurador General sale bajo palio hasta la casa consistorial

En 1820, y tras una sucesión de sublevaciones, Fernando VII se vio obligado a jurar la constitución de Cádiz abriendo así el llamado trienio liberal. Juramento que también tuvieron que hacer los orduñeses en la misa que se celebra el 9 de abril del mismo año. La senda constitucional que recorrió el monarca solo duró tres años y con la llegada de los 100.000 hijos de San Luis se inicia la década abso­lutista. Orduña celebra lo que se consideró la salida de la cautividad de Fernando VII con un Te Deum y  una procesión que salió de la iglesia de Santa María y, tras pasar por el ayuntamiento, concluyó en el Santuario de La Antigua(21).

Otras celebraciones poseían un contenido neta­mente religioso. La conmemoración de los 25 años de Papado de Pio IX, se celebró de una manera especial. La misa solemne contó con la presencia del jesuita Manuel Diaz de Arcaya, se rezó un Te Deum y se veló al Santísimo por los sacerdotes y miembros de la Sociedad de Artesanos, alternado entre sí con hachas encendidas. De la iglesia salió la procesión de todo el vecindario hasta la plaza mayor donde se había levantado un templete con el retrato del Papa. Después de ofrecer varios cantos regresaron a la parroquia. Otras fiestas religiosas de especial relieve, tenían lugar en fechas como el Corpus Christi y la Navidad. En la primera, era toda la ciudad la protagonista de la festividad. La segunda, la noche de Navidad, tenía su centro en Santa María y para hacer más agradable la fría noche de diciembre se acostumbraba comprar carbón para calentar en lo posible las heladas piedras del templo en la misa del gallo.

6- El Visitador se va

El Obispo Juan Ochoa de Salazar ha termina­do la visita. Abandona Orduña los primeros días de septiembre de 1580. Los curas pueden respirar más tranquilos. Seguirán celebrando sus misas, rezando Ios rosarios, recibirán confesión de sus fieles, oficiarán los funerales por los muertos, anotarán los bautismos, las bodas y las muertes en los libros sacramentales, cuidarán ornamentos sagrados y, de vez en cuando, darán clases de doctrina cristiana, aunque no todos domingos y fiestas de guardar como les repetían constantemente las autoridades del Obispado. Todo seguirá más o menos igual hasta que al año siguiente o al siguiente, cada vez con menos frecuencia, reciban a un nuevo Visitador.

Eso sí, las mujeres seguirán ocupando el altar mayor y sus aledaños con sus tajas, ofrecerán las ofrendas a sus difuntos a su manera y llorarán a sus muertos. Por mucho que ordene lo contrario el Obispo Pedro Manso en 1595, repitiendo lo ordenado por otro Obispo Antonio de Lerma medio siglo atrás con el mismo resultado. Calahorra estaba muy lejos y aunque la presión se repetía en las frecuentes visitas episcopales, el incumplimiento de las disposiciones más severas era una constante en la vida parroquial orduñesa.

Tomado de AZTARNA

José Ignacio Salazar Arechalde

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