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Orduña: puebla y villa

Orduña: puebla y villa

Puerta de Santa MarinaEn el siglo VIII aparece ya la Puebla de Orduña en la Crónica de Al­fonso III el Magno, quien cita por su nombre como territorio siempre po­seí­do por sus habitantes. Efectivamente, al relatar las campañas empren­didas por Alfonso I el Católico en los años 736 a 756, dice lo siguiente: «POBLO LAS MONTAí‘AS DE BARDULIA Y LA GALICIA CON LOS CRISTIANOS QUE HABIA SACADO CON SUS VICTORIAS DE LA SER­VIDUMBRE MUSULMANA, NO TUVO QUE ENVIAR POBLADORES A ALAVA, VIZCAYA, AIZCONA, ORDUÑA, PAMPLONA, DEZO Y LA BE­RUELA; PORQUE SIEMPRE HABIAN POSEIDO SUS HABITANTES».

A mediados del siglo X, nuevamente encontramos citado el nombre de Orduña, en el discutido documento de los «Votos del Conde Fernán González, a favor del Monasterio de San Millán», en cuya crónica después de describir la distinta ordenación de las Aces en la batalla de Simancas y el reparto del territorio entre el Señor Santiago y San Millán, al hacer rela­ción de los pueblos afectados por el mismo, en los votos a favor de este último dice: ORDUÑA CON SUS ALDEAS, MENA CON SUS ALDEAS, ETC.

A partir de esta época hasta el siglo XIII en que se consolida la Re­conquista con la toma de Sevilla, la falta de documentos históricos que hagan alusión a este territorio, nos impide dar datos concretos sobre la vida real de la Puebla de Orduña pero, es fácil suponer que resguardada de posibles invasiones por la graní­tica barrera de la sierra que rodea el va­lle, cubierta en sus faldas por bosques espesos, la dificultad de acceso a la cumbre y la no muy sobrada riqueza de sus tierras, preservase a este terri­torio de incursiones musulmanas, dedicando los habitantes su actividad al cultivo de los campos y pastoreo de los ganados sin abandonar jamás va­lle ni caserí­o conforme a la tradicional costumbre del paí­s. Pero con el transcurso de los años la Puebla de Orduña evolucionará y adquirirá una relevante importancia polí­tica en las reyertas y discusiones entre los Re­yes castellanos y los Señores de Vizcaya.

El 25 de marzo de 1229, le es concedido a Orduña el Fuero de Vito­ria por don Lope Dí­az de Haro, Señor de Vizcaya, quien habí­a adquirido el Señorí­o por su matrimonio con doña Urraca, hermana de Fernando III el Santo, y cuya posesión le habí­a donado el expresado Monarca como parte de la dote. Sin embargo, años después, Fernando III despojarí­a al hijo y sucesor de don Lope, don Diego López de Haro, de algunos heredamien­tos entre los que se encontraban Orduña y Valmaseda.

Don Diego se enfrentó al Rey, promoviendo la guerra en Castilla, la Bureba y la Rioja, de tal forma, que el Rey tuvo que abandonar la campa­ña de los musulmanes y venir a Burgos. La situación se resolverí­a por la intervención de la Reina Madre, doña Berenguela, y don Diego acompa­ñarí­a al Monarca en la conquista de Sevilla (1248), que agradecido por su ayuda y servicios le donó la Puebla de Orduña para que fuese incorporada a su Señorí­o.

La Villa de Orduña

El año 1252 muere el Rey Fernando III el Santo y le sucede en el trono de Castilla su hijo Alfonso X el Sabio, el cual no debió ver con agra­do la donación de la Puebla de Orduña hecha por su padre a favor de don Diego López de Haro, Señor de Vizcaya.

En el Capí­tulo XXVIII de la Crónica de este Monarca se lee lo si­guiente: «Que Gonzalo Ruiz y Sancho Pérez dieron recado del parte del Rey al Señor de Vizcaya y le dijeron: lo que decides que Orduña debe de ser vuestra y que la dió el Rey don Fernando padre del Rey don Alfonso vuestro Señor en donación a don Lope y a doña Urraca; verdad es. Mas vos guerreasteis de ella y desde alli hicieste mucho mal en la tierra, y Fuero es de Castilla que si de la donacion que el Rey da se hace guerra o mal en la tierra, se puede tomar con Fuero y con derecho. Y lo que decí­s de Valmaseda, bien sabedes que siendo alli Vos con vuestra madre y con vuestros vasallos y tios y hermanos, que robaste desde en de la tierra e hi­ciste vasallos por guarda de la tierra».

Como consecuencia de estas disputas, el Rey don Alfonso X el Sa­bio, se apoderó de la Puebla de Orduña, situada en el lugar aproximado que hoy ocupa el Santuario de Nuestra Señora de Orduña La Antigua, trasladándola definitivamente al lugar de su emplazamiento actual y eri­giéndola en Villa con el Fuero de Vitoria según se desprende del célebre privilegio otorgado en Santo Domingo de Silos el 5 de febrero de 1256 y que dice lo siguiente:

«CONOSCIDA COSA SEA DE TODOS LOS HOMBRES QUE ESTA CARTA VIEREN, COMO YO DON ALFONSO POR LA GRACIA DE DIOS REY DE CASTILLA, LEON… EN UNION CON LA REINA DOí‘A VIO­LANTE MI MUJER E CON MI HIJO EL INFANTE DON FERNANDO, DO E OTORGO A TODOS LOS DE ORDUÑA POR LOS QUE POBLE TAMBIEN A LOS QUE AGORA SON COMO A LOS QUE SEAN DE AQUI EN ADE­LANTE PARA SIEMPRE JAMAS HAYAN EL FUERO DE VITORIA E QUE NO DEN PORTAZGO EN TODO MI REINO SINO EN TOLEDO, SEVILLA E MURCIA, SACANDO ENDE MONEDA QUE DARAN A MI E A TODOS LOS QUE REGNAREN DESPUES DE MI EN CASTILLA Y LEON; EN PA­TRONAZGO DE ELLA Y TODO SU TERMINO, CON TODO AQUEL DERE­CHO QUE PATRONAZGO DEBE HABER. Y MANDO QUE LOS TERMI­NOS PARA MI VAYAN COMO ASI SOLIAN IR EN TIEMPO DE MI BISA­BUELO, SALVO ENDE SI EL REY ALFONSO MI ABUELO O EL REY FER­NANDO MI PADRE E YO DIESEMOS ALGUN PRIVILEGIO CONTRA ES­TO. OTRO SI OTORGO POR MI E POR TODOS LOS QUE REGNAREN DESPUES DE MI EN CASTILLA Y LEON, QUE NO PODAMOS DAR LA SOBREDICHA VILLA DE ORDUÑA POR FUNDAMENTO A HOMBRE AL­GUNO DE MUNDO. E MANDO E DEFIENDO QUE NINGUNO NO SEA OSADO DE IR CONTRA ESTE MIO PRIVILEGIO, NI QUEBRANTARLO NI DEVEGNARLO EN NINGUNA COSA. E CUALQUIERA QUE LO FICIERE A MI IRA E PAGARME A EN CONTO MILL MARAVEDIS E A ELLOS EL DAí‘O DOBLADO. E PORQUE ESTE PRIVILEGIO SEA FIRME Y ESTA­BLE MANDOLO SELLAR CON MI SELLO DE PLOMO. FECHA LA CARTA EN SANTO DOMINGO DE SILOS, POR MANDATO DEL REY, A CINCO DIAS DEL MES DE FEBRERO DE LA ERA DE MILL E DOSCIENTOS E NOVENTA E CUATRO Aí‘OS. ES EL Aí‘O DE CRISTO DE MILL E DOS­CIENTOS E CINCUENTA E SEIS Aí‘OS.»

El Rey Alfonso X al fundar la Villa de Orduña la separó del Señorí­o de Vizcaya uniéndola por segunda vez al reino de Castilla. Poco debió de durar esta separación pues en la Crónica de Alfonso X el Sabio, en su Ca­pí­tulo 51 consta; «Que el Rey Sabio vino después en que se entregasen a don Lope los lugares de Orduña y Valmaseda» y así­ en boca del Maestre de Calatrava don Gonzalo Ruiz de Atienza se dice lo siguiente: «Y /o que piden del heredamiento que es Orduña y Valmaseda y que ellos otorgaron por el Rey, que se lo dara a don Lope Dí­az de Haro y que fuera con el Im­perio. Esta última frase se refiere a la ayuda que podrí­a prestar el Señor de Vizcaya en la consecución de la Corona del Sacro Romano Imperio, a la que aspiraba por aquel entonces el Rey Alfonso X.

Muerto Alfonso X, le sucede en el Trono de Castilla su hijo don San­cho IV, llamado el Bravo. Y este Rey que tanta energí­a habí­a desplegado siendo Prí­ncipe, así­ como en los primeros años de su reinado, se verá do­minado por las ambiciosas pretensiones de don Lope Dí­az de Haro Señor de Vizcaya, quien llega a acaparar en su persona los puestos más impor­tantes y elevados de la Corte.

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Ofendidos los Nobles hicieron ver al Rey el excesivo poder de don Lope, y asesorado, determinó poner fin a la situación en las Cortes de Alfaro celebradas en 1288. En éstas el Rey reclamó a don Lope la devolu­ción de ciertas fortalezas injustamente ocupadas por él, quien sacando la espada se dirigió contra el Rey, pero dos nobles acudieron en su auxilio y mataron al Conde.

El Rey se abalanzó sobre don Diego hijo de don Lope en cuyo auxilio acudí­a, y dándole tres golpes de espada en la cabeza lo dejó por muerto. Amenazaba hacer otro tanto con el Infante don Juan, aliado de don Lope, pero la presencia de la Reina, que habí­a oí­do el alboroto desde su cámara, impidió el fatal desenlace, contentándose el Rey con hacer prisionero a don Juan.

Como consecuencia de este suceso sangriento se desencadenó la guerra civil, y el Rey don Sancho se traslada a Vitoria, y de allí­ se dirige a Orduña que estaba en poder de los súbditos del rebelde Conde. La ciudad es sitiada y ocupada en este año 1288 en el perí­odo comprendido entre el 1 de setiembre y el 26 del mismo mes. Como consecuencia de esta ocu­pación la vemos por tercera vez separada del Señorí­o de Vizcaya.

Dirigiose el Rey a Burgos, dejando en prisión al infante don Juan, mientras enviaba a su Caballero don Diego López de Salcedo a recuperar el territorio vizcaí­no, en tanto que él dirigirá la campaña en tierras de Cas­tilla contra el insubordinado del Señorí­o de Vizcaya don Diego López de Haro, hermano de don Lope muerto en las cortes de Alfaro.

Al morir el Rey don Sancho el año 1295, don Diego celebra confe­rencias con su sobrina doña Marí­a Dí­az de Haro, esposa del Infante don Juan conviniendo en que: «muerto él, hubiera ella como legí­tima Señora, Vizcaya, Durango y las Encartaciones, quedándose con Orduña y Valma­seda, porque estos dos últimos pueblos se dieron por Juro de herencia a don Lope Dí­az de Haro»; hijo de don Diego, que era por entonces Mayor­domo Mayor del Rey Fernando IV el Emplazado.

Este don Diego, tuvo dos hijos, que murieron sin sucesión, por lo que Orduña y Valmaseda pasaron a la herencia de doña Marí­a Dí­az de Haro uniéndose definitivamente al Señorí­o de Vizcaya.

 

Orduña, Cámara del Señorí­o de Vizcaya

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El año 1313 se celebran en Burgos Cortes Generales. Acuden a las mismas Caballeros, Hijosdalgo, y representantes de las Villas y Ciudades de todo el Reino de Castilla y León. Orduña se encuentra representada en ellas por los procuradores don Lope de Ochoa y Fernando Sánchez.

El objeto de esta reunión se indica en el tí­tulo de convocatoria que es el siguiente: «Hermandad que hicieron los Caballeros e Hijosdalgos de estos Reinos en la minorí­a del Rey Alfonso el Onceno, para defen­derse de los entuertos que les hicieron los Tutores, la Reina doña Ma­rí­a, don Juan y don Pedro Infantes, en que están también los Conce­jos y las Ciudades y las Villas y Lugares de estos Reinos». Firmaron este documento, primero los Caballeros con separación y en número de ciento tres sin incluir ningún Rico-Home y luego los Hijosdalgo y Hombres Buenos, procuradores de las Ciudades y Villas de Castilla, León, Galicia, Extremadura y Guipúzcoa empezando por Burgos y seguidamente Vitoria, Santo Domingo de la Calzada, Orduña, Nájera, Logroño, etc., hasta el nú­mero de cien sin nombrar Ciudad ni Villa alguna de Andalucí­a, Reino de Murcia y Toledo.

Así­ Orduña firma en cuarto lugar entre los municipios del Reino y acude a estas Cortes en representación propia, a pesar de hallarse en las mismas el Infante don Juan, tutor del Rey y casado con doña Marí­a Dí­az de Haro, Señores Legí­timo de Vizcaya y que en aquellos tiempos la po­seí­an sin discusión de ninguna clase y que por lo tanto se hallaba repre­sentada por ellos. Las razones de este hecho no son claras, pero lo que sí­ es cierto es que en este siglo empieza Orduña a titularse Cámara de Viz­caya.

ORDUÑA, CIUDAD

Los hechos más destacados de Orduña en el siglo XV serán: «El plei­to por las Aldeas, la lucha por el Castillo y la concesión del tí­tulo de Ciudad».

Cercano a la Villa de Orduña se encontraba el Condado de Ayala de quien a principios de este siglo era Señor natural don Fernand Pérez de Ayala, padre del Canciller don Pero López de Ayala.

Parece ser que en aquel tiempo, poseí­a Orduña como de su jurisdic­ción las aldeas de Délica, Tartanga, Artomaña y Aloria que hoy forman el Ayuntamiento de Arrastaria (Alava), más la entonces aldea, hoy barrio, de Arbieto. El Señor de Ayala las reclamaba como suyas alegando que siem­pre las habí­an poseí­do sus mayores sin oposición alguna, debiendo tener­las él al igual que los demás lugares del Señorí­o de Ayala.

El Rey don Alfonso dio la Villa de Orduña al Infante don Juan, y en­tonces el Concejo se apoderó de estas aldeas, lo cual era contrario a los ordenamientos decretados en las Cortes de Nájera y Alcalá de Henares. El Señor de Ayala, Fray Fernand Pérez de Ayala, ya que habí­a ingresado en un convento dominico, fue desposeí­do de estas aldeas que fueron entre­gadas a la Villa de ORDUÑA. El Señor de Ayala llevó el pleito a la Canci­llerí­a de Valladolid, donde los Oidores ordenaron a Orduña que enviara todo lo que fuera necesario para explicar la razón de su pertenencia. No debieron convencer cumplidamente a los Oidores de Valladolid, las razo­nes aducidas por el representante de Orduña, por lo que condenaron a la Villa a que devolviese a Fray Fernand Pérez de Ayala las dichas aldeas, en virtud de sentencia dada en Valladolid el 14 de junio de 1418.

El segundo acontecimiento importante era la lucha por el Castillo. En el reinado de Enrique IV, era Alcaide del Castillo de Orduña, por conce­sión Real, el Mariscal don Garcí­a de Ayala, desde donde hací­a sus corre­rí­as banderizas en perjuicio de los lugares cercanos. Sin ningún tí­tulo ni derecho se apoderó de Orduña, siendo confirmado por el Rey en esta po­sesión, gracias a embustes y engaños. Serán los Reyes Católicos los que le despojarán de esta concesión el 11 de febrero de 1480.

sin embargo el hecho más importante relativo a Orduña en este si­glo XV es la concesión del tí­tulo de Ciudad, siendo por añadidura, la úni­ca del Señorí­o. Serán los Reyes Católicos los que le concedan este tí­tulo, aunque no pueda citarse el documento oficial de dicha concesión, ni la fe­cha exacta.

Hay dos documentos que permitirán fijar aproximadamente la fecha en que se concede a Orduña el tí­tulo de Ciudad: la Carta de Privilegio Confirmatorio de los FUEROS Vizcaí­nos, dada en Aranda a 17 de octu­bre de 1473 por doña Isabel, siendo Princesa de Asturias, reconocida como Señora de Vizcaya, y el auto del solemne juramento prestado en la Iglesia de Santa Marí­a la Antigua de Guernica, por Fernando V el 30 de julio de 1476.

Este tí­tulo va a estar ligado en torno al problema de la guerra civil castellana por el trono, entre Enrique IV y su hermana Isabel. Vizcaya se pronunció en esta lucha, ya desde el primer momento, a favor de Isabel. Y aún en vida de Enrique IV, declarada por las Cortes de Castilla, Princesa de Asturias, las autoridades y representantes del Señorí­o la reconocieron inmediatamente como legí­tima sucesora en el mismo y en tal considera­ción «estuvieron a su obediencia y mandamiento»; acto de pleitesí­a al que la Infanta correspondió con una Carta de Privilegio confirmatoria de los Fueros Vizcaí­nos, dada en Aranda el 14 de octubre de 1473, en la cual se hace referencia a la «Hermandad de las Villas y tierra Llana del Mi Conda­do y Señorí­o de Vizcaya, y de las Encartaciones y sus adherencias» sin que aparezca en ella tí­tulo de Ciudad alguna, lo que indica que aún no existí­a Orduña como tal, ya que desde el momento en que se la conceda este tí­tulo no existe disposición oficial alguna en que no aparezca con él.

Muerto Enrique IV, los Procuradores de Vizcaya se trasladarán a Se­govia, residencia de los nuevos Soberanos, a quienes prestaron la obe­diencia, juramento y fidelidad que como a Señora de Vizcaya ya eran teni­dos y obligados a la par que suplicaron a don Fernando, como legí­timo marido de la muy serení­sima y esclarecida Reina doña Isabel, que viniese a hacer el juramento, pues no se pudo efectuar antes por la guerra que le promovieron los Reyes de Portugal y Francia.

En efecto, el 30 de julio de 1476, don Fernando cumplió solemne­mente su promesa. Este hecho pertenece a los dominios de la Historia General de Vizcaya, pero es de destacar, aunque sólo sea en atención a que Orduña figuró por vez primera como Ciudad del Señorí­o.

Según la costumbre en tales casos, se congregó esta Junta General so el Arbol de Guernica. El Corregidor, los Alcaldes de la Hermandad, El Prestamero Mayor, los Alcaldes del Fuero, los Procuradores y Diputa­dos del Señorí­o se dirigieron a la Iglesia de Santa Marí­a la Antigua en donde les esperaba don Fernando. Allí­ todos juntos, por sí­ y en nombre de todos los caballeros, escuderos, hijosdalgo, y labradores y de todas las otras personas de cualquier estado y condición que sean, de los vecinos y moradores de las Villas y Tierra Llana y la Ciudad de Orduña del dicho Condado y Encartaciones y Durango, le manifestaron que prestase jura­mento exigido por la tradición vizcaí­na. El Monarca les contestó al punto que era allí­ venido para ansi como Rey de Castilla y de León y como Señor de Vizcaya a hacer el dicho juramento y que lo placia de lo hacer, como lo demostró acto seguido cumpliendo todas las disposiciones establecidas de antiguo en la materia. Hecho esto don Fernando se dirigió al lugar don­de se encuentra el roble y allí­ sentado fuéronle besando, en señal de plei­tesí­a, la mano, según costumbre de Vizcaya.

El 7 de abril fue el dí­a señalado para que Alfonso de Quintanilla, Contador de los Reyes Católicos, prestara, en nombre de los mismos, so­lemne juramento de conservar y defender el régimen privativo del Conda­do de Vizcaya, en la Iglesia de Santa Eufemia de Bermeo, conforme a las prescripciones forales.

La predilección de los Reyes Católicos por la Ciudad de Orduña se ve en un documento de 1481, privilegio otorgado en Barcelona que dice lo siguiente:

«LO CONFIRMA ACERTANDO E CONSIDERANDO LOS MUCHOS E BUENOS SERVICIOS E SEí‘ALA DOS QUE LA CIUDAD DE ORDU­í‘A E SU TIERRA E VECINOS E MORADORES DE ELLA NOS HICIERON SUS ANTEPASADOS A LOS REYES, GUARDOSE E DEFENDIOSE PARA MI CORONA REAL, E POR LOS TRABAJOS E MUERTES E DAí‘OS E PE­LIGROS E GASTOS QUE HABIAN RECEBIDO EN SUS PERSONAS E HA­CIENDAS POR LOS GUARDAR E DEFENDER E OTROSI POR LOS BUE­NOS SERVICIOS QUE NOS FICIERON EN TIEMPOS DE NUESTRAS NE­CESIDADES EN LA GUERRA DE TORO CONTRA EL REY DE PORTU­GAL, COMO EN EL CERCO QUE TUVIMOS SOBRE EL CASTILLO DE BURGOS Y EN LA GUERRA CONTRA LOS FRANCESES QUE TENIAN CERCADA LA VILLA DE FUENTERRABIA Y EN LA DEFENSA CONTRA COLON CAPITAN DEL REY DE FRANCIA E CONTRA EL TURCO. E POR­QUE DE ELLOS E DESPUES DE ELLOS GOZAREN DE LOS PRIVILE­GIOS… E FUEREN CIERTOS E SEGUROS QUE NOS NI LOS REYES QUE DESPUES DE NOS REGNAREN EN ESTOS REYNOS, OTORGAMOS QUE NO DAREMOS NI ENAGENAREMOS, NI JURISDICCION, NI COSA ALGUNA, NI PARTE DE ELLA DE LA MI DICHA CORONA REAL, SALVO QUE LA TENDREMOS EN UNO CON NUESTRO CONDADO E SEí‘ORIO DE VIZCAYA PARA NOS E NUESTRA CORONA REAL. A VEINTICINCO DE JULIO DE MILL E CUATROCIENTOS OCHENTA E UNO.»

Esta predilección se patentizará en numerosas Cédulas Reales y Provisiones, sobre todo las fechadas en Bilbao el 9 de agosto de 1476, en Toro el 5 de diciembre del mismo año, en Toledo el 11 de febrero de 1480 y en Santo Domingo de la Calzada el 3 de julio de 1485.

Ya en este siglo XV la Ciudad de Orduña va alcanzar una gran impor­tancia desde el punto de vista comercial con sus afamadas ferias, a pesar de la falta de caminos de acceso. El 19 de noviembre de 1492 se firmó una escritura entre la Ciudad y el Condestable don Bernardino de Velasco, VII de este tí­tulo de Castilla, en que atendiendo a los privilegios y costum­bres de la Ciudad, acordaron: «que ninguna persona o personas de las que vinieren a esta feria pagasen diezmo de lo que vendiesen o comprasen a no ser que las hubieran comprado para volverlas a vender, que en tal caso deberí­an de pagar el diezmo a la Condestablia, como si las traxesen de otro lado del mar o de Bilbao, o de otros cualquiera lugares. Que los que comprasen en las ferias o fuera de ellas paños, lienzos u otras mercaderí­as para su uso, llevándolo vareado y haciendo juramento de que no lo llevan a vender, no pagasen diezmo, pero sí­ estuviesen obligados a manifestar al diezmero que estuviese allí­ por el Condestable y a que llevasen a él sus al­balaes baso pena de perderlo por descaminado».

Es curioso, cómo Orduña tení­a que subvenir en esta época con esta contribución al sostenimiento de la dignidad del Condestable de Castilla, más dotado en la misma de tí­tulos y honores que de ingresos su­ficientes para sostener los cuantiosos gastos de guerras y defensa que pe­saban sobre su persona, lo cual es indicio de la importancia y los ingresos económicos que representaban las ferias de esta Ciudad ya en este siglo

XV.

 

LA CIUDAD DE ORDUÑA EN EL SIGLO XVI

Es a partir de esta época, siglo XVI, cuando la antigua y humilde Puebla de Orduña, transformada sucesivamente en Villa y Ciudad merced a Privilegios Reales otorgados en premio a los servicios prestados por sus habitantes a la empresa de la Reconquista, adquiere caracteres de gran población llegando a su perfecta madurez, conservada en este siglo y el siguiente mediante la fundación de instituciones religiosas y culturales. Aparejada a esta prosperidad religiosa y cultural, irá unido un resurgimien­to económico mediante el aumento de mercaderes y compradores que acudí­an a sus ferias y mercados, siendo Orduña el lugar en el que se lle­van a cabo las transacciones más importantes para el abastecimiento del Señorí­o principalmente en trigo, aceite y vino procedentes de Castilla.

Expulsados definitivamente los musulmanes y creada una unidad polí­tica, desaparecen las guerras banderizas entre Señores y las fortifica­ciones sobrarán, ya que hasta entonces habí­an sido objeto de ambición por parte de éstos sirviéndoles de apoyo y defensa en sus múltiples corre­rí­as. La Ciudad de Orduña que en el curso de los siglos anteriores habí­a tenido que mantener sus defensas y su muralla, y en el XV enfrentarse a los Señores de Ayala por la posesión del Castillo, en los primeros años del XVI liquida el pleito y destruye la fortaleza que ya no era útil a una pobla­ción que disfrutaba de la paz y prosperidad económica.

Los astiales

Esta tranquilidad de la que disfrutaba la Ciudad y la fama de sus mercados y ferias, dará lugar a que aumente el número de mercaderes que acuden a ellas en los meses de mayo y octubre, creando a principios de este siglo el llamado Pleito de los Astiales entr5e la ciudad y vecinos de la misma.

Para el mejor conocimiento de este pleito será conveniente dar unos detalles sobre la situación y configuración de la ciudad en esta época y los motivos que lo crearon. Además de la muralla exterior que rodeaba a la población con su célebre Castillo en el ángulo S. E., la fortaleza de la Igle­sia parroquial en el N. O. y el castillete de Guecha en el N. O. Existí­a una muralla interior que rodeaba y protegí­a la plaza y ciudadela con su esbelta torre en el edificio actual del Ayuntamiento.

El prestigio e importancia de ferias y mercados con el consiguiente aumento de mercaderes, fue causa de especulación por parte de los veci­nos que tení­an adosadas sus casas a este muro interior. Unos con consen­timiento del Ayuntamiento y otros sin él, construyeron edificaciones vola­dizas apoyadas en el muro y columnas, internándose en el recinto de la Plaza dejando, de momento, como de uso común su parte inferior consti­tuyendo un adorno a la plaza y beneficio para los vecinos en época de llu­vias.

El aumento de mercaderes que acuden a estas ferias y mercados, fue motivo de especulación por parte de los propietarios de los voladizos que formaban los llamados Astiales, llegando a cobrar a los mercaderes el alquiler correspondiente por su instalación debajo de sus respectivas edifi­caciones, llegando incluso a sacarlas a pública subasta para adjudicarlas al mejor postor, tasando situación, extensión superficial y lugar más co­mercial y protegido de vientos y lluvias.

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Este abuso por parte de los vecinos de la población, que convirtie­ron los primeros Astiales o Arcos de la plaza en motivo de lucha y especu­laciones comerciales, obligó al Ayuntamiento a entablar pleito con los ve­cinos que tras haber construido sobre terreno municipal, explotaban dicha propiedad en beneficio propio, llegando en su avaricia a alquilar el terreno en su totalidad, impidiendo la circulación por los mismos.

El llamado «Pleito de los Astiales» fue momentáneamente resuelto mediante dos sentencias arbitrales dictadas en fecha de 19 de setiembre de 1508 y 16 de marzo de 1526 en las que el Ayuntamiento reclama el uso o común de dichos astiales. Parece que con la segunda de las senten­cias se resolvió de momento este pleito, y los voladizos y saledizos sobre la Plaza sirvieron de ornato a la misma, prestando un servicio a los vecinos después de regulada debidamente su adecuada explotación.

El Ayuntamiento autorizó la prolongación de estos voladizos sobre la Plaza en la extensión de seis metros a partir del muro defensivo interior. Con discusiones y pleitos, consintió que fuese alquilado por él y en algún caso por los propietarios del edificio superior, a los diversos mercaderes en una extensión de tres metros paralela a la muralla, reservándose los tres restantes para su uso y tránsito de público en época de ferias y mer­cados, pero siempre conservando la propiedad absoluta y única del municipio sobre la totalidad.

Circunstancias posteriores de agobios económicos, principalmente por causa de la Guerra de la Independencia y Guerras Carlistas, obligaron al Ayuntamiento a vender a particulares, para cubrir gastos de emprésti­tos obligatorios, los tres metros adosados, a la muralla, respetando siem­pre los otros tres restantes para uso común del vecindario. Esto dio lugar a los hoy llamados soportales que rodean la Plaza.

No obstante este problema creado a posteriori con separación de si­glos, del conflicto inicial del XVI, es una muestra del desarrollo económico de la Ciudad de Orduña, ya que sus habitantes sentirán un espí­ritu espe­culativo apoyado en el creciente desarrollo de las ferias y mercados que se celebraban en la Ciudad y que cada año aumentaban el número de co­merciantes de Castilla y Vizcaya que acudí­an a las mismas.

Paralelamente a este desarrollo económico, se advierte la completa madurez de la Ciudad de Orduña en su formación cultural y social.

En el año 1535 una gran desgracia paralizó esta prosperidad de la Ciudad orduñesa. En dicho año, habí­an tenido lugar las Ferias y Mercados celebrados en el mes de mayo, con gran asistencia de mercaderes, cele­brándose numerosas transacciones. La Feria de octubre, después de la re­colección y en preparación del abastecimiento de ví­veres para el invierno, prometí­a ser muy concurrida, reportando así­ saneados beneficios al vecin­dario y el erario municipal.

Arreglada la cuestión del alquiler de puestos en los Astiales, desde mucho tiempo antes del comienzo de la Feria, el Ayuntamiento y propie­tarios tení­an alquilados los mismos a buenos precios y trataba el Munici­pio de habilitar otros puestos supletorios en el centro de la Plaza. Las po­sadas y casas particulares, tení­an pedidas con anticipación la reserva de habitaciones y cuadras para el ganado. Los almacenistas, habí­an provisto sus almacenes de viandas y bastimentos.

Incendio

Todo auguraba un porvenir halagí¼eño a esta Feria. El comienzo de la misma, tuvo lugar con los mejores auspicios, y todo se desarrollaba con normalidad, pero un desgraciado accidente dio lugar a un importante in­cendio en algún almacén, el cual se propagó a las casas cercanas forman­do en reducido tiempo una inmensa hoguera alimentada con las materias almacenadas. El incendio abrasó en su totalidad las calles Vieja (hoy Viz­caya), Francos (hoy Gregorio San José), Orruño y San Juan. El Archivo Municipal, situado en el ángulo de la calle Vizcaya con la Plaza, en el lugar en que hoy se encuentra la Casa Consistorial, fue pasto de las llamas.

Cuando las autoridades lograron calmar el pánico y organizar grupos de vecinos que cortasen el fuego y evitasen su propagación al resto de la ciudad, ya se habí­an quemado numerosos edificios y así­ no se pudo evitar la destrucción total de las cuatro calles que constituí­an la mitad de la po­blación. Esta desgracia fortuita, dio al traste con la prosperidad económica de Orduña y a la disminución y pérdida de importancia de sus Ferias y Mercados que no lograron ya en otras épocas posteriores alcanzar el pres­tigio que gozaban en este siglo. La destrucción provocada por el incendio, tuvo como consecuencia –aparte de las pérdidas materiales– el que la parte de la población arrui­nada y sin domicilio, tuviese que buscar refugio y asilo en las Caserí­as y Poblados cercanos. En tal necesidad, las autoridades acudieron al Rey en petición de ayuda, quien a través de Cédulas Reales, concedió privilegios, exección de tributos, medios de adquisición de materiales, etc.

A finales de este siglo XVI, en 1586, la Ciudad de Orduña en Memorial dirigido a la Santa Sede, solicita la fundación de un Convento de la Orden de San Francisco próximo a la Ciudad, ofreciendo los terrenos necesarios para llevar a cabo dicha fundación, expo­niendo como razón o motivo necesario para esta concesión la lejaní­a del existente, y como consecuencia la falta de asistencia espiritual necesaria para la población. Motivo futil y sin base fundamental, pese a lo cual, en diciembre de este mismo año, Su Santidad Sixto V, accedí­a gustoso a lo solicitado como se desprende de una carta enviada por el Cardenal Rasticuci al Ayuntamiento de la Ciudad, por orden de Su Santidad escrita en lenguaje Tos- cano. En marzo de 1587, Sixto V firma la Bula de fundación del Convento de San Francis­co de la Ciudad de Orduña.

Establecida la Comunidad Franciscana de nueva fundación en las casas donadas por la Ciudad y haciéndose cargo de los terrenos designados para la erección de la Iglesia, co­menzó activamente su labor` espiritual de asistencia a la población y la obra material de arreglo del Convento y construcción del Templo. Serán los frailes franciscanos los directo­res y asesores espirituales en la nueva fundación de Monjas Clarisas y los activos predica­dores y organizadores del culto, no sólo en la Ciudad, sino en los pueblos cercanos del Va­lle y en los más alejados del Señorí­o.

ORDUÑA en los siglos XVII y XVIII

La situación geográfica y los medios de comunicación son factores fundamentales en el crecimiento y desarrollo de las poblaciones, y la Ciu­dad de Orduña, situada en la lí­nea divisoria del Señorí­o de Vizcaya y Casti­lla fue, como ya se ha visto en el capí­tulo anterior, un punto vital en las re­laciones comerciales entre la Meseta y el Puerto de Bilbao y lugar impor­tante para el abastecimiento del Señorí­o de productos de consumo de los que carecí­a, tales como trigo, vino, aceite, etc. Sin embargo, dada su si­tuación geográfica carecí­a de fáciles accesos siendo el camino más utili­zado hasta el siglo XVI, el llamado «la Venta de Arbí­n» o el que rodeando la sierra por el Monte de Santiago, bajaba a Orduña desde el pueblo de Unzá, por la más transitable antigua calzada de los peregrinos del Apóstol. La afluencia de mercaderes y el interés del Señorí­o en su adecuado abas­tecimiento de ví­veres, hizo que fuese estudiado en serio el problema de las comunicaciones con Castilla por Orduña y se llegase a construir el pri­mer camino carretil.

Armona refiere «que hacia finales del siglo pasado, en 1681, se llegó a tomar providencia formal entre Orduña, la Villa de Bilbao y su Con­sulado, pero con muchas oposiciones de los pueblos inmediatos como su­cede siempre y en todas partes sobre la dirección que habí­a que dar al nuevo camino. Al fin se capituló abrirle con la posible comodidad y an­chura por la parte de la peña que se llama de Goldetxo, entre Orduña y Bilbao, costeándole el Consulado a partes iguales. Transitaban por él y to­daví­a lo usan muchos arrieros y los carros del paí­s. Orduña cobraba un corto peage de estos dos caminos que le proporcionaban 7.000 reales alaño.»

Para la mejor organización, reparación y explotación del peaje y transporte, el Ayuntamiento estableció un reglamento titulado «Guí­as de la Peña» en el que se determina alquiler de explotación, obligaciones de conservación, tasa de peajes, etc. El cobro del peaje era de sumo interés para el Ayuntamiento de Orduña, no admitiendo privilegios ni exenciones de pueblos comarcanos y de interés comercial aún después de la cons­trucción de la carretera de Bilbao a Pancorbo con lo que se redujeron los ingresos anuales a 600 ó 700 reales.

Aduana

El establecimiento de esta nueva ví­a de comunicación trajo como consecuencia la afluencia de mercaderes y tránsito de mercaderí­as entre la Meseta y el Señorí­o, creándose la necesidad del establecimiento en Or­duña de una Aduana que representó a través de los años importantes in­gresos tanto para la Corona como para el Señorí­o. Efectivamente, existí­a por Bilbao un comercio extranjero de consideración, cuyos derechos de entrada en Castilla se cobraban por Orduña; por otra parte el embarque y extracción de lanas y otros artí­culos cuyos tributos cobraba el Señorí­o, dieron lugar a que la Ciudad se convirtiese en un centro económico impor­tante con la consiguiente necesidad de crear una dependencia administra­tiva en lugar apropiado para controlar con seguridad y debidamente estos saneados ingresos. El aumento de ingresos de la Aduana a partir de la apertura del nuevo camino, proporcionaba a la Corona ingresos del orden de los 6 ó 7 millones anuales, lo cual dio lugar a que, de acuerdo la Coro­na y el Señorí­o, se construyera en 1782 una nueva Aduana donde con co­modidad y servicios adecuados se pudiesen despachar con celeridad y sin molestias para los traficantes en tránsito la liquidación de los derechos arancelarios.

El Rey determinó comprar terreno dentro de la Ciudad para levan­tar el nuevo edificio, y ésta se lo ofreció siendo aceptados por R. O. del 22 de marzo de este año, ofreciendo asimismo la Ciudad sus canteras, made­ras y piedras sillares del Castillo. Así­ el 15 de setiembre se empezaron a abrir los cimientos. La idea aprobada manifiesta una fachada al oriente con trece arcos a la plaza, todo de buena piedra y gran consistencia. Por la parte interior tení­a un patio cuadrado con arcos y columnas.

Fueron muchos los beneficios económicos que reportó la construcción de esta nue­va Aduana a la Corona y Señorí­o como puede apreciarse por la diferencia de ingresos en la Aduana de Orduña antes y después de su erección, según el siguiente cuadro comparativo:

Quinquenio 1784-1788: 34.690.037 Reales de Vellón.

Quinquenio 1784-1788: 34.690.037 Reales de Vellón.

En la Guerra de la Independencia y en las revueltas y alborotos polí­­ticos de 1823 a 1833, sirvió la Aduana de Orduña de fortaleza militar. Con posterioridad a 1841, se trasladaron las aduanas a la costa, por Real Decreto de 19 de octubre de este año, con lo cual quedó sin servicio utili­zándose en algún momento como cuartel para la guarnición acantonada de la ciudad.

GUERRA DE LA INDEPENDENCIA

(Apuntes inéditos escritos en el ario 1816 por el Alcalde de la Ciudad don Cayetano de Palacio y Salazar, que se archivan en el Ayuntamiento).

Año 1808.–Desde el mes de octubre del año anterior, habí­an em­pezado a entrar tropas francesas por la frontera de Guipúzcoa. Ya en el mes de diciembre entró el ejército, al mando de Moncey, y el 20 de enero de 1808 entró éste en Orduña con un Regimiento de cerca de dos mil hombres, que mandaba el Coronel Pecheri. Como en aquel momento, por las seguridades de amistad que falsamente manifestó Napoleón, se ha­bí­an mirado a las fuerzas francesas como aliadas, la Corte tení­a pasadas sus órdenes a la Diputación General del Señorí­o de que se recibiese a las tropas con agasajo, socorriéndolas además en todo lo necesario.

La Ciudad siguiendo estas indicaciones preparó cuarteles para los soldados en el Convento de San Francisco y lo mismo hizo en el Colegio de los Jesuitas, y convirtió el convento extramuros de Santa Clara en hos­pital. A los oficiales se los alojó con más comodidad en las casas particu­lares. El Regimiento permaneció en Orduña hasta el 8 de febrero, fecha en que salió hacia Castilla.

Cuando llegaron a Orduña las noticias ocurridas en Madrid y el le­vantamiento general del 2 de mayo en esta capital, los ánimos se exalta­ron y recibió además la orden de la Diputación General de armar a la ju­ventud. Alistó hasta cien jóvenes, con el tí­tulo de «Compañí­a de Orduña», equipándola de armas, municiones y todo lo necesario, instruyéndoles en el ejercicio de las armas. Además formó otra compañí­a de hombres casa­dos desde la edad de veinte a cincuenta años.

Ante los preparativos llevados a cabo por el Señorí­o, Napoleón que se encontraba en la Rioja, envió por el mes de agosto un ejército a Bilbao a las órdenes del General de División Mervin y otro de tres mil hombres a las órdenes del General de Brigada Brun a Orduña. Ante esta situación la Ciudad no opuso ninguna resistencia y entraron las tropas, permanecien­do en ella quince dí­as, contentándose con exigir solamente el suministro necesario y sin llevar a cabo ningún tipo de represalia.

Cuando acababa de salir el General Brun y sin tener ningún conoci­miento entró en la Ciudad el 5 de octubre el llamado Rey José, rodeado de Mariscales y Generales, con un ejército de más de diez mil hombres de Caballerí­a, Infanterí­a y Artillerí­a, los cuales cometieron numerosas trope­lí­as, saliendo al dí­a siguiente para Llodio.

A mediados de este mes de octubre entraron en Orduña nuevamen­te tropas, pero esta vez aliadas, y así­ se hicieron cuantos esfuerzos fueron necesarios para abastecerlos. Sin embargo esta situación duró poco, en noviembre entró el ejército francés al mando de un importante ejército de refuerzo, que situándose en Orduña se mantuvo allí­ a lo largo de todo este mes.

Año 1809.–Este año el Gobierno de José Bonaparte publicó nume­rosas provisiones y Decretos, entre los que se creaba las Juntas Crimina­les y Jueces de Policí­a, cuya función era castigar a los que prestasen el menor auxilio o tuviesen las más leve comunicación con las partidas gue­rrilleras. Orduña va a prestar desde el comienzo el apoyo a estas partidas, por lo que el Gobierno le dio el dictado de «empecinada y refugiadora de insurgentes y brigantes» amenazándola con el exterminio.

En estas circunstancias fue detenido un patriota, que desde la Villa de Berberana traí­a un oficio de su Comandante, por el que daba las gra­cias a la Ciudad por el servicio prestado enviándole una porción de zapa­tos y varas de lienzo para camisas. La Junta Criminal encarceló por este motivo al Alcalde y a los miembros del Ayuntamiento.

Año 1810.–Dado el papel que Orduña estaba representando en el apoyo a las partidas de guerrilleros que operaban contra las tropas france­sas se tomó desde Madrid la medida de poner en ella una guarnición per­manente de cerca de dos mil hombres que se mantuvo desde principios de año hasta el mes de febrero.

A principios de marzo fueron condenados a muerte tres ciudadanos de Orduña, realizándose la sentencia en la plaza pública. Este hecho dio lugar a que varios jóvenes abandonaran la Ciudad uniéndose a las partidas que operaban por los alrededores. Las molestias causadas por éstas a las tropas francesas hicieron que se publicase, que en caso de ser muerto un soldado francés por éstas, pagarí­an con su vida tres vecinos de los más principales.

A pesar de todo, la Ciudad de Orduña continuó en su ayuda a estas partidas y así­ se tiene conocimiento de una multa de veinte mil reales que le fue impuesta por haber sido encontrado un edicto redactado por un Co­mandante de partida llamando a los que se le quisieran reunir.

Año 1811.–Los franceses ante el avance de las tropas nacionales habí­an reforzado su guarnición en la Ciudad y acondicionado como fuerte el edificio de la Aduana, para lo cual su situación, capacidad y solidez eran muy a propósito. Desde la Ciudad de Orduña salí­an los destacamentos en persecución de los guerrilleros, pero los progresos eran escasos y el en­frentamiento con los vecinos era cada vez más abierto por la colaboración prestada por éstos a las partidas. Tal vez el hecho más destacable en este aspecto es el ocurrido el 23 de setiembre, fecha en la que tuvo lugar un encuentro entre patriotas y tropas francesas. El Comandante don Francis­co Longa, supo que por las cercaní­as de Orduña tení­a que pasar un con­voy importante, que desde Francia iba a Asturias, destinado al General Bonet, compuesto fundamentalmente por vestuario y otros artí­culos de guerra.

Longa con su partida les salió al encuentro en lo alto de la Peña de Orduña, y consiguió apoderarse de todo el cargamento. Ante este hecho, Orduña fue reconvenida con las más altas amenazas haciéndole el cargo, de que habí­a ocurrido semejante hecho por la falta de avisos de la situa­ción en que se hallaban las partidas. Sin embargo se consiguió hacer fren­te a la acusación con tal fortuna que no la sucedió nada de particular, si­guiendo a lo largo de todo este año con la misma polí­tica de enfrenta­miento a las tropas francesas, merced a una ayuda indirecta a las tropas guerrilleras que operaban por los alrededores.

Año 1812.–A principios de este año el Gobierno de José I publicó un edicto explicando que las partidas guerrilleras ya no existí­an, pero en Orduña un hecho vino a demostrar lo contrario. Una partida que mandaba el Comandante conocido con el nombre de «El Pastor», después de haber conducido unos prisioneros franceses quiso ser sorprendida por los fran­ceses en Orduña atacándole en condiciones de superioridad, a pesar de lo cual pudo escapar. El Gobierno se enfureció contra la Ciudad, y llevó pre­so al Alcalde a Bilbao y, por sorteo a dos personas del Cabildo Ecónomo.

En estas circunstancias llegó el General Mendizábal, siendo enton­ces cuando con la gente de las partidas y la que se alistó de los pueblos, se formaron batallones organizados, siendo Orduña una de las ciudades que presentó a casi todos sus jóvenes. A pesar de estar en ella las tropas francesas, consiguió que en sus cercaní­as se formaran e instruyeran los tres Batallones de Vizcaya y el segundo de ílava, con sus respectivas Juntas y Diputaciones, que serí­an las encargadas de cuidar todo lo nece­sario para sus subsistencia, vestuario y armamento.

En las inmediaciones de Orduña, y casi a sus puertas se trabó en este mismo año un importante combate entre la tropa mandada por el Co­mandante Renovales y la que estaba a las órdenes del General Soubier establecida en la Ciudad, de la que se habí­a apoderado con una División muy superior en número. No obstante fueron derrotados por el Coman­dante Renovales, lo cual produjo la retirada y el que se hicieran fuertes en la misma Ciudad.

Una vez que los franceses evacuaron Orduña, Renovales se dirigió a Bilbao y con un grupo reducido de hombres atacó una noche por sorpresa el fuerte más importante que acababan de construir en esta Villa. Una vez realizado el ataque se retiró con su gente a Orduña que, desde la evacua­ción francesa, se habí­a convertido en su refugio.

En este año hubo una serie de victorias y derrotas alternativas de unos y otros, pero la presencia francesa en los diferentes pueblos y la pre­sión que esto suponí­a se hací­a cada vez más insufrible. Generalmente ha­cí­an uso de las amenazas para conseguir provisiones y pertrechos, y cos­tumbre muy tí­pica para conseguirlo era apresar al Alcalde y a personas importantes del pueblo.

Año 1813.–Uno de los peores momentos por los que pasó Orduña a lo largo de estos años de guerra fue el ocurrido en este año de 1813, el dí­a 19 de abril. Cerca de la Ciudad se encontraba el General Mendizábal y también muy cerca estaba una División francesa de más de tres mil hom­bres, proponiéndose éste sorprender a Mendizábal y sus hombres, para lo cual del modo más inesperado, bajando astutamente por la Peña, se echó sobre la Ciudad con tal precipitación y prontitud que todos los habitantes se llenaron de confusión; sin embargo, Mendizábal consiguió salir y no hubo especiales represalias sobre la Ciudad. Ya los habitantes de Orduña comenzarí­an a respirar con más tranquilidad con las noticias que iban lle­gando de las derrotas francesas, sobre todo la de Arapiles, asimismo co­rrí­an voces de que las tropas aliadas, a las órdenes de Wellington iban persiguiendo a las francesas que se habí­an replegado hacia el Ebro, cuan­do el dí­a 17 de junio de este año de 1813, aparecieron en Orduña las tro­pas de Longa. Ese mismo dí­a de madrugada salió tomando el camino de Vitoria, a pocas horas después otra División compuesta de cuatro mil hombres, procedentes de Portugal, bajaron por la Peña, junto con algunos escuadrones ingleses de caballerí­a. Se siguió después, la entrada del ejér­cito que mandaba el General Girón, en número de diez mil hombres de In­fanterí­a y dos mil de Caballerí­a.

Al dí­a siguiente salió todo el ejército hacia Vitoria, donde se registra­rí­a la derrota francesa más aplastante, obligando a las tropas francesas a retirarse.

IGLESIAS Y ERMITAS

Parroquia de Santa Marí­a de la Asunción.–Es la Parroquia matriz, actualmente la única de la Ciudad. Se yergue a un extremo de la Ciudad, elevando su cabecera sobre el muro oriental de la antigua muralla que por aquel lado tení­a gran altura y aún conserva sus troneras y un airoso corre­dor dando al edificio un caracterí­stico sello de templo-fortaleza.

Es una construcción de planta de cruz latina, de estilo gótico, con unos 50 metros de longitud por 40 de anchura. Su erección es atribuida por muchos a los tiempos de Alfonso X el Sabio, pero fue de tal manera reconstruida, ampliada y aun maltratada en diversas épocas, singular­mente en el siglo XV, que apenas conserva el más leve carácter del siglo XIII y por tanto de su primera fábrica.

Mirada en su conjunto, ofrece un aspecto humilde aunque severo y majestuoso por el lado de la muralla, sin grandes ventanales, rosetones y ornatos propios de los edificios de su estilo, dando una sensación de po­breza que está muy lejos de responder a la realidad. Se penetra en su inte­rior a través de un amplio soportal o pórtico, de forma angular o en escua­dra construido en la época de Carlos III con ocho arcos de medio punto de estilo neoclásico.

Su recinto consta de tres naves, cubierta la central por bóvedas oji­vales cruzadas con sencillas nervaduras apoyadas en seis grandes pilas­tras cruciformes y en los altos muros. El ábside de forma rectangular ter­mina en bóveda de faldones definidos y dobles nervios apoyados en haces de junquillos. El coro, que se alza a los pies de la nave central se sostiene en un arco carpanel. En el interior se abren seis capillas: Herrán, Lezame­ta, Santa Lucí­a, Escuela de Cristo, El Pilar y Don Iñigo. La luz penetra en el espacioso recinto por cuatro amplios ventanales que se abren en los cos­tados del presbiterio con artí­sticas vidrieras de moderna fabricación. Exis­ten también pequeños ventanales ojivales con calados trebolados que se abren debajo de las bóvedas en los muros de las naves próximas a la cen­tral.

Esta Iglesia se ufanaba de poseer en su altar mayor uno de los más bellos retablos del Señorí­o, pero fue destruido en el incendio de 1629. El que le sustituyó, es de muy inferior categorí­a artí­stica. Es de estilo greco- romano y consta de tres cuerpos coronados por un frontón triangular roto. En el interlocutorio central, y en una hornacina, se venera la imagen de Marí­a Santí­sima en su Asunción a los Cielos, titular de la Parroquia.

Por sus caracteres puede atribuirse al siglo XVII, y en cuanto a su autor, según el P. Vázquez serí­a «algún vascongado de la escuela de Mar­tí­n de Basabe, vecino de Aulestia, por la analogí­a que tiene con el retablo mayor de la Parroquia de San Pedro de Munguí­a, del que es autor».

A derecha e izquierda de las naves laterales se abren seis capillas, tres a cada lado. Las más destacables desde el punto de vista artí­stico son la de San Pedro o de Herrán y la de Don Iñigo.

La primera recibe el nombre de San Pedro por estar dedicada a este Santo y el de Herrán por ser éste el apellido de su fundador. Lo más desta­cable es el trí­ptico que a guisa de retablo se encuentra en el altar. Da ac­ceso a esta Capilla un arco ojival que podrí­a pertenecer a la fábrica primi­tiva de la Iglesia. Lleva dobeles y sencillas arquivoltas que bajan por am­bos lados hasta el basamento y cierra su vano una artí­stica verja de cons­trucción moderna, obra del artista guipuzcoano don Daniel Zuloaga.

tiempo, en los enfrentamientos entre gamboí­nos y oñacinos, y más tarde en la Guerra de las Comunidades, porque entonces don Pedro de Ayala, Conde de Salvatierra, alborotó todo el paí­s y lo puso en confusión, como escribe el Obispo Sandoval en su vida de Carlos V.

La Iglesia de la Asunción sufrirí­a dos incendios, el mencionado de 1629 en que desapareció el retablo, y el de 1740 que abrasó el Archivo del Cabildo Eclesiástico, a excepción de los libros de fundaciones de Ani­versarios que se encontraban, por casualidad, en el oficio de un escribano, y la regla de usos, costumbres y estatutos que obraban en poder de un Mayordomo.

Parroquia de San Juan Bautista o del Mercado.–Se levantaba en el ángulo oeste de la plaza, detrás del edificio de la Aduana y estaba consagrada a San Juan Bautista. Como no era de buena fábrica y habiendo quedado vací­a la del colegio a consecuencia de la expulsión de los Jesuitas por Carlos III, por orden del Rey se mandó trasladar el culto y servicios parroquiales de la misma a la abandonada iglesia, consagrada a la Sagrada Fa­milia, disponiendo su fundador, al mismo tiempo, que se titulase de San Juan el Real, nombre con el que se la conoce en la actualidad. Una vez hecho el traslado subsistió el edificio de la antigua iglesia convertido en lo que se llamó «Parador de San Juan», alber­gue de pobres y mendigos. A comienzos de este siglo, el Ayuntamiento derribó el edificio con el propósito de abrir una Gran Ví­a.

Iglesia de la Sagrada Familia.–Actualmente conocida por el nom­bre de San Juan, o de los Josefinos, fundada por don Juan de Urdanegui para la Iglesia del Colegio y que a partir de la expulsión de la Compañí­a de Jesús en el año 1767 se convirtió por Real Orden en parroquia, sustitu­yendo a la de San Juan Bautista, cumpliendo tal misión hasta la apertura del Colegio de Segunda Enseñanza el año 1870, en que sirvió de capilla pública al mismo.

Su traza responde al estilo arquitectónico de las demás iglesias construidas por los Jesuitas en aquella centuria. El interior, de cruz latina, consta de tres naves con bóvedas que descansan sobre ocho arcos de medio punto y tiene ocho altares incluido el mayor, todos ellos de estilo barroco.

El altar del Santo Cristo y de San Ignacio fueron determinados ex­presamente por el fundador, el altar mayor tiene en su cuerpo central, las imágenes de época de San José y la Virgen que desentonan con la ima­gen del Niño de factura más moderna. Carecen de altar la Inmaculada Concepción y San Francisco Javier, expresamente determinados por Ur­danegui en su fundación, sustituidos por dos imágenes del Sagrado Corazón, el de Jesús y Maria. Existe otro altar con un valioso lienzo pinta­do de Santa Rosa de Lima, mandado directamente por el fundador.

Iglesia de San Francisco.–EI dí­a 28 de noviembre de 1587 se firmaron las Capitu­laciones de entrega del terreno para la construcción del expresado templo, entre el Ayun­tamiento de la Ciudad y el reverendo Fray Tomás de Iturmendi, Ministro Provincial de Cantabria, en las que se determina de modo categórico que no podí­a haber tumba ni ente­rramiento en la capilla mayor ni gradas de altar, pudiendo existir en las capillas colatera­les, pero en forma de arcos sobre el muro.

El 30 de junio de 1846 se firmó la escritura de entrega al Ayuntamiento de la Ciudad de la iglesia y convento abandonado por los PP. Franciscanos, en virtud de lo ordenado en el Real Decreto del 3 de junio de 1846. La huerta fue vendida en parcelas, el convento destinado a asilo municipal y la iglesia en muy mal estado de conservación, sirvió de al­macén de diversos géneros.

Durante la Segunda Guerra Carlista la iglesia serí­a requisada como almacén de abastecimientos por la Intendencia Militar y un incendio dio lugar a la destrucción total de la misma, salvo la sacristí­a.

Sin embargo lo más interesante respecto a esta iglesia es el hecho de su abandono por parte de la comunidad franciscana en la noche del 7 de abril de 1834 después de ha­ber permanecido en ella durante tres siglos y medio.

El movimiento de las partidas Carlistas habí­a creado una fuerte alarma en el Gobier­no y por ello habí­a acantonado en la Ciudad de Orduña una potente guarnición militar de Carabineros al mando del Comandante don Francisco de Linaje, quien desconfiando de to­dos mandó encarcelar al Ayuntamiento y Cabildo, molestando constantemente al guar­dián del convento franciscano con insistentes retenciones en el cuartel bajo el pretexto de la necesidad de pases autorizados que se ausentaran del convento en el cumplimiento de misiones y sermones de la Semana Santa. Toda esta situación dio lugar a que el Padre Guardián y la Comunidad tomaran la medida de fugarse durante la noche. Como conse­cuencia de esta huida, el Comandante de Armas, encargó al Regidor que abriese el opor­tuno expediente que se cierra con el inventario de los bienes hallados en el convento.

Desarrollados así­ los hechos, muebles e inmuebles de los franciscanos se sacaron a pública subasta. El Ayuntamiento protestó e incluso mandó un Memorial a Isabel II, recla­mando el derecho sobre el edificio y la huerta por ser éstos terrenos cedidos por el mismo a la Orden franciscana para su uso y disfrute mientras estuvieran en la Ciudad, pero con­servando la propiedad de los mismos. Mediante el Decreto antes citado, el Ayuntamiento se harí­a finalmente cargo de las propiedades franciscanas, es decir, iglesia, huerta y con­vento. Los objetos existentes en la misma fueron repartidos entre varias parroquias y er­mitas, entre ellas el Santuario de Nuestra Señora de Orduña, la Antigua, cuya sillerí­a pro­cede de la fundación franciscana. Los servicios de las capillas particulares fueron recupe­rados por sus propietarios.

Ermita de Santa Marina.–No se sabe su antigí¼edad, pero sí­ consta que a finales del siglo XV era considerada como vieja, según se puede ver en las Capitulaciones establecidas entre el Ayuntamiento y el Cabildo pa­rroquial por una parte y el Padre Tomás de Iturmendi por otra, en repre­sentación de la Orden Franciscana, en cuyas estipulaciones, fechadas en el año 1469, se acuerda la cesión de la antigua ermita de Santa Marina a esta Orden para que sirva de iglesia al convento que habí­a de edificarse en este lugar.

La capilla mayor de la iglesia actual, es posterior a esta época, así­ como las pequeñas capillas laterales, tal vez la capilla llamada del «Cris­to», pueda ser una reconstrucción y recuerdo de la antigua ermita de San­ta Marina.

Otras ermitas.–Pocas son las que existen en la actualidad, conser­vándose tan sólo el recuerdo de las que existieron anteriormente por la denominación del término municipal en el que se hallaban.

En primer lugar, entre las existentes en la actualidad, tenemos la lla­mada «Del Buen Suceso» en la carretera general a Pancorbo a la salida de la Ciudad. De amplia dimensión y en buen estado de conservación se venera en ella una talla restaurada recientemente. Se suele celebrar en ella la novena de San Roque y la misa en dicha festividad.

San Román es otra ermita situada entre los barrios de Cedelica y Ripa, en buen estado de conservación, sencilla y sin ningún mérito artí­sti­co, en ella se celebra misa el dí­a de su titular.

Ermitas desaparecidas eran las de:

Santa Cristina.–En el término de su nombre, cercana a San Ro­mán. Hacia el año 1928 ó 29, dado el mal estado de conservación del edi­ficio, el Arcipreste de la Ciudad, solicitó ayuda para su reparación y no ha­llándola determinó su demolición aprovechando los materiales para la construcción del nuevo salón almacén de la Santa Escuela de Cristo, en la parroquia. La imagen titular de talla se halla en la actualidad en la ermita de San Román.

San Lázaro.–Se hallaba en el lugar denominado hoy «El Prado». Se encontraba abandonada y sin culto en la segunda guerra carlista, siendo aprovechados sus materiales para fortificaciones.

San Julián.–Privativa de la casa de Corcuera, ocupaba parte del te­rreno sobre el que se edificó la iglesia de San Francisco.

Existieron otras ermitas como San Mamés, San Vicente, San Juan, etc., de las que no se conserva en la actualidad más recuerdo que el nom­bre del término municipal en el que estuvieron asentadas.

El Santuario de Nuestra Señora de Orduña, la Antigua

La ermita de Nuestra Señora existirá ya en el siglo XIII, a finales, en virtud de la Bula expedida por Su Santidad Bonifacio VIII, el año 1296 au­torizando la constitución en Regulares Clarisas a las Beatas, que habitan­do una dependencia cercana, se dedicaban exclusivamente al culto y cus­todia de la imagen e iglesia abandonadas hací­a más de 60 años, según consta en el citado documento, y en la que se la denomina de «Santa Ma­rí­a la vieja, de Orduña», lo que denota su antigí¼edad ya en esta época, y quizá su carácter parroquial.

Las grandes paredes de mamposterí­a que aún existen, sin embargo, no alcanzarán al siglo XV. La puerta ojival que da al pórtico viejo (arquitec­tura que dominó en los siglos XIII y XIV, pues hasta fines del XII no se co­noció aquí­ el arte ojival) y orientación de sur, es muy anterior a la pared (siglo XVI) en que se halla empotrada. ¿Fue arrancada de otras anteriores y se conservó por la gracia y arte de su pulimentación? Es posible.

Se sabe que a principios del XVI la iglesia tení­a ya tres altares: el de la Virgen, el de San Blas y el de San Sebastián. Este último desapareció con el tiempo. El edificio tení­a dos puertas de entrada: la ojival, tallada y otra ojival, sin adornos y además cuatro ventanales a los cuatro vientos, más uno por cada capilla lateral.

Iturriza la llamó «primitiva parroquia de Orduña la vieja», en la idea de que existí­a una puebla de Orduña que se fundó en su propio contorno y expansión del campo. A mediados del siglo XIV se conservaba junto a ella un «ciminterio» según lo testifica don Juan de Letona, en un auto de visita que hizo al santuario el 26 de abril de 1557, y lo prueban diversas sepul­turas halladas en estos alrededores.

El 14 de mayo de 1541 visitó la Ciudad un obispo llamado don An­tonio de Lerma, que administró el Sacramento de la Confirmación, con­sagró la iglesia de San Juan de la plaza y «desvició» otras que habí­an sido profanadas y entre ellas se encuentra el Santuario de la Antigua, que du­rante el incendio de 1535 habí­a sido utilizada para hospitalizar a las ví­cti­mas de la catástrofe.

En 1761 la Cofradí­a del Santuario acordó construir una nueva sa­cristí­a, y en ese mismo año el Ayuntamiento decidió hacer los arcos y bó­vedas de la nave principal. En 1768 se menciona yá una costumbre muy tí­pica: la de recoger torreznos o sea, diversas raciones de puercos, huevos, trigo, chacolí­, etc., limosna que se regala al santuario pero con la obliga­ción de pagar cierta cantidad al Obispo de la Diócesis por la facultad obte­nida para recaudar esta clase de ingresos. Otra costumbre serí­a la de una especie de peso para pesar a los niños, que ya se menciona en 1572, y el feligrés abonarí­a a la iglesia tantos kilos de trigo cuantos pesara el niño.

El Ochomayo

La devoción a esta milagrosa imagen de Oduña fue en aumento a partir del siglo XVI dando lugar al célebre Voto de la Ciudad y Valle de Arrastaria, origen de la fiesta del 8 de mayo, y la enorme afluencia de fie­les y romeros que acudí­an a la misma, hicieron insuficiente el templo por lo que a mediados del siglo XVIII se determinó la necesidad de construir un nuevo santuario.

En cuanto al origen de la fiesta del 8 de mayo data de época anti­gua, ya que la constitución de la Cofradí­a de Nuestra Señora fue en el año 1364 en el que se aprobaron los primitivos estatutos aunque fuese sobre todo en el XVI en el que desplegó mayor actividad. Será en este momento en el que la Corporación Municipal en nombre de los Cofrades y habitan­tes de la población quieren hacer de un modo solemne el agradecimiento y patronato sobre la Ciudad y habitantes, por lo que se comprometen por medio de un Voto en su nombre y en el de sus sucesores a acudir todos los años el dí­a 8 de mayo en rogativa a sus pies en acción de gracias, ce­lebrándolo con fiestas de toros y fuegos de artificio. Y lo mismo ocurrirí­a con los vecinos del Valle de Arrastaria que, reunidos el 15 de mayo de 1639 en Delica, nombraron a la Virgen de Orduña la Antigua como Patro­na a semejanza de lo hecho por Orduña, y se obligaron con un Voto a ha­cer festivo el 8 de mayo de cada año y subir en él con solemnidad al san­tuario para visitar y dar culto a su Patrona.

A partir de esta fecha el Santuario quedará bajo el patrocinio del Ayuntamiento con lo que las obras cobrarán gran impulso, pero será en el XVIII cuando se construya el edificio existente en la actualidad, cuya pri­mera piedra se colocó en setiembre de 1754. La obra fue dirigida por el arquitecto don Juan Bautista de Ibarra quien calculó 220.000 reales para la terminación de la obra. Este maestro quiso hacer dos espadañas latera­les por pedirlo así­ la planta del edificio, pero tal vez la escasez de fondos le obligó a hacer sólo una, la que tiene en la actualidad.

El edificio del santuario se compone de tres cuerpos: en el primero se levantan tres arcos bajos de medio punto, que forman el majestuoso pórtico de planta rectangular que da paso a la iglesia. Sobre el arco del centro hay una ventana circular que da luz al coro, encima de la cual cam­pa un escudo de piedra con las armas de la Ciudad. Sobre las pilastras de este primer cuerpo carga una cornisa mutilada, terminando con una espa­daña de dos cuerpos, de construcción más moderna y correspondiente al orden dórico, en el primero de los cuales hay dos vanos de arcos esféricos y en el segundo un coronado de un frontispicio circular.

El templo tiene planta de cruz latina, corona el crucero una cúpula esférica, cerrada sobre cuatro arcos torales adornando las bóvedas de cañón, crucero y capilla mayor, con molduras en recuadros y formas circulares. En el plano artí­stico lo más destacable es el retablo del altar mayor, perteneciente al orden corintio y todo él, incluida la mesa del altar, se compone de hermosos y variados jaspes extraí­dos de las famosas can­teras de Loyola, Vitórica y Poza. Forma el retablo un airoso y elegante in­tercolunio, que descansa sobre un magní­fico pedestal y abraza las dos hermosí­simas columnas que están construidas en una sola pieza. Toda esta obra se ejecutó en Madrid aunque se ignora el nombre del artista. El remate se compone de un cí­rculo vaciado, sobre el que resalta un elegan­te medallón de medio relieve, sostenido por dos graciosos querubines, re­presentando la aparición del Arcángel San Miguel: esto es, un gallardo jo­ven armado de celada en actitud triunfante, y un obispo ante él, según la descripción hecha por Raimundo Miguel aunque creemos más bien que lo que este autor llama obispo representarí­a a Teodosio de Goñi en la apari­ción del Arcángel San Miguel en el siglo VIII que dio origen a la basí­lica de San Miguel in excelsis en el Monte Aralar, y a la novela histórica de Nava­rro Villoslada «Amaya».

La imagen de la Virgen, a quien está dedicado este magní­fico altar, se halla colocada sobre una bonita peana formada de ramaje de un moral frondoso, que recuerda por tradición inmemorial su aparición milagrosa en el cerro mismo donde se erigió el santuario.

En el crucero hay dos retablos más sencillos, pertenecientes al orden compuesto, si bien llegan a entreverse en ambos, ciertos rasgos de simili­tud con el principal. En el de la derecha llama la atención un precioso cru­cifijo de marfil, en el de la izquierda hay un cuadro que representa el mar­tirio de San Blas con tres inocentes niños. Cubre el camarí­n una media na­ranja, y a sus lados hay dos sacristí­as que se comunican con él, cubiertas por bóvedas de albañilerí­a. El presbiterio está cerrado con elegantes ver­jas de hierro entre pilastras de hermosí­simo jaspe, rematados con precio­sos jarrones de plata para el alumbrado.

El decorado del templo realizado en el XIX, estuvo a cargo de varios artistas: Don Juan Alba de Vitoria, así­ como otros pintores llamados Simón Pérez y Eleuterio (se ignora el apellido) ayudados por otros oficia­les. Los lienzos pintados al óleo con los asuntos religiosos alusivos a la Virgen que están en la cúpula, así­ como los cuatro Evangelistas de las pe- chinas fueron pintados por Pedro Robles, también de Vitoria.

El monumento

En la cumbre del Txarlazo, visible desde grandes distancias, un mo­numento de 25 metros de altura. De hormigón armado, representa a la Virgen de la Antigua sobre una morera.

El tronco del árbol es hueco, albergando una escalera de caracol que da acceso a un amplio salón, que ocupa la copa del árbol, y a un balconci­llo desde el que se admira el bello paisaje circundante.

Fue construido este colosal monumento en octubre de 1904, por iniciativa del entonces capellán del Santuario, don Rufino del Campo, y del jesuita P. Palacios, con la aportación del pueblo y de los alumnos del Colegio de los Jesuitas, de Orduña.

José Ramón Madaria

2 Comentarios

  1. agustin santamaria

    Magní­fico estudio…enhorabuena
    ¿donde podria encontrar información del hospicio creado en la Iglesia de Santa Maria? ¿queda algun archivo de los registros de sus benefactores? Mi familia desciende de allí­ Basilio Santamaria Exposito 1820

  2. Mª del carmen santamaria lozano

    ¡ Hola tinchu!! soy tu prima Mª Carmen, el apellido de la bisabuela es castro bureba, su madre se llamaba Carlota Bureba de de Burgos y su padre Mariano Castro tb de burgos, y nacida en 1864, el bisabuelo Basilio nació en 1855 en la provincia de burgos, ( por cierto la foto que has puesto no es de él, sino de uno de sus hijos,que eran nueve y no ocho, lo del nacimiento no es seguro, yo supongo que el orfanato estaba en burgos ya que existió en esa provincia y el lugar lo cogieron de que lo abandonaron allí­. besos

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