Orduña (Núcleo Sur)
Vamos a terminar los recorridos «urbanos» de la ciudad. En este caso nos centramos en el «núcleo Sur». En su origen comprendía tres calles: Burgos, Nueva y Cantarranas aunque muy recientemente se ha configurado una cuarta extramuros («Zagueras», popularmente, «Estajeras», exterior a la muralla). Todas ellas nacen en la Plaza y confluyen en una única puerta que es la salida hacia Castilla. «Cantarranas» hace referencia a algún «arroyuelo» que circularía por ella, «Burgos» a la salida hacia la meseta y «Nueva» seguramente al momento de la construcción de este núcleo, en relación al anterior, donde existe calle «Vieja». Pudiera ser, sin embargo, que su denominación hiciese referencia, como en otras villas, al establecimiento en dicha calle de la pequeña comunidad judía existente.
Iniciamos el recorrido por calle Burgos, vial clave de la ciudad por ser el entronque con la Meseta. Por ella entraban en la «Plaza» y, por ende, en Vizcaya multitud de productos tanto para el consumo interior como para la exportación, especialmente vinos y lana. La imponente mole de la Iglesia «de la Compañía de Jesús» y parte de su «Colegio» ocuparon la mitad izquierda de las viviendas existentes en un principio. Con ello, igualmente, el paño de muralla correspondiente. Esta ocupación del espacio desconfiguró ligeramente la trama de esta núcleo. La fundación del Colegio se debe a la generosidad del militar orduñés Juan de Urdanegui, que firma la escritura el año 1678, y a la cesión benevolente de algunos terrenos por parte de la Ciudad. El Colegio sufrirá las vicisitudes varias que siguió la propia Compañía en los siglos XVIII y XIX siendo, en sus ausencias, Parroquia, Casa de Misericordia e, incluso, arsenal. Así pues la embocadura de la calle está ocupada por el lateral de la Iglesia y un edificio, recientemente restaurado, que ocupa el solar de lo que fue el «palacio de los Luyando» que, aunque algunos lo remontan a tiempos de Pedro el Cruel (siglo XV) parece que debe datarse en el siglo XVI. Posiblemente entre ambos edificios existiría una puerta que cerraría la calle a la propia plaza. En mi recorrido observo que aún conserva algunos edificios interesantes (cual corresponde al «camino real») destacando los números 4 y 6 (con interesantes miradores), 7, 9 (con un hermoso escudo pétreo) y 10 (reconstruida siguiendo la típica fisonomía de planta baja en piedra y dos pisos en ladrillo. Tiene, además, un hermoso escudo tallado en madera a la altura del piso primero). En este mismo tramo se encuentra el afamado «Bar» Llarena y poco más adelante «La Unión». En este trama conocí un «bazar» (Cefem) y la tienda de ultramarinos Yarritu. Cierra la calle una pequeña «plazuela», que comparte con las otras dos calles, donde existiría una de las puertas «clave» de la ciudad: la de Burgos o San Julián. Esta puerta fue derribada en 1807 por la estrechez que presentaba y las dificultades que conllevaba para el tránsito de los carruajes. Extramuros de ella se encontraba la Ermita de San Martín. Llegado a esta «plazoleta» dos edificios llaman la atención: el bar «La Posada» (de reminiscencias medievales y comerciales) y el Palacio renacentista de Velasco, aunque las múltiples transformaciones y añadidos desfiguren, en gran medida, su origen. Está directamente asentando sobre la muralla viéndose aún uno de los cubos semicircular. Tras haber eliminado algunas construcciones adosadas se aprecia su lado sur y un hermoso escudo. Aquí tuvieron su «almacén de piensos» los Zárate. Enfrente de este «palacio» (que merecería una digna restauración) está la «Residencia de ancianos». Es un sólido edificio que, en su origen, fue Convento de Franciscanos. ¡Un excelente lugar para los «mendicantes»! La desamortización de Mendizábal acabó con la comunidad franciscana. El edificio tuvo varios usos (entre otros el de escuela tanto para niños como para niñas) hasta que las Hijas de la Caridad fueron llamadas (en el último cuarto del siglo XIX) para regentar un «Asilo-Escuela». En él permanecieron hasta finales del siglo XX en el que, por diversas razones, se retiraron. Uno siente cierta nostalgia y mucho agradecimiento a la labor de estas mujeres que cuidaron durante más de cien años a nuestros ancianos y educaron a los niños y niñas (entre ellos, uno mismo). Junto a este Asilo estaba el «Ambulatorio» rodeado de una «murallita» por la que jugábamos cuando íbamos a la escuela. Adosado a él existía un hermoso escudo que desconozco dónde ha ido a parar. A continuación de este edificio había una construcción alargada y tenebrosa donde vivía Adorina y sus hijos. Creo que por esos lugares estuvo la Ermita de San Lázaro que se utilizaría, en época de epidemias, como «lazareto».
Visto lo descrito vuelvo a la Plaza por «calle Nueva». Aquí nací, cuando se llamaba «General Molina». Mi casa se vendió y, en su lugar, se ha levantado un nuevo edificio. Una calle (quizá la antigua judería) con un elevado número de labradores. Quiero recordar, con todo mi cariño, a Julián, a los «Pelagayos», los de «Pilatos», a Andrés, a Cachorro, a Pisplanos, a Chipi, Gindolay… Negocios como la «herrería» de Pifas (al lado de mi casa), la «carpintería de La Presillera, la «panadería» de Ibarrola, la «herrería» de Sotero, la «barbería» de Donato, la «bodega» de los Hermanos Fernández, la «hojalatería» de Ramón Lafuente, «muebles» Guinea, el Bar de Pruden, una minúscula tiendecita de comestibles a la que se accedía desde el portal (hoy ocupada por algún servicio municipal) y, ya en la esquina con los hastiales, la «tienda de ultramarinos» de Pepita. En medio de la calle existía un amplio solar sin edificar. Por la visto fue ocupado, anteriormente, por una «fábrica de gaseosas» de los Llarena. El trasiego de carros tirados por bueyes o vacas era una escena común. Nuestra afición futbolística la saciábamos en la calleja que unía calle Nueva con calle Cantarranas. Que recuerde no había (ni hay) ninguna casa con escudo nobiliar.
Llegado, de nuevo, a la Plaza he girado a la izquierda por los hastiales. Entonces estaban la tienda de «Pepita Betolaza», la pescadería de las «Gotxas», la carnicería de los «Macanes», la barbería de Vildósola y una bodeguilla. Además existía una «fonda» (llamada de los «macanes») ubicada en un primer piso sobre la tienda de «Pepita». De estos «negocios» no queda ya ninguno aunque han sido sustituidos por otros. Accedo al arranque de la calle «Cantarranas» y tropiezo, a mi derecha, con un hermoso edificio pétreo de finales del XIX asentado sobre el «viejo palacio de Herrán», seguramente del siglo XVI. Recuerdo su espectacular aldaba, hoy día desaparecida. Tema éste de las aldabas curioso y que, hace treinta años, me entretuve en fotografiar y que conservo como «oro en paño». Tiene en la fachada que da a la propia calle dos escudos. Creo que la casa fue propiedad del Marqués de Olaso. No deja de ser interesante cómo este marquesado, cuya «torre» se conserva en Trapagaran (hoy casa de cultura), acabó en Orduña. Por lo que sé, el marqués quedó arruinado en sus inversiones y sólo salió a flote casándose con una rica heredera orduñesa. Tanto en Trapagaran como en Orduña los escudos que se conservan son similares.
Esta calle era totalmente «labradora». Tres bares ayudaban a la diversión: «El Pimiento», «Los Maños» y «La Parra». Además la «Bodega de Cerrillo». Creo que en el inicio de la calle, frente a Cerrillo, existió la tienda de «piensos» Oteo. Pasada la calleja estaba la trasera de la Panadería de Ibarrola y, ya en la circunvalación que hace en su final la calle, el Bar La Posada. Aunque vivía en la calle paralela, mi vida se hacía en ésta. Aquí vivían mis abuelos, mis tíos, mis primos, mis amigos (Santocildes, Pinedo, «Pontoni», mis primos Chelico y Goita, Mari…). Aquí también vivían «Rufino el maletero» y «María la recadista». ¡Cómo recuerdo el tráfico de los carros, las dificultades para atravesar el último de los tramos que daba a La Posada, el llevar las vacas y bueyes al bebedero del «hospital», el subir la hierba a los «payos» a base de manta y polea, el cortar las «manadas» para el ganado, el desgranar la borona, el ordeño nocturno, la partida de brisca de las «mujeres» en los portales, la matanza del cerdo, el parir de las vacas…!¡Sabores de la comida de mi tía Visi!… Es una calle, como su paralela «la nueva», cuyos edificios han sido profundamente transformados. Quizá lo de «cantarranas» se deba a que, hasta tiempos no muy lejanos, el agua que discurría por el actual Paseo de la Antigua salía de la ciudad por medio de la calle. Yo recuerdo que, cuando llovía torrencialmente, seguía ocurriendo, a pesar de existir recogida de aguas.
Llegado a La Posada giro a la derecha (dejando frente a mí el Barrio de San Francisco) y recorro las antiguas «estajeras» (hoy Zageras). Era, entonces, un andurrial de tierra trasero de las casas de la calle Cantarranas asentado sobre la misma muralla y reutilizando sus materiales. Allí había un bebedero para el ganado y un pequeño «instalache» para errar a las caballerías. Hoy día está urbanizada y las antiguas huertas han sido sustituidas por viviendas. A punto de llegar al Paseo de la Antigua existía un «pasadizo-mirador» que comunicaba la casa de los «Herrán» con su huerta. En este punto existía una puerta que llevaba hacia la Antigua. La puerta, cuando llegó el ferrocarril, se hizo pequeña para determinados tránsitos y fue derribaba en 1888. Desde aquí me voy a la Plaza, me detengo un momento contemplando la «espectacular» fachada del Balneario y, por la calle Santa Clara o Medio, me llego a casa.