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La «Corsera»

La «Corsera»

Es la palabra corsera muy frecuentemente usada en los documentos de la Navarra medioeval. La emplea el  Fuero  al  fijar  las reglas que se habí­an de guardar en el combate a caballo de los hidalgos; igualmente se lee el mismo vocablo en el Fuero de Tafalla, en la confirmación y aumento del de Logroño,  por  D.  Sancho  el Sabio  en  1168,  en  el  de  Nágera  y  en  otros  textos.  Signifí­canse con ese nombre las señales y mojones  puestos  por  los  fieles, según Campión, los  mojones,  al  decir  de  Marichalar  y  Manrique,  los  lindes  del  campo  de  los  fidalgos  que  lidian  a  caballo, a  juicio  de  Uriarte  Lebario  y  el  término  señalado  o  aplicado a cierto objeto,  entendiéndose  por  tal  el  territorio  de  la  jurisdicción de  un  pueblo,  en  opinión  de  Yanguas  y  Miranda.  En  cuanto a su etimologí­a, la indica, aunque en forma interrogante, Uriarte Lebario, atribuyéndola a cursus, expresión latina, equivalente a carrera; de ahí­ corsier o corser, caballo grande  o  de  batalla,  en  lenguaje  navarro ,  similar  al  corcel  castellano.

Despertó mi curiosidad  aquella  voz  al  informárseme  de  que en Pipaón se llama actualmente coseras a  los  mojones;  quise  procurarme este  dato  con  alguna  mayor  exactitud,  pero  a  mis  preguntas se contestó con alguna vacilación respecto  al  mencionado  pueblo, pero se me dijo con  referencia  a  Leza  y  Navaridas  que  se  conoce con aquel nombre a  la  porción  de  terreno  que  ha  de  ser  respetado por  el  ganado  durante  el  tiempo  que  dispone  el  Ayuntamiento; y más concretamente se me afirma respecto de otros lugares del contorno, que no se me citan, que se entiende por costra la prohibición del tránsito por  caminos  viciosos  manifestada  por  unos  palos que atraviesan parte de la senda y en los que se trazan cruces algo imperfectas,  prohibición  establecida  principalmente   para   impedir que los  ganados  causen  daño  en  las  piezas.  No  incluye  Baraibar en su Vocabulario  la  palabra  cosera,  que  aparece  registrada en la última edición del Diccionario de  la  Real  Academia  Española en esta forma: «COSERA , f. Rioja. Suerte o  porción  de  tierra  que  se riega  con  el  agua  de  una  tanda».

No será  aventurado  suponer  que  este  vocablo  tenga  su  abolengo en aquel otro que antiguamente se usó  en  los  textos  a  que  más arriba he aludido y que por nota  van  transcritos,  pues  ambos  con- vienen en denotar la idea de un terreno acotado,  bien  por  las  señales puestas por los fieles, bien por los mojones jurisdiccionales de los pueblos, bien por los  hitos  de  palo,  en  los  que,  a  semejanza  de  lo que se practica en los que por  su  naturaleza  tienen  mayor  consistencia y solidez, se graba el Signo redentor, como vestigio del carácter sagrado  que  antaño  tuvieron  las  piedras  terminales.

Pero dando de lado a esta hipotética  analogí­a  entre  ambas  palabras, el origen probable de la que  corrientemente  se  conoció  en  la Edad Media,  me  anima  a  presumir  que  hubo  casos  en  algún  tiempo en que se fiaba al azar de una carrera el  señalamiento  de  la  jurisdicción de los pueblos; no conozco ningún dato  histórico  suficientemente depurado que pueda servir de apoyo para esbozar ese supuesto, pero son copiosos los testimonios  tradicionales  que  he  recogido, aún sin proponérmelo; y digo así­, porque yo no he enderezado mis investigaciones a  esclarecer ese  punto; al  indagar otros  que  son objeto especial de mis afanes  y  estudios,  se  me  han  facilitado  las  noticias que  he  de  recoger  aquí­.

La primera  que  consigne  ha  de referirse  a  paí­s  extraño  al  nuestro.

«Refieren los ancianos Yernes y Tameza que, para fijar la lí­nea divisoria entre los terrenos de su  Obispalí­a  y  los  del  concejo  limí­trofe de Proaza, se convino en que luchasen dos toros, uno de cada comarca, sirviendo de punto de partida en el deslinde, con dirección determinada, el sitio  hasta  donde  llegase  el  toro  vencedor:  Aunque no resulta comprobado el hecho en los  documentos  de  deslinde  que posee la antigua Obispalí­a,  hay  concejo  de  Yernes  y  Tameza,  no  por eso  es  menos  curiosa  y  significativa  la  tradición  indicada».

Podemos considerarla como  muy  extendida,  en  una  u  otra  forma, en el Paí­s Vasco; se ofrece singularmente en los casos en que los términos jurisdiccionales de un pueblo cohiben a  los  de  su  colindante y  atribuye  a  las  personas  en  unas  ocasiones,  a  los  animales en otras, el señalamiento de los lí­mites, mediante la carrera  con- venida  por  las  dos  partes  litigantes.

Así­  se  acordó  en  la  discusión  que  se  sostuvo  entre  los  valles alaveses  de  Cuartango  y  Urcabustaiz;  se  decidió  que  salieran  dos viejas de  la  última  casa  de  su  respectivo  pueblo  y  que  allá  donde se encontraran habrí­a de hincarse el mojón divisorio de ambos términos; pero ocurrió que  la  mujer  cuartanguesa  fue  más  diligente que su  adversaria,  y  se  dio  tal  prisa  que  encontró  a  ésta  en  la  cama de  su  domicilio  de  Aborní­cano;  y  allí­,  debajo  del  lecho,  se  colocó el hito. Lo cierto es que éste está enclavado junto  a  un  edificio  de aquella localidad. La misma tradición es conocida  en  Izarra,  Abecia, Unza   y   Apreguindana.

Leiza  linda  con  Goizueta  casi  en  el  mismo  casco  de  esta  villa; también en aquellos lugares se pensó en confiar a la agilidad de  dos mujeres ancianas el  fallo  de  las  diferencias  que  sostení­an  acerca de sus  lí­mites;  la  de  Leiza  anduvo  ligera;  no  así­  la  de  Goizueta  que se distrajo más de  lo  conveniente  en  el  ataví­o  de  su  persona,  y  se vio sorprendida por la visita de  su  enemiga,  cuando  aún  no  habí­a dado un sólo paso en el cumplimiento del encargo que  se  le  encomendó.

Pactaron los vecinos de Barambio y los del valle de Zuya que se produjese el acuerdo relativo  a  la  extensión  de  sus  términos,  que por otros medios no lograban,  por  el  de  una  carrera  de  mozos  de uno y  otro  lado,  que  habrí­an  de  partir  con  la  oportuna  fiscalización de la parte adversa, cuando cantase el gallo; los de Barambio emborracharon al suyo  para  que  anticipara  su  salida  al  dí­a,  pero,  ví­ctima de la  provocada  embriaguez,  se  durmió  hasta  muy  pasada  la  hora en que tení­a por costumbre despertarse. Pero como el de Zuya  fue puntual, los que de allí­ salieron se encontraron con sus  contrarios cuando  éstos  habí­an  avanzado  aún  muy  poco.

Con  objeto  de  zanjar  las  cuestiones  que  entre  Ataun  y  lugares colindantes habí­a pendientes en cuanto a sus lí­mites, decidieron los moradores de todos  los  pueblos  empeñados  en  la  contienda,  en  salir en hora y dí­a  determinados  de  sus  localidades  respectivas  y  colocar los mojones en el punto en que unos y otros coincidieran. Anduvieron los de Ataun bastante tiempo y juzgando que con lo recorrido tení­an suficiente   terreno   para   sus   necesidades   y   pastoreo,   hicieron   alto y se dedicaron,  primero  al  descanso  y  luego  al  juego;  aún  tardaron en llegar los adversarios, y  conforme  a  lo  estatuido,  en  el  sitio  en que se encontraron se puso el hito divisorio. Y  hoy  dicen  los  de Ataun, que  los  términos  de  este  pueblo,  que  es  uno  de  los  mayores de Guipúzcoa en extensión  territorial,  no  son  más  amplios,  porque sus  antecesores  prefirieron  jugar  a  caminar.

Ordoñana  y  Muniain,  localidades  alavesas,  vivieron  largo  tiempo agitadas  por   un   pleito   que   sostení­an   respecto   al   amojonamiento de un camino a la sierra de Encí­a; recayó sentencia de la Real Chan- cillerí­a de Valladolid el año 1479; pero se dieron maña para no cumplirla los vecinos del primero de aquellos dos  pueblos;  sus  contrincantes se procuraron una copia en lienzo del mapa original  que obraba en los autos, y aunque le exhibieran para reducir a los de Ordoñana y  obligarles  a  someterse  al  fallo  de  la  Justicia,  no  lograron lo que se proponí­an. En vista de la ineficacia de estos medios se pensó en que decidiera  la  cuestión  un  buey,  que  salió  de  Ordoñana  un  dí­a de verano; pero al aproximarse el cornúpeto  a  Muniain,  los  mora- dores de este lugar le echaron moscas; lo que obligó al animal a apartarse del camino ordinario y a marchar a la  ventura,  con  detrimento  seguramente  de  los  intereses  de  Ordoñana.

También  entre  Mendiguren  y  Aranguiz,  o  entre  Mendiguren  y Foronda,  según  me  asegura  el  joven  y  culto  sacerdote  vitoriano D. Tomás de Atauri, hubo sus más y  sus  menos  respecto  a  la  colocación de un mojón que habí­a  de  marcar  los  lí­mites  de  las  respectivas jurisdicciones; como no lograron entenderse por otros procedimientos, optaron por  el  de  clavar  el  hito  en  el  punto  preciso en que coincidieran dos animales que habí­an de salir a una hora convenida de cada una de aquellas localidades. Los de Mendiguren eligieron un burro; una yegua, me dicen algunos, un caballo cojo, afirman otros, sus adversarios. Llegó el dí­a señalado y el asno de Mendiguren, apenas asomó fuera de la cuadra y tropezó con un riachuelo, que pasa lamiendo  las  casas  del  pueblo,  se  dio  a  beber con tales ansias, que no hubo forma,  ni  aún  la  violenta  de  administrarle  una  buena  tanda  de  palos,  de  que  diera  un  paso  adelante y allá se estuvo y allá se  fijó  el  mojón,  puesto  que  su  contrincante llegó hasta el mismo arroyo  donde  el  burro  calmaba  su  sed,  producida por quince dí­as de abstinencia de agua a que por descuido inexplicable le tuvieron sometido los de Mendiguren, que sólo procuraron  cebarle  con  copioso  pienso.

Los lí­mites geográficos  del  valle  alavés  de  Ayala  y  del  burgalés de Losa están indicados por las cumbres de la Sierra Salvada; sin embargo, los términos jurisdiccionales de Ayala avanzan considerablemente  por  la  vertiente   meridional   de   aquellas   montañas,   no sin que la  protesta  de  los  losinos  se  haya  manifestado  con  frecuencia en actitudes violentas y pleitos ruidosos, originados por el no disimulado encono  que  en  ellos  producí­a  el  dominio  que  sus  vecinos se  atribuí­an  de  los  sabrosos  pastos  que  se  producen  en  la  zona  litigiosa.  Allá,  a  comienzos  del  siglo  XV,  se  manifestó  una  vez  más  el empeño  de  los  burgaleses  de  arrebatar  a  las  aldeas  de  Ayala  la  pací­fica  posesión  de  tales  terrenos;  alentábales  a  ello  un  cierto  conde, cuyo  nombre  no  ha  recogido  la  posteridad,  que  residí­a  en  Villaño. Acaudillaba  a  los  ayaleses  el  bravo  Conde  de  Salazar,  D.  Tristán de  Orivesalazar,  señor  de  la  casa-torre  de  Sojo,  quien  propuso  a su  rival  que  la  solución  de  las  añejas  cuestiones  que  dividí­an  a  losinos y ayaleses quedase confiada a una lucha hí­pica, en la cual habí­an de  contender  ambos  condes,  montados  en  fogosos  caballos;  consistirí­a  la  pugna  en  rodear  la  Sierra,  jalonándola  en  determinados parajes  con  hitos  que  señalarí­an  para  siempre  los  términos  respectivos  de  los  dos  valles.  Aceptada  esta  fórmula  por  el  prócer  villañés, pudo  D.  Tristán  recorrer  a  su  antojo  cuanto  terreno  quiso  y  apoderarse  de  él,  sin  tropezar  con  su  adversario;  el  recorrido  habrí­a  de hacerse  en  un  dí­a  solar,  y  salió  de  mañana  el  señor  de  Sojo,  acompañado  de  su  escudero;  dejó  a  la  izquierda  el  frecuentado  paso  del Aro  y  rebasó  las  cumbres  de  la  cordillera,  penetrando  por  el  portillo de Labate; siguió luego el contorno de los riscos hasta llegar a Lobera  y  allí­  fijó  el  primer  mojón;  continuó  su  ruta,  y  sin  detenerse  en  el llamado  Salto  del  Agua,  se  dirigió  al  pozo  de  Mandagoa  y  luego a Costantiego y al pozo de Calderón; en los tres lugares dejó señales de  su  paso;  marchó  por  la  ladera  de  Gustillas,  donde  hincó  un  hito y  en  lí­nea  recta  avanzó  hasta  lo  que  hoy  se  llama  el  Mojón  Alto y  allí­  plantó  el  último,  en  punto  confinante  con  jurisdicción  vizcaina. Fatigado  el  caballo  que  montaba  D.  Tristán,  emprendió  éste  su regreso,  dirigiéndose  a  Villaño,  donde,  a  la  sazón  se  hallaba  su  rival, tan  descuidado,  al  parecer,  como  las  viejas  de  Aborní­cano  y  Goizueta.  Pero  no;  el  conde  losino  habí­a  tomado  sus  previsiones,  que le  resultaron  fallidas.  Apostó  hombres  armados,  hasta  el  número de  treinta,  en  la  subida  del  Aro  para  impedir  la  entrada  de  los  ayaleses  en  la  Sierra;  pero  como  ya  se  ha  dicho,  D.  Tristán  no  tomó aquel  camino,  sino  el  de  Labate,  burlándose  así­,  aunque  acaso  sin pretenderlo,  de  la  maniobra  urdida  por  su  enemigo;  mas  si  a  él  no pudieron  matar  los  asalariados  del  prócer  burgalés,  despeñaron a  tres  pobres  alaveses  que  tuvieron  la  malhadada  ocurrencia  de pasar  por  aquel  sitio.  Este  triple  asesinato  costó  a  los  de  Losa  fuerte multa,  con  cuyo  importe  se  hizo  una  fundación  de  misas  que  habí­an de  celebrarse  en  el  Convento  de  Dominicas  de  Quejana.  Se  me  dice que  su  número  ha  sido  reducido  recientemente  por  el  señor  Obispo de  Vitoria,  a  causa  de  lo  bajo  del  estipendio  y  de  la  carestí­a  actual de la vida; he procurado comprobar este dato, pero no me  ha  sido posible; no desconfí­o de conseguir alguna vez lo que ahora no  he logrado y entonces quizá  sea  fácil  averiguar  lo  que  de  cierto  e  histórico haya en lo que hoy no tiene otro alcance que el de una tradición.

La he recogido de fuente ayalesa y al intentar robustecerla con diversidad  de  testimonios,   he   observado   que   no   todos   coinciden en  el  nombre  del  Señor  de  Salazar,  pues  unos  le  llaman  Don  Tristán y otros D.  Juan  Ortiz  de  Orive;  hay  también  quienes  le  suponen en lucha,  no  con  el  conde  villañés,  sino  con  el  Señor  de  la  Torre de Nava, del valle de Mena; en lo que están  todos  acordes  es  en afirmar que los losinos cedieron a los ayaleses y declararon de la propiedad exclusiva de éstos toda la parte de terreno que  en  un tiempo  determinado  recorriese  el  señor  de  Orive,  dando  una  vuelta a la  Sierra  en  forma  circular  y  «a  corrida  de  caballo»  precisamente. Y  esto  es  lo  que  a  mi  particular  punto  de  vista  afecta,  por  lo  que de momento he  desdeñado  la  comprobación  de  los  demás  extremos en  que  no  concurre  igual  conformidad  de  referencias.

Hay un detalle en la forma en que me ha  sido  comunicada  la hazaña del Señor de Salazar  que  debe  ser  rectificado,  se  dice  que aún hoy existe en Villaño una casa, llamada de  Vadillo,  en  cuya cuadra  hay  un  mojón  que  ocupa  el  lugar  del  abrevadero  en  que D. Tristán ató las bridas de su caballo; y se agrega que los habitantes de la citada  casa  gozan  del  Fuero  de  Ayala  y  que  hasta  la  vigencia de la Ley de 21 de Julio de 1876 sus mozos han gozado de la exención del  servicio  militar.

He  recorrido  todos  los  aposentos  de  la  casa  de  Vadillo  y  en  ninguno de ellos he encontrado el mojón a que alude la creencia popular ayalesa de la que participan también en este punto, los vecinos de Villaño. Es inexacto que los moradores de la  mentada  mansión hayan vivido  nunca  acogidos  al  Fuero  de  Ayala;  lo  que  ha  sucedido es que, no sólo los que en aquélla viví­an, sino también los que habí­an fijado su residencia en las otras tres que forman La Cerca de Orduña, disfrutaban de todos los  derechos  anejos  a  su  vizcainí­a,  incluso del que les eximí­a del servicio de las armas[1]. «En 1523 la ciudad (de Orduña) compró a los ayaleses  cuanto  allí­  poseí­an;  mas  habiéndose mandado demoler el castillo en virtud de reales órdenes, el emperador Carlos  V  dio  en  remuneración  a  la  ciudad  el  señorí­o  de la fortaleza llamada La Cerca de Villaño con todos sus vecinos y términos, que está a 2 leguas de distancia  dentro  de  las  7  merindades de Castilla la vieja. Sus vecinos pagan a Orduña  por  este señorí­o 100 maravedí­s anuales y gozan de los privilegios de la ciudad, a  cuyas  justicias  están  afectos».  Dice  Madoz  a  este  propósito:

«El  barrio  de  la  Cerca  de  Villaño,  encima  de  la  Peña  Vieja,  tiene la  particularidad  de  estar  unido  al  mismo  pueblo  de  Villaño,  y  consta de  11  casas,  de  las  cuales  3  son  de  Vizcaya,  y  las  8  restantes  pertenecen  al  partido  de  Villarcayo  (prov.  de  Burgos);  de  manera  que, los  vec.  de  aquellas  gozan  de  los  fueros  y  libertades  como  tales  vizcainos,  al  paso  que  los  de  las  otras  no,  como  castellanos;  y  así­  las primeras  nunca  se  han  visto  desocupadas:  en  la  cocina  y  hogar  de una de ellas está el mojón divisorio de los term. y jurisd.» Hoy no  ocurre  lo  que  Madoz  afirma,  pues  todas  las  casas  de  La  Cerca están  deshabitadas;  atribúyese  esto  a  que  careciendo  los  vecinos villañeses  de  la  jurisdicción  de  Orduña  de  tierras  de  labor  habí­an de  procurarlas  en  territorio  burgalés;  de  lo  que  se  derivaron  hechos que  imposibilitaron  la  convivencia  en  una  localidad  de  gentes  distintas,  vizcainas  las  unas,  castellanas  las  otras.  Hasta  época  reciente, mientras  hubo  moradores  en  La  Cerca,  subí­an  allí­  de  cuando  en cuando  los  forales  de  Vizcaya,  a  ejercer  sus  funciones  de  vigilancia.

También Madoz  se  hace  eco  de  la  existencia  del  mojón  sito  en el interior  de  una  casa  y  la  atribuye  el  carácter  de  piedra  divisoria de los  lí­mites  de  Orduña  y  Villaño.  Esto  último  no  puede  ser  cierto; se conservan perfectamente los hitos que marcan los linderos de ambas  jurisdicciones  y  están  fijados  por  el  exterior  de  La  Cerca y algo apartados de la pared que  la  rodea,  guardando  el  espacio  llamado riedra o reyedra, que no se usa en las tierras castellanas circundantes.

Haya  existido  o  no  el  mojón  que  señala  la  creencia  popular, no es verosí­mil  que  fuera  hincado  por  el  Señor  de  Salazar;  el  campo de las proezas  que  la  tradición  le  atribuye  queda  más  al  Norte  y en  lugares  más  próximos  a  las  cumbres  de  la  Sierra.  Sean  cuales fueren las hazañas del bravo conde ayalés, es para el pueblo el héroe que, merced a su temple y a  los  brí­os  de  su  caballo,  ganó  para  el Valle tierras que vecinos  recelosos  le  disputaban.  Este  es  el  aspecto que  a  mí­  me  interesa  y  que  me  sirve  para  apuntar,  no  me  atrevo a llamar  la  hipótesis  sino  la  tí­mida  conjetura,  de  que  alguna  vez se hayan dirimido conflictos jurisdiccionales por el medio que parece denotar  la  palabra  corsera,  tan  empleada  antaño  para  designar la  idea  de  lí­mite.

 

 


[1] Tuve ocasión de hallar entre las páginas de un libro, arrinconado en un armario  de  la  casa  de  Vadillo,  un  documento  en  que en 2 de Julio  de I868 se  certifica  por  el  Secretario  del  Ayuntamiento de Orduña, don  Emeterio  de  Zugazaga,  que  dos  sujetos  «son  vecinos de esta Ciudad en el término jurisdiccional nombrado La Cerca de Villaño: como tales vecinos, y en virtud de  la  franquicia  de  que  gozan como  vizcainos  llevan  cuatro  fanegas  y  media  de  sal  para  su  consumo».

 

2 Comentarios

  1. roberto

    hola,,,,esta muy bien la decripcion historica sobre los limites de la sierra salvada,,,,,en realidad,la division corresponde a limites tambien geograficos,pues la divisoria administrativa corresponde casi a la divisoria de aguas cantabrico-mediterraneo,que va desde La Mandagoa,pasando por Tremoledo hasta Mojon Alto,de oeste a este,,,,,

  2. roberto

    hola,,,es una buena descripcion historica de como es la division administrativa de la Sierra Salvada,,,,Y que casi corresponde a la division geografica,al coincidir casi la division administrativa con la divisoria de aguas cantabrico-mediterraneo

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