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La población de las villas

La población de las villas

PlazaLa primera cuestión a plantear es la que se refiera a la procedencia de la población urbana. Hay que tener en cuenta que las villas se constituyen, en la mayor parte de los casos, sobre un núcleo de población preexistente, en cuya composición social debí­an de predominar los labradores. Ahora bien, las cartas-pueblas van dirigidas a labradores e hidalgos, a los que más tarde se sumarán Parientes Mayores y extranjeros. Los labradores que acuden a las villas debieron de ser abundantes.

En este sentido destaca el hecho de que cinco de esas villas se fundaron a petición de los mismos a fines del siglo XIV (Rigoitia, Larrabezúa, Munguí­a, Guerricaiz y Miravalles), una vez avecindados, parte de estos labradores pierden su condición de dependencia, si bien esto no sucede en todos los casos, pues las villas, lo mismo que la nobleza, poseerán labradores censuarios, es decir, dependientes.

Otros campesinos que acuden a ellas lo harán para defender su libertad en un momento en que la presión nobiliaria se está acentuando.

Y por fin, otra parte debe de hacerlo con el fin de encontrar una forma de subsistencia que no tiene asegurada en el medio rural, bien por la escasez de sus tierras, o por ser segundones que no pueden mantenerse en el solar familiar.

Desde el punto de vista cuantitativo, el segundo elemento en importancia lo constituyen los hidalgos, cuyo interés por las villas parece aumentar desde finales del siglo XIV. Por una parte, es una salida para los segundones en un momento en que el mayorazgo se está imponiendo; por otra, es un medio de asegurarse un nivel económico aceptable cuando la fortuna familiar es restringida, así­ como una forma de luchar contra la crisis de la renta de la tierra, que les afecta de manera muy directa. Estos hidalgos se integran en la población urbana y, lo mismo que los labradores, se encuentran en la base de esa naciente «burguesí­a»; lo que no significa que pierdan su posición privilegiada, como podemos constatarlo en el caso de Martí­n Ochoa de Larrea, vecino de Bilbao, con respecto al cual los Reyes Católicos ordenan en 1485 a los justicias de Guipúzcoa le sea guardada la ley de los hidalgos.

Elementos procedentes de los grandes linajes y Parientes Mayores acuden también a las villas impulsados por la crisis. El caso de los Leguizamón, asentados en Bilbao, es quizá el más claro del proceso que lleva a estos nobles a asentarse en el mundo urbano y a participar activamente en sus actividades económicas, llegando a encabezar uno de los bandos de la villa, como veremos más adelante.

Ahora bien, también se produce el fenómeno inverso, es decir, el ennoblecimiento de ciertas personas y linajes a partir de un enriquecimiento alcanzado en la villa; tal es el caso de los Arbolancha, vecinos de Bilbao, que consiguen encumbrarse hasta los más altos escalones de la jerarquí­a social.

Por fin, entre los que acuden a poblar las villas nos encontramos tanto con extranjeros como con judí­os, si bien en ambos casos su presencia parece escasa. La ocupación más extendida entre ellos debió de ser el comercio, aunque no faltan quienes se dedican a otras actividades.

En un primer momento no parece que se ponga ninguna traba a la llegada y asentamiento de personas ajenas al señorí­o; sin embargo, a partir del siglo xv, sin duda como consecuencia de una exagerada polí­tica proteccionista, las villas comienzan a crear dificultades en este sentido. Bilbao, la más próspera de ellas, exige en 1463, para permitir el avecindamiento en su territorio, una probanza de sangre y origen, el aval de dos vecinos y la presentación de bienes que aseguren al solicitante la posibilidad de vivir durante diez años. Así­ pues, la mayor parte de los vecinos de las villas vizcaí­nas es procedente de la Tierra Llana. Ante este hecho cabe preguntarse por las razones que les impulsaron hacia los nuevos núcleos de poblamiento.

Dejando de lado las razones económico-familiares apuntadas más arriba, la primera respuesta de carácter general nos la da un documento de 1499, en el que se señala que hay personas que, aun teniendo haciendas en otros lugares, prefieren avecindarse en las villas, en este caso concreto en Bilbao, «para gozar de sus privilegios».

Las cartas-pueblas establecen ya ciertos privilegios de carácter fiscal al eximir a sus pobladores de ciertos censos, e incluso de todo pecho durante un periodo de tiempo determinado, como sucede en Elorrio y Miravalles. Estos privilegios se hacen a veces extensivos a ámbitos más amplios que las propias villas, como sucede en Lequeitio, cuyos vecinos gozan de la franqueza de portazgo en todo el reino, salvo en Sevilla y Murcia. Junto a esto hay que resaltar el hecho de que las villas se dan a sí­ mismas su propio gobierno, ejercen justicia, y en algunos casos, como el de Bilbao, sus vecinos no pueden ser emplazados fuera de ellas. De esta forma los habitantes del mundo urbano consiguen, al menos a priori, un amparo frente a posibles abusos señoriales, amparo que, en ocasiones, queda reflejado en las propias cartas-pueblas, como sucede en las de Ondárroa y Portugalete.

A cambio de estas ventajas los vecinos de las villas están sometidos al señor de Vizcaya, lo que supone la existencia de una dependencia con respecto al mismo, si bien ésta es, en general, muy laxa, máxime cuando el señor pasa a ser el rey. Pero, en función de ella, están obligados a pagar pechos y prestar servicio de armas; aunque las ventajas obtenidas a cambio parecen compensar con creces esas cargas, esto no significa que, en ocasiones, no se resistan a cumplirlas, como sucede en Durango, donde los miembros de ciertos oficios (letrados, escribanos, maestros de escuela, procuradores, cirujanos, fí­sicos y boticarios) pretenden en 1519 ser eximidos del servicio de armas.

Una tercera cuestión a plantear es la referente a la dedicación económica de esta población urbana. Sin duda, las actividades más caracterí­sticas son la comercial y naviera. Ambas constituyen la más importante fuente de enriquecimiento, y en muchas ocasiones son desarrolladas por los mismos personajes, como sucede con los Pedriza o los Basurto. En base al comercio a gran escala, particularmente el marí­timo, se constituyen importantes fortunas, que permiten alcanzar a sus ostentadores un amplio poder sobre las villas y orientar la polí­tica de éstas en su propio beneficio. Esto será un motivo de queja para los restantes vecinos, y a veces también para los habitantes de la tierra llana, como sucede en el caso de Bilbao, de cuyas ordenanzas sobre los fletes se dice que solamente benefician a diez o quince particulares ricos. Ahora bien, también se practica en las villas un pequeño comercio, que sin llegar a proporcionar tan amplios recursos a sus protagonistas, les proporciona sustanciosos ingresos, por lo que no es de extrañar que movilice a un importante número de habitantes.

Si la actividad urbana más lucrativa es el comercio, especialmente el marí­timo, hay que considerar que el mar es también medio de  otras actividades que proporcionan ocupación e ingresos a los vecinos de las villas marineras. La piraterí­a es una de ellas, y ya dentro del plano de la legalidad destacan la pesca y los oficios marineros (pilotos, marineros, etc.).

El artesanado y la práctica de ciertos oficios integran el otro grupo de actividades más tí­picamente urbanas. Los oficios artesanos son enormemente variados y tienden a cubrir las necesidades de los vecinos. En Bilbao, a fines del siglo XV, aparecen corredores, asteros, argenteros, ferreros, rementeros, espaderos, liní­erneros, cordeleros, ancleros, puchereros, ballesteros, tejedores, etc.; entre los herejes de Durango encontramos cuchilleros, tejedores, pañeros y cintureros; se puede mencionar igualmente a los zapateros, canteros, horneros, sastres, carpinteros y un largo etcétera; también la ostentación de tabernas y chiribongas y la fabricación de chacolí­ –en directa relación con la existencia de viñedos en el territorio urbano–, son otras actividades; por fin, no hay que olvidar a fí­sicos, boticarios, escribanos, procuradores, maestros de escuela (éstos en relación con la necesidad de obtener una mí­nima base cultural para el desarrollo de las actividades urbanas, especialmente el comercio), así­ como carniceros y tenderos en general.

Los habitantes de las villas obtienen también recursos por otros medios. La propiedad inmobiliara urbana, concretamente el alquiler de viviendas y locales, se convierte pronto en una fuente de ingresos para algunos habitantes de la ciudad. Las ordenanzas de Bilbao se ocupan del tema», y tenemos, además, abundantes noticias al respecto a través de los frecuentes pleitos que se plantean en torno al tema.

En general, desconocemos lo que pueden rentar tos alquileres; a tí­tulo de ejemplo podemos recurrir a un caso concreto: el pleito entre Martí­n de Barsana y Ochoa Martí­nez de Marina; este último es propietario de una casa en Bilbao, que tiene alquilada a aquél por un perí­odo de cinco años, a razón de 5.000 mrs. anuales, pagaderos por trimestres.

Junto a esto, parte de los vecinos gozan aún de una propiedad territorial y de rentas de carácter tradicionaL En muchos casos esas propiedades son de reciente adquisición, lo que pone de manifiesto el apego que existe todaví­a en el mundo urbano con respecto a la tierra. En relación con esto hay que diferenciar dos casos totalmente distintos: el de los pobladores de las villas que siguen siendo campesinos o semicampesinos, al alternar el trabajo en el campo con alguna dedicación urbana, y para los cuales la tierra es un complemento indispensable para su subsistencia. Y aquellos que invierten en la compra de heredades, o mantienen una propiedad territorial adquirida anteriormente, no tanto como medio de subsistencia o como ví­a de enriquecimiento, sino fundamentalmente como signo externo de prestigio y poder; son aquellos «burgueses» dedicados a las actividades más lucrativas, que emplean parte de sus ganancias en la compra de tierras. Esta tendencia queda recogida, en el caso de Bilbao, en el pleito que esta villa mantiene con la Tierra Llana en 1500″.

Por último, hay que señalar que los Parientes Mayores y miembros de los más importantes linajes de las villas siguen disfrutando de fuentes de renta similares a las de sus iguales de la Tierra Llana. Explotan molinos y ferrerí­as, gozan de patronatos, de labradores censuarios y de mercedes de la corona, y, lo mismo que aquéllos, utilizan también el pillaje y la violencia para aumentar sus recursos, como queda de manifiesto en la confiscación de acémilas realizada en 1348 por el preboste de Bilbao.

Marí­a Isabel del Val Valdivieso

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