
DECLIVE SOCIO-ECONÓMICO DE ORDUÑA EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX

Orduña adquirió importancia socio-económica en la etapa medieval. Pueblo, fundado como villa (1229, 1256), reunía una serie de elementos (recinto fortificado, mercados, provisión de servicios), que le convirtieron en el centro de referencia de las poblaciones rurales del entorno, comprendidas en un radio de veinte kilómetros de distancia. La pertenencia de Orduña a Bizkaia, territorio aforado, y su localización en los límites con Castilla contribuyeron a que radicara en la villa el control aduanero de mercancías, que procedentes de puertos y territorio vizcaínos, se encaminaban hacia regiones peninsulares y viceversa. La ordenación económica, derivada de su condición de villa, la situación de frontera fiscal y las actividades económicas surgidas por ello en el ámbito mercantil constituyeron las bases para su expansión como núcleo y para su transformación en un centro socio-económico de referencia comarcal, regional, peninsular e, incluso, internacional. Un reflejo de todo ello puede considerarse la concesión del título de ciudad en 1476.
Los incendios, sin embargo, representaron un lastre en su expansión. En 1451, se quemaron cuatro calles. El incendio de 1535 arrasó todo el casco urbano, excepto la Parroquia de Santa María. La posterior recuperación y auge se articuló en la mejora de las comunicaciones con el fin de estimular la ruta orduñesa como vía comercial, bien por la Peña de Goldecho (1690) o bien por la Peña de San Bartolomé (1553, 1671 y 1774), por donde inicial y finalmente circuló el núcleo del tráfico comercial. Las repercusiones de la construcción del camino Bilbao-Pancorbo fueron inmediatas y significativamente relevantes como se desprende del crecimiento demográfico experimentado entre 1768, año en el que vivían 1.324 habitantes, y 1787, trece años después de la finalización de las obras, cuando la población ascendía a 2.224 personas. De esta época, data el edificio de la Aduana, construido entre 1787-1793.
La expansión socio-económica de contenidos comerciales y fiscales quedó bruscamente interrumpida por el traslado de las aduanas en 1841 de los puertos secos a los costeros, con motivo de la construcción de un mercado único estatal por el nuevo régimen liberal decimonónico. La ruta de Orduña, de todos modos, prosiguió todavía siendo durante los decenios posteriores una de las vías importantes, por las que circulaba el comercio de Bizkaia con Castilla. Con todo, el tránsito de mercancías desapareció casi totalmente con la construcción del camino férreo entre Bilbao y Tudela (1863). El ferrocarril supuso una barrera insuperable para una ruta comercial de raigambre secular, aunque indudablemente, facilitó y mejoró a medio y largo plazo las comunicaciones de Orduña con otras zonas y regiones, en la medida en que se fue extendiendo por la Península.
En relación con la riqueza y auge de tiempos pasados, los autores de la época destacaron la idea de la decadencia de la ciudad vizcaína. Louis Lucienne Lande llegó a describirla en 1.876 como una «villa muerta»; Cándido Peña, en 1.895, hablaba de la «decadencia actual» frente a su «antiguo esplendor». Las fuentes económicas orduñesas radicaron durante la segunda mitad decimonónica en la explotación de los recursos agrarios, completada con la fabricación artesanal y la provisión de servicios. La trayectoria diseñada por los dirigentes para recomponer las bases socio-económicas municipales estuvo sustentada en la promoción de la ganadería y los servicios.
Fomento de los recursos agrarios.
El sector agrario constituía la principal fuente de empleo: el 38% en 1848, que ascendió hasta el 40% en 1877. El empleo agrario estaba formado en su mayor parte por medianos y pequeños labradores (propietarios o colonos) y, en menor medida, por jornaleros. Los hacendados representaban un número reducido, concretamente, 32 en 1848. Con datos de 1877, los labradores suponían el 32% del empleo total y los jornaleros el 4,8%, mientras que los hacendados ascendían a 2,7%.
Las producciones agrícolas más importantes eran trigo, maíz y chacolí. El volumen de las mismas en el primer decenio de la segunda mitad decimonónica oscilaba, según años, entre 3.200-8.200 fanegas de trigo y 3.000-6.000 fanegas de maíz y por lo que respecta al chacolí, entre 1.500-16.000 cántaras. La extensión del oidium entrañó por entonces una importante caída de la producción chacolinera, que según apuntó Pascual Madoz en 1849,»podría sobrepujar al de Burdeos, si fuese mejor su elaboración»; el comentario, más allá de comparaciones, siempre, odiosas, indica la trascendencia que la producción chacolinera y, en concreto, el «ojo de gallo», chacolí de tono rosado, tenía en la economía, sociedad y cultura orduñesas. Cebada, leguminosas, frutas, lino y hortalizas eran otros de los productos que aparte de los mencionados, se cosechaban en el terrazgo orduñés. Las producciones agrícolas se destinaban a satisfacer las necesidades alimentarias de la población humana, por un lado, y de la cría ganadera, por otro, como apuntan la cosecha del maíz o la cebada.
La mejora ganadera estuvo orientada a la cría del ganado vacuno, caballar, lanar y porcino. El ganado vacuno y caballar, además de proporcionar carne para el consumo humano, desempeñaba todavía una función insustituible con relación al tiro en las tareas agrarias y en el transporte de personas; el aumento experimentado por el ganado caballar, asnal y mular, acompañado de una caída del vacuno, pudo ser debido a la sustitución por parte de los primeros con respecto a este último, reservado cada vez más a la producción de carne y leche. La cabaña lanar y porcino presenta ya cierta importancia, pero sin la relevancia, que adquirirá posteriormente la primera.
Uno de los objetivos, que inmediatamente, se propuso la élite orduñesa para frenar la decadencia económica, tras la supresión de la Aduana, radicó en la mejora de las producciones ganaderas. Así, el Ayuntamiento creó la Junta de la Dula en 1842, estableció la plaza de Pastor de la Dula y adquirió en 1850 un toro semental, procedente de los montes Obarenes, con el destino de cubrir las vacas durante su estancia en los montes públicos y, más en concreto, en los pastos de la Sierra de Salvada. El Pastor de la Dula, empleado municipal, estaba obligado a conducir el ganado vacuno y caballar a los pastos públicos, incluidos los de la sierra, y encargarse de su custodia y vigilancia en tanto permaneciesen en los mismos. Posteriormente, la corporación orduñesa creó, en 1865, una Casa-Parada, destinada a mejorar el ganado caballar, especialmente difundido entre vecinos de las aldeas de la Junta de Ruzabal.
El fomento de la ganadería se canalizó, por tanto, por el aumento del uso de los recursos pastables en el monte, lo que venía posibilitado por la condición rústica de las razas por entonces empleadas, que puede asociarse a las denominadas como razas vacuna y caballar del país. El mayor uso de los recursos pastables montanos estuvo acompañada por la intensificación en el uso del monte, y, en concreto, de los aprovechamientos forestales. En 1864, Juan Delmas citó la existencia de 250.000 robles, 60.000 hayas, 10.000 encinas y 5.000 árboles de otras clases (fresnos, espinos, álamos, …). Por las deudas contraídas con motivo del abastecimiento a los ejércitos contendientes en las guerras carlistas, la corporación orduñesa se vio obligada a la venta en subasta de los recursos forestales propios, particularmente, de la masa arbolada de robles. Por otro lado, siendo la fuente principal de obtención de abono la de procedencia animal, el Ayuntamiento trató por medio de remate público de poner a disposición de los labradores las boñigas acumuladas en abrevaderos y sesteaderos de los montes públicos (Pozo del Agua en la Sierra de Salvada, Sierra de Bigandi).
Fabricación artesano-industrial con destino preferentemente local.
La estructura industrial orduñesa se caracterizaba por actividades gestionadas fundamentalmente por artesanos en campos como alfarería de vidrio ordinario, fragua, sillería, zapatería, confitería, orfebrería o telares; estos últimos gozaban de una estimable reputación, según señaló Delmas en 1864. Además, funcionaban durante esta etapa histórica una tejera y dos empresas dedicadas a la extracción de yeso del subsuelo.
Los oficios, destacables por su importancia numérica, consistían en zapateros, carpinteros, tejedores, silleros, confiteros, herreros, cordeleros, albañiles y canteros. El sistema productivo artesanal pasaba por un proceso de cambio y transformación. Los artesanos perdían peso dentro del sistema municipal de empleo: en 1848, representaban el 30,2%, mientras que en 1877, es decir, treinta años después, constituían el 24,8% de la población activa. En 1897, la creación de una sociedad de resistencia por parte de cordeleros y oficios varios indica como el sistema propiamente artesanal (artesano = propietario directo de los medios de producción y productos elaborados) había pasado o estaba pasando por un período de descomposición y de concentración de la propiedad.
Orduña se mantuvo al margen de la expansión económica promovida por el movimiento industrial siderúrgico en territorio vizcaíno, que, dentro de la comarca del Alto Nervión, no traspasó durante esta etapa el límite de Ugao-Miravalles, en donde se localizaron las empresas Franco-Belga y Olasa.
Apertura del sector terciario a los ámbitos regional y peninsular.
La provisión de servicios representaba la segunda fuente de empleo: el 34,26% en 1877 (Tabla 3). Este sector de actividad económica no solo cubría las necesidades de los habitantes orduñeses, sino que hay que asociarlo además con la condición de que Orduña desempeñaba como cabeza comarcal de los pueblos del entorno.
La composición del sector servicios era el propio de un núcleo poblacional, en la que predominaban rasgos distintivos de una sociedad tradicional. El grupo profesional más numeroso estaba compuesto por los sirvientes, que en 1877, constituían el 12,4% del conjunto del empleo. Comerciantes y clero componían alrededor del 6% de la población activa de 1877. A pesar del abandono del convento en 1834 por parte de la comunidad franciscana, el clero mantenía un importante peso en la comunidad orduñesa, ya que persistían las clarisas, se instalaron nuevas comunidades religiosas (Hijas de la Caridad, en 1863, Compañía de María, en 1883) y se produjo el regreso de los Padres Jesuitas como profesores y personal directivo del centro educativo municipal.
El tejido comercial y hostelero abarcaba una variada gama de tiendas destinadas a la venta de productos alimentarios, textiles y otros objetos de consumo. A lo anterior, hay que sumar boticas, tabernas, fondas y posadas. Los profesionales cubrían ámbitos como el jurídico (abogados, notarios), sanitario (médico, cirujano, albeytar y veterinarios), educativo (maestro) o constructivo (arquitecto).
La celebración de ferias y mercados comprendía un ámbito secular de actividad comercial con proyección como mínimo comarcal. Todos los sábados de los meses de noviembre, diciembre y enero se celebraban ferias de ganado mular y caballar. En 1841, la corporación orduñesa obtuvo la concesión estatal de celebrar una feria anual de 8 días, con principio el 13 de junio, día de San Antonio, para facilitar la compra-venta de cualquier clase de ganado. En 1848, las compraventas de estas ferias movieron 400.000 reales. Los mercados semanales (martes, jueves y sábado) se distinguían por una importante actividad, pues a pesar de la competencia de los mercados celebrados en Quincoces, se conoce que la venta de granos ascendió en el año anteriormente referido a 30.000 fanegas, por un importe de 1.000.000 de reales.
La feria de ganado del 13 al 20 de junio, con cuyo establecimiento la corporación municipal aspiraba potenciar el desarrollo ganadero local, terminó con el tiempo por ser poco concurrida al coincidir en fechas con una similar celebrada en la localidad riojana de Haro. Por todo ello, las élites orduñesas emprendieron treinta años después diversas iniciativas en el campo del sector servicios, con objeto de promover el relanzamiento socioeconómico municipal.
Desde la fundación realizada por Juan de Urdanegui (1677), existió en Orduña una escuela de primeras letras, regentada por los jesuitas. Tras su expulsión (1767), la escuela funcionó bajo la denominación de San Juan Bautista con maestros reclutados por oposición. En 1870, la corporación municipal acordó la creación de un Colegio Municipal de 2° Enseñanza, al amparo del artículo I° de la Ley de 14.01.1869, que autorizó la fundación de establecimientos educativos por parte de Diputaciones y Ayuntamientos, siempre que ello se realizará con sus propios fondos. El centro educativo, con capacidad para acoger más de 200 alumnos, fue fundamentalmente frecuentado por los hijos de la burguesía vizcaína y del resto de las provincias vascas, sobre todo, a partir del arrendamiento municipal del mismo a particulares, tras prohibirse en 1875 la existencia de centros municipales educativos.
El conocimiento de las cualidades curativas que las aguas de dos fuentes salinas, sitas en terrenos de composición geológica triásica y conocidos anteriormente bajo la denominación de «mueza», contenían para distintas enfermedades (raquitismo, escrofulismo, reuma, desarreglos digestivos,…) contribuyó a que el municipio construyera en 1852 una fuente con dos piscinas exteriores, para uso de los vecinos, y facilitara la apertura de un balneario, construido y gestionado desde la iniciativa privada. Inaugurado en 1880, estaba localizado en Arbieto, a una distancia de 1,5 kilómetros del recinto urbano. El establecimiento, parcialmente, construido, disponía de instalaciones (balneario, hotel con capacidad para 100 personas y capilla) a la altura de los mejores del ramo en la Península, ofreciendo a los bañistas servicios complementarios (conciertos, guía de excursiones en tren y en carruajes, con caballo o a pie).
Estabilización del tamaño demográfico.
El tamaño de la población se estabilizó en torno a los 2.000 habitantes como población de derecho, sin contabilizar, por tanto, la población transeúnte (reclutas militares, estudiantes,…). El volumen de población presenta, incluso, una leve tendencia negativa: de ser 2.230 habitantes en 1848, se pasó a los 1.980 de 1889. Desde una perspectiva histórica secular, descenso, estancamiento o estabilización demográficas no son sino el reflejo del declive socio-económico, que distinguió a Orduña durante la segunda mitad del siglo XIX.
Con el tamaño demográfico como indicador, puede concluirse que la gestión de los dirigentes municipales, si bien no logró sentar nuevas bases firmes para el posterior crecimiento y despegue, consiguieron, al menos, que el declive socio-económico ocasionado por la pérdida de la Aduana y del tráfico viario de mercancías no traspasase umbrales no deseables. Así, las iniciativas desplegadas redundaron en la estabilización de Orduña en el volumen demográfico alcanzado en el siglo anterior con la construcción del camino de acceso a la Meseta.
Finalmente, es interesante señalar desde el punto de vista demográfico que la última epidemia, que afectó a la población orduñesa, sucedió en 1855, en el que por causa del cólera morbo, murieron 115 personas entre los meses de agosto y octubre. Precisamente, fue la mejora de las condiciones sanitarias, con su incidencia en la modernización demográfica (descenso de la mortalidad y aumento de la natalidad), la que desempeñó una determinante influencia para que Orduña ya en el primer tercio del siglo XX, superase el umbral de los 2.000 y alcanzase la cifra de 3.000 habitantes.
Tomado de AZTARNA
JESÚS M. GARAYO URRUELA