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Orduña (siglos XVII y XVIII)

Orduña (siglos XVII y XVIII)

PlazaEn consonancia con la idea de decaden­cia, habitual en las mentes ilustradas cuando se refieren al siglo XVII, Armona no tiene duda de que esa centuria significó para el paí­s una derrota en polí­tica internacional, penuria en el orden económico y decaimiento en las artes y en las letras. Por ello, no es de extrañar que dedique a esta época tan sólo siete de los ciento ochenta y un folios que comprende su trabajo. Y es prácticamente un solo acontecimiento al que dedica su aten­ción, la fundación del colegio de jesuitas, promovido por Juan de Urdanegui.

Este hecho sirve de ocasión para que el ayalés se despache a gusto contra la congregación que fundara Ignacio de Loyola. No ahorra crí­ticas contra los jesuitas, a quienes acusa de apoderarse del dinero y vocación de Urdanegui, con la connivencia de algunos particulares «que preponderaban en Orduña». Al valorar estas afirmaciones, no debemos olvidar que se trataba de la opinión de un alto funcionario ilustrado en ejercicio en el tiempo de disolución y extrañamiento de la Compañí­a de Jesús.

El inicio del apartado dedicado al siglo XVIII refleja rotundamente el cambio de época que le ha tocado vivir: «A este perí­odo debe la Ciudad muchos incrementos así­ en la parte material de sus edificios, casas y ornato público, como en lo esencial de su pobla­ción». Al progreso material le sigue el demo­gráfico, de 1.324 habitantes se pasa a 2.224 en tan sólo diecinueve años (1768-1787).

Vincula este indudable crecimiento a la construcción del nuevo camino de acceso a la meseta por la fragosí­sima peña de Orduña, pues como buen polí­tico ilustrado observa que la cuestión de las comunicaciones y el transporte es clave para el crecimiento eco- nómico en todos los paí­ses. Describe el cami­no a su paso por Orduña, las gestiones que hubieron de realizarse para su ejecución y los antecedentes históricos y realizaciones ante­riores, como el proyecto de 1681.

Dedica no poco espacio a la construc­ción de la nueva aduana, ejecutada al tiempo que Armona escribí­a su manuscrito orduñés. Como experto funcionario en temas hacendí­s­ticos, entre otros cargos relacionados con el fisco fue contador de puertos secos de Huelva, conoce la importancia de las adua­nas, de las que dice que son «las que dan el tono al comercio para prosperarle, para des­truirle o para tenerlo en una apatí­a miserable». Con todo, se muestra escéptico hacia el futuro de la aduana de Orduña, que se «ha montado sobre un pie demasiado cargado, y acaso más tirante de lo que puede convenir para su permanencia». No le faltaba razón a Armona en lo que al incierto porvenir de la aduana se refiere, si bien fuere debido a otras razones y no precisamente de polí­tica econó­mica, que al corregidor se le escapaban.

Con todo, el siglo XVIII se nos muestra con tintes claramente positivos, en un reina­do de Carlos III al que Armona no duda en calificar de benigní­simo, al tiempo que feliz.

Juan Ignacio Salazar Arechalde

 

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