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Orduña (Núcleo Norte)

Orduña (Núcleo Norte)

La «vieja» puebla de las tres calles (1229) pronto se quedó pequeña. Por delante de su muralla principal (ubicada entre dos poderosos torreones) discurrí­a el «camino real» que comunicaba la Meseta con la Costa (reforzado con la fundación de Bilbao en 1300). Este importante vial (con una orientación Sur-Norte) será el eje de la ampliación que se hizo estableciendo dos nuevos «núcleos urbanos» separados por una amplia plaza. De este modo se configurará, a finales del siglo XIV, la Orduña de tres «núcleos» en torno a una plaza que ha permanecido «cuasiintangible» hasta nuestros dí­as.

El núcleo Norte comprende cinco calles: Vieja, Francos, Orruño, San Juan y Zapaterí­a (o San Lucas). Nacen en la Plaza y finalizan en el paseo de Ronda próximo a la nueva muralla norte. Hacen referencia a determinadas actividades (Zapaterí­a, Francos), proximidad a un nuevo templo (San Juan) o antigí¼edad (Vieja). Esta última correspondí­a a la salida hacia Bilbao. Existí­an dos puertas al final de las calles Vieja y Orruño que de una u otra forma daban salida hacia la costa o las próximas aldeas.

El núcleo Sur comprende tres calles: Burgos, Nueva y Cantarranas aunque en los últimos años se ha configurado una cuarta extramuros («Zagueras» y, popularmente «Estajeras»). Las tres nacen en la Plaza y confluyen en una única puerta que es la salida hacia Castilla. «Cantarranas» hace referencia a algún «arroyuelo» que circularí­a por ella, «Burgos» a la salida hacia la meseta y «Nueva» seguramente al momento de la construcción de este núcleo, en relación a la calle «vieja» del núcleo norte. Pudiera ser, sin embargo, que su denominación hiciese referencia, como en otras villas, al establecimiento en dicha calle de la pequeña comunidad judí­a radicada en la ciudad, suficientemente datada, aunque nunca llegó a la importancia de las de Vitoria o Valmaseda.

Como hemos dicho, con anterioridad, entre ambos nuevos núcleos se instaló una «enorme» plaza, de traza rectangular, cerrada por viviendas en sus lados Norte y Sur y sendas murallas en sus lados Este y Oeste. Posteriormente (finales del siglo XVIII, en uno de los mejores ejemplos del neoclasicismo vasco) adquirirá forma cuadrada con la construcción en el lado Oeste de un macizo edificio pétreo (la mayorí­a de este material procedí­a del viejo castillo) cuyo objetivo será el de servir de Aduana para el Señorí­o. Este edificio, tras perder su función con la eliminación de las aduanas interiores en el siglo XIX, tuvo diversas ocupaciones hasta ser utilizado como «cuartel militar». Así­ lo conocí­ durante unos cuantos años y recuerdo los «desfiles» de la tropa, los toques de trompeta… Hoy dí­a es un prestigioso Balneario a donde llega el agua desde La Muera. La «Plaza» cumplirá una importante función comercial tanto en el propio espacio abierto como en los «hastiales» y en los comercios existentes insertos bajo las casas. También en ella se celebraban las corridas de toros y otros festejos. Una fuente, con su bebedero para los animales, se ubicaba en su centro. La fuente que hoy dí­a contemplamos fue levantada en 1862 utilizando, seguramente, materiales de la primitiva. La urbanización de la Plaza (a comienzos del siglo XX) supuso una importante reducción del espacio comercial reducido a los viales, hastiales y comercios. Con ello ganó el espacio de ocio que hemos y seguimos conociendo. Esta obra de inicios del siglo XX aportó los árboles, bancos de piedra, quiosco, verjas de hierro…Recientemente se ha remodelado de nuevo utilizando parecida estética y muchos de sus materiales anteriores. El mercado que se realizada en ella los sábados o dí­as de feria suponí­a para el Municipio un importante aporte económico mediante los arbitrios. Recuerdo que, siendo niño, los alguaciles (entre ellos mi «tí­o» Esteban) iban cobrándolos, según la importancia, repartiendo a cada vendedor unos «escuditos» con la aportación correspondiente. Detrás de la Aduana (sobre la vieja muralla) estaba la Alhóndiga Municipal con una «báscula» en plena calle que nos serví­a para balancearnos. En el mismo edificio estuvo ubicado Correos. Junto a él se construyó el hoy desaparecido Mercado. En el espacio ocupado hasta hace bien poco por la Alhóndiga y la casa de Olaso existí­a la correspondiente «puerta por la que se salí­a hacia la Antigua, Lendoños, Belandia, Goldecho.

Voy a recorrer el «núcleo norte» o «viejo». Para ello, asciendo desde mi casa por la calle del Hierro o Santa Marí­a y salgo a la Plaza por el «portal oscuro» (único que hoy dí­a se conserva y que muestra una gran austeridad). Allí­ mismo arranca «calle Vieja» o «Vizcaya». Su inicio (ligeramente más amplio que el resto de la calle) se ve enmarcado por la «torre del Ayuntamiento» (de la que ya hemos hablado) y por el «palacio barroco de Dí­az Pimienta» que ocupa todo el frente de fachada entre esta calle y la siguiente (Francos). Un palacio de piedra de gran severidad rematado por dos torrecitas. Entre ellas se construyó, posteriormente, una vivienda eliminando su escudo de armas. En el lateral del palacio que da a «calle Vieja» permanece vigente la tienda de ultramarinos «Luengas». La entrada a este comercio está flanqueada por dos amplias bandas que, sin duda, muestran alguna actividad del propio palacio, como cocheras  o algo similar. Todos los restos de la antigua actividad comercial han ido desapareciendo. Aún recuerdo la existencia de «confecciones» Machacón, de la «zapaterí­a» de Guaresti, la «farmacia» de Almarza, la «alpargaterí­a» Zubizarreta, «curtidos» Rico, la «panaderí­a» de la Rusa, la «panaderí­a del Riojano», el «bar» La Flor, la «sucursal» del Banco Bilbao, la «zapaterí­a» de Satur, el «bar» Iza, «electricidad» Izaga  y, al final, el «estanco» de Iturrino y la «carpinterí­a» de Cosme Llanos y ¡cómo no!…el cine. Todo ello ha desaparecido excepto la panaderí­a del Riojano (más moderna que el resto). Unos pocos comercios (mí­nimos) los han sustituido. Dos edificios muestran la significatividad de esta calle en tiempos pasados: el número 21 (con un hermoso alero) y la siguiente a la calleja (ocupada por la Panaderí­a Riojana) con dos pequeños escudos a la altura del primer piso y una trama tí­pica de los edificios antiguos: planta baja en piedra y dos pisos de ladrillo.¡Merecerí­a la pena su restauración!

Llegado al final de la calle, dejo el Barrio San Miguel (extramuros de la ciudad y donde estuvo ubicada la Ermita del mismo nombre) y giro hacia la izquierda por al «paseo de ronda». En este corto espacio (50 metros) conocí­ varias actividades hoy desaparecidas: las «ebanisterí­as» de Gamboa y Salvador (que me hací­a unos «trompos» temibles), la pequeña y curiosa «bodeguilla» de Iturritxa, la «carpinterí­a»  de Orueta y la «herrerí­a» de Olabuenaga (mi familia). ¡Qué tiempos de niño!… Quizá porque mi abuelo Sebastián, mi propio padre y, finalmente, mi tí­o Sebas fueron sus propietarios y usuarios aquel fue un espacio que visitaba muchos dí­as y donde uno convivió con fuegos, fuelles, mazos, martillos, yunques, limas… Hoy es un edificio abandonado y en ví­as de extinción. Además del edificio existí­a un huertecillo que daba directamente a la muralla y al arroyo que le serví­a de foso. Este arroyo proviene de la zona llamada del Agua Salada. En este entorno mis tí­os Lorenzo y Visi tení­an una, entonces para mí­, inmensa finca con una buena cabaña donde se trillaba y guardaba el grano. Por medio de la finca discurrí­a el citado arroyo en el que, ¡quién lo dirí­a!, se podí­an pescar cangrejos. Tras servir de «foso» a la muralla norte, está magní­ficamente canalizado en el barrio San Miguel con una par de puentecitos muy bien trabajados y un firme enlosado de lo más curioso. Junto a la herrerí­a existí­a (y existe) una plazoleta con su correspondiente fuente y la «sillerí­a» de El Majo. Desde este lugar asciendo hacia la plaza por calle Francos.

Su nombre hace referencia a sus primitivos moradores («francos») normalmente dedicados al comercio. Sorprende el hecho por cuanto no es una calle en la que yo haya conocido que abunde esta actividad. Hasta la primera «calleja» han sido rehabilitadas todas las casas que, siendo yo niño, eran de labradores. Hacia la mitad se encuentra una casita «retrancada» respecto al alineamiento general con un pequeño jardí­n. Aquí­ vivieron mis abuelos paternos y, actualmente, lo hace mi tí­a Micaela. Creo que, con anterioridad, fue una cochera. Enfrente estuvo la «hojalaterí­a» de Alberto y en la casa aneja (totalmente de piedra y limitando con la calleja de arriba) nacieron los Salas Larrazabal. Frente a esta casa también existí­a la tienda de «muebles» Rico. Pasadas las callejas que dan acceso a las calles paralelas (Vieja y Orruño) estaban (enfrentadas) las «pescaderí­as» de Inés y Benita. Yendo a la casa de mis abuelos siempre me llamaba la atención los, para mí­, enormes bloques de hielo que utilizaban. Próximo a una de ellas estaba el Bar Elcoro, luego llamado de la Arratiana y, ahora, Taberna Marrazki (estupendamente atendida por mi cuñada Marta). Poco más arriba (ya en los bajos laterales del palacio Dí­az Pimienta)  existí­a la «sastrerí­a» de Dueñas. Hoy sólo queda la Taberna Marrazki.

Llego a los «hastiales» y giro a mi derecha. Sobre el arco que da a esta calle se encuentra una «lápida» que dice: «Aquí­ nació Gregorio San José. 1921″³. De hecho, durante muchos años esta calle se denominó con dicho nombre. Como en el resto de la Plaza los comercios son abundantes. Entre ellos sobresale, por su clasicismo y sus magní­ficos dulces, la tienda de «ultramarinos Larrea. También la tienda de «ropa» de Javiera y una de las Farmacias. Junto a esta Farmacia conocí­ un «Estanco». Llegado al Bar «X» desciendo por la calle Orruño. La embocadura izquierda está ocupada por el lateral del Palacio Mimenza. Antes de iniciar la bajada me detengo ante su fachada. De estilo renacentista asentado sobre seis arcos rebajados cuya función, como en el resto de los hastiales, es ubicar en ellos las ferias y mercados. En la fachada tiene dos plantas y un desván. Todo ello en ladrillo. Destaca una galerí­a alta muy frecuente en ciudades del valle del Ebro (Corella, Tudela…) pero extraña en nuestro entorno. En el centro del piso superior destaca un hermoso escudo. En una franja pétrea que recorre de arriba abajo su lateral izquierdo existe un segundo escudo (labrado únicamente en su mitad) con un lazo en la parte superior («No lo hagas») y un recuadro, en la inferior, que dice: «Esta casa hizo Pedro Mimenza año 1529″³. Parece, no obstante, que el edificio es de 1555 habiendo reutilizado materiales de las anteriores construcciones. El palacio tiene una gran profundidad ocupando parte de la primera mitad de la calle. En sus bajos estuvo el «obrador» de Lezana. Recuerdo que, los domingos, abrí­a una «portezuela» en la calle Orruño donde podí­as comprar sus afamadas «pastas».

Por lo demás no hay edificios destacables en esta calle habiéndose renovado bastantes de ellos en los últimos años. Merece destacarse la vivienda «número 6″³ con una amplia balconada en su piso primero. Por aquí­ tuvieron la «consulta médica» los hermanos Larrea. Es una calle fundamentalmente residencial, salvo su último tramo con alguna actividad agrí­cola. Pasada la primera de las callejas tuvo un bar (La Cabaña) mi «primo» Manolo. Termina la calle en un espacio semiabierto (que no llega a plazuela) teniendo en cuenta que en dicho lugar se asentaba una de las puertas de la ciudad con el mismo nombre de la calle: Orruño. Esta puerta llevaba a Santa Cristina y Cedélica, previa subida a Getxa donde los «carlistas» en su última «asonada» construyeron un fuerte. Aún se pueden ver los restos del apoyo de dicha puerta en la casa colindante.

Giro hacia la izquierda para subir por la calle San Juan. Ocupando la «ronda norte» encuentro un edificio de piedra bien tallada conocido con el nombre de «el palacio» (casa de Tirso). Tiene dos plantas con balcones airosos. Por su parte trasera discurre el arroyo «Agua Salada» a modo de foso. Esta calle es casi exclusivamente residencial. Quiero destacar los números 23 y, sobre todo, el 17. Es ésta una casona de planta baja y dos pisos. El segundo, de ladrillo, con un balcón enmarcado por dos ventanas. Su cara sur dispone de una amplia galerí­a cuasicerrada que da a un extenso patio. Es uno de los escasos solares que restan por edificar dentro del casco urbano. Algunas de las casas conservan su planta baja de piedra y aleros dignos de un estudio. Superada la calleja se ha construido recientemente el Bar Lapurdika sobre una vieja casona con aire de «antigí¼edad». En esta casa vivieron José Mª y Felisa, matrimonio muy amigo de mi padre y «padrinos» de mi hermano (que por algo se llama José Mª). Con ello llego al lateral del actual Balneario donde existió una de las puertas de la ciudad camino hacia el Santuario de la Antigua, paso de Goldecho y a las aldeas de la Junta de Ruzabal. Giro a mi derecha para terminar mi recorrido por la actual calle de San Lucas (¿zapaterí­a?). Al menos en el entorno yo conocí­ dos de estos establecimientos: el de Luis Vitoria y el de Roiz. Junto a la zapaterí­a de Luis Vitoria (actualmente carnicerí­a) estaba la «sillerí­a» de los Viguri. No puedo menos que recordar a Mª Jose (de esta familia) que, actualmente, trabaja conmigo en el Colegio San Vicente de Paúl de Barakaldo. Me detengo, antes de recorrer la calle, observando las viviendas que se están haciendo en el antiguo mercado y que, a mi modo de ver, rompen bastante la armoní­a del entorno. En este espacio se ubicó la Iglesia de San Juan del Mercado que fue la Parroquia para la «villa de fuera», es decir, para los habitantes de los dos ensanches. Desapareció en el siglo XVIII y, aunque se construyó una nueva, no tuvo mucha permanencia. Nada tiene de extraño que en el arranque de la calle se puedan encontrar (excavando) restos humanos del adosado cementerio. Junto a ella también existió un hospital (existí­an otros tres en la ciudad: San Clemente, San Lázaro y Santa Marí­a). La calle está, en su gran mayorí­a, sin edificaciones. Cuando yo era niño sólo existí­a, hacia la mitad, el «taller zapatero» de los Roiz. Igualmente contemplo la «casona» de los Larrea, una curiosa construcción tanto por su lateral, ocupado totalmente por miradores, como por su fachada cubierta de baldosines con decoración geométrica. Presenta, además, entre las ventanas de las plantas segunda y tercera cuatro «rectángulos» con escenas vascas igualmente de cerámica vidriada.

Recorro toda la calle recordando haber leí­do en algún libro que al final de la misma debió existir una torre defensiva, lo cual parece bastante lógico. Por el paseo de Ronda, salgo al final de calle Vieja. Unos metros más adelante está la «travesí­a tras Santiago». Por ella, viendo los restos de las murallas y la Parroquia, salgo al ambulatorio y, de allí­, a mi casa. El recorrido ha merecido la pena.

3 Comentarios

  1. Fernando Villamía Ugarte

    Entré buscando información sobre Orduña entre 1936 y 1950, y, aunque no encontré nada de lo que pretendí­a, no pude dejar de leer todos los artí­culos. Sólo quiero felicitaros por el magní­fico trabajo que estáis haciendo, y rogaros que, en cuanto podáis, incluyáis información sobre la época mencionada. La espero con ansiedad. Felicidades, y seguid en ello.

  2. javier pinedo

    entre aqui por curiosidad,mi padre nacio en orduña,y muchas veces me cuenta historias de antaño,mi abuelo tenia el bar de la estacion antiguamente,y tambien llevo el estanco en epoca de los militares, su abuelo era rufino conocido en orduña por las escobas y las setas,hoy precisamente he estado en orduña,y casualidades de la vida he hablado con un señor mayor que les conocia a los 2,ha sido una grata sorpresa que alguien ke no conozco me de recuerdos para mi abuelo,felicitaciones por la labor que estais haciendo.

  3. mitxel

    Gracias. Hacemos lo que podemos. En breve comenzaré la descripción de las fachadas actuales de la Ciudad debidamente ilustradas. Me alegro de que la página sirva, al menos, para los recuerdos de muchas gentes.

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