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Hace diez años: Crónicas veraniegas (VI) (12 y 13 agosto 2010)

Hace diez años: Crónicas veraniegas (VI) (12 y 13 agosto 2010)

Ha llovido por la noche. El dí­a (12) amanece como fácilmente puede uno imaginarse. ¡Llovizna permanente! Me quedo en casa un poco más de lo normal leyendo y escribiendo algunas cosas. A las 11:00, pareciendo que amaina el más que sirimiri, tomo el zurrón, el libro y el cuaderno de notas. Refugiándome en algunos portales (para evitar que la lluvia estropee las anotaciones y sencillos croquis) recorro un par de veces la calle Santa Marí­a. Es una de las más antigua de la ciudad aunque ninguno de los edificios son de la época (sí­, posiblemente, las plantas) debido a los incendios.  He tomado notas diversas para describir cada una de las fachadas. Todaví­a existen algunas significativas. La calle se denominó en principio «de arriba» (por su ubicación) y, posteriormente, «del hierro» (por su dedicación artesanal) o «Santa Marí­a» (por dar acceso a la Parroquia). La calle está embutida entre el «portal oscuro» (única de las puertas que se mantienen en pie) y la Parroquia-fortaleza de «Santa Marí­a». Calle estrecha y oscura si no fuese por el solar vací­o existente en su mitad. En esta calle (no demasiado larga) se ubican la «taberna Harresi», «seguros MAPFRE» y una «tienda de regalos». Todas ellas relativamente modernas. En otros tiempos no muy lejanos, en ella estaban la «pescaderí­a Villacián», la «carpinterí­a Fuentes», la «fábrica de gaseosas Olabuenaga» (¡parientes mí­o, por cierto!) y la «sillerí­a Lecanda» (uno de ellos, Guillermo, casado con mi tí­a Luci).

Terminado el trabajo, que me ha llevado más de una hora y la mirada extrañada de algunos viandantes, me decido por ir hacia la Antigua (más que todo por no mojarme las zapatillas). Subo hasta el Santuario tranquilamente y, a ratos, leyendo. Tomo, a la vuelta, el camino de «Gama» (oficialmente «de la Paúl») y visualizo lo que queda de la «zona industrial». ¡Pena! Pasadas las fábricas llego a las inmediaciones de lo que fue «campo de fútbol» (la «Rondina») hasta hace bien poco. Recuerdo el existente, en los años cincuenta del siglo pasado, en las proximidades de «Muebles LAO» (dirección Vitoria). Vuelvo por la carretera pasando por la ermita de San Roque y la Residencia de ancianos. Por «calle Burgos» llego a la Plaza. Bajo a mi casa por «Artekale» no sin antes comprar un par de cartones de leche y dos botellas de vino en «Melitón». A las 14:30 estoy en casa. Llego y suena el teléfono. Mi dice mi hermana que a «eso de las 17:30″ traerán el nuevo frigorí­fico.

No falla la noticia. A las 17:00 preguntan por el interfono por íngela Ornes (mi madre). Apellido, por cierto, cuyo origen no tengo nada claro. Posiblemente tenga que ver con «Hornes» (pueblecito aún existente en las inmediaciones del Pantano de Ordunte), Horn (origen en los Paí­ses Bajos) e, incluso por una mala transposición de «Orúe). Dos simpáticos jóvenes suben a casa y bajan el estropeado «para hacer hueco». Posteriormente suben el nuevo. No lo tienen nada fácil dada la estrechez de la escalera. Me explican el funcionamiento, firmo el recibí­ y se van. A las 18:30 llegan mi hermana y mi cuñado (tiene que poner un enchufe). Pequeña sorpresa porque el «frigo» no responde a lo contratado (debe ser de color blanco y no metalizado). Llamada al comercio. Volverán mañana por la mañana. Tendré que quedarme en casa hasta el momento. A las 19:15 se van a Délica. Me quedo en casa trabajando un poco. Entre otras cosas he finalizado las 1358 paginitas del segundo libro. ¡Puro divertimento!

Amanece otro dí­a «chungo» (13). «Pertinaz sirimiri». Como debo esperar al cambio del «frigo» enciendo el ordenador y comienzo la redacción de mis anotaciones sobre la «calle Santa Marí­a». Llama mi hermana para «controlar» la operación. A las 10:50 aparecen los mismos jóvenes de ayer y solucionan el problema. Aunque llovizna, cojo el zurrón, el tercero de los libros y me voy hacia la huerta. ¡Imposible abrir el libro en el camino! Recojo algunos «frutos» y, refugiado en la caseta, leo un buen rato. Cuando quiero volver (13:50) el sirimiri es lluvia. Veo un paraguas y, con él, me vuelvo a casa. Mi madre llega del ambulatorio tras recoger algunas recetas. El médico le dice que «debe caminar un poco más y tomar un poco menos de sal» (¡90 años!). También le comenta que me vio ayer tomando notas en la calle Santa Marí­a. La verdad es que yo no sé quién es.

Pasado el tiempo recomendado por los «técnicos» he reubicado las cosas en la nevera. Mi madre está contenta y, de momento, ya ha metido en el congelador cuatro o cinco paquetes con «vainas». ¡Pocas quedan ya en la huerta aunque no me extraña que, con estas lluvias, sigan saliendo! A las 19:00 llegan mi hermana y su marido para «dar el visto bueno» al cambio. ¡Así­ sea! Me quedo en casa trabajando tranquilamente y viendo un poco la tele. ¡Pasó el dí­a!

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